Por JOSÉ ANTONIO PARRA
Los Pink Floyd marcaron una pauta estilística fundamental en los anales del arte y la música contemporánea. Se puede decir que hay tres momentos esenciales de dicha banda, pero en esta oportunidad me referiré a los dos primeros, es decir a la era de Syd Barrett y a la que le siguió, constituida por los discos previos a The Wall (1979).
La alineación de esta banda británica estuvo conformada inicialmente por Syd Barrett, Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright, así como por un guitarrista de nombre Bob Klose que solo estuvo brevemente en el año de su fundación, 1965. Posteriormente, luego del quiebre emocional de Syd Barrett producto del uso de sustancias, a la banda ingresó David Gilmour en el rol de la guitarra.
La era Barrett podría parecer en primera instancia el momento de mayor intensidad y efervescencia del grupo. Y así en efecto es en cierto sentido, sobre todo en lo relativo a la aproximación psicodélica, que era casi total y tenía ciertos matices de regresión a la infancia. Eso es muy obvio en el único disco en el que tuvo participación Syd Barrett, The Piper at the Gates of Dawn (El flautista en las puertas del amanecer), del año 1967.
Este trabajo fue hecho casi en su totalidad por Barrett, quien para entonces era guitarra líder y además vocalista de la banda. Incluso, el diseño de la portada fue obra de este artista quien también dejó una interesante obra plástica. En este larga duración, el título tiene la impronta literaria del libro para niños de Kenneth Grahame, El viento en los sauces (1908). Es importante decir que este no fue el único guiño de Syd Barrett a la literatura. Ya en solitario, y posterior a su quiebre mental, este artista creó una tonada para el poema de James Joyce, “Cabellos dorados”, incluido en el libro Música de cámara (1907).
Dos vertientes predominan en El flautista en las puertas del amanecer. Por un lado, tenemos la experiencia espacial, franca fuga mundi que está patente en las piezas maestras psicodélicas, “Astronomy Domine” (“Señor de los astros”) e “Interstellar Overdrive” (“Sobremarcha interestelar”). Por otra parte estaría la vivencia de lo psicodélico como regresión a la infancia que es muy manifiesto en canciones como “El gnomo”. Además, hay claros exotismos como en la canción “Chapter 24” (“Capítulo 24”), que es en esencia el texto del Hexagrama 24 del I Ching.
Luego de la partida de Barrett se produjo un giro estilístico. El sonido psicodélico dejó a un lado cierta efervescencia y se tornó mucho más “hipnótico”. A pesar de eso, continuó una poderosa experimentación que en algunos casos podría recordar a ciertas experiencias de John Cage. Pienso en este momento en el disco Ummagumma (1969).
De hecho, Ummagumma es un disco donde cada uno de los miembros de la banda realiza una aproximación personal a lo experimental, desde Wright en los teclados en obvio diálogo con el impresionismo y el simbolismo musical, cosa que realiza en “Sysyphus”; hasta el abstraccionismo puro de la percusión de Nick Mason en “The Grand Vizier’s garden party” (“La fiesta en el jardín del Gran Visir”).
Otros trabajos que no poseen el nivel de experimentalidad de Ummagumma, pero que sí apuntan en ese sentido son Meddle (1971) y Atom Heart Mother (1970). El primero aborda uno de los temas recurrentes de los Pink Floyd, como es la disolución total en la pieza “Echoes” (“Ecos”), cuyas implicaciones últimas estarían plenamente imbuidas de misticismo y trascendentalismo.
En cambio, en Atom Heart Mother hay tres perceptivas. La primera sería la de la propia suite de Atom Heart Mother, plena de gran exotismo y abstracción. Luego estaría un momento de mucho lirismo y preciosismo con la pieza “If” (cuya traducción sería el “Si” condicional) y que llega a una exquisita y hermosa tensión cuando plantea el espacio entre dos amigos o esa interrogante que apunta a lo indecible. Finalmente, en este disco la pieza “Alan’s Psychedelic Breakfast” (“El desayuno psicodélico de Alan”) conjuga lo poético con tonos psicodélicos, así como cálidas atmósferas.
Hay adicionalmente dos trabajos que pienso son muy relevantes en este período de los Pink Floyd al que me refiero. Estos serían Animals (Animales) de 1977 y The Dark Side of the Moon (El lado oscuro de la luna) de 1973. Animals en esencia se inscribe en un sonido más cercano al rock clásico, aun cuando la dimensión interior referida en las letras y el planteamiento imaginario total tienen una impronta surrealista.
Finalmente, The Dark Side of the Moon es sin duda alguna el trabajo de mayor depuración de los Pink Floyd a nivel de sonido. La obra contó con la ingeniería de Alan Parsons y es metafóricamente el recorrido del hombre a través del tiempo, a través de la vida. Destacan en él las piezas “The Great Gig in the Sky” (“La gran maquinaria en el cielo”) y “Us and Them” (“Nosotros y ellos”).
El aporte de este grupo ha sido decisivo en el ámbito de la cultura humana y constituye uno de los productos de mayor refinamiento del siglo XX en la esfera de la música pop.
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