Por ÓSCAR LUCIEN
Introducción
1.
Elefante en una cristalería, el teniente coronel Hugo Chávez se inicia en la arena política con modales y talante poco democráticos, magnificados por su encendido, florido y omnipresente verbo.
Desde su cruenta y fracasada intentona golpista del 4 de febrero de 1992 (4F), con su taimada frase «Por ahora» anunciando su rendición ante las cámaras de televisión, pasando, en secuencia histórica, por su heterodoxo juramento de toma de posesión como presidente de la República ante una “Constitución moribunda”, hasta llegar a los últimos días de su vida, el Teniente Coronel mostró coherencia en la creación e imposición de una elaborada narrativa, de una neolengua, que definitivamente caracteriza lo que se ha dado por llamar el Socialismo del Siglo XXI venezolano.
Nueva oralidad y modales frente a las convencionales formas protocolares rutinarias constituyen la antesala de un nuevo orden, la autodenominada revolución bolivariana, que calificamos una revolución nominalista. Tal nominalismo no responde solo al talante informal del teniente coronel -pintoresco para algunos de sus románticos aliados externos- sino que se fue consolidando como constitutivo de su plan político.
Ciertamente, padecemos un sistema autocrático que centra su acción política en la figura del jefe del Estado. En ese sentido, el discurso de Hugo Chávez es un tema de particular interés, en su eficaz articulación de locuciones populares, inconsistentes o manipuladas referencias o alusiones históricas, jerga militar, propuestas propagandísticas, todo consecuente con una estrategia política: la permanencia en el poder.
Este es el principal legado que retoma Nicolás Maduro y lo mantiene con menor gracia pero con igual probada eficacia.
En 1997, cuando se transmuta el Movimiento Bolivariano 200 (MBR 200) en Movimiento Quinta República (MVR) para la búsqueda electoral luego del fracaso del golpe del 4F, encontramos la génesis de la “propuesta nominalista” de subversión del orden democrático forjado a partir de 1958 con la derrota de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Astuta referencia de periodización histórica por medio, con el triunfo electoral de Chávez, la “quinta república” sucede a la cuarta con la consecuente satanización de todo lo anterior. Para fortuna de Chávez los actores políticos denigrados aceptan esa clasificación, se asumen como representantes de “la cuarta” y, peor aún, no defienden sus logros esenciales: entre otros, de carácter social y económico, el predominio de lo civil sobre lo militar.
Con la nueva Constitución, vino el primer cambio de alto calibre, asociado al uso fundamental que se hará de la vida y obra de Simón Bolívar: por insistencia e imposición de Chávez el país cambia su nombre por el de República Bolivariana de Venezuela. De igual forma muda el nombre del parlamento, que ahora se denomina Asamblea Nacional y, entre los planes políticos iniciales, juega un rol esencial la denominación de “soberano” al pueblo venezolano.
Nótese que decimos denominación y no valoración.
La revolución que anuncia el nuevo gobierno se califica de “bonita” en el primer intento de camuflaje del verdadero propósito de conducir a Venezuela al “mar de felicidad” de la Cuba de los Castro, hasta el momento que, consolidado en el poder y cooptada la Fuerza Armada Nacional (antes se denominaban en plural), Chávez asume abiertamente su adscripción socialista (¿?) y su total dependencia a la dictadura de los hermanos Castro.
Luego vendrán otros cambios con el nominativo de bolivariano para todo cuanto exista. Nuevos nombres para las instituciones del Estado, el cambio en los ministerios, ahora llamados “del poder popular”, hasta la mudanza del emblemático parque nacional El Ávila, ahora Guaraira Repano. Sin embargo, a pesar de lo risible no podemos confundirnos y pensar que se trata sólo de cambios cosméticos, sino que son consecuentes con la estrategia política en marcha: destruir todo lazo con el pasado inmediato para construir el “nuevo orden socialista del siglo XXI».
Con la propuesta de reforma a la Constitución se intentó una impostura de envergadura: la legitimación del llamado “Poder Popular”, la creación de un “Estado comunal” que, aunque rechazados por la voluntad popular que se expresó en referendo constitucional el 2 de diciembre de 2007, son moneda de curso corriente en la fraseología chavista. La consecuencia de todo esto es la construcción de una institucionalidad paralela, contraria a la Constitución.
2.
Otra dimensión significativa ha sido la utilización del lenguaje militarista acorde con los orígenes profesionales del teniente coronel Chávez y su pretensión de transponer los criterios de obediencia, disciplina y subordinación propios del ámbito castrense a la sociedad civil venezolana. Desde el punto de vista institucional lo que en el pasado era un plan o programa de la administración pública ahora es una “Misión”. En el terreno de la actividad partidista electoral, se habla de patrulla, de brigada, de campaña (en su acepción retórica militar) y las referencias históricas a las campañas Admirable, de Santa Inés, Maisanta, entre otros episodios de la historia patria.
Finalmente, otra dimensión pragmática y deletérea del lenguaje de la revolución es cuando inventa y usa nombres para descalificar, denigrar y criminalizar al adversario político. La palabra “escuálido”, de enorme rédito en el chavismo, podría ser el ejemplo más notorio, agravado por la propia autoreferenciación de los propios agredidos. El término «escuálido» vaciado de su sentido literal se hace equivalente al del «gusano» que usaban los cubanos castristas para descalificar a sus antagonistas políticos. En vísperas de la elección presidencial de octubre de 2012, el presidente Chávez usa el adjetivo “majunche” para referirse al candidato de la alternativa democrática, Henrique Capriles.
En el ámbito de las referencias históricas se resucitan términos como “oligarca”, cierto anacronismo en los días presentes. La división entre patriotas y antipatriotas, los apátridas, el Imperio, son también monedas de curso corriente en el debate político. Todo ello para descalificar y denigrar del adversario político, nunca identificados en estricto sentido, sino calificados de fascistas, golpistas, terroristas, traidores a la patria.
No podemos concluir sin referirnos a la utilización del lenguaje escatológico como componente de peso de la comunicación chavista alentada por el propio presidente y articulada programáticamente en la televisión oficial desde programas como “La hojilla”, “Los papeles de Mandinga”, “Dando y dando”, “Con el mazo dando”, además de micros audiovisuales producidos o patrocinados por el propio canal del Estado. ¿Quién puede olvidar cuando el teniente coronel al referirse a un fallo jurídico contrario a su criterio calificó de “plasta”* la decisión del Tribunal Supremo de Justicia? ¿Quién olvida cuando el exjefe del Estado al referirse a los resultados negativos del inconstitucional referendo de la reforma del 2007 calificó el triunfo de la oposición democrática como una “victoria de mierda” (sic)?
¿Cuántas veces no calificó el expresidente de la República, por diferencias políticas, de pendejo, ladrón, asesino, mafioso, criminal, terrorista a otro mandatario extranjero? ¿Cuántas veces no ha mandado a voceros o instituciones internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a “lavarse ese paltó”** para expresar su desacuerdo con sus fallos o dictámenes? ¿En cuántas oportunidades no ha dicho a directivos o propietarios de medios de comunicación “métanse sus periódicos por el bolsillo”*** por su desacuerdo con sus líneas editoriales o informativas?
Pero, atención, no hemos estado solamente ante una revolución mal hablada. Tal lenguaje es constitutivo de un modelo (autoritario y populista) de comunicación política sobre el que vale la pena profundizar y generar, concienzudamente, la réplica democrática.
La neolengua tiene marca de fábrica, originaria en este gobierno que comenzó hace veintidós años. Desde los tristemente célebres niños pobres indigentes reubautizados “niños de la patria”, la noción de quinta república, los buenandros, los privados de libertad, hasta algo realmente tan ridículo como llamar a la esposa del presidente como primera combatienta (sic), o al candidato oficialista perdedor de las elecciones para Gobernador del estado Miranda, llamarlo “protector de Miranda” cuando se le inventa un cargo para escamotear la voluntad popular. Ejemplos sobran, incluso si dejamos por fuera la tontería de ponerle sexos a las palabras. Una muy notable, la de atletas y “atletos”.
En el relato orwelliano, la función esencial del noticiero de la verdad –quiero decir, del ministerio de la verdad– es la reescritura de la historia, su falseamiento, de manera que coincida con la ideología y estatus quo oficial. En la célebre obra de Orwell “1984”, las palabras tienen otro significado. “Una palabra contiene en sí misma su contraria. Fíjate, por ejemplo, en la palabra bueno. Si tenemos la palabra bueno, ¿para qué necesitamos una como malo? Nobueno sirve igual. En realidad, mejor porque es exactamente su opuesta y la otra no. O si, por el contrario, quieres una forma superlativa de bueno, ¿qué sentido tiene contar con toda esa retahíla de vaguedades inútiles como excelente, espléndido y otras por el estilo? Plusbueno cumple la misma función o, si quieres algo todavía más fuerte, biplusbueno. Sé muy bien que ya usamos esas formas, pero en la versión definitiva de neolengua, éstas serán las únicas que haya”.
El gobierno chavista también ha tenido su noticiero de la verdad. Como agravante junto a la imposición de la neolengua ha ejecutado un sistemático cerco (rojo)1 a la libertad de expresión en Venezuela.
* La expresión aludida es “plasta de mierda”
** alude a “por el trasero”
*** alude a “el trasero”
1. Ver Cerco rojo a la libertad de expresión. Óscar Lucien. Editorial La hoja del norte. Caracas, 2012.