Por JOSÉ RAFAEL HERRERA
“El miedo a pensar es más potente y frecuente que el miedo a morir.
Los dogmas, los credos, alivian el peso de pensar.
La obediencia alivia el peso de tener que decidir.”
Juan David García Bacca.
-I-
En los medios académicos y filosóficos, científicos, artísticos y literarios, a nivel mundial y especialmente en los de habla hispana, se reconoce a Juan David García Bacca por múltiples y sobradas razones. Nadie puede cuestionar sus generosos méritos y contribuciones trans-infinitas —como solía decir— al saber. Sus indiscutibles aportes a la cultura contemporánea y a la mejor comprensión de la historia del pensamiento —a los cuales, no sin humildad, designaba bajo el título de “ejercicios”— redundan en la consagración del Espíritu del mundo. Solo por el hecho de haber sido el padre fundador de los estudios de filosofía, en stricto sensu, en Venezuela o por el hecho de haber sido nada menos que el maestro de formación de Juan Nuño, Federico Riu, J.R. Núñez Tenorio o Ludovico Silva, entre tantos otros pensadores venezolanos de renombre, ya dice mucho de la importancia de su trayectoria como destacado formador y profesor universitario integral. No se trata, pues, de un simple docente, en el sentido burocrático y formal que en los últimos tiempos ha adquirido este término, sino de un auténtico maestro, un modelo de fe y saber, en el significado clásico que históricamente, por lo menos desde los antiguos griegos hasta el presente, ha tenido y seguirá teniendo para el inagotable oficio del discurrir filosófico.
Más de quinientos títulos, entre libros, ensayos, artículos, reseñas, conferencias y clases magistrales, hacen de García Bacca uno de los filósofos contemporáneos más lúcidos y productivos en lengua hispana. Por si fuese poco, se trata del gran traductor al español de los textos de los llamados “presocráticos” y de la obra completa de Platón. Y no solo. Entre sus innumerables traducciones, figuran también las de Marx y Heidegger, autores de especial interés para él durante su último período de creación teorética. Con Heidegger la relación, inicialmente de asombro e interés, se va tornando cada vez más problemática y, a ratos, agria. El rechazo absoluto que profesaba el gran pensador de Friburgo por la ideología del progreso científico y por su hija putativa, la ratio technica, le resultan inapropiadas, una suerte de himno de la noche, en cuya densa penumbra se oculta el autoreflejo de la conciencia infeliz. Además, para un pensador que pretende restringir el oficio filosófico dentro del exclusivo territorio de la cultura alemana, negándole toda posibilidad especulativa a otros idiomas y otras culturas, la respuesta de García Bacca no podía ser otra que la más firme protesta. Y si la Dichtun de Hölderlin sirve de base a la concepción heideggeriana del Dasein, la poesía de Machado da fundamento sólido al humanismo positivo garciabaquiano. Categoría importante, por cierto, cuya procedencia, por esos corsi e ricorsi, propios de la circularidad del pensamiento, tienen su origen en la hermenéutica que, no sin paciencia, el maestro iba hilvanando, a la luz de su reinterpretación del joven Marx.
-II-
Las etapas, períodos o estancias por las cuales necesariamente transita un pensador son un modo continuo de superación y conservación de sí mismo, una auténtica, manifiesta y concreta negación de la negación. Es verdad que, como dice Hegel, “no nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble”. No obstante, “el todo es solamente la esencia que se contempla mediante su desarrollo¨. Lo verdadero, como la absoluta totalidad, es esencialmente un resultado, y solo al final, al dar cumplimiento sus determinaciones, se llega a ser lo que se es en verdad, vale decir, como resultado del concrecimiento de sí mismo. Así se comprende, por ejemplo, cómo el joven García Bacca tuvo, entre 1928 y 1933, un período teológico-escolástico que, más tarde, lo fue necesariamente impulsando al estudio y cultivo de la lógica matemática (1933-1940), para, poco tiempo después, conducirlo desde la fenomenología hacia el existencialismo (1940-1960). Y, de hecho, términos clave de su pensamiento, como la tansfinitación, el Nos o la transustanciación, son el resultado de la progresiva maduración de su pensamiento, en su tránsito por los diferentes períodos del traiectio de su pensamiento.
Solo entonces tuvo lugar su reinterpretación de la filosofía del joven Marx, justo al inicio de una época que anunciaba un cambio radical de dirección en la cultura contemporánea. Eran las primeras luces aurorales de la era de Acuario que, tímidamente, se iban encendiendo cual luciérnagas en la espesa noche, no sin cierto nerviosismo refrenado, a medida que —y un instante— se ocultaba la recurrente y tenebrosa edad de los dogmas y los credos, de los miedos y la obediencia ciega, que hasta entonces había conducido al mundo, a través de las lúgubres cavernas del autoritarismo y del totalitarismo, a recodos, reductos y calles ciegas, que lo mantenían aferrado a los brazos de “la guerra fría”. A partir de ese momento, el maestro volteó su mirada hacia el campo minado de un pasado finalmente interrumpido, para dedicar sus esfuerzos investigativos a la traducción de la Diferencia entre la filosofía de la naturaleza según Demócrito y según Epicuro, de 1841, y a la relectura hermenéutica de los Manuscritos de Economía y Filosofía, de 1843, dos ensayos de un Karl Marx, hasta entonces, no sometidos a la contaminación de las pestes de la propaganda y la vulgarización y que todavía hoy desencajan, no terminan de adecuarse a la cuadratura del esquema general de los manuales doctrinarios de un pensamiento que fuera secuestrado, adulterado y retorcido, hasta su expresión más simplista y banal.
