Es reconfortante que Hollywood aún tenga clara en su cine mainstream la figura del villano como la ha pintado la saga Los vengadores. Tienen algo en común, Loki, el hermano adoptado resentido que quiso ser rey, lugar reservado por su padre Odin a su hermano Thor; Ultrón, que admira a los hombres tanto como los desprecia; y Thanos, el villano mayor, quizás el más complejo. Hollywood aún tiene claro cómo suele conformarse el Mal, aunque hoy parezca que lo olvida deliberadamente.
Viene a liberar al planeta, dice Loki, de la que considera la mayor mentira: la libertad. Dice que el hombre no quiere ser libre, que solo hallará paz cuando acepte que su estado natural es permanecer de rodillas. Ultrón, fascinado con cómo los hombres se ordenan a la fe geométricamente, está convencido de que hay que crear un hombre nuevo, al que él dará todas las oportunidades para “evolucionar”, pues el que existe es apenas crisálida, potencia. Y Thanos el salvador, el piadoso: los recursos del universo son finitos y, para que haya suficiente para todos, debe acabar con la mitad de los seres vivos; eso sí, al azar. Ante la pregunta de quién decide ese azar, Thanos responde “la vida”, cual poseso darwiniano, la misma respuesta que da Ultrón. La salvación, con su significado religioso, como excusa para matar.
Una acción sustenta Avengers: Infinity War (2018, Hnos. Russo). Ante decidir si salvar al universo o al individuo que se tiene al lado, los Vengadores eligen la segunda opción cada vez que se les presenta el conflicto. Thanos el justo, el piadoso, hace lo contrario: mata y sacrifica para obtener el poder necesario para llevar a cabo su “salvación” del universo. Y es que, qué importa una vida comparada con la liberación del universo, piensa el villano. La idea abstracta de universo o de mundo, cuando se quiere salvar, es tan peligrosa que termina siempre en aniquilación, en genocidio, en fosas comunes. Sonrían, alégrense, dice su súbdito, puesto que es un privilegio haber muerto a manos del gran Thanos, haber formado parte de su plan para la salvación de todos. “No es dolor lo que sienten”, dice el lacayo de Thanos caminando sobre cadáveres, “es salvación”.
Los totalitarismos, lo saben los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely, funcionan así. Pero sobre todo el comunista: el azar de las víctimas, como en las Purgas, es exclusivo del socialismo soviético y sus secuelas. Y aunque Hitler haya tenido su Noche de los Cuchillos Largos, los años del Gran Terror son incomparables. Es pertinente la historia de Lev Razgon, condenado durante el Terror y prisionero del Gulag por diecisiete años, quien fue arrestado “porque tenía muchos amigos bajo arresto”. O el chiste aquel del preso en el Gulag a quien preguntan cuán larga es su condena, y responde que de diez años, “sin haber hecho nada”; “es imposible”, le responden, “por nada solo son cinco años”.
Escoger salvar o ayudar “al mundo” como en una canción de Lennon es un ejercicio de abstracción que termina por desdibujar al individuo que se tiene cerca, a quien se ama, con quien se comparte todos los días. Y como en Hegel, solo se podrá ver el lugar que se atraviesa una vez se ha atravesado; mientras se cruza, solo veremos fragmentos: la idea genocida de que mientras se avanza hacia el “mundo mejor” no importa el horror cainita, ya que la Historia, endiosada, responde a la dialéctica, y esta, al conflicto, a la violencia, justificando así las atrocidades. Los Vengadores no funcionan de esa manera: Strange entrega la joya de poder al villano a cambio de la vida de Stark, Gamora a cambio de la de su hermana, incluso Loki por la de Thor.
Y es que no son ellos quienes van a matar a la mitad de la población. Son quienes resisten. Y quienes resisten hoy son, al parecer, tan o más culpables que quien daña desde el poder. En la saga Avengers, están representados por la madre que reclama a Stark la muerte de su hijo cuando ellos trataban de contener a los villanos en Sokovia, y los grupos diplomáticos que buscan “regular” las intervenciones de los superhéroes. Un lodazal de resentimientos y frustraciones descolocados de manera infantil, que logran hacer perder claridad ante el verdadero adversario o enemigo.
Los hay quienes deciden estar con Thanos, con su causa. No es un villano plano. Le duele sacrificar lo que ama, y al parecer, no ambiciona: al terminar su misión, se sienta a descansar viendo el horizonte. Sin embargo, no deja de ser el villano de la cinta. Y cómo. Por más comprensible que algunos encuentren las maneras, razones y fines de Thanos, se trata del gran villano de la saga. Es un alivio, pues, saber que quienes resisten en Hollywood aún establecen la villanía acorde a los tiempos, seductoramente ambigua, convencida de estar salvando el mundo bajo excusas buenistas, o de que el método azaroso le quita gravedad al genocidio. Tranquilidad da saber que el malo sigue siendo el de siempre, y que Hollywood lo sabe mejor que nunca.