Papel Literario

Ochenta horas de revolución. Diario de un reportero

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Por FEDERICO PACHECO SOUBLETTE

JUEVES 18.- Estamos de guardia. Acabamos de almorzar. Son las dos menos cuarto. En la redacción sólo está Esteves, reportero policial, leyendo los periódicos del día. Alguien llama desde el piso de abajo para decir que se han oído tiros en las cercanías de Miraflores. Los informantes son trabajadores que descargan papel para nuestro diario. Corremos a avisar a nuestro compañero la novedad y lo encontramos en el teléfono. Ya ha recibido noticias y busca confirmarlas en la oficina de prensa de la policía. Nadie contesta. Al poco rato se escucha una llamada telefónica de Allan Stewart, representante de la Prensa Asociada.

Con voz nerviosa dice: Stewart de la Prensa Asociada. Aquí están sonando tiros. Vengan inmediatamente con mucha cautela. 

La ciudad parece tranquila. Pedimos un auto y partimos en busca de nuestro fotógrafo. Corremos por las calles, a velocidad vertiginosa. Carros de alquiler recogen a los policías de punto. En un cruce de la carretera que conduce a Catia un agente es requerido por un compañero. Cuando intenta ir a recoger su impermeable, el otro lo apremia:

¡Sube; no hay tiempo para nada! 

En los aledaños de la ciudad todo es normal. De vuelta al centro de la ciudad hay gran movimiento cerca del cuartel de Policía. Las rejas están cerradas. Dentro está el presidente de la República y el gobernador. Salen apresuradamente Ochoa Briceño y Molina, jefe de Policía e Identificación, respectivamente. Nos acercamos haciéndoles insistentes preguntas. Contestan con vaguedad.

Pelotones de policía salen a cada momento del cuartel, armados en patrulla, al parecer para proteger la ciudad.

Los estudiantes se reúnen frente a la Universidad. En la Plaza Bolívar, la gente camina tranquilamente mientras en los grupos formados en las esquinas se tejen comentarios.

A las cinco, comienzan a oírse tiros próximos. El chofer, angustiado, quiere sacar el carro del sitio peligroso, donde se ha estacionado. Sugerimos a nuestros compañeros que busquemos un lugar más seguro. El Gordo Pérez y Esteves descienden del auto y corren hacia la Plaza Bolívar. Nosotros bajamos en San Francisco, y venimos rumbo al periódico. En la esquina de La Gorda, un carro baja velozmente, casi se estrella contra el nuestro. En El Nacional nos aprovisionamos de rollos fotográficos y bombillos de flash. Salimos nuevamente. Nos cuesta convencer al chofer, que no quiere arriesgarse. Le decimos que llegaremos hasta donde permita la prudencia.

Pasamos varias veces por la Plaza Bolívar y no encontramos a nuestros compañeros. Los disparos suenan con estruendo. Miguel León, reportero gráfico del periódico, se ha apostado cerca de la Policía, y nos advierte que Esteves y Pérez han ido al Cuartel San Carlos, donde se ha producido el primer conato de la revolución. Hacia allá nos encaminamos. El chofer reniega a cada momento.

Si tienes miedo, no seguimos, le decimos para levantar su orgullo.

Sólo así se decide a continuar. Se ha unido a nosotros Sergio Antillano. Juntos nos acercamos al cuartel, en el que se recogen los heridos. Las fuerzas dominantes son del gobierno. Carlos Daall y Sandoval, redactores de El Nacional que entraron en el cuartel a las tres y media de la tarde con el último pelotón del gobierno, cuentan las incidencias. En seguida cierran las puertas y nuestros compañeros se quedan en el interior con otros periodistas. Daall habla con el coronel Celis Paredes. Minutos después lo ve arrastrándose empuñando un revólver, en el momento en que comienzan a escucharse nuevos disparos.

Otros periodistas corren desesperadamente por los pasadizos del cuartel. En medio del tiroteo, nuestros compañeros forcejean para abrir el cerrojo de la puerta. Lo logran y se dispersan buscando refugio en las casas situadas frente al cuartel.

El tiroteo es intenso. Un teniente que se defiende detrás del cañón, cuando corre hacia el interior del cuartel, es alcanzado por un proyectil en la región glútea. A los pocos minutos, el gobierno vuelve a apoderarse del cuartel.

