A Franklin Brito lo dejaron morir el 30 de noviembre de 2010. Inmolado. 166 días en huelga de hambre y de sed. En el hueso. Sin masa muscular. Con dos dedos menos. Clamando por justicia. El poder hizo que no lo vio. El país hizo que no lo vio. La dignidad de su gesto parece haberse perdido en la bruma de un olvido muy largo. Pero El ojo del mandril, libro de relatos de Laura Cracco (Barquisimeto, 1960), publicado por ediciones Actual en 2014, dice que hay que leerlo en su memoria y hace que miremos en la dirección de esa bruma. Porque El ojo del mandril es su metáfora.
El libro está compuesto por 51 relatos breves que pueden ser leídos de modo independiente (como el que mira una fotografía o un video en una red social) pero que están claramente engarzados en la voz femenina que, en tercera persona, sigue (y nos hace seguir) el recorrido del ojo y lo que mira. El ojo es un objeto monstruoso (a la manera de Borges): único, solitario, mudo, “un solo ojo sin cuerpo”, opalescente, semejante a una metra o a una lágrima de cristal, un ámbar. Mágico y hermoso. Pero también puede parecer una piedra o “la hilarante tragedia del culo de un mandril”. El ojo, esa “bola de vidrio sin párpados”, rueda o cae, pasa de mano en mano. Como anfitrión y huésped, su mirada es una sola con la del empresario quebrado, el niño víctima de bullying, el edecán, el comandante asustado, el joven suicida, los nuevos ricos del poder, el despedido por la lista Tascón, el preso, el vigilante, el general dos veces traidor, el recolector de basura, el ministro. En su recorrido, el ojo obliga a quienes lo toman y él mismo es condenado a mirar en silencio porque “el destino de todo ojo es mirar”. El destino del ojo, de los personajes, del narrador y del lector. Mirar, se quiera o no. Porque El ojo del mandril es su metáfora.
Pero el ojo no es un artilugio esotérico para mirar el futuro o proyectar lejanísimos paisajes sino que muestra lo evidente, “lo que ya estaba, tal y como estaba”. Y lo que estaba es el país, Venezuela, este país instalado en la bruma por el poder pero entidad real, caleidoscopio innegable en sus fragmentos. Ficción y realidad contenidas mutuamente. Por eso se dice dictadura, expropiación, despido y lista Tascón, discurso condenado, “aquel pingüino que abandonó la manada hacia la montaña, el Franklin Brito que todos han visto enflaquecer hasta acercarse a la pura idea del alma…, la mujer que no llamó a Emergencias…, el raído esqueleto del prócer que el tirano somete a toda la nación a fisgonear” (1), casas apedreadas, marchas que chocan, muertos. Esos son los fragmentos que la mirada del ojo va mostrando cuadro a cuadro hasta el final del libro. La estrategia narrativa relata sin pretensión de concluir nada pero, por eso mismo, resulta contundente relato del país, “esto”, lo que nos pasa. Y entonces puede ser leído en clave de crónica o testimonio. Porque El ojo del mandril es su metáfora.
Pero decir que El ojo del mandril es solo un libro de relatos sería una descripción incompleta. Si uno entiende que la poesía es artificio lingüístico, tarea minuciosa en busca de la palabra precisa, esa que es imagen y entonces logra mostrar algo, iluminar una oscurana, sacar una verdad de las sombras; si uno entiende que hay poema allí donde la palabra es capaz de convocar el silencio, entonces Laura Cracco, que es poeta (2), escribió poesía. Al final de cada relato hay que callar. Y cerrar los ojos para ver la imagen que está debajo de nuestros párpados. En todo caso, El ojo del mandril está hecho de lenguaje, de un impecable trabajo de lenguaje, es literatura. Porque El ojo del mandril es su metáfora.
El ojo que obliga y se obliga a mirar también incluye al lector. Como parte del diálogo real que convoca la interacción literaria, el relato “La foto” inserta un comentario con abajo firmantes: “Pero esos muertos gritan nuestra muerte; pero esos despojos afirman, sin lugar a dudas, nuestra propia degradación hacia el lugar que nunca alcanzamos a conocer… Un país puede ser ya una condena. Vivimos el mismo tiempo que ellos vivieron, respiramos el mismo aire que ellos dejaron, pisamos la misma tierra, somos moribundos de la misma historia. Nosotros, los lectores”. Por eso hay que leerlo. Para tener en la mano ese objeto mudo, el ojo o el culo del mandril, y mirar(nos) en cada uno de esos textos. Porque El ojo del mandril es nuestra metáfora.
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Notas
(1) En “Carbono en el ojo” (79-80).
(2) La autora ha publicado Detrás de esa quietud (1982), Mustia memoria (1985), Diario de una momia (1989), Safari Club (1993) y Lenguas viperinas, bocas Chanel (2009).
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El ojo del mandril
Laura Cracco
Ediciones Actual (Dirección General de Cultura de la ULA)
Mérida, 2014
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Eliza Arias Flores es MSC en Lingüística (2013) y Lic. en Literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad de Los Andes (ULA). Prof. de Morfosintaxis en el Dpto. de Lingüística de la Facultad de Humanidades y adscrita al Centro de Investigación y Atención Lingüística (CIAL) de la ULA. Su trabajo poético ha sido publicado en El Salmón, revista de poesía y en Letralia. Actualmente reside en Santiago de Chile.