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Poemas de Adhely Rivero

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Por ADHELY RIVERO

SANATORIO

Hacer la siesta en el Sanatorio no es extravagancia,

había tormentas en el cielo,

fortaleza y bondad en los pacientes.

 

Una canción a medio dormir suena agotada.

 

Soñar donde otros no saben si duermen.

Tuve ojeras del cansancio

y miedo a la muerte del día.

Metido en los corrales

me lavaba la cara con leche de vaca.

En el bote de la leche me frotaba los ojos con la espuma,

y del cincho tomaba el suero destilado del queso.

Pasaba el día triste.

Ya no sabía alegrarme.

 

DESARMADO

A la ciudad se debe entrar desarmado.

Nadie portará un doble corazón

con los ojos en el pecho.

El amor ya no es un puerto seguro.

Si vienes del campo

deja el hierro que cuelgas en la cintura,

si vienes del mar

deja el arma blanca salitrosa en el cajón de madera,

si vienes de un pueblo

trae la memoria de tus antepasados

con sus patios de café,

los corrales de chivo y ganado.

Trae un caballo,

y un gallo para que duerma en la torre de la catedral,

y Dios nos de los buenos días.

La gente no necesita cuarteles,

sí de allí vienes no entres a la ciudad,

todos los que portan armas son unos cobardes.

 

MANIZALES

En la calle del comercio se oyen pasos de caballos

cuando se unen los hombres que caminan con muletas.

Algunos llevan vendas en los muñones.

Hay una trinchera de víveres,

son quincallas ambulantes.

Sembraron minas en los campos

y el hombre inocente las tropieza.

En Manizales, los niños no quieren jugar a la guerra

para no pisar en falso en algún lugar del parque.

En el centro de la ciudad -simulando mí asombro-

los dedos no me alcanzan

para cifrar en una cuadra los lisiados.

Conocí a un campesino que se hizo pastor de cabras,

para no abandonar sus tierras y seguir ileso,

arreaba su rebaño por delante para recorrer sus predios.

De alguna cabra madrinera

solo pudo recoger la campana.

 

 

FRONTERA INVISIBLE

Nos fuimos al país más vecino en el mapa.

Cruzamos la frontera a caballo,

hicimos la travesía en cuatro días y descansamos

en hamacas colgadas en los montes.

Los caballos comen toda la noche

y descansan parados.

En dos grandes ríos,

montamos los aperos en canoas

y las bestias nadaron el Apure y el Arauca,

mientras le pedía a Dios, cuidara de ellos

y alejara algún caimán de su cauce.

El abuelo nos contaba que su padre le hablaba que,

a Ramón Nonato Pérez,

lo malogró un potro, días antes de la batalla

del Pantano de Vargas,

par de José Antonio Páez,

el de las Queseras del medio.

Por estos hombres la línea de frontera es invisible

y vamos en el viento recorriendo el horizonte

de uno a otro corazón.

 

LAS MIGRACIONES

Cuando pasaban volando las migraciones

de pájaros, decíamos:

van a donde hay comida, van a las cosechas.

Pasaba una parvada de pájaros amarillos, negros,

debajo de ellos corría sobre la tierra una sombra oscura.

Mi madre se santiguaba.

Los espantapájaros se plantaban en la siembra

con su cara deforme y seria a proteger los granos.

Ahora los humanos están migrando

y ellos son la sombra de la decadencia

de la civilización.

Los espantapájaros están en los puentes

de las fronteras como muñecos perfumados,

con gases, precintos y peinillas para inutilizar su vuelo.

Cuando el agua migra de la mano cerrada

asemeja al hombre cuando escapa de sus captores

por las trochas, los caminos verdes, por los ríos.

 

EL TRÓPICO

En esta tierra

tenemos una temporada de lluvia y calor,

mucha plaga en los jardines.

Otra temporada de verano,

mucho polvo en los caminos.

Esto es el trópico.

Hay un ánimo de boa y cocodrilo en el Orinoco,

el indio es un ser a la intemperie.

El sol amanece en el brillo del oro

y en la guerra.

En su lengua lo sonoro es un pájaro

que vive en el alma.

Hay un cielo de estrellas y nubes.

El nativo viaja de noche bajo las estrellas en la sabana

o viaja de día por la oscura selva.

Solo se ocultan del hombre que viene a El Dorado.

LA PIEDRA DEL MEDIO

En el paso de Soledad vi el caudal de agua

más grande en mi vida a mis cuarenta años.

La piedra sentada sobre la arena y los guijarros

en el fondo del Orinoco.

La piedra del medio del universo.

La piedra de la memoria del hombre en el sur.

Con su piedra la nutria hace malabares

a los rayos solares que entran al rio.

Me recuerda: La extracción de la piedra de la locura

del artista Javier Téllez, en los pabellones

del Psiquiátrico de Bárbula.

Y de aquel hombre que perdió la enjundia

y su entereza en la carretera

que entra al llano de Arismendi,

como Dios lo trajo al mundo,

estaba amarrado por la cintura a una mata de teca.

En todos los caminos hay una piedra.

La piedra de la centella que abre en dos a un árbol.

LA HERENCIA

No te detengas a contemplar la sabana,

mueve la bestia, apura el paso.

Debes comenzar temprano el viaje.

Llévate un queso entero y carne seca,

algo harás con ella

mientras te instalas en el mundo.

Deja los gallos de pelea.

Estos campos ni se van, ni se borran,

cambiarán un poco.

Cuando vuelvas tu mirada también habrá cambiado.

Tu corazón tiene paisaje, tierra y familia.

No quiero que te quedes detrás de la herencia,

aquí no crece el pensamiento.

LO AÑORABAMOS

No tenía ventanas.

No veíamos la montaña desde adentro

y lo añorábamos.

La casa era prestada.

Nunca se interesaron

por tener ventanas para ver la montaña.

Un día construí una vista panorámica

para contemplar las nubes volando en el cielo,

sobre un fondo verde de árboles de naranjas.

Ver los arrieros con sus recuas de mulas

bajando frenadas

con las cargas idas al cuello.

La montaña mandaba la neblina

a espiar los dormitorios,

la sentíamos fría,

perfumada con flores silvestres.

Cuando el dueño vio por la ventana

la cumbre,

vio desde su cuarto el cielo.

LA FUERZA DE LA ORACIÓN

Siempre espero que amanezca más temprano.

Tengo una oración para que los gallos canten,

la digo antes de dormir a la medianoche,

y a la una oigo la fuerza de la oración,

la repito en sueño para que amanezca.

Me levanto y riego maíz en el patio para que las aves coman.

Miro los gallos y digo:

gracias Dios mío por existir en mi casa dos gallos:

uno blanco y el otro canagüey para darle sentido a la vida.

Yo vivo en la finca y llevo a mi mujer al trabajo al amanecer,

todos los días, la beso en el camino y le hablo.

Por la tarde está agotada de tanto hospital,

viene arrumada y se duerme.

Me voy a la biblioteca a pedirle a Dios

que se acaben los enfermos

y nos de ánimo para rezar y oírlos cantar.


*Adhely Rivero (1956, Venezuela) es poeta, editor y ensayista. Desde 1970 reside en la ciudad de Valencia, Venezuela. Su obra poética ha sido reconocida con numerosos premios. Los poemas aquí ofrecidos pertenecen a su libro Frontera invisible (2022), que incluye un prólogo de Carlos Yusti.

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