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Modernización y sociedades científicas del siglo XIX en Venezuela

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Por FRANCISCO JOSÉ BOLET

El siglo XIX implicó en Venezuela la búsqueda de modelos de desarrollo con los cuales construir el Estado-nación. Desde 1830, los intentos por darle forma y civilidad a la república habían fracasado bajo el desorden, las guerras y las aspiraciones caudillistas. Hacia mediados de siglo, la Guerra Federal (1859-1863) había violentado las bases de la sociedad tradicional venezolana al modificar los privilegios y fortalecer un sentimiento de igualdad en el ciudadano común. Durante esa primera mitad del siglo XIX, la actividad científica en Venezuela se caracterizó por una marcada desarticulación, discontinuidad y escasa producción de conocimiento, y no fue sino a partir de 1870, con las reformas liberales impulsadas por Guzmán Blanco, cuando se crearon ciertas condiciones materiales y culturales que favorecieron un incipiente proceso de institucionalización de la actividad científica en el país. En ese contexto, enfocándome en la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, me propongo valorar el esfuerzo que implicó para sus promotores el surgimiento de nuestras primeras sociedades científicas y puntualizar algunos criterios para valorar su independencia intelectual.

Transformar la sociedad para construir el orden burgués

Los modelos de nación que imaginaban los sectores liberales en el guzmanato se inspiraban en las sociedades europeas. De un lado, la refinada Francia aportaría la exquisitez en el trato social y el exotismo del idioma, sus paseos y boulevares; de otro lado, Inglaterra y Alemania contribuirían con un ideal de progreso material fundado en el laicismo, el individualismo y las posibilidades de incorporación del país al mercado internacional. En un país que había vivido casi toda su existencia republicana en guerra, que carecía de un aparato estatal civil y estructurado, que era socialmente clasista y básicamente rural, acercarse a las sociedades más refinadas y desarrolladas del momento era una estrategia importante en el proceso de llevar a cabo un cambio social en las formas de vida y pensamiento tradicionales del venezolano. Aunque Guzmán Blanco ejerció el poder de forma autoritaria y muchas veces los cambios tenían una intención escenográfica y simbólica, no puede negarse que el “Ilustre Americano”  impulsó importantes reformas que contribuyeron a transformar la sociedad tradicional venezolana.

Por ejemplo, en la administración pública, bajo su mandato, en 1870 se establece la Compañía de Crédito, encargada de controlar las operaciones fiscales y de proporcionarle al ejecutivo los beneficios de las rentas públicas. En 1879 se decreta la acuñación del “Bolívar” de plata como la unidad monetaria nacional. Se crea la Dirección General de Estadística y se aprueba la realización del primer censo nacional. Se regulariza el crédito público, se aprueban los códigos de Comercio, Penal, Militar, de Procedimiento Civil y de Hacienda, se sanciona la Constitución de 1874 y, posteriormente, la de 1881, llamada la “Constitución Suiza”. En Derechos civiles se ratifican la abolición de la esclavitud, el sufragio universal, el derecho a la vida, a la propiedad y a la inviolabilidad del hogar. Se separa a la Iglesia de los asuntos del Estado, de modo que los cementerios, la carta de ciudadanía, los nacimientos, defunciones y matrimonios civiles pasan a manos del Estado. Como una expresión de ese nuevo espíritu, se instalan en el país empresas y comercios fundados por inmigrantes, particularmente de origen alemán.

En lo pedagógico, las reformas estuvieron guiadas por la idea de “educar al pueblo”, a fin de que, como reza el Decreto de Instrucción Pública, Gratuita y Obligatoria, emitido por Guzmán en abril de 1870, “pueda el pueblo gozar con acierto y útilmente de los derechos y ventajas que le otorga el sistema de gobierno que ha adoptado y participe de los progresos materiales que la civilización ha producido en otros países”. Este decreto permitió crear el sistema de escuelas primarias, y luego, en 1883, promulgar el Decreto Orgánico de la Instrucción Superior y Científica en Venezuela. Con ello, educación pública e instituciones científicas comenzaron a formar parte oficial de la vida nacional.

