
La serie de Encuestas de Condiciones de Vida (Encovi) —2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019-2020, 2021, 2022 y 2023— es una fuente fundamental para aproximarse a las realidades sociales y económicas de lo ocurrido en Venezuela durante la última década
Por JEUDIEL MARTÍNEZ
…la luz que llega a nuestros ojos lleva información sobre los objetos que ha atravesado;
el color del mar tiene información sobre el color del cielo que lo cubre;
una célula tiene información sobre el virus que la ataca…
Carlo Rovelli
Signos y síntomas (2014-22)
Hace tiempo sabíamos que no era revolución o que, si lo era, había sido una terriblemente corrompida y falsificada. Ciertamente no revolución tecnológica o científica que ampliará los horizontes humanos porque, como cualquier otro régimen venezolano (y más que ningún otro) el chavista importaba civilización a cambio de saquear lo que está en las entrañas de la tierra. Hasta intentó importar “fábricas de fábricas” y “fábricas de satélites” de las que no hay mucho que hablar, además de sobre el dinero que hicieron desaparecer.
Ciertamente no política que trajera nuevas libertades y potestades para la gente, porque las nuevas que fueron prometidas no llegaron y las que ya existían se limitaron poco a poco: la constitución del 99, de la que su autor se cansó tan rápido, quedó como novela o cuento de hadas más que como guion para las instituciones de una nueva república.
Y, finalmente, especialmente, no social, porque la igualdad como equiparación de las condiciones de vida básicas —la dignidad— que sustenta la pluralidad de las personas estaba tan lejos entonces como había estado antes y, eventualmente, más lejos que nunca.
Desde 2014, apenas terminando los años de Chávez la Encuesta de Condiciones de Vida demostraba lo que su coordinador, Luis Pedro España, tenía años diciendo: que no se había superado la pobreza sino que vivíamos en una Gran Burbuja que inevitablemente explotaría. Luego, desgraciadamente, acabaría mostrando cómo el colapso de esa gran burbuja causó un cambio tanto o más profundo que el ofrecido por la demagogia gubernamental solo que en sentido opuesto.
La Encovi, ya en sus primeras ediciones, mostró que, en términos de pobreza, el cambio no era tan dramático como se nos decía que había sido, que de hecho era precario, que tenía que ser sostenido, como todo el país, por el loco influjo de petrodólares. Se convierte en una denuncia precisamente porque es una semiología (en el buen sentido de la medicina y no en el de algunos horrendos departamentos literarios) que detectó los signos y síntomas del desastre que cambió al país.
Un ojo morado o una huella dactilar son signos que trazan una trayectoria por donde pasa información que no es más que la correlación entre el golpe y la órbita del ojo o entre el dedo, la tinta y el papel. La Encovi no hace más que la correlación entre unas cifras, el habla de las personas y la forma como esas personas viven. Y esas cifras y gráficos, símbolos, que nos informan sobre nuestra condición, se convirtieron en una denuncia tan devastadora como las fotografías de aquellos que acabaron buscando comida en el basurero, tal vez más porque colocaban esos horrores y tristezas en un contexto, mostrando que no eran aislados o contingentes.
Sartenes de pobre (2014)
Leche, lácteos, leguminosas están disminuido en todos los estratos y el huevo desapareció de la mesa de los pobres dice lacónicamente la primera Encovi. Hay algo de humor negro y grueso allí porque nuestros más vulgares refranes decían que en los sartenes de los pobres nunca faltaban los huevos. Esa progresiva desaparición de la proteína era un signo de la más de la reducción dramática de la industria alimenticia, tras una década de importaciones y nacionalizaciones, que de la caída del precio del petróleo que apenas iniciaba cuando, entre julio y septiembre de 2014, fue levantada esta Encovi rescatando el proyecto de la Encuesta Social de 1998.
Pero las primeras páginas de la primera Encovi nos muestran que, incluso antes de que con los CLAP la burocracia comunal fuera forzada a hacer el trabajo que solía ser de los supermercados, antes de que Pdval y Mercal desaparecieran, había una alimentación precaria e insana en que la harina y la grasa se consumían más que la proteína animal y vegetal.
Parece también cosa de humor negro que se puede estar obeso y desnutrido cuando el cuerpo solo acumula calorías sin recibir proteínas y minerales. Y esa Encovi muestra, para peor, que los pobres no sólo comían más harina y grasa que proteínas sino que eran, como tendencia, más sedentarios. De hecho, entre los cluster (grupos) de consumidores, según la Encovi 2014, solo el más alto tenían la carne y el pollo entre los productos con más frecuencia de compra.
Era esta la cultura del cadivismo, el pdvalismo y el mercalismo de la moneda fuertemente subsidiada, de la importación de alimentos como alta política de Estado, cultura floreciente en los años en que la pobreza parecía finalmente bajar del 30 y, aun así: La dieta básica es de baja calidad. Los alimentos que compran los pobres son calóricamente más densos, más baratos, están regulados y se expenden en las redes públicas de distribución.
Peor todavía: Vegetales y frutas sólo aparecen en la lista de los estratos altos y 11% de los encuestados están en situación de hambre y 39% de todos los que realizan menos de tres comidas pertenecen a los sectores más pobres. ¿Era este el estado lamentable de la Venezuela previa al Desastre o es que el Desastre ya había comenzado, y la continua transfusión de petrodólares no nos dejaba verlo?
La encuesta cuestionaba explícitamente a sus entrevistados, pero indirectamente al legado socio-económico de Chávez: El 37% de los ocupados son trabajadores informales, decía la Encovi y esa, la más grande categoría de ocupación, era seguida por la burocracia, con 29 %. Esos informales, por supuesto, no tenían casi acceso a la seguridad social pero el problema es que, incluso entre los formales, Seis de cada 10 trabajadores no tienen estabilidad laboral, lo que atenta contra sus condiciones de vida, operaban sin prestación laboral alguna… y… 80% no está afiliado a sindicatos… Más de la mitad de los trabajadores carecen de los beneficios que cualquier empleo debe otorgar… socialismo sin seguridad social pero sí con abundantes nacionalizaciones.
La cadena causal que sacaba los huevos de los sartenes de los pobres no era ni es, obviamente, lineal, muchos cauces se unen en la “pobreza de ingreso”, pero uno de los más potentes es el de la educación (o de la falta de ella) y ahí, una vez más, la Encovi desafiaba más de una década de discursos oficiales: En las edades extremas relacionadas con el acceso a la educación inicial y universitaria, las inequidades sociales son bastante marcadas.
Mientras que otros gobiernos de la Ola Rosada habían aumentado el acceso a la educación universitaria en Venezuela, menos del 50% de los jóvenes de los tres quintiles más pobres continuaba su educación después de los 18 años. De hecho, solo un 20% del 20% más pobre lo hacía. He ahí lo que era el legado a menos de un año de la muerte del Comandante.
Líneas de la pobreza (2015)
Pobreza es simplemente la falta de medios. Lo cual no quiere decir que los pobres se definan por sus carencias sino por su relación con esos medios de los que están privados y los que tienen que inventar para sobrevivir a las privaciones. Sea cual sea la definición que hagamos de la “lucha contra la pobreza”, el hecho es que el chavismo no había dado a los pobres medios de producción, educación, capital o cualquier otro medio para dejar de ser pobres. Ni siquiera, y a pesar de todo el cash disponible, se intentó una política como la de Bolsa Familia de Brasil (tal vez porque habría disminuido la dependencia del estado).
Por el contrario, una multitud de subsidios indirectos y una moneda sobrevaluada fueron usados para disminuir la pobreza (o sus efectos) coyuntural y parcialmente. Pero, cortado el chorro de Petrodólares, llegó la Gran Pobreza y así en el año 2015 ya la Encovi no pudo trazar su línea de pobreza determinada por el precio de la Canasta Básica: La estructura de precios en Venezuela está absolutamente distorsionada… La aparición de mercados secundarios o negros, en los cuales se abastece un número indeterminado de consumidores, hace imposible saber cómo es la estructura y pesos relativos de las canastas de consumo…
Aunque muy discontinua, la secuencia entre la Encuesta social del 98, la Encovi del 2014 y la del 2015 mostraron cómo se había pasado de un cambio casi nulo entre el 98 y el 2014 a otro muy extremo entre 2014 y 2015: un 45% de hogares pobres en el 98 se había convertido en 48% en 2014 y 75% en 2015. Lo cual, en esencia, quería decir que cerca de 23 millones de Venezolanos tienen problemas para satisfacer sus necesidades desde el ingreso pero también que Todos los pobres. No Extremos del 2014 pasaron a ser pobres extremos y La mitad de los No Pobres de 2014 pasaron a ser Pobres en 2015.
Es verdad que, excepto por los años del Paro, el chavismo había logrado que la pobreza se mantuviera por debajo del escandaloso 40% en que la dejó la Vieja República, pero, en medio de dos boom petroleros seguidos y con las más óptimas condiciones geopolíticas y económicas, habría sido razonable esperar mucho más que eso. Sin embargo, sólo entre 2007 y 2010 logró el gobierno de Chávez que la pobreza afligiera a menos de un tercio de la población. En realidad esa nueva república, que envejeció tan rápido, ni siquiera logró mantener la pobreza alrededor del 30% y en 2014 ya se disparaba a 52% y en 2015 a 75%.
Ya la Pobreza Estructural (a la que en encuestas posteriores añadirían la multidimensional), que implica carencias relacionadas a las dimensiones físicas de la ciudadanía (vivienda, infraestructuras, hábitat etcétera), pero también al “ambiente educativo” aumentó de 21,3% en 2014 a 29,1% en 2015. Es decir, el campo de desastre multiplicó la pobreza: 2014 y 2015 han sido los dos peores años de contracción de ingresos que ha tenido el país en toda su historia socioeconómica, hoy 73% de los hogares y 76% de los venezolanos están en pobreza de ingresos, dicen las conclusiones de la Encovi 2015.
Es verdad que, en lo inmediato, la Gran Pobreza fue producto de la caída, increíble, del ingreso, y de una contracción sin precedentes del PIB. Pero esa no era simplemente una crisis económica, sino un tipo de colapso que podríamos llamar “logístico-institucional” porque no solo estaba devaluada la moneda como valor económico sino como institución, y como no solo nos faltaba el dinero sino los medios para hacerlo circular: escasez de billetes, colapso de puntos de venta, cajeros automáticos y banca digital, etc.
Era, sí, una terrible crisis económica, pero solo parte de un nuevo tipo de colapso ambiental: de los ecosistemas artificiales (ciudades, infraestructuras e incluso instituciones) de los que depende nuestra vida: un colapso general de los medios del que incluso cambió nuestros cuerpos.
Ni pan ni circo (2016)
Algunas de las declaraciones más lacónicas de las Encovi son las más terribles y si esa capacidad de empacar la tragedia en pocas palabras es elocuencia, entonces la de 2016 es tan virtuosa como los Gracos, aquellos tribunos que denunciaban los dolores de la plebe romana: “De un gran número de romanos ninguno tiene ara, patria ni sepulcro de sus mayores”, decían los Gracos según Plutarco, “Aproximadamente 9,6 millones de venezolanos ingieren dos o menos comidas al día… Se desploma la compra de alimentos… Cambio brusco en el patrón de alimentación, hortalizas y tubérculos desplazan a las proteínas de alto valor biológico…”, decía la Encovi según le informaban sus entrevistados. Pero tal vez la más terrible y elocuente de esas frases resuma a las demás: 74,3% de los entrevistados refieren pérdida de peso no controlada (8,7 Kg) en el último año y los más pobres 9 Kg.
Registrando, computando y enumerando respuestas concretas de un tiempo reciente, sin duda la Encovi es más precisa que Plutarco, pero aun así nos recuerda al discurso de Graco, por muchas razones, incluso porque nada había más plebeyo que la “cola del pollo” en la cual cabía preguntarse si era que ya no teníamos patria, como los plebeyos de Roma, o la teníamos demasiada porque la palabra había sido falsificada hasta el delirio por césares fantaseados de gracos.
En aquellos tiempos era a la vez evidente y vox populi (¿o vox plebis?) que estábamos, colectivamente, en una especie de dieta: algunos pararon de comer de más y otros de comer lo necesario. Las siluetas cambiaban, las historias de racionamiento de comidas, los menús de yuca, los relatos de los que se acostaban con hambre o le pasaban su comida a los niños eran comunes: acompañaban, como ecos, a las enormes colas en las que las que cientos de miles pasaban sus días.
Nuestra reciente delgadez, la ropa más ancha, la apariencia magra de los otros, informaba sobre nuestra relación con los alimentos porque las carencias informaban nuestras vidas. Y las cifras —que simbolizan las magnitudes— y los gráficos —que simbolizan las cifras— de la Encovi, ahora nos informaban lo que esa delgadez significaba como fenómeno colectivo, como correlación entre todas nuestras dietas y adelgazamientos y con la cadena de acciones que nos hizo comer menos en el país donde otrora la carne y el pollo baratos de Mercal eran el eje de los festivales burocráticos, del pan y circo criollo. Y ahora estábamos a régimen y sometidos a la infamia de las colas y de los bachaqueros de la que tantos chistes y memes hicimos, porque qué más íbamos a hacer, hermano querido, además de la cola que lleva ya cuatro horas y yo no fui a trabajar hoy pero parece que ya se acabó el pollo, el c… de la madre.
