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La paciencia: Unos breves comentarios sobre algunos libros taoístas

Una mirada a ciertas piezas claves de la literatura taoísta

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Por JOSÉ ANTONIO PARRA

Hay libros que contienen una sabiduría providencial e incluso milenaria. Este es el caso de aquellos encuadrados dentro de la filosofía taoísta. En particular, pienso en este momento en el Tao Te King, en el I ChingEl libro de Chuang Tzu, en el Lieh Tzu y en El secreto de la Flor de Oro. Todos ellos están en la órbita de la mencionada escuela de pensamiento y apuntan a la esencia de dicha corriente; la vía del Tao o “Camino”, al igual que al principio de la no acción o Wu Wei.

Estos dos aspectos de naturaleza trascendental son más bien de carácter abstracto, pero resultan indispensables para la comprensión de la literatura a la que nos referimos aquí. El Tao puede ser entendido entonces de modo muy simplista como el camino de la vida, una suerte de devenir que se transita a través del tiempo y que fluctúa de acuerdo a las vicisitudes propias de la experiencia humana. En cambio, el concepto del Wu Wei es mucho más impreciso y por ende difícil de comprender, por lo que se le han dado multiplicidad de interpretaciones. No obstante, de manera simplificada puede entenderse como un no forzar las cosas ni trabajar activamente por ellas, sino ser parte del fluir natural de la totalidad de los eventos.

El primer libro al que haremos referencia es el Tao Te King, una obra que aborda distintos tópicos que van desde lo meramente ético, hasta aspectos cosmogónicos y también enseñanzas corrientes para la vida. En todo caso la autoría y fecha en la que fue escrito son desconocidas, aun cuando el texto tiene más de 2000 años y se supone que fue escrito por Lao Tzu. Asimismo, el principio en el cual se basa el andamiaje filosófico que se expresa a través de su discurso es la dualidad Yin y Yang, los principios oscuro y luminoso, respectivamente. Justamente, es la alternancia de estos la que induce el cambio y el devenir. Ultimadamente, en esta pieza hay analogías con el neoplatonismo –en cuanto a lo Uno– en el sentido de que es el Tao el ente generador de la totalidad y que a su vez se autogenera.

Sobre el título es importante puntualizar que hay distintas interpretaciones también, siendo una de las más aceptadas la que lo expresa como El libro del camino y la virtud. En relación a su autor es pertinente mencionar que su vida está plena de un aura legendaria. Su nombre significa literalmente “El viejo sabio” y parte de la fabulosa mitología en torno a su persona sostiene que nació luego de 80 años en el vientre de su madre. Adicionalmente, discursos sobre su biografía –de los que no se puede tener certeza– plantean que trabajó como bibliotecario y posteriormente, en un viaje que realizó hacia occidente en búfalo, fue detenido por un guardia fronterizo a quien terminó dictando el Tao Te King como una enseñanza para la vida.

La siguiente obra a la que quiero referirme es el I Ching, que esencialmente es un libro oracular. El mismo está compuesto por una compilación de textos de distintos orígenes, tanto autorales como cronológicos. Al respecto, los primeros de los que se tiene conocimiento datan de hace aproximadamente 3200 años. Hay tres fuentes conocidas de esta pieza, a saber de reminiscencias de un texto de Fu-Hi, así como trabajos del rey Wen y posteriormente de Confucio y sus discípulos. Además, hacia la Dinastía Han, se le añadieron comentarios de algunos practicantes de la magia y hechicería.

El objeto de esta obra es la predicción del estado presente del consultante y la forma para llegar a un estado futuro del modo más fluido posible. Por ello, la traducción de su título es El libro de las mutaciones. Los instrumentos para la consulta del oráculo se basan en el uso de los tallos de milenrama o también mediante el lanzamiento de monedas.

La explicación del funcionamiento de este tipo de oráculos se sustenta en la denominada sincronicidad, aspecto del universo estudiado a plenitud por Carl Jung en el siglo XX. No en balde, una edición del año 1948 del I Ching fue prologada por el psiquiatra. Para entender esto de una manera muy simplificada y bastante poco ortodoxa imaginemos a los primeros escritores del libro; el rey Wen por ejemplo. Históricamente el rey Wen fue prisionero del tirano Zhou y dicho período está ejemplificado en uno de los denominados hexagramas del libro como “El oscurecimiento de la luz”. La labor entonces de los primeros en desarrollar el oráculo consistía en notar que a tal período histórico adverso correspondía un cierto tipo de lectura de los tallos de milenrama, aparentemente “azarosa”; pero que en realidad respondía a la simultaneidad de eventos que se da en los fenómenos sincrónicos.

La traducción más celebrada de esta pieza clave la hizo Richard Wilhelm, quien además tradujo otras importantes como El secreto de la Flor de Oro, que apuntaba a técnicas de meditación y al logro de la longevidad mediante ciertas prácticas de contención masculina.

Por su parte, el valor esencial de El libro de Chuang Tzu está referido a lo alegórico, si bien es un trabajo que posee gran preciosismo poético y es expresión de la vivencia del maestro taoísta Chuang Tzu, quien fue personificación del pensamiento libertario y relativista. Uno de los puntos clave de su propuesta es la perspectiva de los opuestos como una totalidad y sin hacer juicio de valor entre ellos.

Finalmente, el Lieh Tzu es la obra atribuida al personaje homónimo, cuya vida también tiene una categoría primordialmente mítica. A este texto también se le conoce como El libro de la perfecta vacuidad y tiene una perspectiva en extremo poética. De Lieh Tzu la leyenda sostiene que era un milagrero con el poder de volar y a propósito de esto argumentaba el sacerdote y erudito jesuita, Carmelo Elorduy, que fue justamente la fama la que lo apartó del Tao o camino. Resulta oportuno entonces cerrar esta breve nota con un pasaje de esa pieza:

“Interior y exterior se habían fundido en una sola cosa, tras la cual, no había diferencia entre ojo y oído, oído y nariz, nariz y boca: eran todo lo mismo. Mi mente se había helado, mi cuerpo se había disuelto, mi carne y mis huesos se habían confundido. Era totalmente inconsciente de dónde se hallaba mi cuerpo, o de lo que había bajo mis pies. El viento me llevaba de aquí para allá, como paja seca, o como hojas que caen de un árbol. En realidad, no sabía si cabalgaba el viento, o el viento me cabalgaba”.

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