Por NORA GLICKMAN
Hasta ahora, la obra de Alejandro Varderi (Caracas,1960), economista egresado de la Universidad Central de Venezuela, con un doctorado en Literatura Hispanoamericana por New York University y profesor de Estudios Hispánicos en The City University of New York, comprende principalmente la saga familiar novelada Origen final, en cinco volúmenes, y la novela De aquí y de allá (2020). Igualmente, diversos estudios críticos entre los que se encuentran Estado e industria editorial: ¿Por qué no se vende el libro en Venezuela? (1985), Severo Sarduy y Pedro Almodóvar: del barroco al kitsch en la narrativa y el cine postmodernos (1996), Anatomía de una seducción: reescrituras de lo femenino (1996, 2013) y Cámara, acción, reacción. Cine e intolerancia en Iberoamérica (2021). Libro este que da pie al diálogo, no solo por ser el más reciente, sino porque condensa muchos de los intereses que Varderi ha ido desarrollando, especialmente en Nueva York, desde su ida de Venezuela.
—A la vista de tu trabajo literario y crítico, desde que te fuiste de Venezuela no has dejado sin embargo de publicar allí, tanto libros como artículos y textos de creación. ¿A qué se debe tal interés?
—Gracias, Nora, por preguntármelo, pues es algo que siempre me ha interesado hacer. Estoy físicamente fuera de Venezuela desde 1985, con la excepción de viajes cortos que, por los cambios tan radicales ocurridos en el país, se han ido espaciando en el tiempo. Pero he seguido ligado afectiva y literariamente a ella a lo largo de las décadas. Esto se debe a que mi formación literaria y vital es fundamentalmente venezolana. Me gusta decir que tuve dos padres además del mío: Juan Calzadilla, que me enseñó a escribir, y Elías Pérez Borjas, que me enseñó a vivir. Por eso cuando me fui ya estaba formado. De hecho, la academia norteamericana lo que hizo fue llevarme a profundizar en una serie de conocimientos, obtenidos de primera mano al participar en la efervescencia cultural caraqueña, durante los años cuando estuvo más viva para muchos integrantes de mi generación: 1976-1985.
—Al volver a tus novelas, observo que Venezuela está siempre presente, desde la mirada de personajes viviendo sus pequeñas historias “de aquí y de allá”, como reza el título de la más reciente.
—Si durante las décadas de democracia plena los venezolanos viajaron hacia otras geografías buscando ampliar horizontes y en la mayoría de los casos regresaron para integrarse a la vida nacional, en las dos últimas décadas los desplazamientos se han vuelto exponenciales y escapando de experiencias traumáticas. Tales procesos los he documentado en las novelas, donde también tiene un papel fundamental el arribo de muchos españoles en los años cuarenta y cincuenta como parte de la migración europea, que igualmente huía de experiencias traumáticas, y que tanto aportó al desarrollo del país. El regreso de los hijos y nietos de aquellos inmigrantes a la tierra de sus mayores también tiene un lugar importante en esta narrativa.
—¿Por qué España en particular?
—Porque ello se asocia a mi experiencia personal. Mis padres llegaron a Caracas desde Barcelona a fines de los años cincuenta, en plena dictadura franquista que prohibió el uso público del catalán y ejerció una férrea represión contra los vencidos. Para entonces Venezuela ofrecía ilimitadas oportunidades de progreso, en una democracia naciente donde todo parecía aún por estrenar. De ahí el apego de aquella generación a la tierra que los acogió y en la cual muchos han querido ser enterrados, pese a que sus descendientes ya no vivan en ella.
—En tu libro de ensayos de 2008 A New York State of Mind apuntas: “Para quienes crecimos en la precariedad latinoamericana, donde los países se hunden violentamente a causa del terror político y los avatares económicos, el exilio es un estado natural porque la vida se forja a base de constantes pérdidas”. ¿Crees que esta dinámica es irreversible?