La inseguridad alimentaria está presente en el 93,3% de los hogares, porque el ingreso no alcanza para comprar alimentos, de hecho solo 376 personas entre los encuestados dijeron que sus ingresos les alcanzaban para la compra de alimentos contra 5.982 que dijeron que no, lo que hacía un rotundo 93,3% que no ganaba suficiente para comer. No solo no había suficiente dinero para producir o importar comida sino que no había suficiente proteína para todos nosotros.
Toda una cultura y una industria de esa escasez proteica se formó en semanas con las colas y los revendedores llamados “bachaqueros” como instituciones fundamentales, hasta que el gobierno, preocupado de aglomeraciones con las que arriesgaba el motín y el desorden (especialmente cerca del palacio del gobierno) creó su propia institución, original, totalmente madurista: el Comité Local de Abastecimiento y Producción que acabó por sellar la tendencia (detectada por las Encovi anteriores) que había ido reduciendo las misiones a operaciones para la venta de alimentos y administró las colas e implantó una nueva burocracia, servil y tiránica, en la vida de la mayoría.
La multidimensional (2017)
La Encovi 2016 marca un hito porque en esta edición se incorpora un cambio importante como es la ampliación del tamaño muestral a más de 6 mil hogares. La de 2017 mantuvo, en términos generales, el mismo diseño metodológico que la anterior pero introduciendo ahora las variables migratorias y con un cambio no menor en los conceptos: el de pobreza estructural por pobreza multidimensional.
En términos de la pobreza de ingreso, es decir, de la expresión de nuestros medios y posibilidades en el dinero que recibimos, no debió sorprender a nadie que en el año de la hiperinflación (cuando las primeras sanciones dieron el tiro de gracia a una moneda ya moribunda y a un crédito internacional agotado) esta aumentará significativamente. Aumento registrado en la Encovi con una de las frases más terribles en la historia de las ciencias sociales latinoamericanas: La pobreza por ingreso es de 87%. En un contexto hiperinflacionario como el actual, todos los hogares venezolanos están por debajo de una línea de pobreza inalcanzable.
El Cálculo Multifactorial de la Pobreza en primer lugar combina medidas de pobreza estructurales (Necesidades Básicas Insatisfechas) y coyunturales (línea de ingreso) nos lleva más allá del dualismo de lo estructural y lo coyuntural (que termina siendo relativo a la perspectiva), hacia la cuestión de las múltiples privaciones que un hogar o una persona padecen: las dimensiones de la pobreza (vivienda, servicios, estándar de vida, educación, trabajo y protección social) son de hecho relaciones que sostenemos con la materia, energía e información que nos rodea.
Todas esas dimensiones, en la práctica, implican medios con los que la gente, si es pobre, sostiene una relación de privación más o menos grande: Si un hogar sufre múltiples privaciones (25%) de estas condiciones se considera pobre… La pobreza es más severa cuanto menos condiciones se satisfagan. Es fácil constatar que la pobreza es no solo un mundo, sino la relación con el mundo que rodea a esa pobreza y estas nuevas mediciones (que también son detecciones) permiten estudiar esa relación.
Así que si para 2017, según el ingreso, la pobreza era del 87% (o sea que prácticamente 9 de cada 10 venezolanos no podían costear la cesta básica) y el de Necesidades básicas insatisfechas 32,7% (es decir que un tercio de los venezolanos experimentaron privaciones de vivienda, servicios sanitarios, educación básica o ingreso mínimo) la multidimensional era de 51,1% (es decir, que al menos la mitad había sufrido múltiples privaciones) y en conjunto que: Hasta el 2016 la pobreza reciente se desaceleró y la crónica aumentaba. En 2017 el impulso inflacionario ha incrementado nuevamente la pobreza reciente.
La pobreza crónica es aquella que une las Necesidades Básicas Insatisfechas y la pobreza de ingreso mientras que la reciente es simplemente la pobreza de ingresos. Para entonces la onda de empobrecimiento era empujada principalmente por la caída del ingreso: Del total de pobreza poco más de la mitad 56% es reciente y 30% crónica. Pero era previsible que se formara una nueva estructura social: Si se mantiene el empobrecimiento como hasta ahora, año a año, el peso de la pobreza reciente será menor, el de la crónica mayor y en consecuencia a los hogares les costará mucho más salir de la pobreza: está anticipación resultó correcta como lo mostró la última Encovi.
