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Pablo Pulido: El líder institucional y discreto

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Por SERGIO DAHBAR

Dada su trayectoria y vocación de servicio, usted recibe un reconocimiento importante: ¿cómo se siente al respecto? Son más de cincuenta años de trayectoria.

Estaba pensando la forma de estructurar la presentación del Doctorado Honoris Causa que me concederá la Universidad Metropolitana el próximo primero de noviembre. Tengo que escribir algo para la ocasión. Son varios bloques de ideas que voy a exponer. Me cuesta ver lo que hecho a lo largo de los años como un ciclo, porque sigo activo y no pienso bajar la guardia. Hay mucho trabajo por delante.

Usted acumula varios méritos importantes. Por ejemplo: figura como el director y fundador del Centro Médico Docente La Trinidad. También forma parte de un cuerpo médico dedicado a la formación docente y los servicios en medicina interna, cardiología.

Todas estas instituciones no nacieron de la nada, fueron producto de un pensamiento, una cascada de eventos, una formación, una visión que nace a partir de un conjunto de instituciones. Todas estas circunstancias desembocaron en la creación de un Centro Médico importante, que se va transformando al mismo tiempo que avanza la Universidad Metropolitana.

Digamos que su paso por el Instituto Nacional de Cardiología de México, el Massachusetts Institute of Technology de Boston y por la Harvard Medical School, han contribuido a modelar su experiencia y desde luego marcarán su discurso.

La Escuela de Medicina de Harvard era un medical center. Luego pasó a ser una universidad de primer orden, donde se han formado entre el 25 y 30% del profesorado de las universidades en 151 escuelas de medicina en Estados Unidos. Esto quiere decir que tienes una institución que forma liderazgos. Es importante resaltarlo. Lo anterior está aliado con la visión del Instituto Tecnológico de Massachusetts. En ese entonces yo comencé a tomar unos cursos de biofísica.

La conformación del liderazgo

¿Qué recuerda de esta época de su vida?

Trabajaba en un laboratorio del hospital. Era un entorno de químicos, físicos, matemáticos, médicos. Siempre con la motivación especial de intercambiar ideas. Todos los jueves teníamos reuniones entre las 5 y las 6 de la tarde. Hablábamos de cada investigación que estábamos haciendo, las causas, los motivos. Entonces yo me doy cuenta: esta gente está definiendo una metodología. La fui comprendiendo. Entonces traté de informar por qué yo estaba allí, como uno de los seleccionados para el puesto que desempeñaba.

¿Cuáles eran sus intereses médicos?

En aquel momento yo estaba interesado en la química de las proteínas, pero aplicada a la cardiología, lo cual requiere una concatenación de esfuerzos para investigar y mucha disciplina. Todo este proceso me sirve como background. Había una situación muy explosiva en el país. Se estaban creando la Universidad Católica Andrés Bello y la Universidad Simón Bolívar. El Iesa estaba en su fase embrionaria, el país se abría, la inmigracion venía y había un gran entusiasmo. Justo en ese momento se crea la Unimet. Entre 1965 y 1970 comienzan las ideas para crearla. Era un grupo importante de profesionales.

¿Puede decir algunos nombres?

Clemente Chirinos, por ejemplo. Y Julián Ferris, el Decano de Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela. Eran todos profesionales, pensantes. Nos divertíamos, pero había una búsqueda, el desarrollo de una inteligencia. Este gran grupofue al presidente Raúl Leoni con la propuesta de crear la Unimet. Ferris se da cuenta de que solo no puede llevar adelante el proyecto. Para ponerlo en práctica, necesita estar acompañado por un grupo de profesionales capaces de materializar sus ideas. Por eso Ferris se dirige a Don Eugenio Mendoza y le dice: Oiga, señor Eugenio, ¿por qué usted no se mete en esto con nosotros? Y él respondió: ¡Claro que sí, estoy entusiasmado!

Estamos hablando de Caracas, a mediados de los 60.

Entonces, al formarse el grupo promotor de la Unimet, entre el 1965 y 1967, nos preguntamos cómo hacerlo, cómo comenzar las gestiones. Ya en 1969 se madura la idea y se hace realidad. Conversamos con gente de Navarra, en Pamplona. Era impresionante ver cómo empezó aquello: pequeño, pero formidable. Agustín Peñadero, por ejemplo, era un traumatólogo que dirigía la Clínica Universitaria de Navarra. Y lo primero que dijo fue: yo voy a hacer una escuela de Maestras de Enfermería.

