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Oído absoluto, sensibilidad y formación cultural

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Por JERÓNIMO RAMOS PRINCE

En mi caso, es inútil ponderar todo el peso que ha tenido Isa en mi singular incursión en la música, ya que creo estar entre los pocos cuya formación ocurrió casi exclusivamente bajo su conducción y ejecución en todos los entornos de la Fundación Camerata de Caracas, y probablemente no menos de 95% de toda mi vida artística se ha desarrollado en los proyectos de Isabel Palacios y la Camerata de Caracas, quienes pueden considerarse como madre e hija, y de esta manera cierro, sin abrirlo siquiera, el debate sobre si la Camerata es Isabel o Isabel es la Camerata, ya que son madre e hija y es absurdo siquiera intentar pensarlas por separado. Y yo he formado parte activa de la Camerata desde 1994, donde he aprendido lo que sé y donde he cantado lo que he podido, a veces a pesar de mí mismo y gracias, principalmente, al impulso de Isa, que siempre creyó más en mí que yo mismo, y siempre tuvo el tino de saber qué podía cantar, de cuál repertorio abstenerme y, sobre todo, cuando era el momento de enfrentar un reto. Y es de ese “tino” precisamente de lo que quiero hablar, porque no es algo indefinido, no es pensamiento mágico ni un don sobrenatural, sino más bien un atributo natural sumamente bien desarrollado, y no es otro que el oído. Es a partir del oído prodigioso de Isabel Palacios que se originan y derivan todos sus talentos y habilidades, porque incluso cuando está en otra cosa, digamos, escribiendo un texto, está pensando en música.

El oído de Isabel Palacios es especial, lo que en el argot musical se conoce como “oído absoluto”, cuya base es una memoria musical tan aguda que le permite reconocer cualquier tono musical sin necesidad de buscar una referencia externa. A la hora de hacer música y sobre todo a la hora de cantar, el poseedor de un oído absoluto no solamente puede emitir el tono exacto desde el silencio total, sino también reconocer escalas, acordes e intervalos. La única desventaja de tener oído absoluto, según la misma Isabel, es que resulta más difícil transportar de tonalidad al momento, ya que la asociación entre la nota escrita en la partitura y el sonido que le corresponde está tan arraigada en la memoria musical que es imposible engañarla, y tocar o cantar un fa cuando se está leyendo un sol (o, como suele ocurrir en su caso, incluso sin leerlo y tocando de memoria) se siente antinatural.

Todo tiene que ver con lo que ella escucha. Así descubre talentos y los va sumando a sus proyectos, a la medida que su oído le dicta la pauta y le dice hasta dónde puede llegar con un instrumento bajo su dirección, y no descansa hasta conseguirlo. Es capaz de reconocer el timbre particular de cualquier integrante en un ensayo, y saber cómo corregirlo. Asimismo, sabe cuándo una voz está lista para asumir un repertorio particular y comprometerlo a un proyecto, como también qué repertorio no le conviene o no le luce a determinado cantante, y aquí es donde su intuición trabaja en equipo con su oído y, le guste o no a los demás, rarísima vez se equivoca, y en estas equivocaciones generalmente entran en juego factores individuales de cada quien que ella no es capaz de controlar.

Ahora bien, los milagros que pueden resultar de un oído absoluto tampoco serían posibles sin otros dos ingredientes fundamentales de la fórmula creativa, que son la sensibilidad y la formación cultural  —no solamente musical—, y estos dos ingredientes también forman parte de su arsenal de talentos y conocimientos. En su caso, ambos aspectos se fueron desarrollando juntos a lo largo de su vida, y como todo buen artista, ese proceso formativo nunca termina. Cualquier propuesta artística que se dedica a producir está impregnada de conocimiento en todos los ámbitos de las bellas artes, historia de la cultura del pasado y de hoy, conocimiento que sirve de soporte para elaborar un  discurso estético y musical estimulados por una sensibilidad fuera de serie y una imaginación particularmente fecunda.  No hace falta explicar qué pasa cuando se juntan todos esos atributos. Oído absoluto, conocimiento cultural extenso y una sensibilidad que va más allá de una pasión. El resultado es una carrera artística de reconocimiento internacional, de la que nos hemos nutrido todos como oyentes, como alumnos, como músicos, como intérpretes, como compañeros de grupo, bien bajo su dirección, bajo su tutela, de forma directa o indirecta. Agradecidos estamos todos los receptores de lo que nos da, pues eso es el producto de su creación, son regalos convertido en proyectos, en música, en conocimiento y entrega.

La Camerata de Caracas y todo lo que deriva de allí, con sus 45 años de vida activa y que creo yo durará aún más de lo que la misma Isabel cree, no es solo una institución que ha albergado y hecho funcionar a algunos de los grupos musicales de mayor trayectoria artística del país. Es una Academia. Isabel es generosa con sus conocimientos y no escatima ni un solo recurso cuando se pone al servicio de la música, nos comparte su saber y nos incluye en sus fantasías con absoluto espíritu de entrega. Es un hogar. Muchos de sus integrantes hacen dentro de su sede gran parte de su vida, incluso llegando a pernoctar en la casa si fuera necesario, incluso sirviendo de residencia temporal a algunos de ellos. Entre las miles de estupideces que uno escucha y lee diariamente tanto en las redes sociales como en el boca a boca de la gente, se ha comparado a la Camerata con una “secta”. Yo diría que más bien es una especie de fraternidad, en el buen sentido de la palabra, donde quienes entran y permanecen están irremediablemente destinados a una hermandad de por vida, donde nos reunimos a hacer música y a producir sueños.

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