Por HÉCTOR SILVA MICHELENA
A mi amigo
I
Creo en ti.
Te he visto comenzando siempre
en el origen de tu propia alma.
Te veo permanente y renovado:
línea blanca del mar sobre la costa,
que siempre existe y siempre se renueva.
II
Hemos visto, juntos, cómo los años
—desnudos niños negros de la patria—
nos trepan por el árbol de las venas.
Hemos hablado,
con un relámpago en los labios,
el alfabeto del grito y del silencio.
III
Yo sé que algún día
el cansancio estuvo en tu alma.
Te dolían los músculos.
Te crecieron espinas en los ojos.
Y una palabra
—agónica y larga—
te cerraba los labios.
IV
Yo los vi formarse
en la matriz del tiempo,
en el centro del océano,
como dos islas
al impulso
del germen y de la geología.
Yo los vi cruzarse en la materia
y sembrarse el alma entre los músculos.
Yo los vi crecer bajo la piel del sueño.
V
Aquel día
en tu garganta ardían los colores.
Aquel día pronunciaste las sílabas de ‘Ma-no’
y me dijiste también las letras de los dedos:
más allá del barniz del guante perfumado,
más allá de las medias y los fluxes,
más allá del vestido y del calzado.
Dijiste, además,
que Dios, viéndose solo,
creó al hombre
sólo por tener un compañero.
VI
Todo está en la piedra dura:
el hueso largo,
duro en su corteza cálcica y humana;
el músculo dolido
duro en los brazos proletarios;
la sangre,
dura en los coágulos de los hospitales;
los nervios,
duros como ejes de todas las ideas.
Pero, por encima de todo
la piedra misma,
que es como decir:
el hombre mismo.
VII
Tu vas detrás de ti.
Dios va delante.
Caracas, 29 de Diciembre de 1958
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional