JULIO VILLANUEVA CHANG, HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, EUGENIO MONTEJO, JUAN VILLORO Y JOAQUÍN MARTA SOSA

Por NILO PALENZUELA

La Editorial Pre-Textos publica en 2022 el segundo volumen de Obra Completa. Ensayo y géneros afines del venezolano Eugenio Montejo. Antes, en 2021,  había reunido buena parte de la poesía. Queda pendiente la producción heteronímica, que aparecerá en una tercera entrega. Lo que ahora se presenta amplía con mucho la visión de la obra ensayística del poeta, de lo antes reunido en La ventana oblicua (1974)  y El taller blanco (1983).

El volumen permite comprender mejor la evolución de su obra creativa, las obsesiones, las ideas, sus perspectivas de escritura. Pero también sitúa ante coordenadas críticas de las que ha sido destacado impulsor en nuestra lengua. En los textos redactados entre  1966 y 2007, Eugenio Montejo entreteje los asideros de un pensamiento poético que se abre camino desde la posvanguardia y que constituye una suerte de despedida del legado idealista y constructivo de la modernidad. En más de mil páginas transita por una perspectiva que, si gira hacia la producción poética de su inmediato pasado, lo hace para subrayar que se halla en un tiempo de reflexión y autoconciencia diferentes. Las expresiones modernas, desde el romanticismo a las vanguardias, están ahí y no pueden soslayarse, pero el espacio histórico y cultural se dispersa ya en múltiples direcciones.

A la luz de los ensayos se advierte, en efecto, que el poeta venezolano contribuye al despliegue de la mejor crítica transnacional latinoamericana, aquí donde lo específicamente nacional se interrelaciona de inmediato con contextos, obras, autores que, si sirven de soportes de prestigio a la reflexión, también resguardan la unidad de una cultura que en desplazamientos expansivos, a menudo coloniales, va camino de la disolución. Un principio se ofrece como defensa del legado crítico europeo: se piensa lo propio en la medida en que se piensa lo ajeno. Si lo lejano se hace cercano, la escritura se resguarda de los particularismos. La utopía de un espacio ilustrado e intercomunicado se mantiene, aunque en su expresión vaya camino de lo rizomático.  Lo nacional, entonces, se halla atravesado por la modernidad, y las tradiciones propias por una Weltliteratur que facilita el conocimiento de lo que se hace —este poema, aquel ensayo—, a condición de que se conciba incorporado al tejido contemporáneo.

El escritor, además, con clara idea del crecimiento de la crítica desde una noción de historicidad custodiada por los academicismos, no solo deja pistas sobre sus inquietudes más genuinas, sino que diseña los caminos por los que se puede transitar en los tiempos que han llegado, estos que, como sugiere Eugenio Montejo con cierta sorna, pueden definirse como poscontemporáneos. El lector, el poeta, el ensayista, interpretan desde una atalaya crítica que hace ver lo mejor más allá de las fronteras de países y de idiomas, aun sorteando no pocos precipicios para un discurso que se quiere riguroso.

Dentro de esta cartografía o baedecker poéticos que asciende desde finales de la Segunda Guerra Mundial, Montejo adelanta los puntos de referencia. Y lo hace con  autores que parecen fuera de toda discusión, a los que dedica un ensayo o a los que alude para establecer semejanzas y diferencias. Los hay  británicos, irlandeses o angloamericanos: Blake, Yeats, Pound, T. S. Eliot, W. C.  Williams, Wallace Stevens,  W.H. Auden, Cummings…; alemanes o austriacos: Novalis, Friedrich Schlegel, Else Lasker-Schüler, R.M. Rilke, Gottfried Benn, Karl Kraus, Ingeborg Bachmann…; franceses: Baudelaire, Rimbaud, Valéry, Perse, Bousquet, Breton, Char, Bonnefoy…; portugueses o brasileños, Pessoa, Sá-Carneiro, Drumond de Andrade…; rumanos,  Cioran, Lucian Blaga;  catalanes (Espriu), griegos (Cavafis, Elytis), italianos (Ungaretti), rusos (Tsvetáyeva)…