¿Cuál era el criterio más importante para usted?

Se estaba conformando un liderazgo en materia de salud y medicina. La masificación es buena, tanto como el liderazgo. Como decía: estas son las ideas para el primer bloque que expondré en mi discurso de aceptación del Honoris Causa: el país que se abre en distintos ámbitos entre 1964 y 1970.

La visión de la Unimet en el país

Dentro de este panorama emerge la visión de la Unimet.

Este es el contexto de su creación, la visión de crear una entidad que oriente y sea la dueña de su patrimonio, se emplee para lo que debe ser y vigile su desempeño, su desarrollo, pero acompañada del sector industrial y el educativo, porque la primera necesidad del país es la educación. Así la Unimet comienza el 22 de octubre de 1970. Se crea un Concejo con distintos matices políticos, económicos, patrocinadores, donantes, intelectuales. Estaban, por ejemplo, Arturo Uslar Pietri, Ramón J. Velásquez. Era un buen grupo. Conversábamos todos los martes por las tardes. Entonces, ¿para qué sirvió todo este proceso? Se creó, nació y evolucionó para servir al país.

En este proceso, ¿cuál fue el gran hallazgo?

Así nos dimos cuenta de que los ingenieros, los administradores y los humanistas eran necesarios para darle cultura y conocimiento al país. Esta es una simbiosis, además, con la parte médica, la tecnológica, la imaginativa, más la creatividad de la gente. Yo venía de Harvard. Estaba en el Departamento de Medicina. Daba mi consulta y atendía a los pacientes en el hospital. Pero básicamente mi punto de contacto estaba en el laboratorio de biofísica.

El nacimiento de un visionario

Pero la gran pregunta es la siguiente: ¿cómo pasa usted de un laboratorio a la construcción de un país?

Porque estaba todo pensado. Imaginas el país que tú quieres, pero al mismo tiempo has visto plasmada la evolución de otros ejemplos que han surgido con ideas similares. Yo venía, por ejemplo, de estudiar en la Escuela de Medicina de México. Y me tocó ver otras experiencias: en el año 1952 iba a entrar en la Escuela de Medicina de aquí, en Caracas, pero se me armó el zafarrancho y nos agarraron en la Plaza del Rectorado de la UCV. Nos dieron dos planazos y tuvimos que salir del país. Además, mi padre, para consumo de ustedes, era Embajador de Venezuela en la Santa Sede, un respetado democratacristiano, había sido rector de la Universidad de Los Andes, embajador en Perú, Brasil, México. Estaba con el cambio de Gobierno y la Junta de Carlos Delgado Chalbaud, para ir a las elecciones. Cuando ocurre el robo, mi padre va al Secretario de la Santa Sede, Giovanni Battista Montini. Recuerdo que fui a verlo. Y él me preguntó: ¿usted qué va a estudiar? Me impresionó su mirada fija. Yo le dije: Medicina, para la gente. Y me respondió: Eso está muy bien. Entonces fue cuando definitivamente me fui a estudiar a México.

¿Cómo recuerda esa formación?

Brava, sumamente disciplinada, realmente general, diferente. Fue una mezcla: ver las necesidades del pueblo mexicano y una cultura que se estaba institucionalizando. Todo eso fue entre 1953 y 1956. Trabajaba en el Departamento de Fisiología y Farmacología, en un instituto que funcionaba dentro del Instituto de Cardiología. En el enfoque se manejaba también el aspecto clínico, para entender el porqué de las cosas, sus bases.

¿Qué le impresionó de su viaje?

Me impresionó cómo se estaba estructurando un sistema de salud mexicano en todas sus vertientes (pediatría, nutrición, cardiología, patología). Ahí recibí mi grado y fui becario. Terminé en 1959 y estuve trabajando hasta 1960, cuando me tocó vivir otro evento muy importante que me marcó: uno aprende Medicina obviamente cuando está cerca de la gente y sus necesidades.

¿Qué le ocurrió?

Había un pequeño Centro en el Hospital General, ubicado en una serie de edificios viejos, pero lindo y bello, de cristal, de una sola planta, patrocinado por la Fundación Kellogg. Era la Unidad de Patología que estaba al lado del Centro de Autopsias. Ahí, como becario, me hice amigo del director, entonces había focos de desarrollo en cardiología, nutrición, como decía, pediatría, patología. Me tocó hacer más de cien autopsias. Cuando te enfrentas a eso, ves la transitoriedad de la vida humana. Como miembro de la unidad de patología, entonces tienes una perspectiva de la vida humana diferente. Estás ahí, buscando la vida, pero al mismo tiempo estás viendo dónde estás, cuál es tu alrededor, de dónde vienes.

