Por ALFREDO CORONIL HARTMANN
Noche de reyes
Los magos
nos obsequiaron la fatiga
los brillantes torsos
el quehacer supremo
la sabiduría de nuestros cuerpos
el jactancioso mástil
repitiéndote toda
gozoso de tus zumos
inéditas fragancias
del portento de tus labios
y tu hospitalaria
ávida
siempre auspiciosa
golosina,
muerdo y golpeo tus nalgas
con un oscuro látigo
y sorbes mis fuerzas
hasta dejarme exangüe
radiante
despiadada.
los reyes cubrieron
con oro, incienso y mirra
nuestra fiesta secreta
el tiempo se fatigó
de desgranar las horas
el alba se acercaba sigilosa
nada alcanzó a burlarnos
hubo aullidos
un crujir de maderas
el alcohol se mezclaba
con las arcanas savias
la locura tensa del orgasmo
el humo lustral de los cigarrillos
en esa orgía sublime
una noche de reyes
en que fuimos
los amos de la sombra.
***
La vigilia emplumada
Dos garzas se vigilan
desde ambas orillas
van y vienen
en busca de un pretexto
el pez experto
burla la contradanza
de sus estilizadas celadoras
y navega perezoso por el centro del lago,
todo es confianza en él
sabe que ellas saben
que antes de llegar a él
tendrá tiempo de hundirse,
llegar al arenoso fondo,
que habrá un choque en el aire de regias plumas blancas
mezcladas con morenos retazos de la oscura
enemiga.
Todo son cálculos
desde las dos orillas
la hora hace propicia
la codicia del cuerpo
el voluptuoso pez,
se pavonea incitándolas
el juego sube el clímax
del deseo,
de pronto
–para asombro de todos–
se desprenden del cielo
apenas luz y aire
tan solo viento y fuerza
dos garras repentinas
hábiles cirujanas
suspenden el botín,
el pez presea de oro
es sólo sangre y aire
el ave de rapiña selló la historia
y la inútil vigilia de las garzas.
***
¿Cómo?
Cómo amanecerá cada día
si ya es noche,
no vislumbro el abanico ardiente
ni contemplo el lejano mar
y la verde montaña
las pequeñas aves que dispersó el invierno
ni leo mi periódico
desde la tensa hamaca
se ha perdido el secreto
mi antiguo laberinto ha sido profanado
cayeron las cortinas
todo celaje se hace ya ilusorio
no hay mágicos arcanos
ni hembras anhelables,
he bebido hasta sangre
y la ambrosía perfecta de los glúteos
y flagelado espaldas,
me he sentido adorado
y he amado como un loco
al paso de la luna,
he sido rey
y he implorado clemencia
he destilado oro como sudor inútil
y no me pesa
el idioma
la bestia omnipresente
supo de mi lujuria
y escribí como un dios
con displicencia,
me hastía la liturgia
de la cual tuve que aprender no obstante
cada rito y cada ceremonia.
Tuve los abalorios porque matan los hombres
y los vi arrastrarse como ratas
disfruté el espectáculo,
me acuerdo de Jean Genet y su “Cena de mascarones de proa en París de Francia”.
todo eso tuve o vi o viví
con fruición de amo incuestionado
ahora mi pelo es blanco
y mi paso más lento
–es que no voy a ningún sitio–
los ojos no han perdido el gusto de las curvas
pero el esfuerzo
el tiempo
son excesivos
bebo cada vez que puedo
y leo poetas árabes o persas
y prosistas latinos
o regreso a Antonio Machado
con quien tanto amo
aunque mi equipaje no se parezca al suyo
Himalayas de cosas, papeles, telas pintadas, maderas y piedras preciosísimas
y guijarros lamidos por el mar u hojas recogidas en cualquier otoño,
poemas que no verán mis ojos
y la espesa fragancia de la muerte
y ¡al carajo!
¿Porque me agoto tanto?
es que queda algo digno de ser probado o algo que probar ¿y a quién?
no
solo queda
este voraz hastío
la muerte, en cada deseo anulado.