Junto a ellos, los otros soportes que contribuyen a la fortaleza del pensamiento crítico: por un lado, los clásicos (San Juan de La Cruz, Cervantes, Góngora…); por el otro, numerosos poetas y escritores latinoamericanos que proceden del modernismo y de sus postrimerías, hasta los próximos a su generación; finalmente, la perspectiva que da sentido a la nueva posición crítica y que justifica este gran esfuerzo comparatista. Digámoslo así: se escribe desde un lugar, desde un país y desde un entorno cultural donde pueden habitar varias tradiciones y hasta contradictorios lenguajes, pero que, si se contextualizan adecuadamente,  queda a la vista “lo mejor” en el tejido poético internacional.  En lo cercano, Eugenio Montejo tiene sus referentes contemporáneos: J.A. Ramos Sucre, Juan Sánchez Peláez y Vicente Gerbasi. Con ellos, ya desde la creación y la crítica, desde la oralidad o desde la ladera vanguardista, constituye lo propio en medio de corrientes reconocibles en los contextos contemporáneos. Es lo que salva del ensimismamiento en un país o en una región: la mirada transnacional.

La suerte crítica se expone así sobre el tablero de una weltliteratur: la mejor poesía se vislumbra desde el comparatismo y la transversalidad, de lenguas y literaturas, desde súbitas relaciones que asimismo sortean épocas y lugares.

El nacimiento de este pensamiento poético es reconocible. Si tiene sus fuentes en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, se despliega después de las vanguardias históricas, después de 1945 y desde los años cincuenta y sesenta, cuando el viejo orden cultural ha quebrado y las perspectivas historicistas permanecen atrapadas en las fronteras nacionales. Ahora, en efecto, a la estela de un segundo vanguardismo, se une la libertad expresiva que venía caminando desde el romanticismo inglés y que, en la poesía norteamericana, se ha generalizado. Las bases de una fenomenología de la expresión, la propia y la compartida, encuentran ahora otros puntos de apoyo. El escritor puede incardinar sus poemas en un pensamiento poético, aunque solo sea para tomar arrancadilla o para tener algunas certezas en medio del dudoso territorio sobre el que pisa.

La procedencia en español de esta orientación crítica es clara y bien la conoce Montejo. Luis Cernuda, al que dedica un ensayo, había puesto ante una perspectiva donde el sujeto sanciona, como intérprete, lo más valioso en la expresión poética. Cernuda publica en México Pensamiento poético en la lírica inglesa del siglo XIX (1958). Aquí expresa la voluntad de elegir lo mejor y lo más destacado allende las fronteras, al tiempo que vincula pensamiento y creación, como si lo uno condujera a lo otro. Es la lección que aprende en los románticos y, sobre todo, en los escritos de Matthew Arnold y T.S. Eliot, autores presentes en los artículos de Montejo.

Octavio Paz, desde Cuadrivio, había mostrado el impacto del pensamiento y la poesía de Cernuda. Paz es el reconocido precedente del venezolano. El autor de El arco y la lira y Los hijos del limo se movió en este sendero, aunque también había incorporado el pensamiento filosófico heideggeriano sobre la poesía, muy presente en México durante los años cuarenta. Asimismo, en esta manera de ejercer el juicio estético, se adopta la perspectiva de autoritas que viene directamente del pensamiento poético anglosajón.

Es el camino por el que transita Eugenio Montejo en el espacio americano. A cada instante las coordenadas transnacionales se amplían, pero de igual modo la presencia de escritores venezolanos, mexicanos, cubanos, ecuatorianos (1)… Todo puede acrecentarse bajo el suelo desde el que se escribe: Cernuda lo hace desde la melancolía de exiliado español; Paz, desde su laberinto mexicano; Montejo, desde el cosmopolitismo de la cultura venezolana.

La opción ha dado lugar a un diálogo frecuente entre los  escritores de nuestra lengua y supone un capítulo esencial en la expansión de la alianza entre crítica y poesía cuando el andamiaje cultural se agrietaba en la posguerra y cuando se emprendía una diáspora sin fin. La nueva cartografía poética, si no fuera por el hecho de resguardar la unidad, llevaría a indicar que el centro puede estar en todas partes, pero tiene sus limitaciones en los fundamentos desde donde ejerce sus postulados: ¿quién o quiénes determinan que una pieza sea grande y otra pequeña, una luminosa y otra invisible? ¿Quién o qué filosofía faculta después de 1945 para dar autoridad a mediadores e intérpretes, que han de emitir juicios sobre lo mejor y lo peor? ¿Quién, desde las mutaciones culturales del medio siglo? ¿No se trata más bien de posiciones de cercanía o de lejanía que cambian a nada se adopten otros ángulos de visión, a nada que nos acerquemos o nos alejemos a una obra concreta, a nada que aparezcan criterios ajenos a una estética euroamericana? ¿Qué pasa con los escritores nacionales o regionales considerados menores? ¿Se han de interrelacionar los unos con los otros en el mismo nivel, entre sus iguales en el dominio internacional? ¿Han de verse solo ante los autores de referencia? ¿Cuántos se harán visibles si no circulan por las redes internacionales del poder económico y cultural? Por decirlo de otra forma, ¿cuántos escritores de Quito o Guayaquil, de Caracas o Montevideo, de San José o de Managua, serán dignos de mencionarse en esa suerte de beadecker de prestigio de una literatura universal? ¿Se puede mantener una opción crítica que se explica por su genealogía europea y su voluntad de mantener una unidad metafísica, histórica, hermenéutica? Y las culturas que utilizan el francés, el inglés, el español, el portugués en África, ¿pueden hallar sitio en estos ejercicios de codificación y de referencia? ¿Y las otras lenguas nativas?

