Masdesvallia tovarensis, una de las más de 3.000 especies orquídeas dispersas por todo el mundo

Por RUBÉN MONASTERIOS

Orquídea flor de mayo (Cattleya moslae) flor nacional de Venezuela

El  23 de mayo es una efeméride plácida en Venezuela: ese día se celebra a la orquídea; la especie Cattleya mossia, popularmente llamada «flor de mayo», fue declarada oficialmente símbolo floreal venezolano en esa fecha de 1951; una apropiación simbólica hecha con todo derecho, digamos al desgaire, por haber sido ese país uno de los privilegiados en el mundo por la abrumadora  presencia en su naturaleza  de la llamada por Susan Orleans «la flor más sexi de la tierra». También fue Venezuela, en tiempo pasado, uno de los tres primeros productores de la flor en el mundo.

A propósito de completar el cuadro de los símbolos naturales asignados al país, reseñaré que el «árbol nacional» es el araguaney (Tabebui chryasanta); el ave, el turpial (Ictrus icterus) y el pez, el pavón estrella (Cichla ocellaris); algunos añaden hasta un insecto: un coleóptero bioluminiscente llamado en el español venezolano cocuyo (Pyrophorus noctilucus).

La flor afrodisíaca por excelencia

“¿Quién se tomaría la molestia de embarcarse en la preparación de… afrodisíacos (con la orquídea) cuando tan sólo la flor basta para provocar el acontecimiento deseado?”, se pregunta el doctor Raymond Stark, naturópata, autoridad mundial en el campo de la herbología

En efecto, la simple inspección visual de la orquídea es suficiente incentivo de la líbido, ¿acaso no es la flor más sexi de la tierra? Sin embargo, sí existieron —y todavía hoy las hay— personas que se tomaron la molestia de preparar pócimas amorosas con bulbos y pétalos de esa flor; los primeros de que se tenga noticia fueron los  antiguos romanos; con la orquídea inventaron una bebida cuyo nombre es suficiente para dar idea del efecto pretendido con ella: satirión la llamaron. 

Los aristócratas orientales cultivaron  las orquídeas y se enorgullecían de sus jardines de estas flores desde hará cosa de más de dos mil años antes de la Era Cristiana; sus médicos preparaban con ellas remedios para tratar numerosas enfermedades, desde diarreas hasta impotencia. Los primeros tratados sobre la orquídea son chinos y datan de 1228 y 1247.

Se preparan varias bebidas con los tubérculos de la flor y una infusión con sus hojas; sus pétalos aderezan comidas eróticas y algunos aseguran la mayor potencia de su efecto al ser absorbida su esencia por vía dérmica; el procedimiento consiste en  frotar sus pétalos en las partes genitales.

Una sexualidad andrógina

Es paradójico: el nombre orquídea, término  femenino de por sí sonoramente bello, como efecto de cierto automatismo mental condicionado referido a la mujer: a la parte de su anatomía más íntima y deseada, proviene del término griego orchis, nombre del atributo esencial de la virilidad, por cuanto su significado es “testículos”. La orquídea es vulviforme; tiene tres sépalos y tres pétalos  carnosos, abultados y sinuosos, uno de ellos, el central y más ostentoso, se encuentra modificado al extremo de ser idéntico a los labios menores vaginales y se llama precisamente labelun, o labio. Es uno de los vegetales afrodisíacos analógicos por excelencia: verla, excita; pero también se le atribuyen efectos libidinógenos a las pócimas que contienen su esencia, en razón de lo cual es una especia doblemente afrodisíaca.

El olor de la orquídea se mueve en un arco extendido de lo sublime a lo abyecto; en algunas especies es una fragancia embriagadora, en otras pestilencia repulsiva; con todo, en las últimas también es una forma de seducir, en su caso a los insectos, atraídos por la materia orgánica en descomposición asociada a su fecundación.