Regresamos al periódico. Avisan que hay censura. Fuentes, con los originales, sale a las ocho y cuarto para el Ministerio del Interior, acompañado de Miguel León, a quien encontró en las puertas del periódico. Pedro Juliac se les unió. Solamente llegan hasta la esquina de La Pelota. Tratan de entrar con el carro en el Ministerio. Al llegar a Camejo cruzan para Pajaritos. Les salen al paso dos policías con las bayonetas caladas. Miguel León, que va en el asiento de adelante, baja del auto mostrando su carnet de periodista.

Bueno, pasen rápido. Llegamos a la esquina de La Palma. A pie se encaminan al Ministerio. Cerca de Mercaderes, dos policías, sin hacer preguntas, disparan sobre ellos. Fuentes y León corren hacia donde habían dejado el auto. Ante la imposibilidad de llevar, corren hacia donde habían dejado el auto. Ante la imposibilidad de llevar al Ministerio los originales, preguntan al periódico pidiéndole órdenes. Nuestro Jefe de Información les indica que regresen.

A la hora de entrar el periódico en prensa, se cree firmemente que se trata de un movimiento lopecista. En la madrugada, mientras los pregoneros esperan la edición a las puertas de El Nacional, se inicia un fuerte tiroteo entre las esquinas de Pedrera y Marcos Parra.

Delante de nuestra casa, un joven de 21 años, cae muerto de certero balazo en la frente. Otro es herido de gravedad.

VIERNES 19.- A la misma hora, frente al periódico se baten policías y revolucionarios. De Altagracia a Salas, la batalla es campal. Los revolucionarios intentan apoderarse del cuartel San Carlos, mientras un grupo de policías ataca el Palacio de Miraflores. La situación es de gran confusión. Todavía en las primeras horas de la mañana, funciona una estación del gobierno derrocado. A las ocho informa la radio revolucionaria que el general López Contreras ha sido detenido. Sorprende y desconcierta la noticia. Asimismo informan que dentro de un cuarto de hora aviones militares volarán sobre Caracas para lanzar un ultimátum. Esperamos con ansiedad.

Un avión de bombardeo aparece en el cielo. La estación de los revolucionarios da indicaciones:

Avión Locke de bombardeo que vuela sobre Caracas; ¡atención! ¡Ataquen el Cuartel Ambrosio Plaza. 

La orden es repetida constantemente. Por su parte, la radio del gobierno dice que la aviación es leal a Medina. Al poco rato, aparece una escuadrilla de caza que comienza a hacer evoluciones, lanzando volantes. Sabemos ya que los aviones son de los revolucionarios y que atacan el cuartel San Carlos. En picada, descienden sobre los techos de Caracas, ametrallando la Gobernación, el cuartel San Carlos y otros edificios donde todavía se defiende gente adicta al gobierno. Se ha callado la estación contraria a la revolución. La lucha se inclina de parte de los revolucionarios. De diez a once de la mañana, los aviones arrojan bombas de pequeño calibre. Una cae en el patio del Colegio La Salle; otra destruye el tejado de una pequeña casa en la esquina de El Teñidero. San Carlos se rinde después de un breve asedio de las fuerzas aéreas. Los restos de las tropas fieles al gobierno huyen por los callejones adyacentes.

Pasan dos horas de completa calma. Luego empieza un nutrido tiroteo en los alrededores de Altagracia. En las puertas de las casas, soldados apostados disparan sobre los policías, que se defienden como suicidas en los escalones de la iglesia. En el Ministerio de Hacienda, desde las ventanas, varios individuos hacen disparos sobre la tropa. A las puertas del inmueble donde nos encontramos, un hombre del pueblo, que se dirige a su trabajo, recibe un tiro en el muslo derecho. Sin un gemido, sin dar muestras de temor, entra en la casa donde se le hacen las primeras curas. Llamamos a la ambulancia. Contestan que lo mandemos en un auto cualquiera, porque todos los vehículos están en servicio. Las mujeres de la casa, con los rostros pálidos, caminan de un lado a otro. Fuera arrecia el tiroteo. Oímos el alarido de una ambulancia y cautelosamente salimos a la calle. Detenemos el vehículo y se llevan al herido.

Han vuelto los aviones. Intentamos comunicarnos con el periódico y nadie responde.

