Acompañado por la transformación de los géneros en el cine norteamericano se encuentra Sam Peckinpah, un cineasta que conforma la nueva generación de relevo americano junto con nombres como Stanley Kubrick. Peckinpah debuta a principios de los sesenta con Compañeros mortales y Duelo en la alta sierra, tras haber dirigido algunos capítulos de westerns para la televisión. Desde aquí en adelante se identificaría con el género (incluso el subgénero conocido como western urbano fue contenedor de su trabajo) y también iniciaría su conflicto con los productores de Hollywood, quienes muchas veces cortaron sus películas y a los que el propio director dijo no haber entendido nunca. La fascinación por la violencia ubica a Peckinpah muy cerca de la ultraviolencia de Kubrick, asemejándose a su vez por su tendencia a una estética realista estilizada y su uso de la cámara lenta para coreografiar la violencia como lo haría el neoyorquino, dos años después, en La naranja mecánica.
Mientras la comedia era revitalizada de la mano de Jerry Lewis y el joven Woody Allen, y el musical de la era Minnelli, Donen y Kelly pasa a ser el supermusical (West Side Story; My Fair Lady) en formato espectacular de 70 mm, el western no se quedó atrás: su versión espagueti encantaba al público mundial y sobre todo al norteamericano, donde tuvo una fuerte influencia. Sin embargo la transformación más aguda del género se da cuando alcanza la llamada etapa revisionista, mucho más ambigua y compleja, con Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969) como su máximo representante.
Uno de los westerns más violentos de la historia del género es también uno de los más poéticos. Peckinpah expone la camaradería masculina a través de personajes que se están enfrentando a un final, el de una era en la que las costumbres y las maneras dejan de ser las del hombre del Oeste y su frontera. La modernidad se impone y los vaqueros resisten pero son arrastrados con su inconografía, reemplazada por una sociedad que mira a la máquina. En Grupo salvaje los personajes no solo son todos de moral reprobable, bandoleros y asesinos, también son los últimos, los peores de los peores, como se dice en la película. La sensación de que todo llega al final, de que todo termina, atraviesa la película en una suerte de ansiedad nostálgica.
La escena inicial es una de las más famosas del género: un grupo de niños mira cómo un escorpión es rodeado por hormigas. Encienden fuego. Los planos de los animales atrapados en el círculo de las llamas se alterna con la llegada del grupo, con una reunión de señoras y con la situación en interiores. Condensar el contenido de la película en la imagen de los niños riendo mientras el escorpión arde deja en evidencia la intención de Peckinpah: hemos llegado al nihilismo, en el que cualquier cuota de crueldad es posible, en el que los hombres son niños que asesinan impersonalmente, sin remordimientos ni culpas. La infantilización de los delincuentes representada en niños con pistolas cuya reacción a la quema de un ser vivo es la risa, hace de esta película de Peckinpah uno de los westerns más conscientes de su tiempo, aquel del hombre y del género, pues este en los Estados Unidos no tenía ya mayores figuras (Ford estaba por retirarse, y Eastwood era solo un actor más).
Aun cuando los personajes sean despreciables Peckinpah no intentó edulcorarles sino hacerles justicia. Grupo salvaje es un western crepuscular y violento sobre el honor sin futuro y el compañerismo, una película que desmitifica el romanticismo de la violencia.
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