¿Y qué vino después?

Me tocó hacer el Servicio Social en San Miguel de Coatlinchán, un pueblo de unas dos mil personas, con su Iglesia de piedra, de herencia indígena y española. Era como Cien años de soledad, pero en México. Un pueblo perdido, como a una hora de Ciudad de México en carro. Me tocó planificar las letrinas. Como la escuela para los niñitos no funcionaba bien, se nos ocurrió a los venezolanos que estábamos en México hacer una escuela llamada Unidad Venezuela. Tuvimos hasta 300 muchachos de toda la comarca. La gente pagaba con unas piedras que tenían forma de rana, como las que tengo en mi despacho.

Usted dice que aprendió Medicina cuando estuvo en contacto con la necesidad de la gente. Esto habla de la vocación de servicio que ha orientado su vida. ¿Puede ahondar en este aspecto?

Uno puede tener unas ideas bellísimas, humanísticas, pero lo más importante es hacerlas realidad. Y la realidad es otra. Para eso necesitas una organización, una estructura que funcione. Eso es básicamente biología de las células. Están organizadas, tienen una estructura. Y funcionan. Si no lo hacen, desaparecen.

Historia de un retorno

¿Qué pasó después de México?

Regreso a Venezuela. Cuando se va Marco Pérez Jiménez viene otra historia: él era de Táchira, de Michelena, a unos 30 ó 40 kilómetros de Rubio, de donde era mi padre. Yo nací también en el estado Táchira, pero un poco más allá, en San Antonio. Entonces era mayor la resistencia de Pérez Jiménez contra mi padre, porque fue el que le dio, cuando era Embajador en Perú, en la época de Medina Angarita, el Sable de Graduación en la Escuela Militar de Chorrillos. Pero bueno, eso es otra cosa, nada más a manera de referencia.

Usted regresa al país, junto con sus compañeros de promoción, cuando ya había democracia.

Es cuando ingreso al profesorado de la UCV en el Instituto de Ciencias Fisiológicas Doctor José Gregorio Hernández en la Cátedra de Fisiología. Al mismo tiempo hacía pasantías con el Departamento de Medicina 1, en el Hospital Clínico Universitario, donde estaba el doctor Enrique Benaím Pinto, a quien admiraba mucho por su conducta. Esto me llevó a la posibilidad de poder hacer aquí algo con las universidades. Con todos los avatares, fueron tiempos difíciles, en  1960, pero vino la posibilidad de hacer estudios afuera. Me dieron la oportunidad de ir a Harvard. Después, en 1963, habiendo conocido a Luisa Helena, mi esposa, me vengo y me caso con ella. Pero a los ocho días tenía que estar otra vez allá.

¿Cuánto duró su estancia en Harvard y MIT?

Me quedé desde el año 1963, hasta 1966, casi 1967. Ahí viene la posibilidad de crear una institución de salud diferente. Yo había conocido en Harvard al arquitecto Bertrand Goldberg. Nos hicimos muy amigos, él estaba ahí casualmente cuando yo salía de la biblioteca. Era medio hippie, tenía unos periódicos de Venezuela: El Nacional, El Universal, La Esfera. Yo le pregunté cómo los tenía. Goldberg me dijo que conocía a personas de acá. Por ejemplo: a la señora Carmen Rodriguez, la tía de Luisa Helena, ella había estado en la Casa Dior. Para que tú veas cómo se entrelazan las cosas: resulta que la conocía mucho. Después vino el nacimiento de mi hija Luisa Mariana en Boston y su bautizo.

¿Algún recuerdo de los primeros tiempos de la Unimet?

Un día me fui con Don Eugenio a ver al arquitecto Omar Sanabria. Queríamos que diseñara un edificio para el campus de la Unimet. Y lo convencimos: hizo la Biblioteca Pedro Grases con su hermano, Tomás.

Llama la atención que usted eligió regresar a Venezuela.