En efecto, a partir de los años 60, García Bacca concentra sus esfuerzos especulativos en el estudio de la obra del joven Marx, y especialmente en el período comprendido entre 1841-1844, es decir, en los ensayos previos a la redacción de Las Tesis sobre Feuerbach y La ideología alemana, en los cuales, y según Engels, se encuentra, por vez primera, el compendio de “la nueva concepción del mundo y de la historia”. De modo que, muy a pesar de las descalificaciones que, a propósito del problema de la alienación —formulado por Marx durante aquellos años— hiciera Ludovico Silva, al estigmatizar la obra juvenil de Marx como la de un “metafísico hegelianizante”, o a pesar de las “inconsistencias de juventud” registradas por Núñez Tenorio, con base en la casi total “ausencia de criterios propiamente científico-concretos” durante aquel período, el maestro García Bacca, por el contrario, supo encontrar en las obras tempranas del fundador de la filosofía de la praxis una imprescindible conexión entre la historia del discurrir del pensamiento —que de algún modo su propio itinerario intelectual se vio obligado a transitar— y los problemas relativos a la contemporaneidad que lo circundaba.
-III-
Nous es el modo como llamaron los griegos a la primera gran conformación del Espíritu, la parte más elevada y divina del Alma, porque es ella en la que logra reconocerse, constituyendo, así, la transfinitud. Como dice Aristóteles, Anaxágoras tiene el mérito de haberlo formulado como “la mente infinita”. Y, en Fedón, Platón la considera como la “causa de todo”, siendo la inteligencia y guía del alma, de la que se alimenta la ciencia absoluta que comporta el sustento que se adapta a él: “Contento de verlos después de un tiempo, el ser en sí mismo se alimenta. Bendito va contemplando la verdad”. Pues bien, el Nous es el punto neurálgico de la tesis doctoral de Marx, la Differenz que García Bacca tradujo y a la que más tarde llamará en sus ensayos tardíos el Nos: “A la manera como el νούς de Anaxágoras entra en movimiento en los sofistas y este movimiento se objetiva, propiamente, en el Daimonion de Sócrates, así también, a su vez, el movimiento práctico de Sócrates hácese universal e ideal en Platón, ampliándose el νούς hasta ser un reino de ideas. En Aristóteles este proceso, a su vez, queda capturado por la singularidad que, no obstante, es real y conceptual singularidad”. La unidad de lo individual con lo universal —la unidad de todo individuo con el todo social— recibe en Hegel el nombre de singularidad, como “unión de la unión y de la no-unión”. Pues bien, he aquí la importancia de la categoría del Nos garciabaquiana: el ethos, en el significado clásico, que intenta recuperar para la sociedad contemporánea, es “un yo que es un nosotros y un nosotros que es un yo”, en el estricto sentido y alcance formulado, primero, por Hegel y, más tarde, por su discípulo más competente.
Con y mediante el Nous, como dice Platón en Fedro, “todos los seres que de verdad son, y nutrida de ellos, se hunde de nuevo en el interior del ciclo, y vuelve a casa”. De la mano del joven Marx, García Bacca reconstruye el largo camino de la historia del pensamiento —la “mente heroica”, la llamaba Vico—, desde el humanismo teórico al práctico, para finalmente alcanzar el humanismo positivo (que incluye la potenciación de la instrumentalización y el máximo desarrollo de la tecnología), como realización efectiva de la hegeliana Aufhebung o “superación que los conserva”, a la que García Bacca no solo reivindica sino que —en su buen castizo hispano— traduce como transustanciación, un término proveniente de la tradición teológico-filosófica medieval, con base en el cual pone de nuevo en evidencia la significativa importancia de sus anteriores etapas teoréticas.
Quizá el momento más importante, crucial, del Manifiesto de Marx, de 1848, sea aquel en el que explica cuál es el objetivo fundamental del comunismo: Aufhebung des Privateigentums zusammenfassen: “La superación y conservación de la propiedad privada simultáneamente comprendidas”. Es la transustanciación elevada a exigencia por García Bacca. No se trata ni de la abolición de la propiedad privada ni de su destrucción, como rezan las traducciones rusas y chinas del Manifiesto, sino de que la propiedad privada abandone su determinación como figura del “reino animal del Espíritu” y eleve, se transustancie en eticidad, esto es, se transfinite en el Nos. El humanismo teórico se había contrapuesto a la teología, bajo la exigencia de la reapropiación del hombre por el hombre. Pero Marx hace notar que esta reapropiación es la transustanciación de Dios, no su abandono. De hecho, la tansustanciación es —en palabras del maestro— “la acción de asimilar, digerir, absorber real y verdaderamente algo, sin aniquilación alguna de realidad, ni en asimilado ni en asimilante, con eliminación y desecho de lo inasimilable”. No se trata, pues, de la negación abstracta de Dios sino “de que la encarnación de Dios en un solo hombre, en Jesús de Nazareth, se verifique en cada uno de los hombres”. Negar a Dios conservándolo. Negar la propiedad privada conservándola. Se comprende, entonces, cómo el transitar de cada período de García Bacca por la compleja trama de la historia del pensamiento se transustancie ella misma hasta llegar, más allá de los dogmas, las Iglesias del terror y los despotismos totalitarios de un “marxismo” adulterado y desdibujado, a la exigencia de hacer concrecer, in der Praktischen, la realización del Nos como eticidad concreta. Es el triunfo del humanismo positivo como superación y conservación de theoría y la praxis. De ahí que la techné, como elemento de reintegración efectiva de la naturaleza con el hombre y del hombre con la naturaleza, se transforme en el tema principal del último período del siempre sereno y al mismo tiempo quijotesco maestro del humanismo filosófico.