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Ofrenda a la amistad: Fernando Chumaceiro Chiareli

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Por LEÓN SARCOS

Todo mi patrimonio son mis amigos, dijo la gran poetisa Emily Dickinson. Y yo me registro sin pudor en esa humilde frase y la hago mía para confesar que, dentro de ese inestimable y aventajado patrimonio, tengo un diamante rojo de varios quilates que es tu amistad, Fernando: única, genuina, transparente. Hago honor a Heródoto, amado amigo, quien confesará: De todas las posesiones, la amistad es la más valiosa.

La historia de la literatura es muy rica y opulenta en novelas de amor y cuentos maravillosos para niños, no así en obras que retratan y recrean la amistad y la calidad de los vínculos motivados por ese noble, bondadoso y cálido sentimiento.

La génesis de una amistad

Grandezas y sutilezas que nacieron y germinaron, querido Fernando, en nuestro caso en edades bien distantes, una tarde de julio de 1977, cuando yo a los 23 presidía el Centro de Estudiantes de Economía de LUZ, donde llegué de manera equivocada vocacionalmente y donde tuve el honor de invitar y conocer a aquel líder del Zulia, que en ese momento tenía 46 y presidía la Corporación de Desarrollo de la Región Zuliana (CORPOZULIA).

Sajona Hernández hará de ti una distinguida semblanza: Pertenece a una casta que muchos creen en extinción, pero que inevitablemente sobrevivirá, porque si algo no muere son los ideales y si algo marca al hombre en la lucha es su amor por ellos: el sueño, la utopía, esa característica transfinitante, barredora de límites, de la que hablaba Scheler. Quiere ver de nuevo, y no solo en Venezuela, al intelectual como ductor y conductor, categoría que ha desaparecido en un país donde los políticos huyen de las ideas y los ideales, víctimas de terrible enfermedad de alma.

Me impresionó tu elocuencia, tu capacidad para transmitir y tu claridad conceptual. Por vez primera, escuchaba un dirigente del Zulia que explicara una estrategia de desarrollo que, respetando los parámetros nacionales, nos decía hacia dónde dirigir las inversiones, qué hacer con los recursos naturales, y especialmente cómo transformar en trabajo y progreso la vida de los Zulianos, para ti, la mayor riqueza del Zulia.

Hubo empatía y respeto entre ambos, aun proviniendo de diferentes estratos sociales, distintas raíces religiosas e ideológicas y estando en efervescencia la confrontación política clásica entre derecha e izquierda en la universidad. Tú, católico cristiano practicante y yo, para aquel momento, un cristiano angustiado que dudaba de todo. Tú, independiente socialcristiano; yo, simpatizante del Movimiento al Socialismo.

Nosotros, gracias a ese encuentro revelador de luz, empático, lleno de la curiosidad de ambos por conocer del otro sus expectativas, sus puntos de vista sobre la ciudad y el país, sobre la política y su quehacer, sobre el mundo, sobre la economía y el arte, progresivamente fuimos tejiendo lazos fraternos que, al irnos descubriendo, develaba el potencial que ambos teníamos para unir nuestras fuerzas, ideas e iniciativas para el bien, y juntos ayudar y apoyarnos para ser mejores ciudadanos y empeñar toda nuestra sangre y aliento para contribuir a dejar un mundo mejor.

La amistad se fortalece

Esa alianza se sellaría una de esas tardes en las que concurría a tu oficina del Edificio Los Cerros; en una de esas conversaciones en las que, sin límite de tiempo, íbamos deshojando problemas y promoviendo imaginariamente soluciones a una crisis que, poco a poco, iba desbordándonos para llevar agua al molino de los enemigos de la democracia.

Debo reconocer que nunca conocí un zuliano alijuna que amara más de corazón a la etnia Wayuu y sus costumbres. Y ese amor lo testimoniaste con hechos: la promoción de la construcción del Puente sobre el Río Limón; el impulso a la artesanía indígena, que se inició con la entrega del primer crédito a Luis Montiel para el taller Mali-Mai, de tapices y arte goajiro, y la creación del Parador Turístico de Sinamaica.

Recuerdo que un día, de manera simpática, cuando la amistad empezaba a fortalecerse y nos teníamos más confianza, en un gesto hermoso lleno de la nobleza que siempre te caracterizó, me dijiste: Vamos a firmar un pacto apache, sangre con sangre, inspirado en el célebre personaje de Winnetou, que aparece en varias novelas de ficción del alemán Karl May, para reafirmar el vínculo de lealtad; en nuestro caso, para luchar unidos sin pausa por el Zulia y la descentralización.