Yo preferí volver. La idea de quedarse en el país era muy fuerte. En 1967 está surgiendo la Universidad Simón Bolívar. Está el doctor Eloy Lares Martínez de Rector. Fundamos la Dirección de Ciencias Biológicas en la USB. Veíamos que había una posibilidad de hacer una universidad dedicada a las ciencias de la salud. Pero el punto final fue el desarrollo del Centro Médico Docente La Trinidad, donde se unieron las ideas de Alberto Guinand, médico y amigo. En 1965 se forma la Asociación Civil Centro Médico Docente La Trinidad. En 1975 se abre el primer edificio. Entre 1970 y 1975 se da la fase de desarrollo. Después vino el Hospital Ortopédico Infantil. Yo me incorporo entre 1967 y 1969.

Ideas recurrentes

Suele insistir en la importancia de materializar las ideas.

Hay un bloque de ideas, formación, desarrollo y ejecución para hacer las instituciones realidad. Y están encaminadas. Son 54 años de carrera. ¿Y ahora qué viene? Bueno, sedimentar lo que ya hizo, el liderazgo, la gente capaz de darle continuidad a las instituciones. Que sean mucho más eficientes, productivas. Para esto es muy importante crear nichos de acción, polos de atracción, espacios donde la gente pueda actuar. En este caso son las universidades y los centros médicos. En mis primeras conversaciones con Alberto Guinand, entre 1964 y 1965, él me decía en Boston: ¡Quiero hacer una Facultad de Medicina! Yo le respondía que sí, pero primero hay que hacer el hospital y debe funcionar muy bien.

¿Esta sería su contribución principal?

Vamos a hacer una contribución con líderes en salud. Es lo que se está haciendo con los postgrados en La Trinidad. Por eso la idea de hacer una Facultad de la Salud con la acción de diversas disciplinas, los postgrados, la escuela de enfermería, los estudios de nutrición, psicología. Todo eso es país: la columna vertebral del asunto.

¿Cuál es su satisfacción más importante?

La satisfacción más importante está en los hechos. Los hechos son tu satisfacción. Yo no lo he hecho solo. Ha sido la concatenación de muchos esfuerzos importantes. Y esa es la idea. Hay que ser de lo más humilde. Es una gran virtud la humildad. Y no quedarse en una sola ruta, en un espacio estrecho. Te estoy hablando de la vinculación de varias disciplinas. Pero el tema es la salud con la práctica. Una cosa es lo que aprendes en el aula de clases y en los laboratorios. Pero otra es la gente.

El doctor que transita su país

¿Puede contextualizar su época en el Ministerio de Salud? Estamos hablando de una experiencia que ocurrió entre el año 1993 y 1994. Carlos Andrés Pérez sale, justamente, en 1993.

Paso por el Ministerio de Salud cuando sacan del Gobierno a Carlos Andrés Pérez. Como yo lo apreciaba, no estaba dispuesto a participar. Se veía que le iban a cortar la cabeza. Lograron sacarlo y Ramón J. Velásquez, con mucha sabiduría, hizo que llegáramos a un resultado decente. Se hicieron unas elecciones en nueves meses, a pesar de los avatares. Aprendí de esta experiencia. Fue otro postgrado, el postgrado político, pero siempre desde la verticalidad de atender a la gente. Esa es la orientación central. Por ejemplo: ¿qué hizo Humberto Fernández-Morán? Creó un nicho de acción en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC).

¿Qué rescata de su experiencia como ministro?

En el Ministerio de Salud trabajamos en la descentralización. Las decisiones, cierto, las comanda un gobierno central. Pero la ejecución es variada en todo el país. Por lo tanto el centralismo debe desaparecer y basarse en una labor de conjunto. Eso se acabó con Chávez.

¿En qué punto de su vida está ahora?

Toda esta evolución peripatética me lleva a un punto. ¿En qué puedo ser más útil ahora? Lo cual implica tener la posibilidad de establecer una institución pensante, con desarrollo y creatividad de alto valor. Si hay frenos, como decían los chinos, aprovecha la fuerza del enemigo para usarla en su contra. Estos veinte años han sido de profunda reflexión para muchos. Han motivado a seguir adelante, pese a todas las dificultades. Eso tiene un grandísimo valor. Lo que te queda es de alto valor. La gente persistente es realmente inamovible. Eso es lo que hace a un país diferente. Por eso esto no se ha acabado. Se puede contribuir a una salud pública que en la práctica funcione, más aún en un mundo altamente tecnológico, en plena revolución digital. Tú puedes ser un alto tecnólogo, pero necesitas la capacidad de ejecución.

¿Y cómo piensa cerrar su discurso?

