Papel Literario

Nota al margen: De juergas y lutos. Deseo y autoficción en Milena Busquets y Annie Ernaux

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Por KEILA VALL DE LA VILLE

Woman must put herself into the text

—as into the world and into history—

by her own movement.

Heléne  Cixous

En las novelas También esto pasará, de Milena Busquets, y Pasión simple, de Annie Ernaux, el deseo es ruta y herramienta en una manera particular: en Busquets para aceptar la muerte luego de un duelo, perseguirlo como renacimiento; y en Ernaux como señalamiento desesperado el vacío de su narradora. Ambas novelas, en su recorrido en apariencia inverso, inquietan por la manera en que sus personajes fuertes y nada apologéticos, actúan para reformularse saliendo de un momento infinito de apnea para respirar profundo a través de la experiencia erótica. Así mismo, y por esto mismo, me interpelan. Me empujan a preguntarme por el papel del apetito sexual en cada proceso de transformación. Es esta cuestión suspendida lo que sostiene estas lecturas.

La voz en un texto nada dice de la escritora tras él, aunque sí lleva consigo un aura, un determinado grado de familiaridad con respecto a lo que cuenta, quizá, sobre todo, una intención. Me entrego hoy a esta Nota al Margen doblemente. En el sentido de la nota a enviar a una sección de un diario, y en el de la avidez tras todo momento carnal y que todo momento carnal disuelve. Seré las narradoras amantes en las historias que leí. La casa que busco tiene nombre de mujer, está construida por mujeres que desean.

Si bien es irrelevante la dosis de ficción o de autobiografía en ambas novelas, es posible establecer grados y proponer un termómetro que acerca a Busquets a la ficción y a Ernaux a la biografía. Como fuere, bien se ha dicho que al abrir la memoria al mundo ya no como acto (cosa imposible, lo ocurrido ya ocurrió), sino como palabra, el intelecto produce un reflejo incompleto, una interpretación, por tanto: ficción. En tal sentido afirma Ramsay que las nuevas ficciones autobiográficas no llevan a un conocimiento de sí, al auto-conocimiento, en sentido tradicional; ni a la auto-conciencia en el sentido contemporáneo. Suponen una circulación del ser a través de pronombres fluidos: del yo al ella, de ella a mí, de mí a ti.

Advirtió Cixous que no es posible hablar de una feminidad uniforme, homogénea, clasificable, no más de lo que se podría hablar de las similitudes entre dos inconscientes. Y sin embargo, con todo y diferencias, que algo une y acerca a las autoras mujeres: una búsqueda emprendida desde la infancia más temprana, desde el cuerpo y lo erótico, que se manifiesta en una forma de conocer el mundo y la consecuente producción de verdades estéticas.

Volvamos a las novelas. “Por alguna extraña razón, nunca pensé que llegaría a los cuarenta años”, comienza También esto pasará de Busquets, en la voz de Blanca, su personaje principal. “Desde el mes de septiembre del año pasado no he hecho más que esperar a un hombre”, dice la narradora de Pasión simple al inicio. A partir de estos dos momentos de reconocimiento de sí, con la aceptación del propio emplazamiento y estos chequeos de la realidad propia, las dos protagonistas, dos mujeres adultas e independientes, exploran el yo erótico como mapa hacia sí mismas. En ambas tramas, a pesar de las diferencias en el tono, en las disposiciones y en las situaciones de cada narradora —pienso en Cixous— las excusas están de más. Se trata de dos voces en la exploración de sus respectivas “simples pasiones”.

También esto pasará comienza con Blanca en el funeral de su madre. Despidiéndose de ella e instaurándose como sucesora de sí misma. Con la despedida la narradora echa a andar la novela y su intención de aferrarse, desde su encuentro con la muerte, a la vida. La voz encuentra en su propio discurrir la tabla de salvación que se convierte pronto en acción. Durante el ritual la hija escanea con la mirada a su alrededor, nota fríamente quiénes están, quiénes faltan, y —atención— dice: “Aparte de los padres de mis hijos, solo hay un hombre interesante, desconocido. Estoy a punto de desmayarme de horror y de calor y, a pesar de todo, sigo siendo capaz de detectar inmediatamente a un hombre atractivo. Debe de ser el instinto de supervivencia”. Entonces manifiesta en un diálogo con la madre que en virtud de estas conversaciones ahora imposibles se convierte en personaje, toda vez que cada interacción memoriosa evidencia la cercanía no solo afectiva sino performática entre ambas: “Creo que en el fondo te hacía gracia ese rasgo, tan masculino e infantil, de preferir algo tan gratuito, aleatorio e insustancial como una apariencia agradable al poder, la inteligencia o el dinero”.