Sin duda, este tiempo deberá abrir otras maneras de comprender la diversidad y los múltiples ejes sobre los que gravita la creación poética. Pero Eugenio Montejo, como Octavio Paz en Los hijos del limo, enseña que ese código de sujeción crítica e intercambio deshace los nacionalismos más simples y garantiza un diálogo internacional desde el plano “ilustrado”, desde la idea de que la unidad traída por la Ilustración todavía es posible, aunque las afirmaciones surjan sobre un fondo de crisis permanente. Acaso algo más: esta puesta en escena del pensamiento poético latinoamericano da a los escritores la consciencia de pertenecer a una cultura común, a una misma lengua y a un mismo continente, y también abraza la continuidad de los orígenes europeos. Podría decirse que los discursos diferenciales ganan en amplitud y  cristalizan, como cuerpos isomorfos, en un mismo sistema de pensamiento poético.

Junto a esto, y no menos relevante, quedan las obras, las vidas de unos y de otros, de aquellos que, como Montejo, lo arriesgan todo en la expresión poética cuando los dioses —también los políticos— han huido. Sus palabras adivinan perfiles, entreabren pasajes para la comprensión de obras y figuras. Con aguda sensibilidad, los ensayos siempre tienen un objeto, un poema, un autor concretos.  Entonces aquello que le ha cautivado y sobre lo que ha escrito con agudeza se nos hace indispensable; así cuando volvemos a Cernuda, a Paz, a Lucian Blaga, a Fernando Pessoa, a Carlos Pellicer, a César Dávila Andrade, a Ana Enriqueta Terán, a Vicente Gerbasi.  Así, también, con los artículos que dedica a los artistas Jesús Soto y Alirio Palacios, a Armando Reverón, al canario Eduardo Gregorio.

La guía de sus referencias conduce, asimismo, a temas poco transitados. Un ejemplo: la experimentación tipográfica y la dimensión abierta de los textos que se dio en maestros de la Weltliteratur, en Mallarmé o en Ezra Pound, conducen a recuperar, desde la ladera nacional, a exponentes de la expresión americana poco conocidos en el dominio poético. Así, Sociedades americanas (1842), de Simón Rodríguez, no se observa desde la historia o el pensamiento, sino desde la estética y desde la transgresión poético-visual. Con referentes como Pound o los “concretos”, la audacia crítica de Montejo lleva a atraerlo al presente como escritor en medio de las expresiones contemporáneas. La disposición visual de letras y signos en la página, la inclusión de nuevas tipografías, la lectura icónica del texto, se hallan en Sociedades americanas, de suerte que el maestro de Simón Bolívar dialoga con el modernism angloamericano o con la poesía visual de mediados de siglo XX. Todos los autores pueden ahora volverse contemporáneos. La interpretación historicista y lineal ha dejado paso al atrevimiento de la nueva hermeneusis. No obstante, algo persiste, algo que puede enunciarse con palabras del propio Simón Rodríguez y que acaso está en la base de las posiciones críticas que Eugenio Montejo contribuye a extender: «La América no debe imitar servilmente».

El libro que publica Pre-Textos está lleno de perspectivas y de referencias deslumbrantes. Con Eugenio Montejo, con la mediación de sus editores, de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Graciela Yáñez Vicentini, tenemos a la vista un modo de pensamiento que ha sido germinal para la creación poética. Con Eugenio Montejo continuamos aprendiendo lo que no podemos dejar de ser, por mucho vacío que se nos haya venido encima.

Referencias

1 En esta misma línea de apertura comparatista pueden verse los ensayos del poeta y crítico ecuatoriano  Mario Campaña en De la espiral y la tangente, Editorial Festina Lente, Quito – Guayaquil – Ecuador, 2022.


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