En el cierre de mi discurso diré que las instituciones deben producir material humano del más alto nivel para el progreso del país. Tienes un país que no se ha terminado de desarrollar. Venezuela se despierta en el año 1945. Tiene gente inteligente y capaz en todos los niveles. Y también hay graves problemas: hemos perdido a siete millones de habitantes. El 20% de la gente se ha ido, las condiciones geopolíticas influyen. Pero fíjate que viene un  Arnoldo Gabaldon y se propone la meta de resolver la malaria.

¿Por qué insistir en la creación de instituciones, en tiempos donde domina el liderazgo personalista, carismático?

Los centros de excelencia, las instituciones, aglutinan. Se logran con personal de alta calidad. Tienes que escoger muy bien los equipos, trabajar con ellos y concatenar esfuerzos. Hay instituciones que pueden compaginarse entre sí, lo cual puede ser sumamente fructífero en materia de salud, cultura, inteligencia artificial. Con la cibernética, por ejemplo, puedo ser útil desde cualquier parte.

Un diagnóstico para el país.

Hay una enfermedad muy importante en Venezuela: el protagonismo. Lo veo como un enemigo, como un elemento que produce enemistades. El protagonismo tiene una dificultad: estás expuesto al descabezamiento. Tienes que hacer las cosas de tal manera que la realidad sea la que se imponga. Y la realidad es que tienes una universidad que ha podido sobrevivir, a pesar de los avatares. El campus de la Unimet y el Centro Médico La Trinidad no lo puedes hacer de la noche a la mañana. El Ortopédico es una excepción.

Ante los pacientes, con la gente

Relate los inicios de esta iniciativa tan importante.

Nace como dispensario para atacar una patología. Había polio, no había recursos y se le ocurre a Don Eugenio Mendoza hacerlo. Había unos parientes de un constructor del Hotel Ávila que estaban por aquí. La Fundación Rockefeller, Armando Planchart, entre otros venezolanos integrales, aportaron recursos y así hacen el Hospital Poliomielítico. Un pequeño hospital para atender la parálisis del diafragma de los niños que les impedía la respiración, hasta que llega la fabricación de la vacuna oral y desaparece la polio. Y ahora tenemos ya no el Hospital Poliomielítico sino el Hospital Ortopédico Infantil. Se va a ocupar de niños discapacitados con problemas genéticos, musculares, parálisis cerebral. En el año 1967 el promedio de estancia era de 187 días. Los niñitos vivían en el hospital. Había escuela, un odontólogo, era una casa de familia de niños enfermos. Después el proyecto creció. Oye, qué interesante ver esto desde el punto de vista epidemiológico, verás cómo desaparece la polio, comienzan las actividades neurológicas y se transforma el hospital.

¿Cuál es el rasgo más importante de esta experiencia?

Los médicos tocaban a los pacientes, los sentían, estaban ahí. El asunto está en trabajar con la gente que está ahí y siente al país, no solamente por la relación política, sino por su venezolanidad. Es interesante la simbiosis, hasta llegar el Ortopédico a estar sostenido con sus propios ingresos. Eso vendrá. Dentro del  Ortopédico hay una fundación para los niños con parálisis. Y las autoridades del hospital operan como las universitarias. La dirección anímica e intelectual la tiene el hospital, con creatividad y sentido del país. Ahí está el tema de la identidad nacional: me tengo que identificar con el país.

Usted es un médico internista, tiene conocimientos en cardiología, con una vocación docente importante, le interesan las humanidades, no ve separaciones.

Un punto en el área humanística está en el Centro de Identidad Nacional. Tienes ahí la Biblioteca Pedro Grases. La Unimet nace con las tertulias en La Castellana, en la Quinta Vilafranca, de diez a una, todos los sábados. Esa parte es vital. También está la Biblioteca de Uslar Pietri, sus cartas están allá, son accesibles en Casa Beroes. La digitalización nos amalgamó y ahora viene la biblioteca política de Ramón J., la de Armando Scannon, el archivo de Don Eugenio cuando era Ministro de Fomento. Vienen las tareas culturales de la Sala Mendoza. Se están conformando polos de atracción. Uno de ellos es la comunidad de Petare. La tenemos al lado, junto con La Dolorita, San Blas. Todo eso llega hasta El Hatillo. ¿Quién se ocupa de organizar todo eso? ¿No sería un lindo proyecto, cómo conectas a toda esa población con actividades? Se acabó la desidia. El motor de todo es la realidad.

