Por FREDDY LUJANO
Me parece verte allí, cualquier tarde de lunes en el Instituto de Teología para Religiosos (ITER) en Altamira, en nuestra tertulia previa a tus clases sobre Ética y empresa, tu llegabas temprano y yo, ex profeso, también lo hacía para ganarle a la vida esos minutos de absoluta profundidad y genuina amistad, sentados en el patio, para escuchar tus genialidades, a ratos llenas de pragmatismo, a veces algo incomprensibles, pero eso sí, siempre disruptivas, y de tanto en tanto calladas por tu extraordinaria sencillez cuando veías caminar cerca de nosotros al poeta Rafael Cadenas, y me decías en voz baja, como un niño entusiasmado por un paseo dominguero, “mira, pana, allí va el poeta Cadenas, es increíble que nosotros estemos aquí, pisando el mismo suelo y respirando el mismo aire que ese ser tan excepcional”. Ah, qué riqueza de humildad, mi querido Emeterio, solo posible de hallar en alguien como tú, nacido en un lugar llamado La Vecindad en la Isla de Margarita, criado en El Tigre, estado Anzoátegui, con el espíritu de estudiante en Mérida, y en permanente carrera por hacernos encontrar a Dios en algo tan despreciado socialmente como las relaciones de intercambio, donde tanto nos insistías que la existencia misma cobra sentido, pues precisamente allí planteabas dónde se construye el desarrollo espiritual de la gente, siempre y cuando se conciba al mercado, en tus propias palabras, “como el conjunto total de las relaciones de intercambio, a través del proceso en el cual los hombres dan y reciben, ofrecen y demandan bienes y servicios, prestaciones y contraprestaciones, éticas, estéticas, políticas y económicas”.
Te conocí por primera vez a principios de los años ochenta por el acertado consejo de mi profesor de Metodología y amigo mutuo Tomás Páez, quién me sugirió que si en verdad quería llegar a comprender la fragilidad de las ideas de Marx nada mejor que asistir a tu defensa de un Trabajo de Ascenso que, en los siguientes días, tú harías en nuestra querida Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad central de Venezuela (FACES-UCV). Jamás podré olvidar tu maestría para señalar, con la fuerza metafórica de tu discurso, cómo demolías el concepto de Valor marxista, frente a un implacable trío de jurados aún más marxistas que el propio Karl, con una simple cajita de fósforos que, con sumo cuidado, colocabas en el suelo para demostrar tu argumento de que aquella cosa banal allí arrojada aún conservaba su valor, independientemente de la cantidad de trabajo que tuviera o no detrás. Maravillas de tu genio oriental, y de tu pasión por derrotar el dogmatismo. Recuerdo que un día te lo referí a modo anecdótico en el balcón de tu casa, una tarde de café con el imponente Ávila frente a nosotros, y te sorprendiste de que yo recordara aquel episodio con tanta precisión, unos veinte años más tarde. Difícilmente uno olvida algo que otra persona lucha por obtener con tanto entusiasmo, al punto de no dejar más alternativa, después de hacer demoledoras pero infructuosas preguntas que aprobar con imperiosa gallardía tu Tesis.
Era la misma pasión con la que llegaste un día al ITER otra tarde, con el borrador en mano del pequeño libro cuyo título inicia este escrito, me comentaste brevemente que iba el asunto, y sin misericordia alguna me lanzaste la pregunta que traías a la clase: “Pana, ¿qué es lo humano en ti?”. Y lo hiciste con la fuerza arrolladora de ese gesto tan característico tuyo que ahora evoco, un gesto a la vez poderoso y retador, que hacías con tu mano derecha, la cual se invertía en el inclemente trayecto hacia nuestras caras, muy parecido a un lanzamiento estelar de nuestro pitcher por aquel entonces en las Grandes Ligas, el merideño Johan Santana; efectivamente, como si un campeonato mundial dependiera de esa simple pregunta tuya, lanzabas una curva dirigida a más de 90 millas, al corazón mismo de, en tus propias palabras, “el insondable espíritu humano”. Y es que tu vida intelectual fue un viaje hercúleo de ruptura personal con todo dogma, con toda simpleza intelectual, para descubrir y, sobre todo, para proponer nuevas interpretaciones del mundo que trascienden las concepciones naturales o mecanicistas, científico tecnocráticas, tanto de derecha como de izquierda, y se conectan con el “alma” humana, que no es más que Dios en nosotros, como has escrito varias veces. Allí, en esa plaza, justo aquella tarde, tu figura era como la de Sócrates, cuya atención dos mil quinientos años antes también giraba alrededor de la Moral y la Ética, y cuya metodología de enseñanza se basaba en la Mayéutica, arte de plantear preguntas para que el alumno genere nuevo conocimiento, a partir de un proceso de hondo pensamiento. Se convertía así aquella apacible plaza del ITER en una especie de ágora fantástica, aquellos quizá bajo la sombra de un Olivo característico de Atenas, nosotros con la sombra fresca de un Apamate en Altamira.
Para un estudiante de la Escuela de Sociología en los ochenta, en una Facultad cuya atmósfera intelectual estaba mayoritariamente impregnada de la ideología marxista, un estudiante que, viniendo de la militancia de izquierda, en movimientos sociales en zonas populares de Caracas, pero decidido a descubrir otras miradas y explorarlas, encontrar un profesor que se atrevía a plantear tales herejías, en medio de tanta complacencia y pleitesía académica con el marxismo, era una luz al final del túnel. Efectivamente saber que aún en aquellos años de efervescencia socialista en la Facultad podía contar con personas a quienes se reconocía como intelectuales de honda formación marxista pero que cuestionaban sus más profundas bases teóricas, filosóficas, y sobre todo políticas, era definitivamente un mensaje de esperanza, una posibilidad de avanzar por nuevos y más prometedores derroteros.
Ese acto sencillo, sentado en un pupitre atrás en un salón del piso dos de la facultad, escuchando tus arrolladores argumentos, todo esto unido a mis inquietudes provenientes de conocer en carne propia los furibundos ataques, tanto en los movimientos populares como en ciertos compañeros de escuela por tan solo atreverme a pensar que visiones diferentes en el abordaje de los problemas sociales podían ser válidas me animaron a seguir buscando, y afirmativamente encontrar profesores abiertos a que escudriñara en teorías y planteamientos diferentes, opuestos, contrarios, a atreverme a ir contra corriente. Fue así cómo tuve el honor de estudiar con nuestro común y apreciado amigo, profesor Luis Gómez Calcaño, quien me permitió trascender el programa de Teoría Social 3, e incorporar en mi mochila de estudio libros y planteamientos de Karl Popper y otros autores. O también a la profesora Elizabeth Pérez, a quien logré convencer para abrir una materia optativa sobre Sociología del Trabajo, figura que solo hizo posible la atrevida reforma del pensum que promovió quien luego fue, para mi bendición, mi tutor de tesis, Edgardo Lander, con sus terribles notas amarillas, para entonces director de Escuela, y además me tocó convencer a otros 10 compañeros para que inscribieran la materia, convencido de que nuestra carrera tenía mucho que aportar al mundo del trabajo, más allá de estudiar teorías obsoletas y anacrónicas, sino más bien encaminados a incursionar en la empresa privada y las organizaciones públicas para incorporar la visión sociológica al campo de las relaciones laborales, cosa que hoy en día no se discute, pero que en aquellos tiempos sonaba en la UCV a una “desviación pequeño burguesa”, cosas que “se hace en la Universidad Católica, pero no aquí, no en la UCV”.
De manera, mi querido y recordado Emeterio, que tu ruptura con el dogma, con el marxismo, pero también con la “razón” aristotélica que moldeó a occidente, ha sido una hermosa invitación, un dejar la puerta abierta para explorar un tema que aún tiene mucho camino por recorrer, pero que a la humanidad le urge transitar, la Espiritualidad, la conexión profunda con los otros seres humanos, en el reconocimiento de lo que de Dios habita en todos nosotros. De un evolucionar hacia la Responsabilidad Moral de la Empresa, que compromete, que va más allá de la caridad o la Responsabilidad Social Empresarial. Y en ese camino ahora que llevo varios años en el estudio de la teoría cuántica, me sorprende tomar conciencia de como tú, casi veinte años atrás, ya te habías paseado a fondo por los planteamientos de Heidegger, por la “nada”, por el nihilismo, no como un absoluto, sino como pura posibilidad de ser, para demoler, ahora, toda pretensión “objetiva” de que nuestras decisiones han de tomarse desde la razón, ya que, como insististe en las últimas décadas de tu vida, las decisiones no pueden “deducirse” de datos o fórmulas, en pro de tu incansable y desesperada búsqueda del espíritu humano, basado no en absolutos sino en nuestra más profunda posibilidad de tomar decisiones, sin razón ni lógica, sino desde nuestra fundamental dimensión ética, no por razones, sino desde nuestra absoluta libertad, desde nuestro libre albedrío, desde donde podemos decidir algo, y también podemos decidir todo lo contrario, porque detrás de una decisión no está sino una gran soledad y una responsabilidad personal, en donde no hay ontología del pensamiento que cuente más que el espíritu humano.
Basta revisar tus propuestas en Atenas y Jerusalén (2001) para saber de tu profunda inquietud porque, decías, llevamos “Tres milenios tratando de descubrir cuál es la ´esencia´ de lo humano, el ´concepto´ de hombre y no hemos avanzado mayormente” porque no hemos intentado simplemente mirar de vez en cuando el espíritu. Pero asistimos, también, a tu apuesta porque Jerusalén, el espíritu, recupera terreno ante Atenas, la razón, o como dijiste en La Responsabilidad Moral de la empresa capitalista (2005) que la tragedia griega, nuevamente el espíritu, se iguale a la filosofía griega, la razón, en fin, tu inmensa preocupación por el proceso de disociación entre la ética y la razón, esencia de tus maravillosos seminarios semanales.
Impresionaba escucharte debatir las ideas de Hume, Kant, Locke, Hegel, Kierkegaard, Schopenhauer, Nietzsche, Wittgenstein, Heidegger, y someter a revisión las propuestas de Hannah Arendt y Jacques Derrida, o incluso, para mí, formado en coaching, tus batallas con algunos planteamientos de la ontología del lenguaje de Maturana. Pero que no se equivoque el amigo lector, estas inquietudes éticas de mi admirado Emeterio no son moda del siglo XXI, resulta que, por allá, en mayo del año 88, en un artículo para El Nacional que forma parte de la selección de escritos y ensayos entre 1985 y 1991, que forman parte del libro La Economía de mercado (Banco Central de Venezuela, Colección de Estudios Económicos, 1992) podemos ya leer “Nada más riesgoso que adentrarse en los problemas éticos que genera la economía de mercado; y sin embargo nada más necesario”, refiriéndose a la supuesta infalibilidad de la “mano invisible del mercado” que ya era motivo de interés y debate en sus reflexiones intelectuales.
Todo esto transcurría, hemos de reconocer, no sin fuertes debates y discusiones porque en su afán por hacernos comprender el riesgo que, para la democracia, la libertad individual, la libertad económica y la evolución espiritual de la sociedad venezolana significaba el socialismo del siglo XXI, que estábamos obligados a caracterizarlo adecuadamente, por el bien del país, se preocupaba siempre Emeterio de invitar a sus seminarios, a todo aquel que pudiera debatir sus ideas, porque si algo lo caracterizó fue la vehemencia con que debatía las ideas, sin temor, frente a partidarios o detractores de sus planteamientos, incluso con quienes cuestionaban sus propuestas, y allí se enriquecía para él su trabajo.
Una de sus mayores preocupaciones, lo conversábamos en clase, era que para muchos empresarios y gerentes estos temas no eran muy cercanos, que no siempre intuían lo relevante y urgente de abordarlos por el país e incluso hasta por la protección de sus empresas. Yo le decía tranquilo, Emeterio, esto es un proceso humano, y como tal avanza a su propio ritmo, mira que hoy trajimos un empresario y un gerente, esos luego traen a dos más, y él con su humildad sonreía y seguía adelante.