Por WOLFGANG GIL LUGO
“El castigo mayor es ser gobernado por otro más perverso cuando el hombre bueno no quiera gobernar”. Platón (Rep., I, 373c).
En el año 1980, el profesor Federico Riu escribió un artículo para la revista Nueva expresión, una publicación estudiantil de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Dicho artículo poseía la característica de no ser un texto erudito, sino la sincera manifestación de una pregunta fundamental, la cual tuvo ocasión de surgir cuando llegó a los oídos de Riu la melodía de los Beatles, proveniente del tocadiscos de un joven vecino.
“¿En qué puedo ayudar a esta juventud que grita: Help!? Como intelectual, ¿qué debo o puedo hacer?”
Por las mismas palabras de Riu, podemos inferir que interpretó ese hecho como una llamada desesperada de la juventud a la cual los filósofos profesionales deberían responder de alguna manera.
La respuesta no es fácil, pues la filosofía es una disciplina que, a diferencia de las otras, parece que siempre debe estar justificando su objeto. A un médico, por ejemplo, nadie le pregunta cuál es la función de su profesión. Cuando alguien conversa con un galeno, lo más seguro es que aproveche la ocasión para consultar sobre alguna dolencia. Sería fácil multiplicar los ejemplos con respecto a ingenieros o abogados.
Otra cosa sucede con los filósofos. Si esa misma persona conversa con un filósofo, lo más usual es que pregunte sobre qué trata la filosofía, no sobre cómo esa disciplina intelectual podría mejorar su forma de pensamiento. Ante ese hecho, el filósofo puede tomar una actitud soberbia y achacar la culpa a la ignorancia al público sobre la naturaleza de su oficio. Por otra parte, puede que el mismo filósofo reconozca humildemente que comparte esa misma ignorancia.
El desconcierto
Este fenómeno tiene una explicación. Si bien la filosofía nació con la finalidad de dar cuenta del lugar del hombre en el universo, dicha finalidad se perdió en el devenir histórico. Desde la modernidad, el tema del sentido de la vida se ha convertido en un tema proscrito dentro del ámbito de la educación superior.
Sobre este punto, Anthony Kronman (Education’s End, 2009) sostiene que se ha perdido uno de los propósitos centrales de la educación universitaria. Dicho propósito consiste en explorar la cuestión del significado de la vida de una manera disciplinada, para transmitir a los estudiantes un conocimiento de la gama de respuestas imperecederas a la pregunta de qué es lo más importante en la vida y por qué.
Debido a esa carencia, gran parte de la filosofía actual vive en un desconcierto. En el ámbito académico, los textos clásicos se abordan como objetos culturales sobre los cuales se ejercita el intelecto diseccionador. Referir el tema del sentido de la vida, en una reunión de filósofos profesionales, puede producir sonrisas condescendientes.
Recuperar la orientación
Desde las figuras fundadoras de Platón y Aristóteles, la filosofía ha tenido la función de pensar sobre la naturaleza del ser, pero no solo por un afán exclusivamente especulativo, sino para ponerlo al servicio del desarrollo de la conciencia individual, así como de la consolidación del bien común. Tras la metafísica está la intención de fundamentar una visión del mundo, la cual incluye la aspiración a una vida significativa y a la participación en una política realmente humana.
Según A. N. Whitehead, en su apasionante obra Aventura de las ideas, la función de la filosofía es doble. En primer lugar, al igual que las otras disciplinas, debe colaborar en la evaluación de las oportunidades de supervivencia física, necesidad que compartimos con todo el reino animal. En segundo lugar, la filosofía tiene la misión específica de asegurar que se cumpla con la evolución espiritual de la humanidad.
“La filosofía deberá buscar el modo, por oscuro que pueda parecer, de escapar a la enorme ruina de una especie viviente que es sensible a valores superiores a los de la simple satisfacción animal” (p. 168).
Esa visión de Whitehead sobre la evolución espiritual no es compartida por las corrientes más importantes de la filosofía profesional. Por ejemplo, si bien la filosofía de corte positivista exalta la razón y la argumentación, ha renunciado al valor. Es común que siga la tendencia emotivista donde el valor se reduce a sentimiento.
Por otra parte, las filosofías de corte existencialista y posmoderno parten de la investigación del sentido de la vida, pero concluyen en su negación, por consiguiente, pasan a la exaltación del absurdo y la promoción del nihilismo.
De la misma manera, las filosofías de la praxis reducen el sentido de la vida a un valor sometido al devenir histórico, por eso concluyen exaltando a la lucha de clases y la violencia revolucionaria.
En otras palabras, en todos estos casos, las corrientes filosóficas parece que se quedan atrapadas en la modernista ratio (la razón calculadora) y desprecian al logos clásico (o razón valorativa). Por otra parte, el pensamiento sobre la democracia no tiene un protagonismo dentro de las corrientes principales de la filosofía en el mundo. Nombres como los de Raymond Aron o Norberto Bobbio son clasificados como politólogos y cortésmente excluidos de los ambientes filosóficos. Tal vez a los únicos que se les permite participar, de forma moderada, sea a Karl Popper y Hannah Arendt.
La filosofía desde Venezuela
Es muy importante, para el filosofar, el imperativo socrático de conocernos a nosotros mismos. Para cumplir con dicho mandato, debemos tratar de saber cuál es nuestra identidad y nuestro propósito, así como ubicar dicho saber en nuestra situación. Para eso debemos reflexionar sobre nuestra propia naturaleza y el lugar que ocupamos en el universo.
Si llegamos a la conclusión de que somos seres racionales y que debemos defender esa dignidad, entonces, en estos momentos, la misión de la filosofía en Venezuela es la de enfrentar una de las crisis más profundas de la vida republicana.
Antes de la crisis, la filosofía parecía un ejercicio intelectual algo superfluo. La mayoría de los profesionales filosóficos nos dedicábamos a la historia de la filosofía, aun los que no eran practicantes de esa especialidad. Por otra parte, el asunto era ponerse al día de lo que se produce en Europa y los Estados Unidos. En tal sentido, siempre íbamos con retraso.
Como resultado, vivíamos flotando sobre las aguas del ensimismamiento, es decir, la idiotez, lo que los antiguos griegos consideraban el pecado más grave contra la vida asociada. De esta forma, terminamos dándole la espalda a las exigencias de la república democrática.
Nuestro ejercicio de la filosofía no nos preparó para lo que iba a suceder. Luego, nos costó mucho comprender lo que había sucedido. En tal sentido, le podemos dar la razón a Hegel cuando decía que el búho de Minerva siempre llega al atardecer. Estamos en uno de esos momentos de la historia donde hay que considerar el porvenir. Ahora, el filosofar tiene como misión ayudarnos a pensar cómo salir de esta catástrofe. Es el momento de seleccionar cuáles son los pensamientos que nos pueden ayudar a recuperar la sociedad abierta.
Todavía estamos muy confundidos. Ahora bien, los profesionales de la filosofía nos encontramos tratando de sobrevivir, tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales. Una conspiración de la urgencia dificulta hacer lo importante: pensar el país. No es un asunto de cambiar los programas universitarios, sino que los pensadores tomen la responsabilidad de crear la visión de futuro de la nueva democracia.
Los ideólogos contra Venezuela
Hemos visto desfilar una larga fila de pensadores de la nueva izquierda en visita de turismo político a nuestro país. Contamos con el honor de haber sido visitados por nombres tan prestigiosos como los de Noam Chomsky, Antonio Negri, Gianni Vattimo y muchos más. Estos pensadores se han convertido, en mayor o menor grado, en cómplices de un gobierno totalitario, tiránico, genocida y asociado con el narcotráfico y el terrorismo internacional.
En otras palabras, no solo debemos sufrir la supresión de las libertades, los crímenes contra los derechos humanos, la debacle económica, la diáspora, el imperio del crimen, y, en general, la anomia, también debemos sufrir la falta de solidaridad de buena parte de la intelectualidad internacional. Los pensadores demócratas nos sentimos en una situación de orfandad.
Según un grupo de profesores de la Universidad Complutense de Madrid, asociados al partido político español Podemos, en Venezuela se realizó la utopía del socialismo. Es una evidencia tan grande que debe avergonzar a todos los intelectuales “burgueses” que no han creído en ella. Uno de estos profesores españoles escribe, en un libro dedicado a su experiencia venezolana:
“Puede que Venezuela sea el revulsivo que haga despertar a los intelectuales de un sueño dogmático, de lo que podría llamarse el sueño dogmático de la sociedad moderna”. Carlos Fernández Liria: Comprender Venezuela, pensar la democracia. El colapso moral de los intelectuales occidentales, p. 14.
Estos autores encuentran, en el estado fallido que se ha convertido nuestra república, la confirmación de sus ideologías totalitarias. Según la versión de estos opinadores distantes, resulta que nosotros, testigos y víctimas de un régimen tiránico, sufrimos de un sueño dogmático y necesitamos despertar. Tal vez lo inverso sea lo cierto.
Estos ideólogos promueven una visión distorsionada de la realidad. A través de su aguda mirada, George Orwell puso de manifiesto uno de los grandes problemas de la política y de la filosofía: la neolengua. Dicho término designa la forma más radical de lenguaje con el propósito de manipulación ideológica. La neolengua produce una disonancia cognitiva, una especie de hipnosis emotiva, que dificulta ver a las evidencias empíricas. En este fenómeno, el pensamiento se somete al lenguaje. Esta es la tradición sofista de la retórica, la cual, hoy en día, ha sido heredada por la cultura posmoderna.
En cambio, la tradición socrática exige que el pensamiento recupere el control sobre el lenguaje. Si queremos poner las cosas en orden, necesitamos una filosofía crítica que derrote a la manipulación del lenguaje y que restablezca a los principios éticos, los cuales han sido suspendidos por las pasiones políticas.
En resumidas cuentas, ¿qué le podemos decir los filósofos venezolanos a una juventud que clama por auxilio porque ha visto a su nación reducida a escombros por una tiranía gansteril? Si seguimos el ejemplo de Sócrates, tal vez la respuesta apropiada sea que filosofar en Venezuela es cumplir con la misión de denunciar a las ideologías totalitarias que se proponen perpetuar la dictadura, así como también colaborar con la reconstrucción conceptual de la lucha democrática por un país más justo.
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