Las leyendas

La leyenda griega cuenta que Orchis, un efebo de apolínea belleza, hijo de un fauno y una ninfa, fue violado y asesinado por unos cazadores; escondieron su cuerpo en el tronco hueco de un árbol y huyeron, confiando en el desconocimiento  de su felonía; pero habían sido observados por la divina Afrodita. Horrorizada por tanta maldad decidió el justo castigo de los criminales haciéndolos devorar por los lobos, y por su voluntad el cuerpo oculto en el hueco del árbol se transformó, dando lugar a la orquídea; pero Orchis, en su nueva configuración,  se negó a parasitar al árbol que  lo cobijaba; aprendió a nutrirse del aire, de los efluvios, del rocío;  al árbol sólo lo utilizó como morada  y en retribución le concedió el privilegio de adornarlo con su presencia en los días de su eclosión. Afrodita, conmovida por su bondad, le otorgó la gracia de  hacer nacer la pasión en la mujer a quien un hombre le regalara una orquídea.

Los asiáticos tienen su propio mito para explicar el  origen de la flor, mucho más antiguo y no menos sobrecargado de sexualidad morbosa que el griego. Cuentan que hace tiempo, muchísimo tiempo, cuando por la tierra todavía vagaban los seres elementales, una doncella hija de un nigromante se prendó de un joven pastor: se amaron apasionadamente hasta la enervación, en todo sitio, a toda hora del día y de la noche. El brujo supo de su romance y  se sintió avergonzado por el humilde origen del mancebo, montó en  furiosa cólera y decidió castigarlos mediante un hechizo de vesánica crueldad: haría desaparecer a la muchacha, reduciéndola a su esencia elemental; convertida en energía pura se fusionaría con las corrientes energéticas que fluyen por el cosmos desde el principio hasta el fin de los tiempos, con lo cual privaría al galán del objeto de su amor y de la fuente de su placer, llevándolo a la desesperación y la locura.

Hizo  el sortilegio, no obstante, la intensa pasión de la muchacha resistió las fuerzas del mal  implacablemente desencadenadas para consumir su ser material, y una parte de ella permaneció: su sexo; de tal modo su amador, aunque impedido de abrazar su cuerpo y  besar su boca, seguiría poseyéndola; la orquídea es esa parte del cuerpo de la mujer no desmaterializada  gracias al amor.

Los europeos no podían quedarse al margen de la mitología de la orquídea, y tanto como en los demás casos citados, su leyenda la asocia al sexo. Durante la Edad Media fue muy difundida la creencia de que las flores nacían del semen derramado durante el apareamiento de los animales; más adelante, un hombre seducido por la configuración vulvar de la flor copularía con la orquídea, y con ese acto engendraría un híbrido  en parte ser humano y en parte la bestia de cuya esperma hubiese nacido la flor; los sátiros (mitad humano, mitad macho cabrío), los centauros (caballo con torso humano), las esfinges (león con torso de mujer) nacían de esos cruces aberrados. En 1653, un tratado protocientífico de botánica  da noticia del poder afrodisíaco de la orquídea sobre las mujeres; según su información, la flor se halla bajo el dominio de Venus;  aconseja, en consecuencia, usarla  con discreción, porque produce calor y exacerba la lujuria; razón suficiente para mantener  las mujeres alejadas de las perversas orquídeas.

Aunque no referidas a su origen, también hay leyendas concernientes a la orquídea en el imaginario popular venezolano; inexorablemente, tales fabulaciones son de contenido erótico.

El hábitat preferido de  Cattleya mossia es la montaña Ávila, al norte de Caracas. Quienes han tenido la experiencia y milagrosamente lograron sobrevivirla, dicen haber escuchado cantos remotos y susurros; los atribuyen a las orquídeas, cuya voz es similar a la de la mujer y dejan oír su canto al pasar cerca algún varón; son como sirenas vegetales. Entonces el hombre cae en el encanto y camina desorientado, dejándose llevar por las voces y murmullos; pierde el rumbo y acaba precipitándose por alguno de los muchos precipicios de la montaña.

La historia

El boom de la orquídea en Europa estalla en el discurrir de la segunda mitad del s. XIX; vale decir, en plena época victoriana; dura hasta la primera Guerra Mundial, cuando cambian las cosas. Fue la flor más cotizada en Europa después de los tulipanes, esa otra manía holandesa del siglo XVII.

Condiciones que favorecieron la florimanía fueron una situación política relativamente apacible y el desarrollo industrial, con su consecuencia de bienestar para las clases dominantes; algo debían hacer los ricos con sus fortunas y sus ratos de ocio, y de súbito, aparece la moda exclusivisima de coleccionar plantas exóticas, entre ellas, naturalmente, la orquídea.