En salud pública se adoptan importantes medidas orientadas al mejoramiento de las condiciones sanitarias de la población. En 1876 se introduce en el país el uso del termómetro y de las inyecciones hipodérmicas. Se construye el acueducto de agua potable de Caracas, se promulgan normas y resoluciones tendientes a controlar enfermedades como la viruela, el cólera y otras afecciones. Durante el gobierno de Rojas Paúl (1888-1890) se llevó a cabo la Reforma médica como un esfuerzo por colocar la medicina a la altura de los estándares científicos de la época.

Caracas, la ciudad burguesa

En este proceso de modernización, las ciudades estaban destinadas a desempeñar un rol crucial. Había que crear el escenario urbano, material y simbólico de la modernidad, de aquí que los principales centros urbanos comienzan a ostentar un remozamiento y a experimentar nuevas dinámicas en la vida social. Caracas era una ciudad de aspecto colonial y provinciano, cuyas escasas calles empedradas, sin electricidad y casas de techos rojos con grandes patios centrales le daban una vida apacible, marcada por la vigencia de costumbres y pensamiento tradicionales. Ese es el país que recibió Guzmán Blanco el 27 de abril de 1870, cuando al frente de sus contingentes armados tomó Caracas para asumir la Presidencia de la República.

Bajo el influjo modernizador, a la vuelta de pocos meses Caracas, sobre todo ella, remoza su fisonomía arquitectónica con edificaciones públicas monumentales, como el Teatro Guzmán Blanco, el Capitolio Federal y el Panteón Nacional, al cual se trasladan en acto solemne los restos de El Libertador, que reposaban en la Capilla de la Santísima Trinidad en la Catedral de Caracas. En 1874 es inaugurada en la plaza Bolívar de Caracas la estatua ecuestre de Bolívar y en 1875 la plaza Guzmán Blanco con la estatua ecuestre del “autócrata civilizador” conocida como “El saludante”. Se construyen acueductos, puentes, balnearios, bulevares, paseos como El Calvario. Se renuevan la fachada y el paraninfo de la Universidad de Caracas. Se erigen templos como la Catedral de Santa Teresa, la Iglesia de Santa Capilla, el Templo Masónico y teatros como el Guzmán Blanco, para cuya inauguración en 1881 se ofreció una representación de la ópera Il Trovatore, de Giusepi Verdi, a cargo de la importante compañía italiana de ópera Fortunato Corvaia. Para el ciudadano común, la monumentalidad de las nuevas edificaciones, su altura, su belleza e imponencia contrastaba enormemente con la Caracas tradicional de casas de una planta, techos rojos, calles de tierra, carruajes y vida apacible. Ese contraste trasuntaba un novedoso espíritu urbano y una nueva dinámica social cargada de espíritu cosmopolita.

En ese escenario de modernidad, la tecnología estaría también llamada a ocupar un rol fundamental en la vida de los caraqueños. Con el telégrafo, la inauguración del ferrocarril Caracas-La Guaira (1883), la Central Telefónica, la luz eléctrica en la Plaza Bolívar y en el Palacio Federal, la tecnología se convierte en una novedosa y deslumbrante experiencia para el ciudadano, acaso prueba para nacionales y extranjeros de que el país se enrumbaba hacia el progreso.

Rápidamente Caracas se va pareciendo a París. Los espacios públicos se ponen en boga y se convierten en lugares para el esparcimiento, el encuentro social y la discusión de las ideas. Una nueva dinámica social va adquiriendo cuerpo. Los caraqueños adquieren la costumbre de congregarse en las tardes de domingo en las plazas, en los paseos o en el pequeño zoológico caraqueño cuyos árboles y animales había clasificado el botánico Adolfo Ernst. En Suma de Venezuela (1988), Mariano Picón Salas nos ofrece un curioso cuadro de esos personajes de la nueva sociedad burguesa caraqueña:

Por la calle de Mercaderes, bajo la muestra de relojeros suizos, transitan doctores y generales de levita, sombrero de copa lujoso, bastón de monograma y negra barba envaselinada, que apenas se defiende de la canícula con sus pantalones de dril blanco. Las mujeres van apresadas en sus altos corsés, en las campanudas faldas donde flotan las cintas y los encajes, y parecen bellas, extrañas y a veces cómicas aves tropicales” (Picón Salas, 1988: 229).

Así, entre nuevos y antiguos personajes urbanos, vestimenta, perfumes y lenguajes importados, la incipiente ciudad burguesa va emergiendo como el ámbito de grupos sociales menos comprometidos con el pasado y con el campo. Bajo un nuevo igualitarismo, clases medias, profesionales, estudiantes, oficinistas, banqueros, comerciantes, viajeros, empleados, nacidos de la nueva dinámica económica y social se mezclan las tardes de domingo en las calles, plazas y paseos con la antigua aristocracia, con viejos hacendados y con peones. En esa época surgió, como nos cuenta Picón Salas, uno de los rasgos lingüísticos más característicos del caraqueño, “el tuteo criollo, un poco brusco y francote, pero cargado de intención igualitaria”.

El positivismo, instrumento ideológico de la modernización

Uno de los pilares de la modernización guzmancista fue la filosofía positivista. Inspirados por su fe en la ciencia y en el progreso como expresiones del espíritu moderno, las élites políticas, intelectuales y profesionales vieron en el pensamiento positivista el fundamento filosófico y político con el cual modernizar el país e impulsar la nueva organización nacional. El positivismo les permitió a quienes se interesaban por la ciencia en el país construir lazos simbólicos y materiales con el poder político nacional y con la cultura que trasuntaba el proceso modernizador. Además, fue un instrumento ideológico para legitimar las aspiraciones de orden, progreso, industria y civilización concebidos como una consecuencia natural del esfuerzo humano.

Bajo ese ideario, por primera vez en la historia de Venezuela, aunque solo fuera para el imaginario, la ciencia formaba parte del proyecto de construcción del Estado nacional moderno, no solo por su capital material (su capacidad de hacer), sino también por su capital simbólico (su capacidad de representar). Esa nueva sensibilidad racional que representaba la ciencia constituía un soporte ideológico crucial en el reconocimiento de las identidades “correctas” del sistema cultural emergente, pues en parte hacía visibles el ‘quiénes somos’ y el ‘qué hacemos’ del sujeto moderno.

Sin embargo, no todo era positivismo, luces y progreso en el guzmanato. La modernización acusaba mudanzas esenciales en las ideas tradicionales. En las mentes del venezolano de entonces nacían nuevas representaciones semióticas, nuevos lenguajes, nuevas sensibilidades que, si bien anunciaban una paulatina transformación de las formas de ser y de estar de las subjetividades, también evidenciaban importantes conflictos entre los paradigmas culturales divergentes de la tradición y la modernidad. Los escritores costumbristas fueron quizá los primeros en advertir y burlarse públicamente de la frivolidad de esa atmósfera que imponía lo moderno y sus implicaciones sobre la moral y el trato social. Con nostalgia, en “Antaño y Ogaño”, Nicanor Bolet Peraza experimentaba lo moderno como nostalgia y pérdida:

Nosotros hemos alcanzado tan sólo de este siglo de las luces, de la celeridad y de la prensa; los fósforos, los coches y el almanaque. (…) pero ¿vale ese nuestro progreso, vientecillo de rendija que no alcanzaría a llevarse la llama de un candil, lo que hemos perdido en llaneza, en salud y en moral? (Bolet Peraza, 1953: 102).

La apropiación de la ciencia

La ciencia es una presencia constitutiva de la modernidad, de modo que había que apropiarse de ella, y de lo que Key Ayala (1955: 22), en su pequeña biografía titulada Adolfo Ernst, llamaba “la conciencia científica del mundo”. Y eso fue justamente lo que procuraron hacer las élites culturales, comerciales y profesionales. Bajo el espíritu de la modernización y de lo que ella implicaba surgieron numerosas publicaciones de diversa índole, muchas de ellas al estilo de las que existían en Europa, en cuyas páginas la ciencia ocupaba grandes espacios. De un lado estaban las revistas y periódicos científicos, como El Naturalista (1857), el Eco Científico de Venezuela, (1857), la Revista Científica del Colegio de Ingenieros (1861), la Gaceta Científica de Venezuela (1877), entre otras. De otra parte, estaban los editores de periódicos como El Federalista (1863) y La Opinión Nacional (1868), que otorgaban espacios significativos a la ciencia, a la tecnología y a dar noticia de inventos y descubrimientos.

Junto a la ciencia, una práctica novedosa era el periodismo científico. Ya para 1858, incluso antes de la Guerra Federal, los editores del Eco Científico de Venezuela afirmaban que el establecimiento del periodismo científico era “una necesidad de la época presente”. Esta labor la llevaban a cabo nuevos grupos de editores guiados por las expectativas de rendimiento financiero de sus empresas, lo que debe considerarse una novedosa perspectiva para la época, y bajo el convencimiento de que sus publicaciones eran “poderosos auxiliares del progreso”. Hacia finales de siglo aparecen revistas de corte cultural importantísimas, como Ensayo Literario (1872-1874), y las muy atractivas e influyentes El Zulia Ilustrado (1888-1891) y El Cojo Ilustrado (1892-1915), cuyos editores, gracias al desarrollo del periodismo fuera de la política, y al empleo de novedosas técnicas y maquinarias de reproducción gráfica, cumplieron una labor extraordinaria en la divulgación del conocimiento científico.

Junto a este conjunto de periódicos y revistas, surgió una gran variedad de instituciones y sociedades públicas y privadas que, con variado alcance y distinta naturaleza, tenían que ver con la ciencia. Entre 1857 y 1899 se fundan, entre otras, la Academia de Ciencias Físico-Naturales (1857), la Sociedad Científico-Literaria (1861), el Colegio de Ingenieros de Venezuela (1861), la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas (1867), la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Artes (1868), el Laboratorio de Química (1871), las Cátedras de Historia Natural y de Historia Universal en la Universidad de Caracas (1874), la Sociedad Económica de la Provincia de Carabobo (1874), la Escuela Médica de Caracas (1874), el Museo Nacional de Ciencias (1875), el Instituto Venezolano de Ciencias Sociales (1877), la Sociedad Química de Caracas (1878), la Sociedad Amigos del Saber (1882), el Observatorio Cajigal (1891), la Sociedad Cajigal (1894), cuyo órgano de difusión era la revista Scientia et Labor, entre otras.

En las últimas décadas del siglo se impulsaron cambios cruciales con la llamada Renovación de la medicina, impulsada por Luis Razetti y sus colaboradores. Esta reforma profesionalizó los estudios médicos en el país. De ella también surgieron instituciones modernas como el Hospital Vargas de Caracas (1888), el Hospital Linares (1893-1908, primer Hospital de Niños del país en cuya sede funciona actualmente la Cruz Roja Venezolana); organizaciones como la Unión Médica (1880), la Sociedad Farmacéutica de Venezuela (1882), la Sociedad de Médicos y Cirujanos de Caracas (1893), la Sociedad de Estudiantes de Medicina (1894), la Sociedad Farmacéutica de Caracas (1894). Con ello, las instituciones científicas comienzan a forman parte del paisaje urbano y a atender a la sociedad venezolana.

Ciencia e independencia intelectual

La mayoría de estas Sociedad e instituciones científicas tuvo una vida institucional breve, inestable y azarosa, dado que quienes se agrupaban en ellas eran apenas un puñado de ciudadanos. En las circunstancias de aquel país finisecular, hacerse de una verdadera formación científica era extremadamente difícil, y sólo unos pocos la poseían. Como afirma Yajaira Freites (1982), estas corporaciones generalmente nacían de iniciativas privadas o de los sueños de algún pionero, de manera que sólo las más fuertes, con más claros propósitos y un buen liderazgo lograban prevalecer en el tiempo. Para apreciar el esfuerzo intelectual y personal que llevaron a cabo quienes en la segunda mitad de siglo XIX en Venezuela se aventuraron a incursionar en la fundación de sociedades científicas, debemos considerar que generalmente se trataba de grupos de amigos y aficionados que pertenecían algunos a familias adineradas, poseían alguna profesión liberal o podían dedicarse a la actividad científica con sus propios recursos económicos, pues el apoyo financiero del Estado era muy escaso y caprichoso.

A pesar de las precariedades y llevados por el espíritu positivista y progresista de la época, para muchos de estos aventureros era crucial difundir el conocimiento científico de la época, pero era aún más importante producir el suyo propio y hacerlo circular entre la comunidad de expertos, la nacional y la extranjera, en su forma original, con pleno derecho. De aquí que el saber que producían debía sumarse con valor propio al de las naciones más ilustradas de Europa y América. Eso es justamente lo que de forma visionaria planteaba en marzo de 1897 en El Cojo Ilustrado (año VI, nro. 125, pp. 213-215), Acosta Ortiz, uno de los promotores de la Reforma médica y cofundador de la Sociedad de Médicos y Cirujanos de Caracas, cuando señalaba que “las naciones del Nuevo Continente, que han logrado su independencia política, tienen derecho a aspirar también a su emancipación científica”, y añade:

Debemos probar lo que hemos dado al mundo el espectáculo de luchas heroicas y fecundas por el Derecho y por la Libertad, que tenemos también elementos de existencia propia y podremos algún día vivir vida intelectual sin préstamos forzados y sin obligadas imitaciones, […], y sentándonos de igual a igual en el estrado de los pueblos cultos (Acosta Ortiz, 1897)

Ese ideal suponía incorporar e incorporarse al mundo científico de la época, no enajenarlo ni enajenarse, conciliar la ciencia local con el carácter “universal” de la modernidad, “sentándonos de igual a igual en el estrado de los pueblos cultos”. Una aspiración aún vigente.

La Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas

La Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas era una de las más importantes y consecuentes de la época. Aunque de breve existencia (1867-1870), fue fundada en la casa de Adolfo Ernst, su presidente y promotor, por “8 amigos de las ciencias Naturales, con el objeto de formar un pequeño círculo para comunicarse recíprocamente sus observaciones y estudios sobre la historia natural del país”. La Guerra Federal, culminada en 1863, había devastado el país, de modo que, a pesar de las intenciones, no se contaba con las condiciones para desarrollar la actividad científica. Ernst, su principal promotor, estaba consciente de ello. Así lo expresa en 1868 al dar noticia a sus lectores de la fundación de la Sociedad y de la publicación del primer número de la revista Vargasia, su órgano de difusión, llamado así en honor al eminente médico y naturalista José María Vargas. Dice Ernst:

El primer número de nuestra Vargasia se publica en tiempos nada propicios a los trabajos pacíficos de la ciencia. Sufriendo casi sin interrupción bajo el azote de la guerra civil, ha llegado el país, cuyas condiciones Naturales son el propósito de nuestros estudios, a un estado que paraliza y desanima todo progreso, y que llena el corazón de pensamientos poco halagüeños con respecto al porvenir. (Ernst, 1868: 7)

En tales circunstancias organizar sociedades científicas, cultivar la ciencia, difundir y divulgar el conocimiento eran formas de civilizar y derrotar el atraso. En ese país rural de mediados de siglo, sin escuelas ni maestros, sin desarrollo capitalista ni industrial, azotado por revueltas, guerras civiles, epidemias y condiciones de vida insalubres, y cuya población se dedicaba mayormente a actividades agropecuarias como jornaleros, peones y sirvientes, orientados por una utopía de progreso y racionalidad, quienes se interesaban por la ciencia debieron inventarse a sí mismos para existir y persuadir de la importancia de su labor a una sociedad cuyas formas de vida y pensamiento contrastaban radicalmente con el ideal de civilización y ciudadanía que ellas representaban.

En contraste con la desarticulación de las estructuras sociales venezolanas, la Sociedad creada por Ernst al estilo de las que existían en Europa trasuntaba estructura y organización: tenía junta directiva, una amplia membresía, estatutos, miembros residentes, corresponsales y honorarios, y su propio órgano de difusión. Sus investigaciones las realizaban con el mayor rigor científico que las circunstancias les permitían, y los resultados se leían y discutían entre los pares, lo que propiciaba un proceso colectivo de arbitraje del saber que generaban. Esta inusitada institucionalización de la actividad científica propició en el país un paulatino proceso de especialización y separación de las disciplinas, pues aquellas se formaban en torno a estas. También estimuló una progresiva profesionalización y experticia entre quienes dedicaban su tiempo, con ímpetu y convicción, a la labor científica.

Cuando se revisan las actas de las sesiones de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, sorprende la muy exitosa labor de relaciones públicas que, quizás sin precedentes para su momento en Venezuela, llevó a cabo Adolfo Ernst, como principal promotor de la organización. Gracias a la incorporación de figuras prominentes de la más alta intelectualidad caraqueña de la época, residenciados en el país o en el exterior, la Sociedad llegó a contar con 150 socios residentes y 77 corresponsales distribuidos en las principales ciudades del país.

A través de comunicaciones personalizadas, firmadas por el mismo Ernst, frecuentemente se enviaban ejemplares de Vargasia a notables científicos, viajeros, exploradores e instituciones científicas de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, y se les ofrecía su incorporación como miembros honorarios; si aceptaban se les enviaba un diploma de Miembro Honorario. En agradecimiento, los beneficiarios remitían ejemplares de sus propias publicaciones o información de sus investigaciones, lo que mantenía viva la reciprocidad de la interacción.

