Por NANCY NOGUERA
El viernes pasado*, mientras leía la novela de Alejandro Varderi De aquí y de allá (1), hice una pausa para hojear el New York Times. En primera plana había un artículo acompañado por la fotografía de una familia cruzando un puente en Colombia. La nota al pie explicaba que estos eran algunos de los miles de desplazados venezolanos que iban de regreso a Venezuela debido a la crisis económica en Colombia, causada por el covid-19. El artículo mencionaba a un pequeño de seis años, Sebastián Ventura, quien después de caminar 2.400 kilómetros huyendo de la pobreza en Venezuela había llegado a Bogotá con sus padres, pero eventualmente todos habían tenido que regresar sobre sus pasos. Sin embargo, al llegar a su pueblo, tampoco encontraron sosiego: el hogar que habían dejado había sido invadido por malhechores y las condiciones de vida estaban más deterioradas que cuando ellos se habían marchado unos meses antes. Desesperada, esta joven familia decidió entonces que era mejor retornar a Colombia. En ese nuevo viaje a pie, el niño se había convertido en el aliento de su madre embarazada y de su padrastro, dándoles ánimo mientras mantenía una sonrisa y la esperanza de que pronto llegarían a su destino.
El autor de De aquí y de allá ha escogido contar las vicisitudes de los venezolanos en la diáspora, pero no desde la mirada de los que cruzan las fronteras a pie. Sus protagonistas nos darán la visión de la crisis venezolana desde la perspectiva de tres mujeres caraqueñas de clase media alta y el hijo de una de ellas. Estos, más que personajes individuales, son una voz colectiva que va relatando y opinando sobre lo que acontece en el país durante los dos años en los que se ubica el relato, entre el 2016 y el 2018. La novela tiene el subtítulo “Pliegos de testimonios”, que nos da indicios de la intencionalidad del narrador de estos acontecimientos. Estructurada en cuatro partes y 20 capítulos, la narración toca una diversidad de temas como las relaciones sociales, la amistad, la identidad sexual, la decadente situación política, económica y moral del país, las movilizaciones de los venezolanos contra el régimen y la represión que sufren, el desplazamiento de los profesionales y personas de clase media a países como España. El narrador usa el diálogo, flashbacks, artículos de prensa, mensajes de texto, sus comentarios y los relatos de figuras secundarias para brindarnos una reflexión de los que significaron esos dos turbulentos años para el país debatiéndose entre la dictadura y la democracia.
Desde su lugar privilegiado en la sociedad, las tres amigas, Ana Cristina, Laurita y Carmen Luisa, evocan con nostalgia la pérdida de la vida familiar amable, sin sobresaltos, la cercanía de los afectos, los almuerzos dominicales en familia, reunidos en torno a la mesa, las vacaciones en Nueva York, las celebraciones donde se congregaban abuelos, tías, primos, donde los niños correteaban por el jardín de la casa con vistas a El Ávila en el este de la ciudad, donde había una cocinera que preparaba y servía los platillos preferidos de los anfitriones. Un mundo donde la educación en colegios católicos privados entrenaba a las chicas para que fueran buenas esposas, excelentes madres y para que establezcan a la familia como prioridad en sus vidas. Los colegios también brindaban la oportunidad de crear conexiones afectivas y amistades para el resto de la vida. Un mundo de misas domingueras, adonde acudían los jóvenes para ver y dejarse ver. En definitiva, un elaborado entramado de códigos de conducta, costumbres, manierismos y reglas no escritas que distinguían a sus integrantes, que eran respetadas y seguidas por todos los miembros de la tribu. Un tejido que se desgarra con la fuerza de la crisis política y económica, como reflexionan los personajes.
Sobre esa idílica isla social construida en medio de la desigual modernidad del país, donde la calidad de vida se ha ido deteriorando rápidamente, se cierne la emboscada que Paulina Gamus menciona en el epígrafe de la primera parte de la novela. La promesa de un nuevo liderazgo que sedujo a muchos ciudadanos tanto de clase popular como de clase media y clase alta, que remediaría los entuertos de cuarenta años de imperfecta democracia, esa ilusión mesiánica, ha desembocado en tragedia. Todos han sido traicionados, usados y desechados por el líder populista. No obstante, el poder ideológico de su discurso ha calado profundamente en algunos sectores, que continúan creyendo en él, aunque la revolución sea un fracaso, aunque la miseria los haya obligado a migrar, como constata Ana Cristina en un encuentro en el santuario de la Virgen de Guadalupe, en la calle catorce de Nueva York, donde frente a la imagen de la Virgen de Coromoto conoce a una humilde mujer venezolana que, desconsolada, lamenta el estado del país y las desgracias de su familia, mientras sostiene una estampita con la imagen del difunto presidente Chávez en sus manos.
Ana Cristina es una mujer madura, como sus otras dos amigas Laurita y Carmen Luisa. Ella será la voz con mayor protagonismo en esta narración. Opuesta al régimen, sale a protestar en cada marcha de la oposición y es testigo de un asesinato cometido por las fuerzas represoras del Estado. Su hijo Jorge, un estudiante universitario, correrá la suerte de muchos jóvenes y terminará preso por algunas horas en el temido centro de detención y torturas conocido como El Helicoide. Ana Cristina es también una especie de flâneur caraqueña, quien nos brinda sus memorias de la ciudad que había sido una promesa de modernidad lograda a medias: hermosos edificios públicos, numerosos restaurantes internacionales, centros comerciales, lugares de diversión, casi todos cerrados por las políticas económicas impuestas por el régimen.