Tu visión descentralizadora del país, concebida inicialmente como desarrollo regional, tus iniciativas desde Corpozulia, fundada en parte gracias a tus iniciativas un 26 de julio de 1969, con todos los programas y proyectos avalados por profesionales de primera —que adelantabas con mucho juicio técnico, económico, social y cultural— prestigiaban la institución que presidías y le abrieron un horizonte de largo aliento y esperanza al Zulia para crecer, y a Venezuela, para ayudar a perfeccionar la democracia.

Un ciudadano de visión cristocéntrica

Bastaba escuchar tus disertaciones orales y escritas inspiradas en tu cristocentrismo, para por puro respeto aproximarse con afecto a tus creencias y acompañarte con convicción, sin necesidad de hacerse militante de tu religión. Tu ánimo, tu espíritu de sacrificio, tu integridad y tu bondad cristiana, me contagiaron tu esperanza en un mañana mejor, donde la sociedad sea más justa, el hombre sea más libre y la vida sea más digna.

Recuerdo especialmente unas bellas palabras conmovedoras, imantadas de tu ferviente amor a Cristo, que escribiste el día que falleció don Fernando Chumaceiro Capriles —a quien me llevaste a conocer en sus últimos años—. Ellas hablan de tu profundo amor y el respeto que se profesaban religiosamente: tú, a su fe en el judaísmo y él, a la tuya en el cristianismo, en un artículo titulado: Shalom, compañero del alma:

Yo vengo de tu sangre y de tu raza. Arrastro los cansancios de tu éxodo y me refugio en cuevas milenarias. Emprendo a través de los siglos un camino de nostalgias. Allí recojo las huellas digitales de tu estirpe. Estuve con tu pueblo en el desierto, he vivido en el exilio y sufrido sus persecuciones. He llorado en los muros de tu templo. Traigo cicatrices que no cierran a pesar de mi esfuerzo, heridas que sangran todavía, injurias que golpean el rostro de mis iras y que yo reclamo, Padre, porque se infringen en cada nuevo tiempo y van y vuelven, recurrentes, como un flagelo circular que se repite.

Por eso, Padre, orgullosos de ti, de tu pueblo y de tu raza, llevamos la Cruz de Cristo en el alma y la Estrella de David en la solapa.

Tu acción para combatir y la sensibilidad poética de tu pluma nunca dieron tregua desde que supiste de la existencia de El Libertador, a cuyo ideario y hazañas llegaste, según tus propias palabras, de la mano de tu padre; y a pesar de que tu Bolívar era muy distinto del mío, bajo tu óptica ganó un justo respeto para mí.

Pero la historia terminó por convencerme de que el Bolívar real, no era el Bolívar al que tu generación idolatró; el mío ha terminado siendo el de Carrera Damas en su Culto a Bolívar y el de Luis Castro Leiva, que espero sea el de las nuevas generaciones: De la patria boba a la teología bolivariana.

Esas diferencias de puntos de vista, en lugar de alejarnos, nos acercaron más; pues a diferencia de otro sentimiento bien diferente donde también interviene el amor, como el enamoramiento, donde las diferencias alejan y hacen sufrir, en la amistad, por el contrario, entender los puntos de vista del otro es hacerle justicia. La amistad, a diferencia del enamoramiento, es amor sin eros. El dios Eros, en vínculos afectivos de pareja, necesariamente tiende a complicarlo todo.

El enamoramiento —dice Alberoni— es éxtasis, pero también tormento. La amistad, en cambio, tiene horror al sufrimiento. Los amigos se buscan para estar a gusto juntos. Si no lo logran tienden a dejarse. Las diferencias procesadas fortalecen la amistad. En el amor aun con disimulo alejan. El amor es sublime, heroico y a veces estúpido, pero nunca justo. No se encuentra la justicia en el amor, sino en la amistad.

