
“El Nabor que conocí de muchacho ha cambiado poco, las canas lo delatan, pero su personalidad es la misma, tranquilo, buen escucha, conciliador, memoria pródiga, humor sin ser negro, que se confunde, se recuerda de los detalles de los tiempos, de los paisajes y de los olores que se impregnan en el alma en la medida que nos cuenta historias. Es un cuenta cuento de los buenos”
Por OSCAR HERNÁNDEZ BERNALETTE
No es un expediente fácil escribir sobre un amigo, vivo y coleando. Además que uno lo quiere y le da gracias a la vida por darnos la oportunidad de tenerlo. Ese es un gocho formidable al que le debemos tanto en un trajinar de vida de no menos de cincuenta años. No somos pocos los que nos hemos aprovechado de su verbo, de su paciencia, de su meticulosidad por la cultura, por las imágenes, por el saber y por el arte. Por allí está el hijo de Expedita y José Eduviges Zambrano, con el nombre de Nabor y a pesar de sus setenta y cinco años anda a cuestas con la cámara sobre el hombre, dejando testimonio del arte en Venezuela. En este conglomerado con silueta de país, en donde la crisis política ha minimizado casi todo y los intelectuales “desaparecieron”, agazapados en sus trincheras o también emigraron con sus talentos en el alma, allí está este buen amigo fruto de Tovar, ofreciendo con disciplina sus imágenes e historias de lo que ha sido la cultura en Venezuela en las ultimas décadas.
Tantas publicaciones por donde ha pasado la pluma de Nabor. Tantas imágenes y audios con su verbo. Recuerdo las revistas Escena, Buen Vivir y Libros al día especialmente. Nuestro punto de contacto con la cultura de la década de los setenta. Allí coincidíamos con Pablo Antillano, quien era el epicentro de una muchachada soñadora que tenía en el periodismo cultural, vanguardista y rebelde su campo de acción. Nabor se lució en el diario El Nacional como uno de los periodistas estrella de la sección cultural, bajo la lupa de Miguel Otero Silva y la dirección, una vez más, de Pablo. La televisión lo lanzó al estrellato. Cuando Venezolana de Televisión (VTV) era el canal de los venezolanos, Nabor se convirtió en la imagen periodística de la cultura venezolana. Más de veinte años en ese medio le permitió resumir la intensa actividad cultural del país, labor incesante que no lo detiene hasta estos tiempos.
Un encuentro que perdura
El Nabor que conocí de muchacho ha cambiado poco, las canas lo delatan, pero su personalidad es la misma, tranquilo, buen escucha, conciliador, memoria pródiga, humor sin ser negro, que se confunde, se recuerda de los detalles de los tiempos, de los paisajes y de los olores que se impregnan en el alma en la medida que nos cuenta historias. Es un cuenta cuento de los buenos. A veces pienso que me miente, recuerda cosas de nuestros frecuentes encuentros y en varias partes del mundo que ya no retengo con tantos detalles como él nos los presenta, nobles, graciosos, adornados y siempre recordando los nombres de amigos y mis colegas diplomáticos que los borré en el tiempo. Pienso que inventa cosas para empalagarme, cita amigos y situaciones del pasado con tanta precisión que a veces dudo que pasaron de verdad. Me ha evocado novias que ya no las tengo en los registros, pero con picardía siempre está a flor de labios recordar una mujer que alguna vez nos trastornó los sentidos. Los de Nabor siempre trastocados. Un enamoradizo sin excepciones, sin racismo, ni concesión a los fenotipos. Se me olvidan cuantas novias le conocí. Eso sí, cuando apareció la propia, Marisela, hasta allí llegaron sus andanzas picarescas, el F16 de la cultura venezolana, siempre floreando como buen andino y usando con amabilidad el verbo inspirador.