La energía eléctrica se va. La radio, que nos tenía parcialmente enterados de cuanto acontecía, deja de funcionar. Siguen pasando los aviones y continúan oyéndose los tiros. Una señora reparte vasos de vino. Tengo que dejar la lectura de Elmer Gantry, deliciosa novela de Sinclair Lewis, porque la visibilidad es muy pobre. A las ocho vuelve la luz para irse al poco rato. En ese breve momento, la radio nos pone al tanto de los acontecimientos.

En varios estados de la Unión han triunfado los revolucionarios. Héctor Cuenca, presidente del Zulia, ha enviado un telegrama a la Junta de Caracas, aparentando estar con los revolucionarios. Es ahora cuando sabemos que Medina se ha rendido.

León Jurado Cuenca y López Henríquez intentan ponerse de acuerdo para la contrarrevolución. Volvemos a quedar sin luz.

La noche del viernes está llena de pesadillas. Nos sorprende el alba oyendo la radio que vuelve a funcionar. La revolución ha triunfado totalmente.

SABADO 20.- Temprano, nos dirigimos al periódico. Con el Gordo Pérez, salimos en un auto. Vamos a Miraflores. Después de varias averiguaciones entramos en el despacho presidencial. Rómulo Betancourt firma documentos. Lo asisten otros miembros de la Junta Revolucionaria. Cuando le anuncian la visita de Mr. Mosseley, secretario de la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica, se mueve intranquilo componiéndose la corbata.

Esperen un momento, voy a cambiarme la camisa. 

Todos trabajan serenamente con perfecta coordinación.

Al salir de Miraflores, nos dan la noticia de que varios carros, cuyas placas anuncian a cada momento la radio, atacan a los particulares que caminan por las calles. Con precaución nos acercamos al Hospital Militar. Mujeres y hombres se apiñan a las puertas del instituto buscando noticias de sus familiares heridos. Entramos solicitando el número de bajas. Se nos informa que de momento no pueden complacernos. En el ala derecha del edificio, hay varios muertos. Tienen los cuerpos cubiertos con sábanas. Uno a uno los descubrimos. No encontramos ninguno conocido.

En el cuartel San Carlos, el teniente Alirio Faría relata la captura definitiva. Con cuatro hombres apenas, entró en el cuartel, mezclado con el pueblo que se aglomeraba en las alambradas. Lo tomaron sin hacer un solo disparo.

En la tarde, vuelve a iniciarse el tiroteo. Reanudo la lectura de Elmer Gantry. El cielo se encapota y breves segundos después cae sobre la ciudad un fuerte aguacero que aplaca parcialmente los disparos. La señora de mi pensión vuelve a repartir vasos de reconfortante vino. Agudo nos llama por teléfono. No hay periódico, porque los cables de la fuerza han sido rotos en el vendaval de tiros. Dice que por El Silencio, donde habita, el tiroteo es continuo.

La luz vuelve a las ocho de la noche. Vamos a la cama después de oír en la radio las últimas noticias. El triunfo es rotundo. La noche estuvo en calma por los lados de Altagracia.

DOMINGO 21.- Han amanecido los tranvías en las calles, síntoma de completa normalidad. La radio anuncia, sin embargo, que todavía quedan focos de lucha que son reducidos paulatinamente.

En la Cruz Roja nos damos cuenta de los eficientes servicios prestados por el personal. En el Banco de Sangre, un ciudadano da generosamente su sangre para los heridos. En una sala de hospitalización, se le suministra oxígeno y plasma a un individuo en período agónico.

Tanques recorren la ciudad cazando franco-tiradores. A las puertas del periódico hay un furioso tiroteo. Nos refugiamos en la dirección agazapados detrás de los escritorios. Soldados entran y salen continuamente buscando los francotiradores apostados en azoteas vecinas. Reducidos al pequeño cuarto de la administración, escribimos la información para el periódico del lunes.

En la noche regresamos a nuestra casa. Nos detienen en las calles para registrarnos. En la radio se escucha la voz de don Rómulo Gallegos hablando al pueblo de Venezuela. Hemos comenzado nuevamente a leer el libro de Sinclair Lewis. Ha triunfado la revolución. El teléfono recibe llamadas pero no puede hacerlas.

*Publicado originalmente en la edición de El Nacional, del 24 de octubre de 1945.

**18 de octubre de 1945. Nacimiento de la Democracia Venezolana. Recopilado y editado por Ramón Rivas Aguilar. Investigación documental: Universidad Popular Alberto Carnevali. Coordinación general: Luis Caraballo Vivas. Prólogo: Héctor Alonso López. Venezuela, 2021.