Atribuyen al inglés William Cattley el inicio del fenómeno, en 1818; le llamó la atención un bulbo de orquídea tirado a la basura después de servir de material de empaque en un cargamento de plantas tropicales; lo rescató y cultivó; su florecimiento desató la pasión, de tanta relevancia en el marco del novísimo movimiento, que se habló de orquidelirio; una pasión, como otras tantas, conflictuada; en efecto, los victorianos la adoraban, pero también les ofendía la flagrante sexualidad de las orquídeas. La figura emblemática del movimiento esteticista, John Ruskin (1818-1900), las calificó de “apariciones lascivas”; no obstante, en la confrontación entre el pudor y la orquídea, triunfó la última; tener un invernadero en Londres o en París se convirtió en un importante símbolo de estatus.

Sagaces comerciantes aprovecharon la desenfrenada avidez por las plantas raras; exploradores puestos a su servicio, llamados “recolectores”, emprendieron por todo el mundo la búsqueda de orquídeas; esos hombres corrieron peligros aterradores en sus expediciones; sus aventuras sirvieron de inspiración en la creación de personajes de ficción narrativa, uno de ellos, Indiana Jones; gracias a su presencia en el cine terminó convirtiéndose en arquetipo del aventurero; pero los recolectores reales no se le quedaron muy atrás. Los buscadores se adentraron por territorios inexplorados plagados de víboras, gigantescas serpientes constrictoras, fieras, insectos raros cuyas picaduras causan fiebres, vómitos y escalofríos, arañas venenosas tan enormes que pueden cazar pájaros y lagartos; desafiaron selvas espesas, ríos desmadrados, pantanos malsanos, barrancos profundos, desfiladeros resbalosos, senderos brumosos, junglas en las que jamás entraba la luz del sol; enfrentaron encuentros con aborígenes hostiles que en más de una ocasión no vacilaron en liquidarlos mediante dardos envenenados; a cada paso vivían la probabilidad de ser devorados por tigres o cocodrilos y hasta por caníbales, en algunos ignotos territorios.

Recolectores de orquídeas en la Cordillera de la Costa venezolana

Y no era menor el riesgo de bregar con la competencia, implacable y a veces más letal que todas las demás cosas. Los recolectores se espiaban entre sí y se tendían trampas recíprocamente; en algunos países donde reinaba la barbarie, denunciar a un rival como “agitador político” o espía era un recurso eficiente para quitarlo del medio durante algún tiempo… o para siempre. A la menor oportunidad robaban las orquídeas acumuladas por otro; no faltaron inconscientes que una vez realizada su cosecha, prendieran fuego a las selvas para impedir a los competidores hacer la suya. La envidia entre los coleccionistas, en Europa, llevó a algunos de ellos a emponzoñar los viveros de sus rivales. Entre esos aventureros u orchid hunters, se cuenta Albert Millican (inglés,  s. XIX), uno de los raros que escribieron sus experiencias.

El comercio de plantas raras enfrentó abrumadores obstáculos, y la transportación desde los sitios de recolección a los puntos de venta no fue el menor de ellos; de cada remesa apenas llegaban unas cuantas plantas vivas a los puertos europeos. Un comerciante, Jules Linden, deja testimonio de la forma como se transportaban las flores a principios del s. XIX:

“Había que hacerlas bajar por caminos malísimos hasta el puerto de mar, y como en aquella época no había barco de vapor, debían realizar el viaje en la bodega de un velero (…) Amontonadas en barriles cerrados (…) el calor y la fermentación hicieron desastres y pocas de ellas llegaron con vida”.

¡Pero cada flor se vendía a precio de oro! Las orquídeas se tasaban por pétalos, cada uno a razón de una guinea, equivalente a veintiún chelines (1 ch = ¼ de libra; al cambio moderno, 1 chelín equivale aproximadamente a 1,20 de dólar norteamericano). Un obrero de la Revolución Industrial ganaba dos o tres chelines por una jornada semanal de seis días de catorce horas diarias; en el más favorecido de los casos, ¡una séptima parte del precio de un pétalo de orquídea!