Nace Venezuela Somos Todos

Nuestros lazos de amistad se fortalecían, y vino una de las tareas más exigentes, difíciles y complejas que nos ha tocado en la vida a ambos: acercar, unir y ensamblar ideas de seres humanos distintos, de visiones diferentes, enfrentados la mayoría, en cuanto al método, a la forma y a la estrategia para conseguir un fin. Un año después de iniciado nuestro peregrinaje por el Zulia, serenamente, pacientemente y después de muchos encuentros individuales y colectivos, se produjo un hecho del que tú escribiste en aquel año 1986:

Un hecho insólito acaba de acontecer en el Zulia. Un grupo de personas de distintas ideologías, militancias o simpatías políticas, e independientes han decidido realizar un esfuerzo colectivo y pluralista …y han constituido con el nombre de Venezuela Somos Todos una organización social que declara públicamente no ser un partido político ni un movimiento electoral, sino un instrumento de la sociedad civil, estructurado sobre la base del pluralismo político, la participación activa, el trabajo cooperativo, la creatividad social, y la búsqueda de alternativas humanas a los desafíos del desarrollo y la libertad.

Las regiones, empezando por el Zulia, le daban una respuesta a la aguda crisis que vivía el país, resultado de la asfixiante centralización y las equivocadas políticas económicas que comenzaban a hacer mella en la institucionalidad y la estabilidad democrática.

Bajo presión de la sociedad civil y algunos partidos de la oposición vendría la Reforma del Estado, promovida por dirigentes regionales de todo el país, bajo el liderazgo de ese venezolano excepcional llamado Ramón J. Velásquez, que lograrían impulsar y aprobar la Ley de Elección directa de Alcaldes y Gobernadores en 1988, y abrirle camino al tan esperado proceso de descentralización y transferencia de competencias, con la elección de los primeros alcaldes y gobernadores  por votación popular directa y secreta.

En diciembre de 1989, una coalición de partidos políticos presidida por Copei, grupos y movimientos de opinión presentarán tu nombre como candidato a presidir la Alcaldía de Maracaibo, en esa primera elección.

Me tocó ser el coordinador de tu campaña y nunca olvidaré el acto apoteósico e histórico, por su naturaleza, lo multitudinario, original y emotivo del mismo, que selló tu victoria de forma abrumadora, cuyo sitio de concentración fue el balneario Caimare Chico, ubicado en las playas de la Goajira venezolana, al que asistieron miles y miles de personas, principalmente jóvenes, en una celebración popular nunca antes vista en el país y en donde, en un helipuerto improvisado, descendiste de un helicóptero mientras la gente te aclamaba y el conjunto un Solo Pueblo entonaba una canción que para ti era un himno: Viva Venezuela mi patria querida / quien la libertó mi hermano / fue Simón Bolívar.

Tú ascendías a la posición de alcalde y, de manera simultánea, yo me marchaba a cursar estudios en el exterior. El destino nos separó por tres años. Me fui sin tu aprobación y recuerdo que en esa última conversación que tuvimos me dijiste: después de que nos metimos juntos en esto, me vas a dejar solo. Hoy reconozco tenías razón y cuando después a mi regreso te explique me comprendiste.

Para los verdaderos amigos las separaciones de espacio y tiempo no pesan. Puede haber reproches, pero inmediatamente vendrá el perdón. Y así fue. Propuesto por la Universidad del Zulia, fui designado director del Centro Interamericano de Desarrollo Regional (CINDER), y desde allí colocamos a Edgar Vinicio Nava, una institución académica, como director de un proyecto para crear una escuela de gobierno, en colaboración con un prestigioso instituto estadounidense, que preparara a los mejores egresados en Políticas Públicas en cursos de inglés y en macro, microeconomía y gerencia, para ingresar en las mejores universidades de ese país.

Necesitábamos a alguien de prestigio que presidiera el CINDER y te pedí que me acompañaras en esa noble tarea y con gusto aceptaste. Había un comité asesor que se reunía de forma permanente y el proyecto llegó a concluirse, sin que se pudieran lograr los recursos para su puesta en marcha.

Fue la última tarea que realizamos en conjunto. Algunos años después, con la llegada de la revolución, Pedro J. Ávila, otro de tus buenos amigos y yo, te citamos para un encuentro en un café de Maracaibo. Fuimos por ti a tu casa, y conversamos por más de dos horas de distintos temas del presente, pero recordamos anécdotas del pasado. Hablabas poco y escuchabas con mucha atención.

Ese día, cuando casi concluimos, tomaste la palabra para decirnos con una angustia que delataba tu expresión en el rostro y que me conmovió: Tengo tantas cosas bellas en mi mente que decirte, pero no encuentro la manera de articularlas. Ojalá y pudiera. Esa sería nuestra despedida. Entendí que empezabas a habitar otra estación. Y mi alma se confirmaba en la amistad de a quien amé como un segundo padre, un ser humano de mente brillante, profundamente espiritual y un gran amigo.

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