Por JOSÉ LUIS MORANTE
La voluntad creadora de Sonia Chocrón (Caracas, Venezuela, 1961) expande una sostenida convivencia de géneros. Aglutina novelas, relatos, guiones de televisión y cinematográficos, y completa quehacer con una amplia dedicación poética. Tan extenso trabajo está refrendado por un largo inventario de premios. Su legado poético suma ahora, en el catálogo de la editorial Kalathos, dos salidas, Toledana y Bruxa, ambas integradas en un único volumen.
Precede a los poemas de Toledana una mínima nota que alude a una leyenda medieval castellana, que serviría como fuente inspiradora de las composiciones. Raquel, una hermosa judía de Toledo, capital por entonces de las tres culturas peninsulares, inspira en el rey castellano Alfonso VIII una fuerte pulsión amorosa. esa relación trastoca el buen hacer del rey e impulsa la reacción del pueblo. Para eliminar el influjo que consume la voluntad del monarca, los vasallos deciden dar muerte a la hermosa muchacha.
De tan romántico argumento se nutren los poemas del libro. Sonia Chocrón renuncia a la crónica sentimental para hilvanar la historia en primera persona, a través de una dicción, de corte sefardí antiguo, que retorna al ambiente de época. El monólogo dramático permite recuperar la identidad de la amada. En ella fermenta una intensa reflexión cuando el amor convulsiona, como si la intimidad moldeara una nueva naturaleza. Toledo, ese entorno urbano sobre el Tajo que aglutina sinagogas, mezquitas y templos cristianos, se hace escenario cómplice; parece que las piedras tuviesen alma y comprendieran que el cauce sentimental vivifica y llena los sentidos de transparencia. De ese estar toma conciencia la voz del poema: «Soy Raquel de las cumbres de Toledo / la amamantada con leche y miel / casa fértil ya bendicha por las madres / ancestrales de mi fe….». Los versos describen un ánimo en revuelo, que deja alas a la pasión. Ese estado contradictorio aliña tristeza y alegría, agua cautiva y manantial remansado.
La escritora divide el avance argumental en tres tramos; si en el primero la voz de Raquel relata con emotivo afán el despertar de la semilla del deseo, el segundo apartado, con cita prologal de El Cantar de los cantares, mitiga el tono sentimental para clarificar el pensamiento y los efectos de la temporalidad en el muro sentimental. Es hora del encuentro para que el abrazo encuentre suelo fértil, aunque deba ser motivo de escándalo. De esa contradicción entre la fuerza pasional del cuerpo y la voz de la razón, que avisa preventiva, afloran sensaciones de soledad y angustia que rompen el sosiego: «Yo te inquiero alma mía / huésped de mi cuerpo caprichoso / ¿No sabes que no puedes? / ¿No sabes que no debes?».
La sección de cierre se abre con dos versos de Gabriel Bocángel. Como si el destino quisiera cumplimiento y razón en el estar, la desazón anida en las palabras. Sin la plenitud confirmatoria del amor, Raquel se siente un cuerpo a la intemperie, una voz dubitativa que explora rumbo entre la sombra, que firma pactos con la finitud como si la muerte se adelantara y solo fuera posible la conmoción del amor en la oscuridad. No hay consumación sino celda de reclusión, camino hacia el largo destierro del final. El amor renacido y fresco es solo evocación y deseo, un comienzo imposible.
Publicado por primera vez en 1992, y finalista del premio Internacional de Poesía Juan Antonio Pérez Bonalde, Toledana es una celebración de la inocencia, un canto al amor que recupera el verbo dormido de la lengua sefardí para dar al sentimiento, más allá de las normas jerárquicas, de la diferencia de fe, o de la posición social, un protagonismo en primer plano.
La incomprensión social de la experiencia amorosa –aunque apenas se manifiesta en el poemario, más allá de algunas reflexiones del yo poético- el fracaso emocional y la aridez del estar solo generan una fuerte mutación en el relato lírico. La inocencia se transforma en sombra. Ese cambio vislumbra, veintisiete años después, un nuevo poemario, Bruxa, en el que se refugian las aristas más desapacibles de la conciencia, como si asistiéramos al advenimiento de alguna plaga bíblica. La hermosa muchacha es ahora la bruja, la hacedora de ritos que siembran dolor y miedo. Así lo corrobora en el espejo la voz conforme de quien se muestra ante sí misma: «Pertenezco a un ejército de infames / metódicos / Vivimos agazapados observando / en nuestros resquicios / para que los buenos / no huelan nuestros nervios».
La perspectiva ética de Bruxa traslada los poemas a la dicción del presente, lo que enriquece los niveles de lectura. Ya no es solo el fluir de un relato emotivo individual que muestra su orfandad sino la atmósfera de grisura de un presente desapacible que llena sus resquicios de derrotas e inconformismo: «Esta es mi ciudad / Una villa fantasma / Un valle impuntual / perra callejera / Tus basureros / Tu estiércol…» La existencia se convierte en un fallido intento de entender el brumoso fluir del tiempo: «Penetro la oscuridad para entender / lo oscuro / Y rasgo el mal / para entender el mal».
Así se va haciendo evidente en lo cotidiano un estado de desafección. Cada gesto evidencia los pliegues de la sombra, las voces callejeras del dolor, la ilusión del amor hecha jirones, como si padeciera un hechizo, o habitara un infierno doméstico que no dejará sitio a la claridad de otro futuro.
Uno de los poemas esenciales de Bruxa es «Sorcellerie»; da voz a una emotiva poética sobre la utilidad de las palabras y su función esencial: «No escribo poesía / solo voy al estanque de las palabras y escojo / nuevas, o viejas y olvidadas / y las junto como si ensartara un abalorio / de muchas cuentas / y ambiciones / Mundo, hombre , amanecer / Cielo, hambre fin / porque todas mis fórmulas mágicas / y líquidos, hilados y envueltos / están en mi lenguaje». Otra vez el lenguaje se plantea como elemento esencial del sujeto. Es el catalizador adecuado para trazar los límites de pensamientos y percepciones en la suma vital.
En ese estar en la sombra, la memoria mitiga la sed y recupera los hilos de luz de un tiempo áureo, cuando el amor era la clave básica de la identidad. En el poema «Mutaciones» leemos: “No siempre fui yo / la infiel / Una vez fui otra / en un tiempo lejano…” Siempre la condición básica del existir es la finitud, todos estamos abocados a un caminar transitorio que también sobrevuela sobre sentimientos y emociones.
En los poemas de Toledana y Bruxa Sonia Chocrón convierte el sentir amoroso en un Jano bifronte. En su poesía, la calidez del sustrato intimista se hace rumor de nieve. Constata que lo más hondo del yo confidencial también es materia expuesta a la intemperie; amanecida que en el instante del comienzo ya contiene la opacidad fría de la noche.
*Toledana /Bruxa. Sonia Chocrón. Kalathos ediciones. Madrid, 2019.
**José Luis Morante es un reconocido escritor español, autor de nueve libros de poesía, dos de aforismos y autor de la antología Re-generación, dedicada a la primera generación de poetas españoles del siglo XXI.