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Petkoff: Praga 68

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Por IBSEN MARTÍNEZ

En el verano de 1967, Teodoro Petkoff,  dirigente del Partido Comunista y comandante guerrillero venezolano de 35 años, viajó a Bulgaria, la tierra de su padre y sus abuelos: debía entrevistarse con Boris Velchev, segundo secretario del Comité Central del Partido Comunista búlgaro. Llegó a Sofía, la capital, luego de una escala en Moscú.

De su estancia en Moscú se sabe que le disgustó la atmósfera de general suspicacia que respiró en la URSS y que declinó cortésmente el ofrecimiento hecho desde el Kremlin de otorgarle asilo permanente en su calidad de perseguido político. Arguyó que pronto debía regresar a su país.

Petkoff llevó a Sofía nombre supuesto—“Mishka”: “Miguelito”, en coloquial ruso— y el pelo rubio aún teñido de negro con que había dejado clandestinamente Venezuela algunas semanas atrás. Con lentes de contacto enmascaraba el iris azulisimo, demasiado señalador, de sus ojos.

De entre los países del Pacto de Varsovia, Bulgaria tenía a su cargo brindar ayuda material a los movimientos “de liberación nacional” en países tan distantes entre sí como podían serlo Laos y Venezuela. Para todo propósito práctico, el camarada Boris Velchev era quien “cortaba el bacalao”.

El Archivo del Estado búlgaro guarda un protocolo estenográfico de 33 páginas que recoge todo lo tratado en el encuentro. La reunión tiene lugar el 11 de agosto de 1967. Participan, además de una intérprete, Alonso Ojeda Olaechea,  veterano funcionario del Partido Comunista venezolano y Konstantin Tellalov, el segundo de Velchev.

Llegados aquí, calza bien una relación de antecedentes en obsequio a los lectores nacidos después de, digamos, 1980: hablamos de sucesos de hace casi sesenta años.

En febrero de 1967,   Teodoro se había fugado de la prisión militar donde él y otros dos dirigentes comunistas purgaban condenas por rebelión militar. Escaparon a través de un túnel de 64 metros, excavado sigilosamente desde el exterior bajo el cuartel San Carlos, una  fortificación del siglo XVIII en el casco  histórico de Caracas.

Hacía poco más de tres años que, sirviéndose de una soga, se había descolgado desde el séptimo piso del Hospital Militar donde se hizo conducir con urgencia desde la misma prisión, luego de fingir convincentemente una hemorragia interna.

Para ello, hubo de ingerir medio litro de sangre humana transfundida, procurada por su esposa durante la visita conyugal,  y vomitarla oportuna y aspaventosamente ante los escépticos custodios de la cárcel. Dos años y medio más tarde, volvería a ser hecho preso.

Tan pronto Teodoro —así, a secas, lo llaman aún los venezolanos— salió del túnel del San Carlos,  el Partido lo envió en misión delicada y urgente. “Debía ir por unas armas que los norcoreanos habían puesto a nuestra disposición”, contó en 2006 al periodista Alonso Moleiro.   “Los búlgaros nos dieron una mano con esto de las armas” (1).

Un año después de la sonada fuga del túnel del San Carlos andaba yo todavía en los diecisiete, camino al centro.

Iba a reunirme con Hernando, mi hermano mayor, en la Academia Superior de Música cuando me detuve a echar un vistazo a los puestos de libros de segunda mano, muy cerca del Capitolio Federal. Revuelto  con bestsellers de Jacqueline Susann y Frederick Forsyth y viejos tratados de Derecho Mercantil,  hallé un ejemplar usado de la Historia de la Guerra Civil Española, de Hugh Thomas.

Era una primera edición, publicada en 1962 por Ruedo Ibérico, la célebre editorial parisina que fundaron «Pepe» Martínez Guerricabeitia y otros exilados españoles durante el franquismo. Tenía noticia de aquella obra, pero nunca había tenido ocasión de leerla. El ejemplar estaba en estupendas condiciones y el precio era una ganga.

Gasté lo que  llevaba y me fui andando hasta la cercana Academia de Música y me senté a leerlo en un banco de un corredor de la casona del s. XIX, junto al saloncito donde mi hermano daba su lección de piano. No olvidaré nunca  cuánto pudo intrigarme el primoroso subrayado en lápiz bicolor de las páginas del libro. La firma de su dueño, minúscula aunque muy legible, figuraba en un ángulo de la portadilla: «Teodoro Petkoff».