El hecho es que la expansión de las pobrezas puede ser vista como el producto directo de una catástrofe ecológica pues, como ya veía McLuhan (cuando hablaba del “ambiente eléctrico” que prolonga nuestros nervios), los medios de los que depende nuestra vida se unen en redes, en un medio ambiente, no menos ecológico por ser artificial, del que la expresión más obvia e importante son las ciudades: y ninguna otra como la infeliz Maracaibo, que en medio de sus ruinas físicas y políticas nos mostraba las características y la magnitud de nuestro Desastre, la imagen misma de la pobreza multidimensional.
La estampida (2018, 2021)
Hace mucho sabemos —aunque todavía haya quien no lo quiera admitir— que la humanidad no se opone a la animalidad sino es cierta forma de vida animal. Grandes etólogos como Jan de Waal y Shirley Strumm han mostrado como todas las cualidades que, por siglos, se creyeron singularmente humanas, como la empatía o el uso de herramientas, son regulares entre los primates.
Es ridículo negar la diferencia entre los simios que han viajado a la luna con los que siguen allá, en la madre África, pero no es nada fácil definir esa diferencia dado que los demás homínidos también tienen culturas e industrias (la edad de piedra, muestra de Waal, comienza con el chimpancé). Pero podríamos resumir esa capacidad singular de hablar y cambiar a gran escala el medio ambiente al decir que somos el animal que abstrae. Y nuestras abstracciones, como las letras, cifras, estadísticas, textos y sistemas nos rodean.
La inteligencia no vive en una placa de Petri, ni en un laboratorio, ni dentro de un cráneo; vive al aire libre, vive en y como nuestras ciudades. Una ciudad no es sólo arquitectura más habitantes; es un entorno artificial por excelencia, dice Benjamin Bratton, el pensador de la geopolítica de lo artificial. Lo que colapsó en Venezuela desde 2009, pero particularmente desde 2014, fue ese entorno artificial: apagones, interrupción o lentitud del Internet, fallos de los acueductos, colapso de los vehículos automotores y cajeros automáticos, y por supuesto, todos los flujos esenciales para la vida: de dinero, de combustible, de proteína, de agua potable. Colapso no solo de los automatismos sino de las rutinas institucionales que nos permiten vivir en las ciudades.
Ante el colapso de los ecosistemas urbanos venezolanos un enorme desplazamiento poblacional comenzó buscando todo aquello que ya no era posible encontrar en Venezuela, el éxodo que creó la diáspora. Para 2018, cuando por primera vez la Encovi contabiliza la migración, estimaba en 1.643.000 la población que emigró en los últimos 5 años. Solo entre 2017 y 18 se había duplicado tanto el número tanto de emigrantes como de hogares con migrantes internacionales (estos últimos pasaron de 616.000 a 1.130.000). Casi el 80% de la emigración reciente desde Venezuela ha salido básicamente durante los años 2017 y 2018, decía la Encovi 2018, para 2023, según la última, habían salido 6 millones y ahora se habla de 8, casi un tercio de la población viviendo afuera.
El buscar trabajo era la razón para emigrar en más de 60% de los casos, es decir, la presión de la pobreza monetaria, de ingresos, pero debe tenerse en cuenta que esta no era ni es una simple crisis económica sino la confluencia de varias crisis y colapsos: la caída del precio de petróleo desata un desastre en cascada, acelerando el colapso de servicios públicos y logísticas. Luego esta caída de los ingresos petroleros se vuelve, en 2015, caída de la producción petrolera misma, acelerada no sólo por los apagones y otros problemas de infraestructura sino por la misma emigración que va sacando la mano de obra calificada del país. Ahora la escasez de combustible producto de todos los colapsos anteriores retroalimentó el colapso y estuvo a punto de causar un apagón automotor durante la pandemia.
Para 2021 casi la mitad de quienes dejaron el país son jóvenes de 15 a 29 años y 90% si se considera el tramo de 15 a 49 años, decía la Encovi 2021. La población emigrada se va mostrando menos joven. Constituyen mayoría los migrantes de 30 a 49 años, así como se amplió el rango etario el éxodo se transversalizó por todo el espectro social. Pero también en el geográfico: para 2017 la mayor parte de los emigrantes salen de la Gran Caracas, para 2022 la mayoría provenía de ciudades medianas y pueblos rurales.
En enormes contingentes, en una estampida con diferentes fases (la que recorrió Los Andes, la que bajó por Roraima, la que todavía pasa por el Darién) millones de venezolanos salieron en estampida, buscando la materia, energía e información que ya no encontraban en su país. Al salir, al enviar remesas (49% lo hacía incluso durante la pandemia y para 2022 había subido a 60%) y disminuir la presión sobre los recursos de un país en contracción contribuyeron a que su sociedad se adaptara al desastre. Pero hacían esto a costa de grandes pérdidas y enormes cambios.
La demografía de la moral (2019-21)
Combinados, éxodo y desastre crearon toda una nueva demografía: 4 millones menos como resultado de la combinación de una intensa emigración de 15 a 39 años, menor producción de nacimientos e incremento de la mortalidad… Aceleración del envejecimiento de la población, incremento de la relación de dependencia demográfica por pérdida de población en edades activas, decía la Encovi 2019-20.
La tendencia continuó al año siguiente, como lo mostró la Encovi 2021: El tamaño de nuestra población se redujo a 28,7 millones. El crecimiento demográfico en el último quinquenio fue negativo en -1,1%. Somos menos apareció como una suerte de denuncia en medio de los datos estadísticos: Somos menos porque hay 340.000 nacimientos que no se produjeron, debido a que migraron las potenciales madres (…) Somos menos porque los riesgos de morir han aumentado. Tenemos la tasa de mortalidad infantil registrada hace 30 años (25,7 por mil). Pero esa reducción no era sólo del número de vidas sino de la esperanza de vida. Las generaciones nacidas en el período de crisis (2015-20) van a vivir menos años que quienes nacieron antes (2000-05). Hay una pérdida de casi tres años en la esperanza de vida.
Pero tan inquietante como esas reducciones fue la pérdida del Bono Demográfico, que es simplemente una coyuntura favorable, en términos de la estructura por edad, para potenciar el desarrollo, coyuntura en la cual la población en edad productiva excede a aquella en dependencia (niños y ancianos). Según la Encovi 2019, en un quinquenio se pierden casi tres décadas que quedaban de bono demográfico, es decir, lo que debía ser una “ventana de oportunidades” entre 2000 y 2040 se redujo 20 años terminando en el 2020. Pero ese no era el único retroceso. La tasa de mortalidad infantil es de 26 por mil en lugar de 12. Volvimos a 1985-1990 (… ) Quienes han nacido en el período 2015-2020 vivirán 3,7 años menos a lo pronosticado según las proyecciones oficiales.
Pero junto a esta mayor fragilidad había también otros signos de adaptación más ambiguos como la reconfiguración de los hogares, en muchos de los cuales se hacían unipersonales o feminizaban su jefatura. Los efectos ambiguos del éxodo se hacían evidentes: La caída en el volumen de población disminuye la presión sobre ciertos servicios como la educación, salud, vivienda, otros, pero también significa un mercado de menor tamaño para la producción de bienes.
Aunque las disminuciones de la sociedad venezolana son innegables y catastróficas (hasta el punto que el mismo gobierno dejó de negar la catástrofe para atribuírsela a las sanciones), el discurso del “daño antropológico” y otros parecidos, dentro de cierta agenda política, no solo vendieron la idea de unos venezolanos vencidos y quebrados, incapaces de nada más que de huir e implorar la caridad internacional, sino que no dan cuenta de la complejidad de la situación.
Antes se hablaba más de la resistencia, es decir, de conservar la forma o la figura o la estructura ante el estrés, ahora se ha vuelto una suerte de moda hablar de la resiliencia que es la capacidad de recuperar la forma tras haberla perdido, pero se habla menos de la plasticidad como capacidad de adquirir forma y de cambiar de forma. La filósofa Catherine Malabou ha llamado la atención sobre esta propiedad al estudiar la plasticidad cerebral y las respuestas ante el trauma.
Sobrepasada por un trauma constante, que venía de sí misma y de la que no sabía cómo protegerse, la sociedad venezolana (y toda sociedad es una red de sociedades más pequeñas) se transformó, en gran medida esa transformación fue una corrupción, es decir, pérdida, pero parte fue una ganancia: al diasporizarse se hizo un archipiélago, un archipiélago venezolano como hay uno cubano, o mexicano o colombiano y, por eso, aunque parezca increíble, la catástrofe es el origen de una historia nueva, un nuevo nacimiento, porque naciones y sociedades nacen recursivamente, una y otra vez.
La Arqueología de la Pobreza (2019/21)
Solemos pensar la ciudadanía como una cuestión simplemente jurídica o, a lo sumo, como una cuestión política que se resuelve solo en cierta esfera separada de las demás. Pero, ¿qué tal si fuera más bien una ecología? Inclusive cuando es un asunto meramente burocrático, como la identificación, no existe sin registros físicos en soportes materiales o digitales, e información que va y viene de los rostros, dedos y bocas de las personas hasta los archivos públicos. No hay ciudadanía sin infraestructuras y servicios.