—Irreversible no, pero exige del esfuerzo de varias generaciones a lo largo de años para revertirla. Algo que pareciera estar cada vez más lejano en nuestra América. Uno de los graves errores continentales ha sido el querer adoptar sin adaptar lo que llega de afuera, con el consecuente fracaso o a lo sumo el beneficio de unos pocos. En Venezuela gran parte de la gente que votó por el cambio político, en una encrucijada donde los partidos de la democracia fundacional habían perdido toda credibilidad, puso en un teniente coronel golpista la esperanza de poder revertir ese proceso y darle también al venezolano de a pie la voz que nunca había tenido. Las consecuencias de tal decisión superan hoy las predicciones más pesimistas que hubieran podido hacerse entonces, con el resultado de que seis millones de venezolanos han escogido el camino del exilio, muchas veces a pie y con lo puesto; aunque la figura de Hugo Chávez sigue siendo objeto de culto, tanto por muchos de los que se van como por quienes se quedan.
—En tu estudio de 2015 De lo sublime a lo grotesco: kitsch y cultura popular en el mundo hispánico, reflexionas en torno ello, atendiendo al poder icónico de la imagen de Chávez, que fue también el de Eva Perón cuando afirmas que “al apropiarse de la superficie del sentido, donde queda atrapada la sugestión de las masas, Evita podía manipularlas a su antojo y hacerse a la vez con el estatus icónico que el mito precisa para empinarse por encima de la enfermedad y la muerte”.
—Asesorado por la larga experiencia cubana para potenciar la figura del líder y entronizarla eternamente en el imaginario colectivo, el mandatario venezolano quiso equiparar la suya a la de Simón Bolívar, apropiándose de la iconografía del Libertador y cubriendo su presidencia con una pátina de “bolivarianismo”. La reiteración y deformación de esta simbología a través del kitsch contenido en esculturas, cuadros, estampitas y objetos cotidianos, la ha convertido en un emblema anacrónico o fragmento desgastado de una identidad completamente tergiversada. No extraña entonces que para quienes se sienten herederos de su legado, su mausoleo siga siendo lugar de peregrinación y culto; pues en la gorra, la taza de café y las fotografías de Chávez allí expuestas subyace esa misma simbología y, al igual que Eva Perón, el “Comandante Supremo de la Revolución Bolivariana”, tal cual reza la inscripción de la tumba que la gente acaricia al pasar, no solo no ha muerto, sino que su vida apenas ha comenzado.
—Todas estas reflexiones me llevan al libro que nos ocupa, Cámara, acción, reacción. Cine e intolerancia en Iberoamérica. Refiriéndote a Chile, a propósito de la película Trauma (2017) dirigida por Lucio A. Rojas, sostienes que “hasta que no se logre criminalizar la violencia contra los componentes más frágiles de nuestras sociedades no podrá hablarse de un país libre, y una Latinoamérica moderna y plenamente democrática”. Una realidad “inalcanzable para las naciones sometidas a dictaduras de larga existencia” donde incluyes a Venezuela.
—Así es. Este libro surgió de mis preocupaciones en torno al modo cómo las sociedades en general, y las de habla hispana en particular, se han polarizado, muchas veces llevadas por las intransigencias de los gobernantes. A ello dedico un capítulo, donde me ocupo de películas donde la violencia y la corrupción del Estado victimizan a la gente sometiéndola a sus designios. La reaparición del fantasma dictatorial en Hispanoamérica, el ascenso de los extremismos y el recrudecimiento de los nacionalismos en España, y la persecución de los inmigrantes hispanos en Estados Unidos, donde se incluye cada vez más a venezolanos, son algunos de los temas aquí tratados, dentro de un entorno social cada vez más hostil e intolerante.
—La doble moral de la Iglesia Católica por parte de miembros del clero y las consecuencias para las víctimas de los abusos ocupan otro capítulo del libro. ¿Cómo ha reflejado este tema el conjunto de películas por ti escogidas?
—Las intransigencias de la Iglesia han sido de largo alcance a través de los siglos, con resultados que incluyen el abuso infantil por parte de algunos sacerdotes, el suicidio inducido por causas relativas a la religión y la fe, los fanatismos, el incesto y los laberintos jurídicos para evitar que se hagan públicos muchos de sus pecados. Las producciones escogidas abordan estos asuntos y en el caso del documental Agnus Dei: Cordero de Dios (2010) de la mexicana Alejandra Sánchez, por ejemplo, su difusión fue instrumental para lograr que tras 10 años de litigios, por primera vez en México el sacerdote culpable fuera condenado a 63 años de prisión. Sin embargo, en nuestros países existe una complicidad consciente o inconsciente de mucha gente con estas formas de intolerancia, que les lleva a aceptar tácitamente este estado de cosas, si bien hay quienes se rebelan para derogar la inmunidad sacerdotal pero se encuentran con una institución hermética y muda.
—Tal hermetismo se observa igualmente cuando buscamos explicar los porqués del clasismo y el racismo en nuestros países, a lo cual le dedicas también un capítulo. ¿Crees que ello influye en las diferencias económicas y sociales dentro de la población?
—Ciertamente. El clasismo como forma solapada de racismo se halla ampliamente extendido en Latinoamérica, como consecuencia de las abismales discrepancias entre pobreza y riqueza, y de la ausencia de una amplia clase media que más bien se ha ido reduciendo. En el caso venezolano esto se debe a la implosión económica, producto de la mala administración de los recursos por parte del Estado, así como a la expropiación de las empresas y a su intervención en el funcionamiento del sector privado. Por otro lado, la estructura piramidal donde los grupos racialmente discriminados ocupan la base profundiza la brecha social y fomenta las actitudes despectivas hacia quienes son vistos como inferiores, siendo relegados a posiciones de subordinación. Este problema se ha agudizado en España, dado el aumento exponencial de inmigrantes en los últimos años que ha generado comportamientos discriminatorios, de los cuales también muchos venezolanos han sido víctimas.
—El último capítulo lo dedicas a un grupo sumamente victimizado en nuestras culturas: el colectivo LGBTI. ¿Cómo ves su situación, de acuerdo con las películas incluidas?
—Si bien Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México y Uruguayle han otorgado al colectivo LGBTI los mismos derechos ante la ley, incluyendo el matrimonio, en Paraguay el Código Civil prohíbe de manera explícita el matrimonio para personas del mismo sexo. En Venezuela no existe reconocimiento alguno de esta comunidad, quedando expresamente excluidos el matrimonio, las uniones de hecho o la posibilidad de adoptar. A la falta de protección legal se aúna la homofobia arelada en el machismo latinoamericano, que condena a una situación de acoso, abuso, vejación e incluso muerte a las víctimas. En el caso de la población transexual latinoamericana, sobre la que reflexiono a través del film Una mujer fantástica (2017) del chileno Sebastián Lelio, 80% muere antes de los 35 años. El clasismo y el racismo también actúan aquí en la percepción del otro; pues aquellos integrantes del colectivo LGBTI que viven protegidos por su estatus social o económico, como ocurre con los protagonistas de La herederas (2018) del paraguayo Marcelo Martinessi y Fin de siglo (2019) del argentino Lucio Castro, cuentan con un entorno más tolerante donde poder desarrollar sus vidas sin ser perseguidos.
—Tras este recorrido por las intolerancias en Iberoamérica a partir del cine, ¿consideras que hay esperanzas para un mejor futuro?
—En un ensayo de 1924 acerca del papel del cine a 100 años vista, David W. Griffith escribió que “en el año 2024 lo más importante que el cine habrá ayudado en gran medida a lograr será eliminar de la faz del mundo civilizado todos los conflictos armados”. Ello, según decía, “a través de la educación”. Pese a que no acertó en sus predicciones, nos dejó la clave para un mejor futuro: educar. Educar a la gente para que las intolerancias no acaben con lo mejor de nuestros países y de nuestras culturas.