Por JOSÉ ANTONIO PARRA
Nick Drake (1948-1974) solía tomar el auto de sus padres y manejar por horas sin rumbo fijo hasta quedar sin combustible por los alrededores de Tanworth-in-Arden, el pequeño pueblo inglés donde vivió. Entonces solo atinaba a llamar a sus progenitores de modo que lo fuesen a buscar. Su avasallante aislamiento e imposibilidad para comunicarse con el otro, amén de los profusos consumos de cáñamo, hacían que le fuese imposible afrontar el tener que detenerse en una estación de gasolina. Esa soledad errática fue una constante en su vida.
Hoy en día no se tienen virtualmente registros visuales de él, salvo algunas películas que sus padres le hicieron siendo un niño y una que otra sesión fotográfica. A pesar de tener una ávida necesidad de fama y reconocimiento, le resultaba titánico llevar a efecto las cosas propias que la industria disquera requiere para el lanzamiento de sus artistas; el conceder entrevistas y las apariciones públicas.
Su desgarbada figura andrógina de un metro noventa siempre estaba ensimismada; miraba sus zapatos y vestía ropas con cierto desgaste que aun así traslucían una sobria elegancia y una sublime melancolía. A menudo su aspecto físico se deterioraba por la conjunción de la droga y la depresión. Llegó a descuidar sus comidas y el aseo personal. Incluso así su imagen dejaba entrever un alma trascendente. Tuvo una serie de amigos en diversos lugares que no se conocían entre sí, muchos se vieron por primera vez al cabo de su muerte. Las rutinas propias de Drake al momento de visitar a sus amistades consistían en presentarse de improviso, sentarse sin hablar durante horas para luego desaparecer y volver a presentarse después de meses. No llegó a tener vínculos de pareja, solo dos intentos que no se consumaron, a pesar de que hoy en día multitudes de fans le ofrecen castidad eterna.
Vivió buena parte de su corta vida en una pequeña habitación en la casa de sus padres, en el entorno de una familia de clase media alta. Su cuarto era sencillo; solo una cama individual, un escritorio y algunos libros de autores exquisitos, como Baudelaire o Rimbaud. La vida de este hombre fue un acto de poesía pura y honesta. En él se concretó la vivencia del poeta y del trovador errante. La fama que le fue esquiva durante su vida le convierte hoy en día en uno de los músicos de culto más cotizados. De hecho, en algún momento Drake llegó a tener la premonición de que una fama inmensa le llegaría luego de muerto y ello lo expresó en su pieza “Fruit Tree”.
La situación en los pocos conciertos que ofreció no fue más alentadora. El cantante ejecutaba sus canciones mirando al suelo y era incapaz de hablar al público. Es muy probable que la confluencia de los estados depresivos aunados a los efectos introspectivos y psicotizantes del cáñamo le potenciara ese estado de aislamiento.
En pocas oportunidades el poeta se apartó del hogar familiar. Llegó a tener unas estadías en Francia y en Londres donde vivió experiencias errantes y de compromiso absoluto con lo artístico en el mejor espíritu romántico.
Solo tres discos grabó Drake: Five Leaves Left (1969), Bryter Layter (1970) y Pink Moon (1972). En todos ellos se percibe una lírica confesional con finas atmósferas pastorales y melancólicas en las que la guitarra fluye junto con la frágil voz del poeta. Asimismo, se percibe el influjo de su madre, quien era pianista y además tuvo aproximaciones a la poesía. Quizá la búsqueda del músico estaba enfocada en representar los matices profundamente melancólicos de las piezas de su madre.
Ya para el año de 1974 el artista estaba totalmente desencantado de la música e incluso trató de alistarse en el ejército y de ejercer como programador de computadoras, esfuerzos que fueron infructuosos y de los que tuvo que desistir a los pocos días. Sus estados depresivos eran cada vez más intensos, así como su adicción. Sus padres incluso debían esconder cualquier píldora del alcance de Nick. En su caso se personificó la misma poética a la que aludió Elizabeth Wurtzel en su Nación Prozac para artistas de los noventa como Beck y Kurt Cobain, en cuanto a la “generación perdedora”.
Lo cierto es que para el otoño de ese año 1974 Nick Drake estaba de vuelta en la casa de sus padres luego de una internación voluntaria de cinco semanas en un psiquiátrico. No podía con la vida y la cotidianidad. Era un náufrago del tiempo. El 25 de noviembre de ese año, su madre le sintió en la madrugada dirigirse a la cocina. Luego, hacia las doce del mediodía fue a su diminuta habitación para despertarlo y ahí halló el cuerpo sin vida del artista. Se supo que había ingerido una sobredosis de antidepresivos, pero aún persiste la duda de si fue accidental o fue suicidio. A su lado estaba una edición de El mito de Sísifo de Camus, metáfora del absurdo existencial que fue la misma vida de Nick Drake. Tenía 26 años.