El colapso progresivo de ese tipo de servicios nos hizo entender, como nunca, cuán importantes son esas logísticas porque, en realidad, para ser plenamente ciudadanos —y eso es así, desde la antigüedad griega y romana— necesitamos estar conectados no solo a toda una serie de infraestructuras a través de servicios sino a un ecosistema artificial cuyo paradigma es la ciudad.
La Encovi (2019/20) no solo cubrió el periodo de la pandemia sino el fin de varios años de lucha por el poder en los cuales el chavismo comenzó a reconstruirse en un régimen diferente abrazando la dolarización y otras medidas para sobrevivir a las sanciones y al colapso económico. Para entonces Venezuela había padecido casi una década de degradación de sus infraestructuras que, aunque acelerada tras 2014, no era nada nuevo. Y la pandemia a la vez contribuyó al colapso de los servicios y fue contenida por ella pues el país, en ese momento ya casi sin combustible, tendía a la cuarentena. Como sea fue una coyuntura decisiva en la des-ciudadanización de la ciudadanía.
Los indicadores de pobreza estructural son, probablemente, aquellos que expresan más sobre esos déficit de ciudadanía. Un ejemplo es la vivienda, 85% de los venezolanos vivían en casas y aunque: Los hogares ocupan en mayor proporción viviendas construidas con paredes de bloque o ladrillo frisado, techo de láminas metálicas seguido de techos de platabanda y con piso de cemento sin revestir (…) 2 de cada 3 hogares disponen de 1 a 2 cuartos para dormir y 1 de cada 4 utilizan hasta 3 cuartos. De hecho, el 13% de los hogares padecen hacinamiento.
Pero una vivienda depende enteramente de sus conexiones con el medio, y la Encovi 2019/20 reflejaba el colapso de las infraestructuras: si bien 77% de los hogares recibían el agua de los acueductos, solo 25% lo recibía diariamente: de cada 10 hogares, casi 8 se aloja en viviendas con conexión a acueducto, 1 se abastece de agua con el uso del camión cisterna y el resto utiliza pila pública, estanque u otros medios Así, a la incapacidad de conectar al agua corriente a un quinto de la población se unía la incapacidad de dársela todos los días a tres quintos de los que sí la recibían, es como si fuera necesaria una arqueología de la pobreza para diferenciar las capas de carencia que se acumulan.
A las carencias de materia se unen las de energía: para 2019, evidentemente, 90% de los hogares habían experimentado interrupciones del servicio eléctrico, 32% diariamente por varias horas y 32% semanalmente por varias horas. Pero ya no se trataba del colapso del sistema eléctrico, que avanzaba desde el primer apagón nacional de 2009, sino también del combustible, cuya producción había sido devorada por el campo de desastre. La Encovi 2021 obviamente no ofrece datos sobre la caída de la producción de gasolina pero, como siempre, nos ofrece todo un cuadro de síntomas:
Tiempo promedio para 30 litros de combustible 1 hora y media. (…) 20% no pudo poner gasolina, 1% no compró en estación de servicios (…) Pagar al precio internacional resta 114 minutos de espera…
En términos de educación también se añadían nuevas capas y magnitudes de carencia: se redujo el acceso a la educación en la población entre 3 y 5 años y 18 y 24 años, en un contexto en que comenzó a demandar, con la educación a distancia, medios que los venezolanos no tenían y que de golpe añadieron nuevas dimensiones a la pobreza cuando se exigieron conectividad a Internet y dispositivos electrónicos para poder ver clases: solo 24% de los encuestados tenían computadora, 70% necesitaban acceso a Internet, 68% necesitaban dispositivos.
Bajo el colapso y la pandemia el impacto sobre la salud también fue considerable 46% no acudió a ningún tipo de consulta y se debió a que decidió automedicarse, o no tenía dinero para pagar el servicio, o no lo consideró. El caso es que las sinergias entre las distintas “dimensiones” de la pobreza (donde la falta de Internet resuena con la falta de acceso a la educación o el colapso de la salud pública con el del ingreso) indican que habíamos entrado, en esos años de cambios acelerados, en una nueva fase de la historia era una desigualdad nunca vista desde los tiempos anteriores a la explotación de petróleo.
La mayor desigualdad (2022)
Venezuela está en el continente más desigual del Mundo y, para 2022, es el país más desigual de América. Nuestro nivel de desigualdad se compara con el de Namibia, Mozambique y Angola. De todas las frases ominosas coleccionadas por la encuesta, esa de la Encovi 2022 es tal vez la más elocuente y, sin duda, uno de los tantos epitafios del chavismo. La ironía es que 2022 fue el primer año en el que la encuesta registró un descenso de la pobreza de ingreso que pasó de 90,9% en 2021 a 81,5 % en 2022.