Disponerme a leer la historia de la guerra civil española “comentada” por alguien a quien mucho admiraba, aun sin conocerlo más que como leyenda viviente de la guerrilla venezolana, alguien que actuaba todavía en la clandestinidad,   tuvo para mí, mero simpatizante de la Juventud Comunista, casi el mismo valor de la «Guerra de las Galias» anotada por Bonaparte.

Solo mucho tiempo después supe, por boca del propio Teodoro —así, a secas, lo llaman aún los venezolanos— que aquel ejemplar formaba parte de la pequeña biblioteca que había juntado durante su último cautiverio y que los guardas de la prisión militar sacaron a remate luego de su fuga. Restituí el ejemplar a su dueño a poco de conocerlo personalmente, a mediados de los años 70.

Rodábamos en su escarabajo rumbo al Llano y los tiempos ya eran otros. La guerrilla, derrotada por completo,  había quedado atrás hacía una década. Ahora gobernaba Carlos Andrés Pérez y Venezuela experimentaba el boom de precios del crudo que siguió a la guerra de Yom Kippur en 1973. Teodoro construía, ahora en la legalidad, un nuevo partido  de errática vocación socialdemócrata.

La comisión de propaganda del nuevo partido —se llamó MAS, por “Movimiento Al Socialismo”— planeaba un documental que atendiese  desde temprano la campaña electoral que se anunciaba para 1978.

En la práctica, durante un tiempo todo consistió en viajar con Teodoro por todo el país en sus giras como dirigente partidista en procura de postulación, turnándonos al volante, y espumar de la conversación ideas para un cortometraje biográfico en  torno a alguien que, por haber estado en la clandestinidad durante toda su vida adulta, era un desconocido, no solo para el electorado venezolano sino para muchos de los militantes de la nueva agrupación.

No recuerdo en qué momento fue abandonada la idea del documental. Debió ser luego de que su precandidatura presidencial fuese derrotada en una consulta interna, el primero de la serie de reveses electorales que le esperaban en su carrera como político parlamentario. Pero sí recuerdo el momento en que devolví el libro de Hugh Thomas.

Fue durante un desayuno junto a la carretera, tempranito, camino a Valle de La Pascua. Oyéndolo hablar del libro de Thomas y de la guerra de España, supe que un tío suyo, un hermano menor de su padre y combatiente en las célebres brigadas internacionales, había muerto durante el bombardeo alemán de Albacete, en 1937.

Aproveché el momento para corroborar el hipotético “método” que yo había elucubrado  en torno al subrayado bicolor: el azul para lo estratégico, pensaba yo; el rojo para lo táctico. Teodoro me hizo ver cuán equivocado andaba.

A sus  ojos, era solamente un subrayado. El rojo no significaba nada distinto del azul: “Soy daltónico, mi llave”. Había que reír y reímos juntos.

La anécdota es trivial pero centellea aún en mi memoria como el  comienzo de una amistad que iba a durar décadas y cifrarse en la conversación y los libros.

Uno de éstos, concebido por  él cuando todavía estaba en la clandestinidad, fue Checoslovaquia, el socialismo como problema (Editorial Fuentes, Caracas, 1969), el libro que dirigió la atención de mi generación, no hacia el mayo francés, sino hacia la primavera de Praga y todo lo que ella anunciaba.

Checoslovaquia… condujo nuestra beligerancia juvenil hacia lo que, a la larga, sería una disposición de izquierda liberal que aún no nos ha abandonado y que es su legado.

Las leyes de composición de un libro pueden ciertamente resultar misteriosas y no del todo explicables hasta para su autor. Por fortuna, Teodoro relató, en distintas ocasiones  y con característica puntillosidad,  la división del Partido Comunista de Venezuela, episodio estrechamente vinculado a la aparición de Checoslovaquia… (2)

Sofía, 67

En mis notas para este capítulo claramente mitteleuropeo recojo el encuentro con los dirigentes búlgaros. Las he titulado “Sofia ’67” (3) para fijar el lugar y momento en que, a  mi juicio,  comenzó a obrarse el cambio de  piel de ñángara puro y duro a irritante réprobo intelectual del estalinismo.

“Ñángara” es la voz que Venezuela comparte con Cuba.  Designa al izquierdista partidario activo de la violencia.