¿De dónde viene toda esa amalgama de saberes?

Es un ADN familiar. La historia es así, con mi padre y los tíos en Mérida. Yo era chófer de uno de ellos. Es como si tú leyeras a García Lorca, su conferencia poética llamada “Teoría y juego del duende”. ¿Por qué los gitanos tocan la guitarra como la tocan? Y lo hacen muy bien. Ese es el duende. Tienes duende o no lo tienes. Si lo pones biológicamente,  con el ADN, está tu infancia, la comunidad que tuviste, la visión de los estudiantes. Recuerdo las guardias en obstetricia. Teníamos hasta treinta partos por las noches. Tienes que actuar, ver cómo solucionas en la realidad, sin quejas. El ADN tiene que ver con tu familia interna, los hijos. Funciona el orden, que las cosas avancen. La gente tiene que buscar esa perfección.

Hablemos de los comienzos de la Unimet

En estos prolegómenos de la Unimet nos preguntábamos cómo son, por qué funcionan bien las universidades inglesas, americanas, alemanas, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Esa fue la semilla de la Unimet. Al principio eran doscientos alumnos, no más de sesenta profesores. Tuvimos ayuda de la Fundación Ford para el profesorado y del Banco Interamericano de Desarrollo. Con estos aportes construimos las primeras edificaciones en La Urbina y esa es la historia.

¿Se siente premiado, reconocido, satisfecho?

Steve Jobs decía que el premio es haberlo hecho. Esa es la satisfacción para contribuir al desarrollo de un mejor país, de una mejor sociedad. ¿Dónde está la gente que te rodea para construir las instituciones? Eso es.

Un hombre sabio

S.D.

El currículo de Pablo Pulido es excepcional, porque muestra el mapa de una vocación irreductible de servicio por el país. Después de estudiar medicina en México y especializarse en Venezuela (Universidad Central) y Estados Unidos (Harvard y MIT), con posibilidades enormes de quedarse en Boston, para desarrollar una carrera que ya apuntaba hacia el éxito y la trascendencia, decidió regresar a Venezuela. Había que poner el hombro. El país lo exigía y él estaría en la primera línea de fuego. Nada sorprendente en un cardiólogo que conoce las razones del corazón.

Pablo Pulido, el doctor, el entusiasta, el emprendedor, el fundador de instituciones, el renacentista que se entregó en cuerpo y alma a las ciencias de la salud, la educación, la innovación y la modernización del servicio público, es un hombre que huye de los adjetivos merecidos y los reconocimientos que le resultan incómodos. Es un conversador insigne, una de esas personas con las que da gusto sentarse y pasar el tiempo. Prefiere hablar de equipos de trabajo, mencionar a quienes lo acompañan y se convirtieron en aliados fundamentales para los logros obtenidos. La palabra Yo no pareciera existir en su diccionario afectivo.

Ha ejercido la medicina como cirujano e investigador, ha fundado instituciones (Universidad Metropolitana, Centro Médico Docente La Trinidad, Hospital Ortopédico Infantil, entre otras) que hoy son vitales para el desarrollo del país, ha sido ministro y ha sido presidente de la Federación Panamericana de Asociaciones de Facultados y Escuelas de medicina… Jamás huyó de un reto que significara un aporte sustancial para construir un país moderno y democrático, que le sirviera a cada uno de sus habitantes.

Entrevistarlo es un desafío. Es un hombre lúcido, que conoce la dimensión del recorrido realizado hasta la fecha. Pero huye de las luces que lo señalan como centro de todos los méritos. Posee una sonrisa que desarma y sabe hablarles a los jóvenes, escuchando lo que dicen, integrándolos a una modernidad que pareciera ser su hábitat natural. Aunque su espíritu es el de un joven que no piensa jamás en retirarse, uno tiene siempre la impresión de estar frente a un hombre sabio. Siente placer al compartir el recorrido de tantos retos que parecían imposibles y que en sus manos se convirtieron en logros.

Pablo Pulido es un titán venezolano, uno de los hombres que construyeron la Venezuela del pasado, que miraba hacia el futuro. Lo paradójico es que hoy, con la energía que le insufla el reconocimiento de un Honoris Causa de la casa de estudios que ayudó a construir, otra vez se encuentra en la primera fila, entre quienes desean aportar trabajo y conocimiento para que el país regrese a la senda de la evolución.


*Colaboraron para la elaboración de esta entrevista Zaira Sanchez y Alejandro Sebastiani Verlezza.