Apóyanos

Nueve poemas inéditos de Alberto Hernández

Calabozo, Guárico, 1952. Poeta, narrador, periodista. Entre poesía, narrativa, ensayo, crónica y aforismos, ha publicado más de 20 títulos. En el 2000 recibió el Premio Juan Beroes por toda su obra. Para esta publicación, cedió al Papel Literario parte de su poemario inédito “Los exilios”, que podría inscribirse en su llamada “Poética de la emergencia”

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–para Israel Centeno–

Como todos los cielos caben

en la ceguera cóncava de un solo exilio.

Adalber Salas Hernández

*

…nadie se libra de su biografía.

Javier Cercas

*

Hoy es siempre todavía.

Antonio Machado

Exilios

1.-

Son varios

Son varios los exilios y uno solo

Son todos los exilios en los huesos

En el estiércol que consume las noches

En la pelvis que sostiene el borde que tragamos.

Y así

Suspendidos en el aire mientras las nubes pasan

Los ojos

Y unos pájaros que flotan en el barro.

Son varios

Son muchos los exilios que han signado la carne:

Son tantos descontados

Son otros olvidados, espiados, carcomidos.

La muela de una hora estrangula el olvido.

Nos quedamos atrás en el atrás del miedo.

En ojos que no miran, precisos y plurales

Comidos de otra tierra y en polvo se olvidaron.

Ciego es el exilio, cóncavo su cielo:

Y airado por la muerte, el sol es tan distinto,

Tan distinta la vida y tan distinta la muerte.

2.-

Yo fui carne de exilio y estuve un tiempo muerto.

3.-

Fui sombra de mi sombra y regresé hecho sombra.

4.-

Son tantos los olvidos

Son tantos los exilios

Era tanta la muerte de los que se perdieron

Fueron los huesos de mi joven padre

En un camposanto de tumbas desterradas.

Son tantos los exilios

Los que llevo en la sombra

La que hinca mis huellas y se asoma

Desorbitados ojos / relámpagos y sueños.

Un desierto amaga la arena de la sangre:

El exilio regresa conmigo en la penumbra.

Nada queda de aquello

Nada queda de ahora.

Tanto exilio, ensogado a la angustia

Vértebra de animal suficiente y piadoso.

5.-

Exilio,

Son tantos los exilios.

Cierro los ojos y pronuncian mi nombre.

Regreso a la crueldad del sobresalto.

A un solo exilio.

**

Maleta

Puñados de tierra llevo en su interior. Quizás una hoja del árbol que marqué en mi niñez o la misma orfandad de quien me precedió en el momento de sellar el pasaporte. Cargo un peso equidistante. De un lado la maleta y de otro el vacío. En el fondo, no hay un retrato ni un cuaderno donde anotar el día de la partida. Dos pantalones y tres camisas. Un par de medias y un patio donde el sol cae a golpes sobre un perro que ladra en mi memoria.

Podría albergar un lamento, un sonido en el pecho. Solo la maleta me avisa de que algo se aleja de mí, de que no tengo opción sino aferrarme a su peso, a la exclamación de alguien que ve alzar la mole del avión.

La maleta desentona con mi saco. Nunca uso saco, pero voy a un lugar donde el frío será parte de la desesperanza.

No sé si al abrirla me diga algo. Si encontraré un trozo del país que he abandonado o que me ha echado por mal hijo.

Ahora veo las nubes y más abajo el mar.

La maleta viaja en el silencio de un depósito aéreo. Espero la llegada para extraer el último secreto que no lograron sacarme con la dura mirada de un guardia de aduana, que presintió en su interior el tránsito hacia el exilio de algún antepasado convertido en olvido.

**

Pasaporte

La cola desliza sus pasos hacia un destino hosco e imperfecto. Es un reptil cuya piel deja en el piso. El funcionario con fusil me ve y me saca de la fila: me increpa en voz baja. Es tan joven como yo. Tan irresponsable como yo. Él armado. Yo sin armas. Me mira y me ordena volver a mi sitio. Y allí, con las manos frías y el pasaporte sudado, llego al instante del sello y a la mirada de rata de quien me devuelve el documento.

Me aferro al pasaporte. Aguardo todo el tiempo en la sala de espera: es el lugar donde ya tengo un pie en otro mundo. Es el lugar donde respiro y siento que ya nada hará que me regrese.

Guardo en mi bolsillo el salvoconducto y me afilio a la voz de un grupo que ríe y celebra unas futuras vacaciones. Ellos muestran una irresponsabilidad distinta a la mía. Son felices y casi los envidio mientras recuerdo el lugar común de mis lamentos.

Una vez en la otra tierra, el pasaporte vuelve a mis manos. Y unos ojos acuosos me reciben. Unos labios resecos me saludan. Y un frío inexpresivo me abraza y me condena a ser nombrado por quien no me conoce.

**

Ensayo

Soy una metáfora

La pequeña bestia sin patria.

**

Las cartas

Algunas llegaban a Correos. Las retiraba y un sello hacía de pasaporte para entrar al hostal o vaciarme completo en el Retiro. Otras, las dejaba un cartero de volumen amable, con acento marcadamente castellano. Sacaba el sobre y me nombraba con la Z que cierra mi apellido.

Y yo le daba un duro y las gracias.

A veces no llegaban. A veces se quedaban en el camino, mojadas, extraviadas en el saco de hule de algún depósito oscuro. Mudas, quejosas.

Todas venían de mi casa. Nunca de amigos porque ya no tenía.

Una tarde, el paquete con una novela sobre Caracas y sus bares donde los bohemios de los años 60 y 70 hicieron poesía y cometieron muchos pecados capitales.

Las cartas eran la emergencia, un sobresalto que traía el olor del país que había dejado atrás. A veces el adobo de la cocina de mi madre. Un terrón del jardín del condominio. Un recorte del periódico.

Y hasta una hoja de mango para regresar al aroma perdido.

Las cartas del exilio son las más desoladas. Pero más aquellas que anuncian el vacío, la muerte inesperada de quien una vez fue un trozo de tu vida.

Muchas narran aquel tiempo en una vieja caja.

**

Calles y esquinas

Me envuelve una ciudad cuyos dominios son interminables. Solo recuerdo a aquella muchacha que dejé a la orilla de un viejo cementerio. Mis pasos me llevan a una esquina donde un grupo de jóvenes abordan un bus. Uno me saluda en otro idioma. Pero sigo mi curso sin regresar la mirada a quien ya ha cruzado la línea de otro día.

Ella, la muchacha, se quedó en mi boca, en el tono inocente de una niñez extraviada. Ella, seria en su viaje, nunca más regresó de la tierra. Y mientras deambulo tañe una campana, canta un hombre de melena en la esquina. Se abultan las nubes contra los edificios.

Tengo la apariencia de un ciudadano común. Nadie reconoce al mendigo que suelo cargar en la sonrisa. Un fragmento de pasado divide mi atención en el tráfico de la gran avenida.

Alguna excusa me llega a aconsejar la franqueza de mi soledad. El drama que sosiega el árbol que me espera. La rama donde cuelgan las hojas de un invierno cuya absolución anima el instante en que me siento en el banco de un parque y comienzo a regresar a ese día. Al único día que me queda de aquella tierra donde reposan los huesos de una muchacha que una vez besé en los labios.

**

La tumba

Sin cementerio

En plena soledad

Disfruta de su exilio.

**

La ira

Muerde el instante. Una llaga visible en la mirada.

Siempre retornar y no hacerlo,

Quedar en el mismo sitio, envuelto por la linfa de los días.

El país es una de las tantas derrotas. La única, quizás.

La pérdida, la muerte, el estupor, los tantos vacíos en el estómago.

Las ganas de extraviarse en el barro. Ser atropellado por una tormenta de grillos.

La ira, esa acumulación de insectos en las venas.

No hay otro país. El que nos quedaba a un costado, muere sin ayuda.

**

Insilio

Astillado por el tiempo, alguien que soy y no soy confirma que la incertidumbre también invade los antiguos muros de las casas. Muchas son las puertas ya cerradas. Muchos los alambrados en los ojos. Un largo silencio corroe las bisagras de la ventana y el óxido patrocina la lenta capacidad que tiene la ceguera de ser mirada en la oscuridad.

Más puede la esperanza, esa palabra tan descuidada, tan alabada por los habitantes de los túneles y de las calles adosadas a cualquier armisticio.

Sin el vigor de atar los cabos, no existe código para volver a abrir la caja de Pandora.

Finalmente, el último trago es el que atañe al veneno.

La salida es la mandíbula de una bestia que guarda la llave y no da cuartel.

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Los textos anteriores pertenecen, en su totalidad, al libro de poemas inédito de Alberto Hernández, Los exilios. Su obra publicada consta de los siguientes títulos: en poesía, La mofa del musgo (1980); Amazonía (1981); Última instancia (1985); Párpado de insolación (1989); Ojos de afuera (1989, Premio II Concurso Literario Ipasme); Nortes (1991); Intentos y el exilio (1996, Premio II Bienal Nueva Esparta Teatro Simón Bolívar de Juan Griego); Bestias de superficie (1998, Premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y Diario “Antorcha” de la misma ciudad, 1992; este libro fue traducido al árabe, 2005); Poética del desatino (aforismos, 2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001); Tierra de la que soy (Nueva York, 2002); Nortes / Norths (Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003); El cielo cotidiano (2008); Puertas de Galina (2010). En narrativa: Fragmentos de la misma memoria (1994), Cortoletraje (1999), Virginidades y otros desafíos (Nueva York, 2000). En ensayo: Notas a la liebre (1999). Y en crónicas: Valles de Aragua, la comarca visible (1999) y Cambio de sombras (2001).

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