Tras el fin de la pandemia, la Encovi 2022 pudo detectar los efectos del nuevo modelo económico de la “economía de bodegón”, cuyas primeras fases habían coincidido con la expansión del covid, pero cuyos frutos sólo eran visibles solo tras el fin de la pandemia y de lo peor de la crisis de combustible. Y, en efecto, los cismas que se habían hecho evidentes en los años anteriores (ganar en dólares y ganar en bolívares, vivir en el interior y vivir en Caracas, recibir remesas o no) aparecían reflejados en la encuesta tanto como la relativa recuperación lograda cuando el gobierno dejó de bloquear las estrategias de sobrevivencia de los venezolanos.
Usado para medir la desigualdad el coeficiente de Gini es un número entre 0 y 1, donde 0 corresponde con una situación hipotética en que todos tienen los mismos ingresos, y 1 con la hipótesis en que una sola persona tiene todos los ingresos y los demás nada. El índice de Gini es igual al coeficiente de Gini multiplicado por 100. El índice mide cómo se distribuye el ingreso entre los diferentes grupos de la población. En el caso de Venezuela se ubicaba en 0,603, en 2022, mientras que en 2014 se cifraba en 0,407, y la diferencia de ingreso entre el 10% más pobre y el más rico es 70 veces.
Pero esa desigualdad implica otras: Casi el 40% de los hogares con mayores ingresos están en Caracas (…) Caracas solo concentra el 16% de los hogares del país (…) Los negros son 6.4 pp más pobres que los blancos y sin diferencias con los mestizos. La Encuesta también mostró que, en los trabajos mejor remunerados, la brecha salarial entre hombres y mujeres oscila entre 25,8 y 197,4 % a favor de los hombres.
La pobreza comienza a tener más que ver con factores sociales y de infraestructura (vivienda, educación y servicios); aunque las económicas siguen predominando, es decir, se hace cada vez más social y ambiental que una cuestión coyuntural relacionada al ingreso: La pobreza por razones sociales aumenta de 31% en 2019 a 42% en 2022, mientras que La pobreza por razones económicas cae de 69% en 2019 a 58% en 2022. En un país donde ni las zonas más pudientes se libran de los apagones y la falta de agua corriente, donde las instituciones educativas y sanitarias colapsan, la pobreza corre parejo con la degradación del ambiente.
El cambio estructural de la sociedad venezolana que tantas veces fue ofrecido ocurrió, pero de manera perversa e inversa en que el “mejor sistema eléctrico del mundo” colapsó dejando al país sin luz por días. Y, en efecto, lo que la Encovi detectó y midió fue un cambio estructural no solo de las condiciones de vida de los venezolanos sino de su sociedad. Pero una sociedad siempre está haciéndose, todo el tiempo: ya hay quien, a fuerza de hablar de cosas que no cambian, ha hecho de las estructuras un fetiche. Pero, en realidad, estructural y coyuntural o constante y variable son aspectos de las mismas relaciones. Lo estructural es un adjetivo, que refiere a lo que es permanente o estable en un lugar y un periodo determinados.
Lo que ocurrió en Venezuela, y registran bien las Encovi, es que esas constantes de la sociedad venezolana, aparecidas en la segunda mitad del siglo XX no cambiaron dramáticamente con el chavismo: la relación de los pobres con la educación, los servicios, el medio ambiente no era muy diferente, solo se añadió un enorme flujo de dinero, pero a diferencia de otros períodos de boom, no solo se perdió una enorme cantidad de riqueza sino que los medios y mecanismos con los que la sociedad se hace y se rehace, se cambia y se estabiliza, quedaron comprometidos: la moneda, las comunicaciones, las industrias que nos conectan con nuestras reservas de energía cayeron en una espiral de degradación mientras el gobierno mismo acelera el colapso.
Y cuando la sociedad venezolana logró estabilizarse nuevamente, usando el dólar, la emigración, el cuentapropismo, cuando el gobierno finalmente entendió que necesitaba alguna estabilidad, no solo los recursos eran menores y las condiciones de vida más precarias, sino que eran otras sus características, sus rasgos, y sus constantes: lo vemos no solo en el más obvio, que es la migración, sino en la pérdida del bono demográfico y el alcance de la educación. Esos cambios que, en su mayoría, indican un gran empobrecimiento, apenas están comenzando y la Encovi es uno de los pocos medios, probablemente el principal, que tenemos para detectarlos.
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