Por BEVERLY PÉREZ-REGO
Hablapiedra
Ciudad con perros agudos meando el aire
y trágicas pertenencias
A.E.T.
Hay que alimentar a la Señora de las Horas, tiene tiempo sin tragar—
Ella sigue otras costumbres, otras direcciones. Blasfema en el
día, por la noche decreta la gracia. Cuando irrumpo en su aposento, en modesta congregación, gusto la lengua de Zazárida. Me extranjerizo.
Pero hay que alimentar a la Señora de las Horas, ya no tiene tiempo—
Me arrodillo con ofrendas en la cueva de la maestra.
Cuando me obliga la otra lengua, digo: de pocilga en pocilga todas nos volvemos cerdas.
Pero mido las consecuencias de esta casa diabla.
Yo hago tus oficios: Plancho tu línea blanca. Cierro tus puertas. Apaciguo tus iguanas. Me entrometo con agujas para hilarte un silicio.
Así es:
Mi poeta venezolana asume riesgo y medida de una piedra inapelable
Mi poeta venezolana es un desastre humanístico
Mi poeta venezolana es intolerablemente política
Mi poeta venezolana nunca podrá volver a casa aunque el poema la expulse
Mi poeta venezolana asume riesgo y medida del linaje de la piedra sísmica.
Hablapiedra de mi madre fantasmal. Asumo el riesgo y mido. Asumo en ella lo impedido.
Mi poeta venezolana deletrea una masacre espiritual:
Las cuatro perras del buen y mal tiempo. Las cuatro perras de los elementos. La poetisa ofrece sus águilas con toda intención. Las cuatro perras del buen y mal tiempo. Las cuatro perras de los elementos. Del buen y mal tiempo. Del buen y mal tiempo.
Me arrodillo con ofrendas. La cueva. La maestra.
Desciendan a la nube del destierro, aves mías. Calen cuando el agua fluya, inmunda, de mis grifos.
En Caracas, donde las aves nocturnas vuelan ciegas,
mis tres pequeñas urracas—
En Caracas, donde las ciegas tejen canastos para portar el caos,
mis tres pequeñas cachilapas—
Mi poeta venezolana fue enterrada anoche
Mi poeta venezolana estaba casi muerta
Mi poeta venezolana fue aguja de otro costado
Mi poeta venezolana casi hincaba el pico
En Caracas, todas arriesgamos y medimos piedras intragables.
$4.00
Tengo cuatro dólares. Debo ir a gastarlos. Señor, dígame si compro un elemento, dígame si agua, dígame si fuego. Me hacen falta. Dígame si compro una aguja, dígame si voy y me inyecto esta ciudad y me infecto con ella, en ella, y por ella. Debo en ella gastarme. Debo inocularme. Me hace falta. Dígame si compro una mecha, dígame si la extiendo, la ato a mi tobillo, y camino hasta el fosforero, un campo minado, y allí la enciendo para que estalle un bono y cobre y cobre y cobre—. Tengo cuatro dólares. Debo redimirlos. Señor, dígame si compro una pistola de juguete, diminuta y de plata, con balas del tamaño de semillas de orquídeas epífitas, de las selvas tropicales, de 85 micrómetros, invisibles al ojo humano y al Ojo divino, dígame si compro para ella una funda, o mejor la llevo a casa y la guardo dentro de un dedal. Dígame si la entierro, dígame si en aire o en tierra. Señor, tengo en mi bolsillo la cantidad de cuatro dólares, cuatro de los duros, cuatro de los verdes, ya me están doliendo, dígame si compro una cucharada de algún ungüento, dígame una migaja, una sobra o un despojo, un recorte o un fragmento, dígame si compro la punta de un iceberg, Señor, me hacen falta, dígame si compro una coma, o mejor un punto, o aún mejor un punto cardinal, dígame si norte o sur o este o me compro aquí mismo. Señor, son cuatro, son dólares contantes y sonantes, ya los he contado, ya los he escuchado, dígame si compro una cédula de identidad vencida en 1999, dígame si como, dígame si bebo. Señor, lléveme ahora mismo a la tasa del mercado negro, del mercado blanco, la ruta de la seda y la senda de los justos que es como la luz de la aurora, porque el camino de los impíos es el camino de las tinieblas que arropan al desdichado que no tiene cuatro dólares, yo sí tengo, yo sí como, dígame si compro una cáscara de huevo, o una piedra que la parta, y que mejor me alcance, un pico y una pala, una pala y un pico, una pizca de comino, o mejor un perro callejero, o mejor una planilla de un banco. Señor, tengo fe. Me hace falta.
I. La hija del panadero
Lord, We know what we are, but not what we would be.
Hamlet, Act IV
Nuestro padre camina en su sombra, vive en idiotez,
sombra que no ha aprendido la historia de su sombra,
el cuento de la hija idiota, cómo ella habría muerto
al oír de él una palabra— ayer, y mañana, y mañana,
y todos los ayeres son mañana en la idiota, la muerta
de los libros, el padre de las cifras y las ciencias, su pico
desglosado, su hija vela ardiendo ensimismada, mañana,
y mañana, y ayer, la letra no es legible, hoy, y mañana,
y mañana, amoladora de la lengua, amolador de su historia,
la historia de una idiota, de dos, y tres, y aún otra mañana,
y mañana, y mañana, vengan a colgarnos, cuelguen estandartes,
canten en las torres: vienen las insidias ahora, y mañana
y mañana, las veladas y los ayeres de hambruna y fiebre,
que el hambre las devore, gástense en malaria, que al fin vayan
a casa, su grito padre adentro, la última idiota, fin de este cortejo:
—Sílaba espesa de mi sangre, el cuervo enronquecido
dice que el garfio era la hija de un carnicero—
—Sílaba de sangre, leche espesa de mi jarro, el cuervo enronquecido
dice que el yunque era la hija de un herrero—
—Sílaba de barro, sangre espesa de mi cuenco, el cuervo enronquecido
dice que el búho era la hija de un panadero—
Señor, creemos en lo que somos, mas no en lo que seríamos.
*Los poemas aquí publicados pertenecen a su libro El hilo atroz, publicado por El Taller Blanco (Colombia, 2020).