En Sofía ’67, Teodoro denuncia acremente la pretensión de Fidel Castro de acaudillar  toda la insurgencia guerrillera continental. En Venezuela, alienta con armas y dinero la fracción de Douglas Bravo, disidente del PCV.

Teodoro ratifica la decisión de los comunistas venezolanos de suspender toda actividad armada y la decisión de participar en las elecciones presidenciales de 1968, en lugar de tratar de forzar la abstención electoral recurriendo torpemente a la amenaza armada, tal como en 1963.

Sin embargo, es notable que a pesar de que ya desde 1965 venía objetando internamente la estrategia y los métodos de lucha, en aquel momento Teodoro todavía no cuestionaba per se el recurso armado.

Juzgando por lo recogido en  Sofía ’67,  no se advierte en él disonancia alguna entre el ñángara puro y duro que afirma la inevitabilidad de la violencia como recta via al poder  revolucionario y el marxista al uso que propugna un frente electoral de comunistas y compañeros de rutan para apoyar un candidato de izquierdas en elecciones presidenciales.

Dos graves, inesperados acontecimientos sucesivos cambiaron radicalmente su perspectiva.  En septiembre, una ofensiva de los servicios de inteligencia  venezolanos desmanteló por completo  y para siempre el aparato armado y de sabotaje de Douglas Bravo, apadrinado por La Habana. Y a comienzos de octubre, el Che Guevara, ya rendido y cautivo, fue asesinado en Bolivia.

La controversia entre lucha armada y lucha de masas —así lo contaba Teodoro—, se extinguió vi rerum por sí sola.

Praga, 1963

Desde otra ciudad y otro tiempo, de una ciudad a 1.100 kilómetros al noroeste de Sofía, llega ahora la imagen de Nikolina “Nina” Katsarova, una chica búlgara, de ventipocos, que ha terminado ya sus  estudios de Derecho en la prestigiosa Universidad Carolina, de Praga.

Sus padres, ambos maestros, fueron allí en 1952, gracias a un programa de intercambio y mejoramiento profesional entre países del bloque soviético.

Nina trabaja ahora en la embajada de su país en Checoslovaquia.   Recordará siempre los años de su primera juventud en Praga, una de las ciudades más bellas, cultas e intensamente estimulantes de Europa. Se vivía con orgullo la nueva ola del cine checoslovaco.

Una noche que ponían Trenes rigurosamente vigilados,  del Jiří Menzel. Nina topó, en la cafetería de una sala de teatro, con otro Jiří:  Jiří Pelikán, quien había sido su profesor en la Facultad de Derecho.

Pelikán contaba a la sazón 40 años y era ya figura importante del Partido Comunista checoslovaco. Culto y carismático, era muy admirado por sus discípulos.  Se había unido al Partido Comunista justo al comenzar la Segunda Guerra Mundial y participó con arrojo  en la Resistencia a la ocupación nazi. Pelikán era  alto funcionario en la Unión Internacional de Estudiantes, (UIE) dirigida desde Praga por el Partido Comunista checoslovaco.

Desde su fundación  en 1946, la UIE tenía a su cargo la organización de los célebres Festivales Mundiales de la Juventud. Aquellos festivales coordinaban la extraordinaria influencia ideológica y organizativa del movimiento comunista internacional en la esfera universitaria de muchos países de Occidente durante la Guerra Fría. Como mandamás de la UIE Jiří Pelikán conoció al joven sudamericano Teodoro Petkoff, en Praga, temprano en 1960.

Teodoro asistía en Zurich a un encuentro ordinario de la UIE y pidió ayuda a los organizadores para viajar a Bulgaria: quería visitar la tierra de su familia paterna . Tratándose de una estrella en ascenso de la Juventud Comunista venezolana, la UIE se apresuró a programar un largo viaje por tren que debía partir desde Praga.

En aquel viaje, Teodoro conoció a su abuelo Todor (“Teodoro” en búlgaro). Viudo ya, Todor se acercaba a los 80, era aún muy saludable. Su cabeza estaba muy bien enterada de lo que  pasaba en el resto del mundo, incluyendo Venezuela.

En su tiempo, Todor también había sido comunista; ahora era apicultor en una comuna agrícola cerca de Pazardzhik,  el lar natal de los Petkoff.

Vivía Todor amancebado con una campesina macedonia, analfabeta y treinta años menor que él. “Para calentar mis huesos”,dijo, picarón,  a su nieto.

La conversación entre Teodoro y su abuelo —mediando un intérprete del Partido que no los desamparó ni un solo instante— se prolongó hasta bien entrada la noche.

Mucho más habría que contar de aquel viaje, pero a esta crónica solo interesa que el profesor Jiří Pelikán leyó los cables de la agencia TASS que daban cuenta de la fuga de Teodoro desde el Hospital Militar de Caracas.

Antiguo partisano de la resistencia checa él mismo, al leer el nombre de quien se descolgó siete pisos en rappel,  recordó al joven sudamericano que  quiso viajar  a Bulgaria. A sabiendas de que la chica que lo saluda en el teatro es búlgara, comparte con ella la noticia: “Estarán muy orgullosos de las aventuras del guerrillero venezolano de origen búlgaro”, o algo por el estilo.

Nina no tenía idea de lo que comentaba Pelikán y aunque Petkoff no es en Bulgaria apellido tan frecuente como podría ser Pérez entre nosotros, la verdad es que bien pudo haberlo olvidado. Sin embargo,  no lo olvidó.

Nina regresó a Sofía alrededor del 1965-66 y encontró empleo en una filial del Ministerio de Transporte, Construcción Naval y Navegación.  Su cargo era el de consultora jurídica  pero el trabajo consistía mayormente en hacer traducciones.

Su dominio del checo hace que en el verano de 1967  sea  asignada en comisión de servicios como intérprete a un grupo de visitantes oficiales checos a quienes acompaña al resort Zlatni piasutsi— “Arenas doradas”—a orillas del Mar Negro, cerca de Varna, importante ciudad portuaria.

Es allí donde conocerá a un apuesto y misterioso visitante ¿árabe?, huésped importantísimo de Moscú y del Comité Central del Partido Comunista búlgaro.

“Mi madre bromeaba diciendo que Jiří Pelikán fue para ella algo así como el ángel anunciador de mi papá”, recuerda hoy Teodora Petkoff Katsarova. Fue ella quien hizo el hallazgo, en el Archivo Estatal de Bulgaria,  del documento del Comité Central y lo tradujo al castellano.

Sus padres se conocieron en la terraza del “Kuquerite”, un sitio frecuentado en Varna por turistas extranjeros, huéspedes oficiales y gente del alto tren del gobierno búlgaro.

Durante varios días, Nina obró  oficiosamente como puente e intérprete entre Teodoro y los integrantes de la misión checa.  Éstos eran en su mayoría economistas, administradores, actuarios  y otros técnicos del llamado “equipo  Šik”: los jóvenes reformadores agrupados en torno a Ota Šik, director del  Instituto Económico de la República Checoslovaca.   Pero, ¿quién fue en verdad Ota Šik?

Šik fue un heroico combatiente comunista de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial que sobrevivió al campo de concentración nazi de Mauthausen-Gusen. 

Antiguo estudiante de arte nacido en Pilsen, desde los primeros años sesenta  se interesó en reformar la economía rígidamente planificada de su país.

Un ilustre antecesor suyo en los intentos de reformar el modelo soviético fue el economista húngaro János Kornái, durante los años cincuenta. Kornai fue el primero en proponer la liberación de precios e introducir elementos de economía de mercado en la gestión del sector secundario.

La experiencia liberalizadora húngara,  liderada por Imre Nagy, terminó, como se sabe, en la sangrienta intervención soviética  de 1956.

Volviendo a Nina y sus huéspedes en Varna, en cuestión de solo semanas el equipo Šik pondría en marcha la histórica “Primavera de Praga”.

Es conjetural, aunque no mucho,  lo que pudo significar para Teodoro, luego de siete años de vivir peligrosamente entre sobresaltos y sinsabores durante la lucha armada,  alternar sosegadamente en un resort  del Mar Negro con jóvenes contemporáneos suyos, algunos de ellos economistas como él y acaso oírlos discurrir entusiastamente sobre lo que iba a pasar en Checoslovaquia bajo la conducción de Alexander Dubček, el valiente propugnador de un “socialismo con rostro humano”.

Es muy verosímil que la experiencia haya dejado una inquietud y un interés perdurables en Teodoro.

Las armas de Argel fueron transbordadas a un buque de Kintex, naviera mercante oficial manejada encubiertamente por el camarada Velchev y puestas a buen recaudo, lejos de las manos del incombustible fidelista Douglas Bravo.

Cumplida su misión, Teodoro regresó a fines de año  a Venezuela donde  volvería a la clandestinidad hasta 1969.  Allí escribiría el libro que iba a cambiar su vida.

1968: annus mirabilis

Fue un año de estremecimientos.  A fines de enero comenzó la gran Ofensiva del Tet, en Vietnam. 85.000 efectivos del ejército norvietnamita y guerrilleros del Vietcong atacaron sorpresiva y simultáneamente Saigón y otras cuatro grandes capitales provinciales.

Aunque la ofensiva resultó en una aplastante derrota táctica para los norvietnamitas —tuvieron casi 45.000 bajas—, asestó un duro golpe psicológico que erosionó el apoyo a la guerra por parte del público estadounidense y el establecimiento político de Occidente. Cesó el estancamiento bélico que duraba ya cinco años y las tornas del conflicto comenzaron a favorecer claramente a Vietnam del Norte.

El artero asesinato del doctor Martin Luther King Jr. y el repudio que suscitó avivaron en todos los Estados Unidos manifestaciones, en ocasiones violentas,  contra el racismo y la intolerancia.

En Checoslovaquia, ahora con Alexander Dubček como primer secretario del Partido Comunista,  se echó a andar en abril un ambicioso Plan de Acción: no solo las reformas  económicas  concebidas por Ota Šik y su equipo sino también la democratización de toda la vida política checoslovaca.

Un malestar universal e inespecífico —contra la guerra, la moral sexual y la economía de consumo— hizo presa en la juventud europea, notablemente en la francesa: en mayo hablaron los adoquines, las barricadas callejeras y los memorables grafiti de París.

En Venezuela, el PCV, reventando caballos, desmoviliza  su maltrecho aparato armado y, todavía clandestino, aboca toda su militancia a la campaña electoral de Luis Beltrán Pietro Figueroa,  líder de un gran desprendimiento de Acción Democrática.

En Venezuela no habría nunca negociaciones de paz entre gobierno y guerrilla, tampoco acuerdo formal para un desarme supervisado internacionalmente, como mucho más tarde los habría en Centroamérica y Colombia,

Iban a funcionar, más bien, y de modo natural, desde finales de 1967, discretos canales personales entre “los mayores” del PCV y sus homólogos moderados de Acción Democrática, el gobernante partido de Betancourt,  algunos de ellos miembros de la llamada generación del 28 que habían combatido hombro a hombro dos dictaduras.

Pero todo eso estaba en el futuro y debían cumplirse todavía muchas etapas en el curso del año.  “Todo este complejo proceso fue interrumpido por la invasión soviética a Checoslovaquia, en agosto de 1968”,  recordará Teodoro tiempo después.

Un libro seminal

“Hacia el final de una  reunión de Comité Central, el Buró Político presentó lo que pensó que sería una resolución rutinariamente aprobada de apoyo a la invasión soviética, consumada días atrás.

Sin embargo, se produjo un animado debate en que, por primera vez en la historia del PCV, se debatió seriamente una política de la Unión Soviética” (4).

Instaurado así un debate que la dirigencia histórica habría preferido evitar, Teodoro elaboró un documento interno de casi 200 páginas sobre los sucesos de Praga.  Esas notas formaron la nuez de Checoslovaquia, el socialismo como problema.

Al leerlas hoy se advierte lo que Teodoro señalaría treinta años más tarde, en el umbral del siglo : “Es casi un libro ingenuo, candoroso, superado no solo  por los acontecimientos torrenciales que han tenido lugar en el mundo comunista —¡podría quizá tener un cierto valor premonitorio!—, sino también por el propio pensamiento del autor”.

Checoslovaquia… es todo él una prolija,  exhaustiva, elegante paráfrasis del pensamiento económico de Ota Šik. Al mismo tiempo contrasta lo esencial del Plan de Acción con un diagnóstico nada halagador de la política seguida hasta 1968 por el Partido Comunista checoslovaco en materia económica.

Aún admitiendo que el destinatario  de todo ello fuese un mondo y lirondo militante del Partido Comunista venezolano,  apenas imbuido de nociones —más bien supersticiones— marxistas, en definitiva un sujeto ajeno a la realidad checoslovaca y atento, naturalmente, a lo que planteaban el fin de la lucha armada y las tareas organizativas por venir en Venezuela, el resultado  trasciende el debate  partidista doméstico y se convierte en una depurada pieza académica de extraordinario valor permanente para la historia política global del siglo XX.