El negocio se masificó y mejoró, aunque los precios de las flores bajaron, a raíz de la invención de la “caja de Ward” por el médico inglés Nathaniel Bagshaw Ward, en l843; consistía tal artefacto en un recipiente cerrado en el que se cultivaban helechos y cierto musgo; los vegetales mantenían las orquídeas en condiciones aproximadamente semejantes a las de su hábitat original.

Infortunadamente, los recolectores de orquídeas no tuvieron el cuidado de registrar más o menos sistemáticamente sus experiencias en Asia, África y Suramérica; en el fondo, los territorios recorridos y sus pueblos les interesaban un buen pepino; lo único importante eran las flores, en consecuencia, de esos acontecimientos apenas quedan unas cuantas anécdotas; con todo, su recopilación podría dar lugar a un libro bastante grueso, de apasionante lectura para los aficionados al género de aventuras.

Albert Millican orchid hunter

Una excepción notable fue el mencionado Albert Millicar (británico, 2ª mit. s. XIX); realizó cinco viajes recolectando orquídeas por el noroeste de Suramérica y relata uno de ellos por territorio colombiano en su libro Travels and Adventures of an Orchid Hunter (Londres, 1891). Es uno de los escasos relatos vivenciales que aportan información de primera mano. También fue su autor uno de los bastantes que perdieron la vida en sus aventuras, según lo hace ver en una reseña biográfica Malcom Deas. Este investigador encontró una nota a lápiz  en un ejemplar de esa obra en una biblioteca de Bogotá: «A Millican lo mataron en Victoria en julio de 1899. Le dieron catorce pulgadas de cuchillo por la espalda»; al parecer en  una riña en una taberna. Dean lo describe: «… Fue amante de la naturaleza, competente fotógrafo y dibujante aficionado, escritor ameno, simpático y sin pretensiones»…

La aventura en territorio venezolano

A continuación, cuento algunas anécdotas ocurridas en territorio venezolano; según lo dije, un paraíso de orquídeas y primordial campo de acción de recolectores ocupados en satisfacer el orquidelirio.

Pone de manifiesto ese esplendor la experiencia atribuida a un personaje conocido como el Viejo Piret, un francés establecido en Caracas, identificado como el primero en exportar a Europa la especie Cattleya mossiae alba, la orquídea totalmente blanca, sin una pizca de morado. Piret solía pasear por la montaña Ávila, hábitat predilecto de las orquídeas. Cierta mañana, subiendo por el lado de Los Chorros, encontró una quebrada donde millares de la llamada coloquialmente por los venezolanos Flor de Mayo se balanceaban bajo el sol radiante. El emocionante panorama hizo a Piret volverse hacia su acompañante y exclamar: “¡Mira esto! ¡No vuelvo a Caracas, esto es demasiado fantástico!”. Y llevando a cabo la acción, agregó, tendiéndose en el suelo: “Si tú quieres, murámonos aquí”. Pierre Couret, de quien copio esta historia, comenta con un toque de humor negro: “Hoy tendría que tomar una dosis de LSD para tener esa visión de Los Chorros”.

No fue el Viejo Piret el único en dejar constancia de su embeleso ante las orquídeas de la montaña Ávila; expresan el mismo sentimiento muchos otros cronistas; se atribuye a Simón Bolívar el haber llevado ejemplares de cierta especie de los Andes a Cartagena y Barranquilla, donde arraigó al punto de convertirse en endémica de la región; supuestamente se le conoce como Orquídea del Libertador.

Los recolectores literalmente arrasaron con la orquídea en Venezuela. En 1872 uno de ellos se quejaba de que a partir de haber enviado tantas de esas plantas a Bruselas, Londres o Nueva York, ya no quedaba casi nada en estas tierras. Después de un mes de trabajo, su gente no había recogido más de cinco mil orquídeas; a mediados de ese mismo siglo una remesa regular comprendía quince o veinte mil plantas. Couret cita un párrafo de una carta de un negociante llamado Sander dirigida a su agente Arnold, escrita poco más o menos una década más tarde; a manera de elogio le dice en ella: “Si usted termina como ha empezado, no quedará en Venezuela una sola buena mata de orquídea que encontrar”.

Una de las tantas historias concierne al aludido Arnold; el hombre se contaba entre los veinte y tantos exploradores estratégicamente distribuidos por los cuatro puntos del planeta al servicio del arriba citado potentado británico Frederick Sander, conocido como King of Orchid.