El personaje de Blanca se aferra al cuerpo como aliciente, visita el pueblo marino de su juventud, y desde la memoria lejana, el salitre y el sol, despliega el deseo como forma de supervivencia, como conexión con la vida; desde la juerga, disfrutando la compañía de viejas amistades, dos exesposos, la compañía de dos hijos adolescentes que son su cable a tierra, el flirt casual y no casual con conocidos y extraños, un par de encuentros en tardes mediterráneas calurosas, sin preguntas. Blanca dice follar con desesperación, que es según asegura como follan los desesperados, aun cuando más bien parece moverse en el mundo con cierto desinterés y hasta apatía. La búsqueda simple de belleza y placer, el origen de su reconstitución como sujeto que desea más que sexo, una intención vital. Dice: “Estoy loca por mi cuerpo asimétrico, blando, huesudo, imperfecto, desproporcionado, lo malcrío, lo manoseo, le doy todo lo que me pide, lo sigo a todas partes, le obedezco dócilmente, nunca lo contradigo. Es lo contrario a un templo. He intentado, intento, sin demasiado éxito, que mi cabeza sea un templo, pero el cuerpo debería ser siempre un parque de atracciones”. Busca sanar y que la tristeza también pase.

En su reformulación abre el espacio, un mapa mundano para sí. La suya no es una búsqueda banal, no es una inquietud meramente lúdica, es el contacto con el juego como forma de renacimiento. Ese cuerpo al que llama parque de atracciones en un arranque de desapego es realmente su propia cosmografía. Su propio territorio: sí, su templo. “Tengo un aullido en mi interior, normalmente, durante el día, me deja tranquila, pero por la noche, cuando me tumbo en la cama e intento dormir, él se despierta y empieza a merodear como un gato furioso, me araña el pecho, me crispa la mandíbula, me golpea las sienes. Para calmarlo, a veces abro la boca y finjo gritar en silencio, pero no logro engañarlo, sigue ahí, enloquecido, intentando romperme. El amanecer, los niños, el pudor y los quehaceres cotidianos lo enmudecen y amansan durante unas horas, pero luego, al caer la noche y quedarme sola, llega puntualmente a nuestra cita. Cierro los ojos con fuerza. Los abro. Aquí está de nuevo”.

También el personaje de Pasión simple  “folla como desesperada” aunque en respuesta a impulsos distintos y de una manera ahora menos jugosa (de seguro menos social). En esta novela Ernaux describe los encuentros de una mujer también de mediana edad, intelectual,  independiente, madre de dos y divorciada, con un hombre casado del que poco se sabe además de su origen extranjero y la inicial de su nombre: A. La narradora cuenta los detalles de una relación adolescente sostenida en plena adultez y vivida como una obsesión: como un suplicio, un devenir insignificante. Ella adquiere vestidos solo para lucirle a él, elige alimentos solo para agasajarlo en el próximo encuentro. Si sale al mundo lo hace sin prestar atención a nada. El discurrir cotidiano es el paréntesis entre un encuentro y otro. Vive para recibir al amante y entra en letargo con cada despedida. Incluso los hijos estorban. Toda persona que ha vivido una obsesión sabe cómo es. Leer Pasión simple es encontrarse con la angustia ante una mujer estancada, sus esfuerzos por el encuentro no solo la debilitan, sino que la enajenan. Su mente no es un templo y su cuerpo, seguramente, tampoco un parque de diversiones. El tema no es la relación de amor y tampoco el placer que ofrece cada encuentro sino la obsesión misma, la enajenación, la negación del devenir en pos de un tiempo suspendido. El sujetamiento al otro es la única bombona de oxígeno; el manejo de la temporalidad ocurre desde el cuerpo pero solo cuando la visita esperada ocurre. Todo lo demás: vapor lento. Dice la narradora: vivir una obsesión sexual es “experimentar el placer como dolor futuro”. De ahí su temor a los relojes de muñeca: le recuerdan que cada encuentro pasará. Vive en un También esto pasará invertido.