La nostalgia es uno de los motivos literarios de Varderi, un artefacto que impele la acción en casi todas sus novelas, el sentimiento surge por la ausencia de algo que se quiere y del deseo de recuperarlo: un lugar, un instante, una persona, un país. Nicholas Dames, uno de los estudiosos de la nostalgia en la literatura, se opone a pensar que el poder de la nostalgia y su impacto emocional y político derive solo de su doble estructura donde se muestra un presente inadecuado y un pasado idealizado, como ha señalado Linda Hutcheon (2). Dames propone un nuevo modus operandi para la interpretación del discurso nostálgico. En vez de usar la aproximación hermenéutica que primero diagnostica al escritor como nostálgico y luego denuncia las características de ese discurso, Dames propone explorar los casos particulares. Él aboga por el uso del “lenguaje funcionalista” para tratar los casos de nostalgia “no como síntomas que explican el origen de algo, sino como una fuerza capaz de crear algo nuevo” (3). Dames concluye con una observación que es relevante para mi análisis del discurso nostálgico de Varderi: “La nostalgia implícitamente reconoce la pérdida, pero nos da la forma como manera de compensación”. Para Varderi, el discurso nostálgico se convierte en un dispositivo literario como podemos apreciarlo en el corpus narrativo que ha ido creando. En vez de recrear en su obra el “tiempo perdido”, su reflexiva nostalgia ha producido un yo creativo que no solo reflexiona sobre el paraíso perdido, sino que da un paso más; no es solo la evocación del pasado, del tiempo perdido ya inaccesible, sino que los eventos históricos documentados magnifican la brecha entre la “inocencia perdida” y el lugar perdido, el país inaccesible, convertido en ruinas.
Ana Cristina, Laurita y Carmen Luisa dialogan sobre el país y vamos viendo como a lo largo de sus vicisitudes y reflexiones sobre la crisis socioeconómica de Venezuela las tres van cobrando conciencia de la situación de deterioro de las instituciones democráticas y la debacle económica y moral del país. Jorge, el estudiante universitario hijo de Ana Cristina, desde su exilio en Madrid va narrando las vivencias de muchos de sus compañeros de escuela, de los amigos que han tenido que quedarse o de los que han salido y enfrentan la realidad del desplazamiento en un mundo donde sus títulos universitarios no tiene validez ni su capital social reconocimiento alguno. Él mismo describe las transacciones y negociaciones de su nueva identidad sexual, fraguada en la lucha por la sobrevivencia en Madrid. Ana Cristina eventualmente se refugiará en el apartamento en Nueva York, donde se libra de las convenciones sociales que la forzaban a seguir manteniendo la aparente normalidad de un matrimonio disfuncional. Desde Nueva York, seguirá los acontecimientos del país y la lucha de algunas personas altruistas como su amiga Laurita, quien sigue viviendo en Caracas y contribuye activamente con varias fundaciones que tratan de remediar el hambre o la escasez de medicinas en los hospitales.
Tanto Sebastián Ventura, el niño de seis años que recorre con su madre el camino tres veces en busca de un hogar y la oportunidad de una infancia normal, como los personajes Jorge, Ana Cristina, Laurita y Carmen Luisa son optimistas con respecto al futuro, a pesar de las crecientes dificultades. En esta mirada del acontecer del país Varderi nos recuerda la imagen del ángel de las Tesis de Filosofía de la Historia de Walter Benjamin (4), donde reflexiona sobre la resistencia a la fuerza creciente y destructora del fascismo. El ángel de la historia, dice Benjamin, mira hacia atrás porque epistemológicamente es inevitable y necesario mirar hacia el pasado para entender el presente. También porque el futuro no existe, el avance del tiempo no necesariamente nos lleva a un futuro mejor, sino que implica un alejamiento del jardín del Edén. Políticamente es necesario también mirar atrás para salvar lo que mantiene la cohesión social del grupo: la familia, el hogar, en el caso del niño de seis años, las tradiciones, la fe religiosa, la solidaridad y la amistad en el caso de las amigas y de Jorge. Como Benjamin, Varderi parece estar convencido de que a cada generación le ha sido dada una débil fuerza mesiánica que, sin embargo, es vital. Serán las pequeñas acciones que se realicen contra la opresión, la persecución y el olvido de las víctimas las que mantendrán la esperanza. De aquí y de allá, a pesar de los pliegos de testimonios que contiene relatando el horror infligido al país, no es un relato pesimista, al contrario, mantiene viva la esperanza como la del niño caminante dándole ánimo a sus padres. Esta narrativa es un documento de los tiempos que se viven en un país que fue próspero y que ha sido convertido en un país miserable a pesar de la abundancia de recursos, una advertencia para países como España y Estados Unidos, donde la democracia ha sido debilitada y se encuentra bajo amenaza.
*Se refiere al viernes 28 de noviembre de 2020.
- A. Varderi, De aquí y de allá, Pliegos, 2020.
- L. Hutcheon, Irony, Nostalgia, and the Postmodern, in Methods for the Study of Literature as Cultural Memory (ed. R. Vervliet and A. Estor; Leiden: Brill, 2000), pp. 189–207. Online: http: //www.library.utoronto.ca/utel/criticism/hutchinp.html consultado el 27/11/2020
- N. Dames, Nostalgia and Its Disciplines: A Response, Memory Studies 3.3 (2010): 269–275.
- W Benjamin, Tesis sobre la Historia. Usé la traducción de Bolívar Echeverria Sobre el Concepto de Historia CEME Online: http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/benjaminw/esc_frank_benjam0021.pdf consultado el 30/11/2020.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional