Fui muy feliz de niño. Creo que, en gran parte, gracias a las bondades y virtudes de la democracia. Fue una infancia inolvidable que cual cicatriz de mi alma me acompaña y hace vivir más intensamente la soledad de cada instante. Fueron bellos días en que cualquier charca era una playa, una lata grande de sardina tirada por un cordel un lindo camión o un confortable autobús, y las tardes de arco iris un escenario luminoso en el que los seres humanos comenzamos a deletrear el alfabeto de los tiempos.
Vengo de un hogar modesto de clase media, labrado a fuerza de trabajo y desvelos por mi padre, un comerciante de productos lácteos y charcutería, y su lugarteniente, mi madre, que, con incondicional amor, pasión y lealtad, le sirvió de inspiración para criar sin traumas y también felices a doce vástagos, cinco profesionales (cuatro varones y una hembra), y siete amas de casa condicionadas por el riguroso celo de padre, a quien la cultura machista de la época le hacía parecer peligrosa la salida de las hembras a la calle, más aun el ingreso a la universidad o la amistad de cualquier desconocido de sexo opuesto.
Debo confesar que no fue fácil; vivimos vicisitudes económicas, como todas las familias que viniendo de la nada, se hacen responsables y aspiran a la ciudadanía; en ocasiones, solo había yuca o plátano con queso y café y en algunas navidades y fines de año solo el típico sancocho de gallina y una macarronada inflada a base de papas y huevos, es decir, sin carne ni queso. Faltó en ocasiones, como lo decía la tradición y la buena mesa a la que nos tenía acostumbrados padre, el jamón Ferry, el pan de jamón, el queso holandés, la torta de piña, las nueces, el ponche crema, el buen vino, el champán, el escocés, las uvas, las manzanas, las peras y pare usted de contar.
Somos una familia heredera de las ideas y principios que nos transmitieron los padres de la República, pero principalmente lo somos del inmenso legado que nos dejaron los promotores de la democracia: la libertad y el progreso, los derechos humanos, los derechos civiles, la integridad y la grandeza. Somos mi familia, mis hermanos, sobrinos, mi hija y yo, herederos todos de la modernidad que se inició con la democracia. El costo de ella: lágrimas, sudor y sangre de decenas de varones y hembras, que comprometieron su futuro y arriesgaron todo para que muchas generaciones en lo sucesivo vivieran con libertad, justicia y dignidad. Tiempos felices de decoro y buen vivir en los que mi mente era un telar en el que se confeccionaban hermosos sueños para el porvenir.
De la democracia no recibimos únicamente un futuro promisorio de valores, principios, libertad y augurios de bienestar, sino que también logramos derrotar por más de cuatro largas décadas el clásico pensamiento latinoamericano llorón y patético de los próceres militares y mártires civiles de la extrema izquierda fracasada que, con tufillo necrofílico, se levanta de la tumba cada ciclo de tiempo para arruinarnos el sueño y venir a asombrarnos con su insólita ignorancia y su ostentosa estupidez.
Simultáneamente con la libertad y el progreso, llegó también la alegría y la esperanza. Los inicios de la democracia liberal coincidieron con la rebelión de los sesenta en los Estados Unidos y su influencia nos alcanzó a todos. Llegó una nueva música, la de los Beatles, los Rolling Stones y solistas como Bob Dylan y Serrat, cuya música nos animaba a creer en el amor y a su vez nos hacía temerarios y desafiantes a todos los convencionalismos de la época. Eran los tiempos de los primeros encuentros románticos al ritmo de baladas y rock que celebramos eufóricos hasta el amanecer.
La juventud contaminada de poesía desafiaba a la autoridad paterna y a la del Estado y se afianzaba a futuro en el arte de la responsabilidad y la ciudadanía. El amor libre, sin prejuicios familiares, raciales o religiosos, se generalizó. El feminismo tomó auge y el cuerpo humano y su disección para el erotismo y el placer dejó de ser tabú para transformase en un incentivo en la existencial búsqueda.
Nacieron en Venezuela las primeras bandas: Los Impala, Los Darts, Los 007; se extendieron las grandes celebraciones a todos los sectores –más allá de los militares que sostenían la dictadura y los civiles enchufados de la época– y con ello los toques de la Billo’s y Los Melódicos; la gaita zuliana vivía un momento estelar con Cardenales, Rincón Morales y Gaiteros del Saladillo. El conjunto Barrio Obrero de Cabimas grababa para la eternidad una gaita emblemática, “Así es Maracaibo”, y orgullosos los zulianos de nuestro gentilicio, con el pecho henchido desafiábamos las impertinencias anunciadoras de despojos centralistas con el dicho: “¿Sabéis cuándo? Cuando se caiga el Puente”. Y el Puente llegó un día y simplemente se cayó.
La democracia trajo la libertad de expresión y con ella el nacimiento de las primeras televisoras y la proliferación de las emisoras de radio. Las universidades se multiplicaron de manera exponencial. Mejoró cuantitativamente y cualitativamente la educación y me atrevería a afirmar que nuestra primaria y secundaria eran de las mejores del mundo. Buena la Matemática de Emilia de Aquino, el Castellano y Literatura de Douglas Gutiérrez y la Educación Artística de la inolvidable Polixene de Mandalúniz.