Desde una prosa astuta, maliciosa, y dura, esta novela da acceso al relato desde un lugar franco y tajante a partir de una reflexión inicial que pronto se convierte en intención, en mapa discursivo: “Siglos y siglos, cientos de generaciones han pasado, y es solo ahora que podemos ver esto, el pene de un hombre y la vagina de una mujer uniéndose, la esperma, algo que uno apenas podía ver sin morirse, se ha vuelto en algo fácil de ver, como un apretón de manos… la escritura debería apuntar a ello, a la impresión que ofrece la relación sexual, un sentimiento de ansiedad y estupefacción, la suspensión del juicio moral”. Si la Blanca de Busquets abre el mundo a partir de su desplazamiento horizontal, el personaje de Ernaux lo hace desde la incidencia sobre el discurso y el planteamiento de una intención que solo puede extenderse en la página. Es en la honestidad, claridad y valentía de las descripciones y de la aceptación de este desplazamiento vital hacia los márgenes que está la fortaleza de la novela. Lejos de toda sensualidad y disfrute y más cercana al recuento, la enumeración o el inventario, la novela es narrada con frialdad a partir de la disección de la dependencia, allí radica lo pornográfico.

En También esto pasará, Blanca advierte: “Que yo sepa, lo único que no da resaca y que disipa momentáneamente la muerte —también la vida— es el sexo. Su efecto fulminante lo reduce todo a escombros”. Busca con desesperación y belleza el desapego a la vida, busca respiro y vida en el sexo, que la aleja de la muerte. La narradora de Pasión simple ama no para disipar la muerte sino para acompasársele en vida. Con maestría, Ernaux hace un relato pueril sobre un tiempo que ella misma encuentra, en retrospectiva, decadente: “Descubrí de lo que la gente es capaz, en otras palabras: de todo. De comportamientos sublimes o mortales, falta de dignidad, de actitudes y creencias que yo consideraba absurdas hasta que me encontré a mí misma llevándolos a cabo”. Quien narra la novela es una sobreviviente. Y en efecto, más allá de una confesión o una autobiografía, la obra funciona como auto–ficción en sentido psicoanalítico en la medida en que reordena el tiempo pasado y ofrece la posibilidad de crecer a partir de él. Dice Ernaux sobre A: “Sin saberlo, él me acercó al mundo”. Es la escritura del libro lo que le permite renacer: “Yo sé que no puedo esperar nada de esta escritura, que, a diferencia de la vida, descarta todo lo inesperado…. ahora miro estas páginas con asombro y siento algo parecido a la vergüenza, sentimientos que nunca tuve mientras vivía mi pasión y escribía sobre ella”. Pienso en André Gide: “Si no estuviera yo para acercarlos, mi ser de la mañana no reconocería a mi ser de la noche. Nada sería más distinto de mí que yo misma”. Este desplazamiento de los marcos de referencia no solo debilita y opaca cualquier posibilidad de identificación entre autor o autora y página escrita, además ofrece a quien las lee la libertad de reconocerse en ambas. Desplazarse hacia ellas. Dice Ernaux: “Tener que responder preguntas como ‘¿Es esta una autobiografía?’ y tener que justificar esto o aquello, debe haber evitado que muchos libros vieran la luz del día excepto como novelas de ficción, que permiten guardar las apariencias”.

Busquets y Ernaux nombran las marcas y las heridas que todo el que las lee puede reconocer como propias (el discurso se desplaza del yo al ella, de ella a mí, de mí a ti). Sus personajes cumplen un arco narrativo impecable y con valentía se desplazan hacia el horizonte a su manera (porque no hay una única manera de ser), abriendo el mundo para terminar siendo otras. Eso promete a Blanca la voz de su madre al final de la novela: También esto pasará. Incluso la Pasión simple pero vacía y dolorosa, pasa.