En uno de sus viajes a Venezuela, en 1880, había recogido Arnold un cargamento de Masdevallia tovarensis, especie abundante en el entorno de la Colonia Tovar, pero al intentar embarcarlo en Puerto Cabello encaró el inconveniente de no encontrar buque disponible; en realidad, para el hombre se trataba de una situación francamente crítica: significaba la pérdida casi total de su esfuerzo y de sus ganancias, por cuanto no hay “caja de Ward” que valga para unas orquídeas provenientes de una zona montañosa de clima frío, expuestas por largo tiempo a la temperatura ambiental de un puerto marítimo del trópico; de aquí la sinceridad de su agradecimiento a los buenos oficios de un caballero de nombre White, quien se ofreció para convencer a un capitán de aceptar el cargamento en cuestión, como en efecto lo hizo. Pero de algún modo Arnold supo que el gentil White era un competidor confabulado con el capitán de marras; su plan consistía en cargar las orquídeas y zarpar subrepticiamente, dejando a Arnold en tierra; además, tenían un “Plan B” todavía más siniestro, en el caso de no lograr desembarazarse de Arnold en Puerto Cabello; consistía en matarlo durante la travesía y llevar la carga a un puerto europeo distinto al destino previsto por el recolector. Arnold confrontó a los infames en un camarote; cuentan que recurrió a un revólver, lo puso en las narices de White y le dijo: “¡Uno de nosotros no ha de salir vivo de este camarote!”; sin embargo, ninguno de los dos murió en el lance, y uno de ellos salió vivo… aunque corriendo como alma que lleva el Diablo; el alevoso sujeto entendió que la amenaza iba completamente en serio; en consecuencia, optó por abandonar el barco. El capitán, amedrentado por la resteada actitud de Arnold, hizo un arreglo con este y finalmente su cargamento de orquídeas llegó a salvo a Liverpool. “A salvo” es un simple decir; al parecer, de unas quince mil plantas enviadas, llegaron más o menos posibles unas dos mil.

Un recolector de notoria actuación en el territorio venezolano fue el checo Benedicto Roezl, otro agente del antes nombrado Sander. Este sujeto actuó en el país durante el período histórico conocido como El Septenio, correspondiente al último mandato del tirano ilustrado Antonio Guzmán Blanco, entre 1870 y 1877.

Una de las estrategias utilizadas por algunos agentes consistía en establecer relaciones con altos personeros de los gobiernos de los países donde se desenvolvían, a propósito de facilitar sus operaciones. A Roezl, hombre de mundo familiarizado con la cultura francesa, tal cosa le resultó fácil en un país cuyo presidente era francófilo; gracias a la influencia de Guzmán Blanco, todo cuanto tuviera algún perfume galo sentaba bien. El recolector se vinculó a quien entonces desempeñaba el cargo de vicepresidente de la República, general Matías Salazar; lo sedujo revelándole los secretos afrodisíacos de la orquídea; este, en compensación, le dio la concesión exclusiva de cosechar orquídeas en toda la región norcentral del país, mediando una comisión, naturalmente.

A propósito de dar una idea de lo jugoso de la concesión señalemos que Cattleya mossiae, endémica de Venezuela,  antes de la feroz depredación de nuestro país tenía por hábitat natural, además de la montaña Ávila, su territorio predilecto, la vertiente sur de la Cordillera de la Costa, incluyendo el valle de Caracas y las montañas aledañas, los estados Miranda, Aragua y Carabobo, hasta las estribaciones de la Cordillera de los Andes en Lara, Trujillo y Portuguesa; el privilegio concedido a Roezl fue un auténtico jamón. ¡Imagínese la rabiosa envidia de los demás recolectores!

Los asuntos de Roezl marchaban excelentemente bien, hasta que el general Salazar tuvo la mala idea de alzarse contra Guzmán (1871), con el peor resultado de ser derrotado en ese enfrentamiento; lo apresan en Tinaquillo y un consejo de guerra dictamina su fusilamiento. Roezl resulta señalado por su amistad con Salazar, a lo cual se suman las canallescas falsas denuncias de varios competidores involucrándolo en la conspiración. El recolector cae preso y junto a otros implicados lo condenan a muerte; logra salvar la vida gracias a los buenos oficios del cónsul francés en Caracas; pero queda escarmentado: jamás vuelve a Venezuela.

General Matías Salazar (1828-1872)

Los miles y un trucos de los recolectores para lograr su cometido, los ilustran las aventuras de otro agente, este español, un tal Francisco del Verde, llamado Paquito; operó en Venezuela en los tiempos del guzmanato, asimismo a principios del Septenio. Del Verde, evidentemente un truhán de la más pura tradición de la picaresca hispana y expoliador sin un ápice de piedad por sus congéneres, ideó un ardite para ahorrarse los miserables céntimos pagados a los recolectores de primera línea, vale decir, campesinos e indios. Se disfrazó de cura y anduvo por esos campos de Dios proclamando su propósito de recolectar orquídeas para llevarlas a Europa y ofrecerlas como tributo a la Virgen de los Siete Puñales; quienes colaboraran en su empresa recibirían del mismísimo Santo Padre indulgencias plenarias; según la cantidad de flores aportadas, dichas concesiones espirituales podrían servir para aliviar el sufrimiento del alma en pena de algún ser querido en el purgatorio, y hasta llegar al absoluto perdón de los pecados de quien hiciera la ofrenda. Llueven orquídeas sobre su cabeza aportadas por almas ingenuas. Paquito ha acumulado una cantidad considerable de flores que en Europa representan una fortuna, cuando estalla en Venezuela el conflicto religioso del guzmanato (26 de junio de 1870). Guzmán Blanco, librepensador y masón, aprovecha la circunstancia de que el arzobispo Guevara y Lira se pone exquisito ante su petición de oficiar un Te Deum de acción de gracias por su nueva entronización en el poder; el Ilustre Americano se declara “ofendido” y decreta el embargo y expropiación de los bienes de la Iglesia; por comprensibles razones lo hace extensivo a las propiedades de sus enemigos políticos.

El aventurero del Verde llegando a Chorní con su cargamento de orquídeas

Ignorante de estos graves aconteceres, del Verde pretende salir por Choroní con su cargamento de orquídeas; pero, por una de esas fatalidades del destino, la noticia del impasse ha llegado a oídos del jefe  civil de esa remota localidad marítima, gañán este ateo, de muy mala entraña y groseramente salvaje, de quien sólo se recuerda que era llamado Perrote. El sujeto interpreta el affaire de alta política entre el gobierno y la Iglesia de acuerdo con su limitado juicio; entiende que en solidaridad con su jefe, el general Antonio Guzmán Blanco, presidente de la República —del cual se siente representante y en obligación de defender sus intereses—, es de rigor apalear públicamente en la Plaza Bolívar al cura párroco, saquear la iglesia y la casa parroquial, arremeter contra las cofradías de fieles y dispersar a peinillazos una humilde comunidad de monjas dedicadas a hacer el bien radicada en el pueblo. Al encontrarse con el falso cura y su recua, lo pone preso bajo amenaza de ejecución, decomisa sus burros y cargamento, y ante la mayor angustia de Paquito, también se dispone a quemar las orquídeas, cuya acumulación por el recolector Perrote no logra comprender; para ese ignaro sólo son matas del monte. Paquito, hombre de buena labia, como suelen ser los pícaros, logra hacerle entender el valor de las orquídeas, amén de descubrir su auténtica identidad. Al jefe civil le resulta muy divertido que ese sujeto anduviera por ahí haciéndose pasar por cura, trampeando campesinos e indios, y simpatiza con él; accede participar en el negocio propuesto por del Verde, el cual consiste en recibir la mitad de la ganancia lograda por el traficante al vender las orquídeas en Europa, a cambio de su ayuda por transportar el cargamento hasta Puerto Cabello.

Perrote todavía espera su parte. Una leyenda de Choroní cuenta que su fantasma se deja ver de vez en cuando por el muelle; de frente al mar y mirando al remoto horizonte, pareciera gritar algo en un clamor lamentoso y amargado apenas inteligible entre el fragor de las olas y el rugido del viento; quienes han tenido el coraje de ponerle cuidado, creen oírlo decir algo así como: “¡Paquito, hijo de la gran puta!, ¿dónde está lo mío?”.


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