“Libro peculiar y revelador: sucesión de documentos breves o fragmentos de cartas, memorias, artículos de prensa, relatos u obras dramatúrgicas, Sujij no añade ni una palabra. Escoge los fragmentos y los ordena”
Por NELSON RIVERA
Hay un océano Chéjov que los lectores occidentales no conocemos. Anchas y profundas aguas de especies en ruso, ucraniano, georgiano y otras lenguas eslavas. Está constituida por decenas de biografías de varia especialidad (Chéjov médico; Chéjov y el teatro; Chéjov y sus hermanos; Chéjov y su hermana Masha; Chéjov y sus amantes; Chéjov y Moscú; Chéjov y San Petersburgo; Chéjov y Mélijovo; Chéjov y Olga Knipper; Chéjov en Yalta; y más); centenares —quizá miles— de estudios sobre lo imaginable: el rechazo de Chéjov al rechazo, por ejemplo; hay institutos, bibliotecas, museos, archivos gubernamentales, colecciones, centros académicos, cátedras y círculos de expertos chejovianos; grupos de teatro especializados.
Cuando publicó la primera versión (1997) de su abarcadora biografía de Chéjov, Donald Rayfield —que investigó en fuentes eslavas— lo advirtió: faltaban décadas para que el corpus básico de la bibliografía sobre Chéjov fuese accesible. La aparición en español de Chejov, escenas de una vida (2007) de Rosamund Bartlett, experta inglesa en literatura rusa, mostró otras alcabalas y cerraduras: nudos creados por la burocracia estatal rusa o el papel cumplido por el estalinismo como santificador de Chéjov también debían contarse entre las dificultades.
He dado este rodeo para llegar a Chéjov en vida. Una biografía en documentos de Ígor N. Sujij, publicada en 2011. Libro peculiar y revelador: sucesión de documentos breves o fragmentos de cartas, memorias, artículos de prensa, relatos u obras dramatúrgicas, Sujij no añade ni una palabra. Escoge los fragmentos, como quien pesca con una caña en la vastedad de un océano, y los ordena. Entre los autores, unos 60 o más son rusos, muchos de ellos escritores que fueron amigos o conocidos de Chéjov. En sus fragmentos hay piezas con luz propia, palabras cargadas de señales, frases que se abren paso hacia las zonas recónditas de la personalidad de Chéjov.
Chéjov en vida. Una biografía en documentos contiene 50 capítulos temáticos. No siguen un orden cronológico. Remiten a las cosas que importaban a Chéjov: Fobias, Escuela, Familia, Humor, Viajes, Tolstoi, Bunin, Gorki, La gaviota, Enfermedad, Testamento y más. Entre los autores de los fragmentos se cuentan unos 60 o más, capturados en el océano chejoviano de Rusia, Ucrania, Georgia y otras naciones vecinas. Se podría decir: donde la biografía de Rayfield alcanza sus límites, Sujij la complementa y extiende.
La selección de Sujij otorga a las emociones un estatuto preeminente y triunfal. Los fragmentos dan cuenta de dos fenómenos indisolubles. El primero: el Chéjov inasible. Elusivo y desconcertante, pero siempre magnético. Atraía y repelía a un mismo tiempo. Tocaba la flauta y ponía obstáculos. Convocaba y escapaba. Sin embargo, a su alrededor insistían: sus examantes desairadas, sus amigos pospuestos, sus familiares a los que había castigado con su silencio.
El segundo fenómeno, contraparte del anterior: pugnaban por desentrañarlo. Alcanzar los secretos de su alma. Relacionarse con el escritor —ni siquiera Tolstoi evitó la tentación— era sumarse a un juego sin final, que se reeditaba con casi inocente energía: descubrirlo. Mirarlo por dentro. Como si cada oportunidad que apareciese fuese, por fin, el momento en que Chéjov se mostraría.
Y algo de esa verdad elusiva se cuela en estas páginas apreciables. En distintos capítulos, el recuerdo de la infancia aborrecible, provocada por la tiranía paterna. En una carta de enero de 1889, Chéjov le dice a su hermano Alexsandr: “Te pido que recuerdes que el despotismo y la mentira arruinaron la juventud de tu madre. El despotismo y la mentira mutilaron nuestra niñez hasta tal punto que me da asco y miedo recordarlo. Recuerda aquel terror y repugnancia que sentíamos cuando, a la hora de comer, nuestro padre entraba en cólera porque la sopa estaba demasiado salada o trataba a mamá de imbécil”. En abril de 1893, en otra carta al mismo Alexandr, insiste: “Nuestra niñez estuvo sembrada de horrores, teníamos los nervios abominablemente arruinados, no había dinero ni lo habría, como tampoco destreza ni valentía de vivir, la salud era ruinosa, para nosotros el buen humor era casi inaccesible”.
Potapenko, Bunin, Kuprín
Ignaty Nikolayevich Potapenko, que fue narrador y dramaturgo ucraniano, amigo de Chéjov, escribió en Algunos años con Chéjov: “No, Chéjov no era ni un ángel ni un hombre justo, era un hombre en el sentido justo de la palabra. Y este equilibrio y sobriedad con que sorprendía a todos aparecieron después de tortuosas luchas internas, que difícilmente podrían considerarse trofeos. El artista le ayudó en esa lucha, le exigía para él todo su tiempo y sus fuerzas, y la vida no estaba dispuesta a ceder nada sin combate. Y con toda la razón: para ser un gran especialista en la vida es necesario experimentar sus caricias y golpes en carne propia. ¿Acaso Goethe y Pushkin eran hombres justos, acaso no estaban sumergidos pusilánimemente en las diversiones del mundo vano?”.
Iván Bunin, que sería el primer escritor ruso en recibir el Premio Nobel de Literatura (1933), fue amigo entrañable de Chéjov en sus últimos años. “Progresivamente fui conociendo cada vez más y más su vida. Empecé a darme cuenta de cuán variada era su experiencia, comparé la suya con la mía y empecé a entender que, en comparación, yo era un chiquillo, un crío. Pues antes de los treinta años había escrito Una historia aburrida, Tifus y otras obras que sorprendían por su experiencia”.
Elogiado por Tolstoi, ganador en 1909 —junto a Bunin— del Premio Pushkin, Aleksandr Ivánovich Kuprín, escribió el que ha sido elogiado como uno de los mejores textos memorísticos sobre Chéjov: “Creo que siempre, de mañana a tarde, y puede que incluso de noche, en sueños y desvelado, se desarrollaba en él un trabajo invisible, pero obstinado, a veces incluso inconsciente; el trabajo de sopesar, definir y memorizar. Sabía escuchar y preguntar como nadie, pero a menudo, en medio de una conversación animada, se podía advertir cómo su mirada atenta y benévola de pronto se tornaba inmóvil y profunda, como si huyera a algún lugar a su interior para contemplar algo misterioso e importante que había ocurrido en su alma. Era entonces cuando Antón hacía sus preguntas extrañas y sorprendentemente inesperadas, que no tenían nada que ver con la conversación, y que tanto desconcertaban a muchos”.
*Chéjov en vida. Una biografía en documentos. Ígor N. Sujij. Traducción: Frederic Guerrero-Solé y Oksana Gollyak. Alba Editorial. España, 2011.