La democracia, durante los tres primeros quinquenios, además de elecciones libres, equilibrio e independencia de poderes, dio inicio a la Reforma Agraria, a un incipiente proceso de industrialización, a una eficaz y eficiente política petrolera, a una celosa administración de los recursos fiscales –gracias a la Reforma Fiscal de Román Cárdenas de 1913–, a una política cambiaria estable y a una paridad ventajosa para la salud económica y la estabilidad institucional del país. La democracia venezolana sirvió como punto de referencia al mundo en la década de los setenta, fue símbolo de solidez. Éramos felices y prósperos y no lo sabíamos, como cuando perdemos un gran amor y nos lamentamos después de que descubrimos las limitaciones de uno nuevo.
¿Qué nos pasó a partir de los ochenta? Este es el gran debate que está pendiente desde principios de este siglo y que ha dado paso a este laberinto en el cual nos encontramos y del cual no conseguimos salidas. Dos reflexiones de Octavio Paz acerca de la democracia pueden servirnos de punto de partida para volver a comenzar de nuevo. Estas palabras del Premio Nobel de Literatura, en su libro de ensayos Tiempos nublados, me resultan oportunas y pertinentes para ayudar a explicarnos hoy:
“La democracia latinoamericana llegó tarde y ha sido desfigurada y traicionada una y otra vez. Ha sido débil, indecisa, revoltosa enemiga de sí misma, fácil a la adulación del demagogo, corrompida por el dinero, roída por el favoritismo y el nepotismo. Sin embargo, casi todo lo bueno se ha hecho en América Latina, desde hace un siglo y medio, bajo el régimen de la democracia o… hacia la democracia. Nuestros países necesitan cambios y reformas, a un tiempo radicales y acordes con la tradición y el genio de cada pueblo. Allí donde se han intentado cambiar las estructuras económicas y sociales desmantelando simultáneamente las instituciones democráticas, se ha fortalecido a la injusticia, a la opresión y a la desigualdad”. Mejor corolario para dibujar el desastre dejado por el socialismo del siglo XXI y sus instrumentistas, imposible.
Y aunque enfocado el juicio, a una democracia distinta y para otro contexto, nada más sugerente que esta recomendación del mismo Paz, a una democracia en crisis extraviada y usurpada por un dictador.
“El remedio es recobrar la unidad de propósito, sin la cual no hay posibilidad de acción, pero ¿cómo? La enfermedad de la democracia es la desunión, madre de la demagogia. El otro camino, el de la salud política, pasa por el examen de conciencia y la autocrítica: vuelta a los orígenes, a los fundamentos de la nación”. En el caso de Venezuela: “a la visión de los fundadores, no para repetirlos: para recomenzar. Quiero decir: no para hacer lo mismo que ellos sino para, como ellos, comenzar de nuevo. Esos comienzos son, a un tiempo, purificaciones y mutaciones: con ellos comienza siempre algo distinto”.
Únicamente un liderazgo que asuma esta conseja para iniciar la reconstrucción del país y la reformulación de la democracia hará posible su relanzamiento con éxito. Ese liderazgo debe ser fiel a los principios que inspiraron su fundación, pero especialmente su instrumental para el análisis de la realidad ya no serán las ideologías ni las creencias; deberá ser el sentido común, la ciencia, la integridad y la grandeza. Esa grandeza que le permitió a Rómulo Betancourt superar los momentos más turbulentos del periodo de consolidación democrática. La misma grandeza que se actualiza en el cine con Winston Churchill y Las horas más oscuras, para que alguno de nuestros hombres dedicado a la política pueda decir como él en su momento, ahora en tiempos de tribulación democrática:
¡Pelearemos sin descanso y sin tregua para devolver la tierra a sus propietarios y hacerla de nuevo rendidora y productiva! ¡Pelearemos sin pausa para rescatar las fábricas que les confiscaron a los empresarios y ponerlas a producir más y mejores manufacturas y productos agroindustriales! ¡Pelearemos sin desmayo para rescatar a la industria petrolera de la corrupción y la incompetencia! ¡Pelearemos para darles a los venezolanos una educación para todos, de calidad y competitiva! ¡Pelearemos con ahínco y sin temores para devolver el prestigio y el profesionalismo a las Fuerzas Armadas! ¡Pelearemos sin tregua para lograr la transparencia y pulcritud del sistema de justicia! ¡Pelearemos sin concesiones por la descentralización para revertir las conquistas a las regiones y lograr nuevas!
En fin, pelearemos sin tregua, sin descanso y con fe, hasta devolverle el encanto a la democracia y transformarla, más allá de la “democracia electoral” cuestionada que hoy tenemos, confiscada temporalmente por la dictadura, en una auténtica democracia de ciudadanos.
Es ahora o nunca. El liderazgo de Juan Guaidó nace en la mejor coyuntura histórica y el respaldo internacional del mundo democrático se ha generalizado. Empujemos con fuerza y esperanza, la calle es nuestra, avancemos hacia la victoria y el fin de la usurpación. Está muy próxima la vuelta a la democracia.