El deseo y el infinito. Diarios (2015-2017). Caracas: Seix Barral, 2017, del poeta y ensayista, narrador y diarista Armando Rojas Guardia organizaría esta especie de autobiografía intelectual, en un campo reflexivo imantado por los polos de la belleza y la bondad, e impulsados por las tensiones del deseo y la ética en su “visión de Dios (…): la experiencia del Otro por antonomasia que, estando en el centro mismo de mi carnalidad subjetiva, simultáneamente me adviene en la presencia de los otros, los prójimos cercanos y lejanos que me rodean”. Adalber Salas Hernández en “La invención de un breve paraíso: los diarios de Armando Rojas” en un prólogo que desborda sus funciones paratextuales para convertirse en un ensayo de carácter filosófico en el que brillan las polaridades conceptuales que recorren las tensiones del campo reflexivo de Rojas Guardia: por una parte: “la bondad ontológica del mundo” que Salas Hernández califica como una de las “pocas certezas que merezcan transmitirse tanto como esta”, a partir de una anotación de Rojas Guardia, de diciembre de 2015: “Experimento ahora una confianza radical en la bondad ontológica del mundo. Y todo mi trabajo intelectual constituye un modo de explicarme a mí mismo, y explicar a los demás, esa confianza fundamental y fundante”; por la otra, “la intensidad estética” como posibilidad de la irrupción de la subjetividad y el eros y su manifestación en la construcción de una ética en la experiencia con los otros, en la creación de comunidad. Dice Salas Hernández, a partir de otra anotación de Rojas Guardia, de diciembre del mismo año: “‘La ética comienza por ser una respuesta estética a los estímulos de la realidad. Nuestro juicio moral brota connaturalmente cuando encaramos de manera abrupta o parsimoniosa la belleza del mundo’. Al hallar la raíz de la ética en lo estético, Rojas Guardia afirma tácita pero firmemente que no puede haber subjetividad sin percepción de la belleza –no solamente su contacto con la realidad será abolido sin la experiencia estética, sino que la constitución misma del sujeto sería imposible sin ella. El deseo, la ética y lo real se anudan indisolublemente en el yo”.
Tutelado por Pascal y Montaigne, “dos autores paradigmáticos en mi vida”, Rojas Guardia afirma, que entre la incomodidad de Pascal en el mundo y la comodidad de Montaigne en el universo: “Creo que en buena medida mi proceso psíquico y espiritual ha consistido en moverme, desde adentro, de un eje pascaliano a otro que gira en torno al talante vital encarnado por Montaigne. Lo que no significa otra cosa que afirmar lo siguiente: progresivamente ha ido en aumento la calidad de mi acuerdo con el mundo, y la alegría y el placer, redescubiertos y acogidos con alborozo indesmentido, signan en la hora actual de mi cuerpo y de mi alma, mi actitud básica ante la realidad”. Diferencias y transformaciones vitales que se corresponderían con “algunas diferencias, de contenido y estilísticas”, que Rojas Guardia reconoce entre unos apuntes pertenecientes a una vieja libreta de 1989 y “mi actual momento existencial y la manera literaria en que me expreso hoy”. Nota “que de la prosa lírica de tales apuntes difiere, en alguna medida, de la textura verbal de las páginas, incluso poéticas que en este momento escribo”. Bajo la impronta de Gabriel Miró, Rojas Guardia reconoce que si “hay un dato estilístico que se mantiene: el rol asignado al adjetivo”, y que cree que puede señalar en sus escritos “otra influencia ciertamente más remota pero presente: la de la prosa de Manuel Díaz Rodríguez, el narrador y ensayista modernista de finales del siglo XIX y principios del XX”, a la que accedió no por lecturas propias, sino, a los catorce años, por las lecturas en voz alta de sus textos, de parte de su tía Enriqueta, cuya “danza sensual de aquella elocuencia me impactó para siempre”. Entre y con Miró y Díaz Rodríguez, Rojas Guardia habría venido construyendo ese potente artefacto en que se ha convertido su prosa ensayística: una especie de filosofía narrativa, de pensamiento narrado, semejante, quizás, en su espesor artístico y reflexivo, a la prosa literaria de narradores contemporáneos, en el sentido niesztcheano , como de Stefano, Sebald, Vila-Matas.
Deseo: movimiento, apetencia, por el conocimiento y el placer: “La materialidad del mundo, celebratoria, casi musical, se alza en pie de igualdad junto con el entramado de cuerpos que la atraviesan, en fértil contrapunto. A través de la mirada erotizada y erotizante, lo real se enciende de sentido, y, entonces, el desenvolvimiento de todo lo que no existe es experimentado en su calidad de don”, e infinito: sin fin, sin término, numeroso, enorme, valor mayor que cualquier cantidad señalable: “Dios es Deus Ludens. Dios juega: ha puesto al c(aos)mos a danzar. Somos los co-protagonistas de esa danza. En el Antiguo Testamento, concretamente en el capítulo 8 del Libro de los Proverbios, dice la Sabiduría divina personificada: ‘Cuando colocaba los cielos y asentaba las aguas / yo estaba junto a Él jugando en su presencia, / era su encanto cotidiano, / jugaba con la bola de la tierra, / me encantaba con los hombres’. Así pues, la sabiduría no consiste en un mero ordenamiento productivo del obrar, sino en un juego encantador y en un gozo lúdico con lo producido. Este juego gozosamente explícito es el otro nombre de la belleza del mundo”. Rojas Guardia juega, goza, entre el deseo y el infinito, con ética y responsabilidad, como lo interpreta con inteligencia Salas Hernández: “En este sentido, los diarios de Rojas Guardia son poco dados a la anécdota y el escándalo. Es lejano su parentesco con textos como los diarios de Gide o de Plath. A la vez, tampoco son para su autor una oportunidad para la gimnasia intelectual –tampoco son cercanos a los famosos Cahiers de Valéry–. No constituyen una ocasión para desnudarse, simplemente. En sus páginas, sin duda Rojas Guardia se desviste, pero solo para invitar al lector a hacer lo propio: que el contacto no esté cargado por la suspicacia, la turbación o la incomprensión”. El deseo y el infinito con sus polaridades de bondad y belleza, ética y experiencia de Dios, “esta aventura de reflexión autobiográfica, esta bitácora literaria de mi viaje interior, estos apuntes personalísimos, estos escorzos ensayísticos: memorial de vivencias, episodios existenciales y múltiples lecturas” como lo caracteriza Rojas Guardia, no podría eludir, desde su “visión de Dios”, lo político como posible centro de redención de los otros, los oprimidos, los excluidos del tiempo presente: “Cristo no fue un populista. No fue un demagogo. Su opción religiosa y ética por el óchlos, por los últimos, no lo llevó a propugnar una oclocracia, un gobierno político de la muchedumbre. Nos propuso esa opción como una elección compasiva y misericordiosa, porque los ‘nadies’ son las principales víctimas de una organización específica de la sociedad que los oprime, excluyéndolos. Ellos son los más crasos exponentes del sufrimiento humano”. Los dibujos conceptuales de Armado Rojas Guardia, en El deseo y el infinito vendrían, desde su relato autobiográfico y filosófico, a conformar un desvío del arte del género entre la múltiple y variada producción diarística en los últimos años en el país.
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