El don expositivo de Teodoro, y lo que llamaré su tono pedagógico, no es en modo alguno condescendiente. No prescinde de rigurosos excursos históricos sobre el modo en que el socialismo adivinó a cada uno de los países satélites de la Unión Soviética.

Su intención es hacer notar, amablemente, la excepcionalidad checoslovaca: una nación que ya era de capitalismo industrial avanzado cuando la atrasada Rusia hizo su revolución.

Le importa más al Teodoro de entonces hacer valer que las reformas acometidas por Dubček no buscaban insidiosamente la restauración del capitalismo, como afirmaba la propaganda del Kremlin, sino contrarrestar el asfixiante, aniquilador modelo soviético y ampliar así al máximo las posibilidades del singular grado de desarrollo de la sociedad checoslovaca de la época.

Checoslovaquia… es obra de un intelectual latinoamericano de inmensurable valía, un muy acabado ejemplo de lo que don Alfonso Reyes afirmaba era capaz “la inteligencia americana” plantada ante el ancho, ajeno mundo.

Con todo, a pesar de no proponer sino vindicar a los valientes camaradas checoslovacos, un conmovedor hálito de agonía moral escapa de cada página del brevísimo ensayo de Teodoro. Emana de la pregunta existencial por lo que en el prólogo que cito, Teodoro llama  “la condición comunista”.  La condición de todos los comunistas del mundo.

“Se trata —nos dice— de un extraño animal político. Un militante con virtudes de integridad, abnegación y disposición al sacrificio extraordinariamente bien cultivadas, pero, simultáneamente casi robotizado en cuanto atañe a su partido y la URSS.

[…]

“Devotos y entregados templariamente a la causa, dispuestos a admitir que lo blanco era negro y también a la viceversa, si tal era la voluntad de Moscú.

“Los militantes comunistas mantuvieron siempre, respecto de sus partidos y del movimiento en general, y por encima de todo, respecto de la URSS y sus dirigentes, una relación de alienación que constituye como fenómeno político y psicológico un caso absolutamente sin precedentes ni paralelo. Lo único posible es que ofrecen las grandes religiones.

[…]

“Hay una  trágica grandeza y un desesperante patetismo en todo esto. Millones de personas en el mundo, incluyendo muchísimos de los más prominentes intelectuales del siglo XX, renunciaron a su capacidad de pensar o, lo que es más exacto, aceptaron pensar solamente dentro de las coordenadas ideológicas estipuladas por el partido —en última instancia por el partido comunista soviético, puesto que cada partido nacional no ha sido sino sino vicario local de la gran divinidad soviética”.

Cuando el 21 de agosto ocurrió la invasión soviética, comenzó entre los comunistas venezolanos la conmoción que,  avivada por el documento de Teodoro,   culminaría en menos de dos años con la división del PCV. Y todas sus consecuencias, primordialmente para la vida de Teodoro.

Cultivo la superstición que favorece los trípticos y así como Deutscher vio en León Trotsky un profeta armado, otro desarmado y un tercero en el exilio, distingo yo en Teodoro una vida ñángara, otra de parlamentario socialdemócrata y una  tercera, quizá la más heroica como escritor y periodista claramente liberal,  en combate solitario y desigual con Chávez y sus cortagargantas.

Notas

1 Alonso Moleiro, Solo lo estúpidos no cambian de opinión, Libros Marcados, Caracas, 2006

2 Teodoro Petkoff, “La división del Partido Comunista de Venezuela”.Revista Libre. N° 1, (París, septiembre-noviembre, 1971), p. 19.

3 Documento del Archivo Estadal de Bulgaria. ЦДА, ф1Б оп 34 а.е.67 Документ (government.bg). Protocolo estenográfico. Comitée Centreal del Partido Comunista Búlgaro. Trad. Teodora Petkoff Katsarova.

4 Norman Gall, Teodoro Petkoff: The crisis of the Professional Revolutionry, Part I: Years of Insurrrection”, (NG-1-72), Fieldstaff Reports , East Coast, South America Series, Vol XVI, N°1,1972. Cito de la traducción al español disponible en www.tropicoabsoluto.com