No tengo dudas de que a Nabor Zambrano lo inventó Pablo Antillano. Nos encontramos en la vida gracias a Pablito. Trato de recordar y sin suerte la primera vez que lo vi. Solo recuerdo su chaqueta de cuero, estaba pegada a su cuerpo, de día y de noche. Creo que la primera vez que supe de su existencia fue cuando llegue de la mano de Antillano a la revista Escena. Allí estaban muchos talentos que serían importantes en el debido tiempo para la cultura venezolana. Yo, disruptivo, venía de una Academia Militar, además con una insignia del curso de cazadores, donde aprendí sobre guerrillas y anticomunismo para caer como en paracaídas en las manos de Pablo, Nabor, Ibsen Martínez, Argenis Martínez, Vicenzina Marotta, Isaac Chocrón, Miro Popic, César Miguel Rondón, Juan Carlos Palenzuela, entre tantos otros, todos zurdos como diría Milei, militantes del MAS y con la experiencia del proyecto frustrado del gobierno de Allende en Chile.
Pablo, con escasos 25 años, nos dirigía y Nabor era el secretario de redacción. En apariencia parecía un periodista de las redacciones de los tabloides ingleses, hasta que le oías el tono de los rincones andinos. Ante todo el hombre es gocho. Un don para la escritura como él solo. Pablo siempre tachaba o corregía las notas de sus colaboradores, pero escasamente las de Nabor. El Tovareño conocía ya su oficio y la vida, sin pasar por la escuela de periodismo, lo graduó de reportero. En sus inicios fue periodista de radio y era corresponsal para alguna emisora andina en el Chile de Allende.
Entre tantos escritores, periodistas y poetas que rondaban las oficinas de Pablo y su emporio cultural, allí en la avenida Andrés Bello, sede del Colegio Nacional de Periodistas, no recuerdo por qué me enganché particularmente con nuestro personaje. No sé si por las chicas, las tertulias o sus cuentos sobre su experiencia chilena, que siempre me cautivaban. Hace poco le pedí que me repitiera su cuento de cuando estuve preso en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, a raíz del golpe de estado encabezado por los militares, que puso fin al gobierno del Salvador Allende. Días de angustias compartiendo celda con personajes que incluía hasta el mismo Arturo Jirón, ex ministro de salud y médico de Allende. Eran parte de los episodios que nos contaba Nabor quien, en algún momento, entendía que iba al paredón de fusilamiento, hasta que gracias al gobierno de Rafael Caldera y la dedicación de Pompeyo Márquez, muchos venezolanos fueron rescatados y deportados hacia Venezuela. Historia que está por escribirse, homenajes pendientes a diplomáticos venezolanos que dieron su aporte y salvaron la vida de muchos perseguidos. La lista era larga, allí también estaban Pablo Antillano y Pastor Heydra, entre otros tantos. Mozos rebeldes y soñadores. Les quedó la experiencia. Con el tiempo descubrieron que esos proyectos socialistas son al final la excusa para la barbarie.
Por aquel entonces la camaradería con Nabor seguía de la mano con los proyectos de Pablo. De la revista Escena pasamos a Buen Vivir y a Libros al día. El amigo Nabor enfilado hacia la prensa mayor y yo iniciándome en los caminos de la diplomacia. De la manada de Pablo, Nabor parecía el más disciplinado. Sabía administrar los reales y hacer negocios. Siempre le hacíamos bromas por sus capacidades mercantilistas. Una vez nos sorprendió con la historia de haber comprado su primer apartamento. Preocupación no compatible con ese hatajo de soñadores que navegábamos por la cultura de aquel entonces. Recuerdo que un día le cuento que iba cambiar mi Volkswagen 1300 de 1965, que hoy tanto añoro, por una camioneta Brasilia y que me acompañara al concesionario. El cuento corto es que se empeña Nabor en comprar una similar, no tenía problema de adquirirla y pagarla en cómodas cuotas de 430 bolívares, pagaderos en 30 letras. Como buen andino y meticuloso Nabor pagó su inicial, escogió el color y cuando el vendedor le entregó las llaves de su cero kilómetros, made in Brasil, nos advierte que tenía un pequeño problema: no sabía manejar.
