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Nuestro amigo común: Lo peor de 2018

Un recorrido por lo menos recomendable del cine de este año que acaba de terminar

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5. Un lugar silencioso (EEUU, dir. John Krasinski)

Una pareja y sus hijos han sobrevivido a un ataque a la humanidad de parte de alienígenas, unos monstruos parecidos a insectos gigantes, que han acabado con todo aquello que suena en nuestro mundo. Y es que se ven atraídos por el ruido, por mínimo volumen que tenga, y cazan a matar aquello que escuchan. Esta familia vive en una casa que ha arreglado muy pobremente para enfrentar esta situación de peligro, y se comporta, dentro de la lógica interna de la propia trama de esta cinta de terror, de manera inverosímilmente torpe. Son idiotas, y no sabemos cómo es que han sobrevivido tanto tiempo a la amenaza: dibujan por el suelo de la casa la ruta para no pisar los tablones que hacen ruido (¿?), acolchan la vajilla con tela y se comunican por lenguaje de señas, esto por pura casualidad, pues la hija es sordomuda. También tienen un clavo salido en la escalera y la madre está en estado, a punto de dar a luz al bebé más callado del mundo. Los personajes son chatos, y la solución a sus problemas resulta ser tan obvia que el espectador solo puede extrañarse de que semejantes tarados sobrevivan a la destrucción de la raza humana. Lo único que asusta es pensar en la posibilidad de que dure más de sus noventa minutos.

4. Infiltrado en el KKKlan (EEUU, dir. Spike Lee)

El llamado voto blanco norteamericano por sí solo no alcanzó para que Donald Trump ganase las elecciones, sino que este tuvo mucha ayuda del voto latino y asiático. Desde el 2004, la población negra norteamericana no había votado tanto a un candidato republicano. El nivel de pobreza de la población negra ha disminuido de 41 a 18 por ciento. Y lo que grita esta cinta a todo pulmón, con neón, fuegos artificiales, flechas guías fosforescentes es, llanamente: Trump y sus votantes son racistas y supremacistas. Propaganda pura y dura, esta comedia-panfleto de Lee cuenta la historia de un policía negro que se “infiltra” junto con su compañero blanco en el Ku Klux Klan en los años setenta. Todo amago de trama normal es una excusa para hablar del peligro que representa Trump para el universo, y para dar discursos que pretenden encender y polemizar, pero que en realidad ni eso logran.

3. Hereditary (EEUU, dir. Ari Aster)

El gran problema de esta cinta de terror es a la vez el más logrado, el más impactante. Ocurre por allí casi a mitad del metraje y sacude al espectador de manera tal que será imposible que este se recupere, y por lo tanto que lo que sigue se iguale en impacto, haciendo de la tres cuartas partes de la cinta en adelante algo casi risible. La abuela de una familia algo desafortunada (un historial de suicidios y enfermedades) acaba de morir, y su hija y nietos irán sufriendo, uno a uno, desgracias propias que no parecen en principio estar vinculadas entre sí, pues la cinta va sobre el carácter que se hereda de los padres, entre otras maldiciones. Y como carácter es destino, los personajes están inevitablemente sujetos a esa herencia. El acontecimiento señalado antes está tan bien hecho, y resulta tan horroroso, que no hay manera de superarlo. El desenlace parece, además, un comodín: pudiendo hablar de la locura heredada del personaje de Toni Colette, algo que habría sido escalofriante, se recurre a instancias esotéricas. Pero bueno, esa ya sería otra película.

2. Burning (Corea del Sur, dir. Chang-dong Lee)

Un joven aspirante a escritor, una chica desinhibida y un joven elegante y de dinero arman un trío muy incómodo de mentiras, deseos y resentimiento en la Seúl contemporánea en este drama coreano. Las pretensiones poéticas son desafortunadamente obvias, al igual que su origen literario, resultando en escenas acartonadas sin sentido que deben funcionarle bien a Murakami pero a Lee no. El plano de la chica haciendo como que vuela a pecho desnudo, drogada, frente al atardecer, es dolorosamente cursi. Nada va hacia ningún lado, eso sí, con muchísima calma: dos horas y media de metraje. En principio parecía prometer, puesto que la intrusión repentina del joven adinerado parecía un reto para el protagonista en su deseo por quedarse con la chica. Sin embargo, a medida que se suceden los acontecimientos, el principal parece cada vez menos interesado en ella (en realidad, nunca parece lo suficientemente interesado en nada, de allí que el final sea un tanto inverosímil, salvo si se apuesta por un resentimiento directo y brutal) para interesarse en él, sus secretos, sus relaciones y por fin verle actuar de forma activa en la trama que recién, más allá de la mitad de la duración, empieza a asemejarse a un thriller. Uno muy poco interesante. Ya puede el chico hacer lo que hace al final y más, que es que nadie está prestando atención sino al reloj.

1. Suspiria (Italia, EEUU, dir. Luca Guadagnino)

En la Alemania dividida de los años setenta, una joven americana llega a una academia de danza para aprender de la mejor, la directora de dicha institución. Mitad intento de trama histórica con comentario social, mitad intento de cinta de horror, Suspiria cuenta la historia de un aquelarre y su pretendida sororidad, la brujería a través de la danza. Exacto: es tan insufrible como suena. Su trama es tan opaca como los colores de la Alemania que fotografía, su ánimo únicamente formal tan superficial como la interpretación de su protagonista. No tiene alma: las entrañas de las que carece aparecen solo para salpicar las paredes y los rostros de los personajes en un clímax grotesco que por más que quiera ser terrorífico solo es postura. Las escenas de danza son insoportables por pretenciosas y sórdidas, y como dijo el crítico, con la sustancia política de un diseñador de camisas del Che. La razón de muchos críticos para decir que esta es una mala película, es que, al contrario de la original de Dario Argento, resulta sencillamente aburrida. No estoy de acuerdo: es desesperante, inaguantable. Esta suerte de performance de Yoko Ono es un desastre largo, pretencioso y autoindulgente.

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