No fueron pocas las aventuras, los viajes y paseos que de muchachos disfrutamos. Su amabilidad y disposición para la parranda siempre estaba presente. Nadie le ganaba con su capacidad de absorción de las bebidas espirituosas y de hacer sus comidas a la hora. Llegamos a pensar que más que estómago tenía un reloj. Bebía como un cosaco y siempre era el sobrio del grupo.
Por allá en 1977 fuimos a los Médanos de Coro con Pablo y Sergio Antillano. Los cuatros íbamos a presenciar un acontecimiento, el vuelo de un platillo volador. Pablito era el invitado, nosotros dos y Sergio Antillano, sus acompañantes. El encuentro era secreto. Se trataba de la historia de un científico zuliano. Ibrain López, que había desarrollado un artefacto que, según su inventor, revolucionaría la manera de volar en el mundo, lo que lo hacía vulnerable, toda vez el interés que generaría entre las potencias extranjeras su invención.
Lo cierto es que hasta allá llegamos. Una madrugada vimos el aparato levantarse sobre la arena de los Médanos. Con el tiempo, la historia cambió de matices, hasta el punto de que Nabor, fascinado por unos camellos que habían llegado desde Arabia Saudita y rondaban por ese desierto criollo se perdió el incipiente despegue que Pablo, Sergio y yo testimoniamos. Nuestra historia, al igual que la del capitán Kenneth Arnold, quien aseguró haber visto en 1947, mientras volaba, nueve objetos brillantes, y de allí los primeros “flying saucer”, quedará bajo sospecha hasta que el propio Nabor nos las verifique.
Encuentro en El Cairo
Nabor me visitó en varios de mis destinos diplomáticos. Debieron haber sido más porque sus visitas eran una carga de alegría. Se apareció en El Cairo, mi primera embajada. Su emoción era de tal magnitud por llegar a la tierra de las pirámides, que las dos semanas de su visita se convirtieron en una oxigenación para la “tripulación” venezolana acreditada en esa compleja capital. Me lo llevé a Chipre en un viaje estupendo con parte del cuerpo diplomático latinoamericano. Nabor se convirtió en el centro de atención por su humanidad y buena vibra, como decía el embajador Jorge Daher al referirse a Nabor. Dejó amigos y fue testigo de la complejidad de aquella nación en la que estábamos inmersos. Por esos tiempos de su visita nos pasaron cosas asombrosas, el asesinato de Sadat y el nacimiento de mi primer hijo.
Nabor, quien hubiese sido un estupendo agregado cultural de este país, nos siguió visitando. Lo recuerdo en Grenada y en Bogotá. Siempre muy pendiente de promocionar la cultura venezolana, apoyar a nuestra Cancillería. Más de una vez fue invitado a un cargo en una embajada, tema que me emocionaba mucho. Al final algún percance terminaba con la oportunidad ofrecida.
Nos dejó sin la novela
El amigo me había prometido dos cosas: que su primer hijo se llamaría Oscar y su primera novela. La segunda no la cumplió. De ese grupo de muchachos de los setenta, Nabor era el candidato a escritor, por ser bueno con la pluma y su gran capacidad de narración. Dejó en el tintero su amenaza literaria. Dice que le pasó el testigo a Oscar, su hijo, quien ya escribió su segunda novela, reconocida por la Universidad Federativa de Río de Janeiro. Su primera novela fue La serpiente C. Su padre le abrió la vena literaria.
Imposible resumir a Nabor. Su Formato Libre, con miles de imágenes, su amor por la libertad sin formato, su vida periodística que lo llevó a narrar desde el Chile de Allende, el trágico 4 de febrero desde el Palacio de Miraflores y sus miles de crónicas culturares, lo hacen indispensable para entender lo que hemos sido. Sin duda, quien fue Premio Nacional de Periodismo ha demostrado su vocación por la cultura de este país. Ya tiene un espacio en la historia y es ejemplo para futuras generaciones de periodistas. Para quien escribe estas líneas seguirá siendo un hermano entrañable.
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