De la mano de Ernst, algunos de los más destacados miembros de la corporación llevaron a cabo prácticas científicas que no dudamos en calificar de rigurosas y profesionales. Algunas de estas que hemos identificado en nuestras investigaciones son, por ejemplo, apego ético a las rutinas normalizadas de la ciencia, derecho a impugnar en sus trabajos enunciados consagrados en la tradición científica europea, voluntad para advertir la relevancia de un hallazgo novedoso derivado de la propia práctica empírica. Es importante mencionar también el carácter filantrópico que le asignaban a la actividad científica. Estos aspectos conforman criterios que nos permiten apreciar positivamente la actividad científica de esta corporación.

Reconocimiento de comunidades científicas extranjeras

Un último punto que interesa destacar es el del reconocimiento de la comunidad científica internacional a la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas. Durante su gestión al frente de la Sociedad, Adolfo Ernst realizó un muy valioso esfuerzo personal por abrir y mantener un dinámico intercambio de publicaciones con otras instituciones y personalidades científicas de América y Europa. Esta correspondencia de ida y vuelta se leía en las sesiones de la institución y se procuraba darle la mayor promoción, publicándolas en Vargasia y en el periódico La Opinión Nacional, de tendencia oficialista. Ello implicaba un proceso de promoción de los logros de su Sociedad evidenciado en el reconocimiento explícito que prestigiosas personalidades e instituciones científicas extrajeras le manifestaban.

En una carta fechada en Viena en 1869 por H. Karsten (“distinguido viajero y explorador de nuestra flora”), dirigida a Ernst para agradecerle el haber recibido de la Sociedad el “diploma de miembro honorario”, el naturalista alemán se expresaba del siguiente modo elogioso hacia la corporación científica venezolana. El acta con la traducción de la carta fue publicada íntegra en el diario La Opinión Nacional (Nro. 142, p. 3 del 21 de julio de 1869). En uno de sus párrafos, dice Karsten:

Es una señal altamente grata de la reanimación del espíritu científico en esos países, donde queda aún tanto que observar y estudiar para el naturalista, que haya podido formarse una sociedad de hombres instruidos con el fin de servir a tal propósito. ¡Ojalá que hubiera podido ver esta época el distinguido y amable sabio a quien la Sociedad dedica su periódico!

En otra acta, esta vez del 28 de marzo de 1870, la Sociedad publicó en su revista y en La Opinión Nacional “una nota” del Scientific Opinion, uno de los principales periódicos científicos de Londres, cuyos elogios hacia la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, al margen del tono eurocentrista, no dejan duda respecto a su prestigio entre la comunidad científica londinense:

¡Quién esperaría encontrar algo de científico en un lugar tan apartado (out-of-the-way place) como Venezuela! Existe allí, sin embargo, un excelente cuerpo científico y algunos de sus miembros principales nos hacen el estimado cumplimiento de ser lectores del Scientific Opinion. Tenemos a la vista el último Boletín de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas y debemos decir que bajo todos los respectos parece más bien la publicación de una de nuestras sociedades metropolitanas. (…) Damos a la Sociedad de Caracas el para bien (sic) por la gran utilidad de sus trabajos, y esperamos que en lo futuro recibiremos sus publicaciones con más regularidad. (Bruni Celli, 1968: 222, 223).

Finalmente, en el proceso de intercambio de publicaciones, los órganos de difusión como Vargasia actuaban como vitrinas a través de las cuales se podía apreciar la vida institucional de nuestras primeras sociedades científicas estables, su escenografía, su ethos, sus universos de sentido y sus formas de “decir” y “hacer” ciencia. Ernst y sus colaboradores estaban conscientes del capital simbólico que estos reconocimientos implicaban como discursos legitimadores ante la sociedad venezolana y el resto del mundo. En este sentido, la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, al igual que otras importantes sociedades similares de finales del siglo XIX, compendiaba una modernidad que la sociedad venezolana no había experimentado antes, y que daba cuenta del pretendido orden civil, racional, ciudadano y progresista que ellas mismas escenificaban y promovían como instituciones de la modernidad decimonónica finisecular.


Referencias

Acosta Ortiz, P. (1897, marzo 1). El congreso médico Pan-Americano. El Cojo Ilustrado, año VI, nro. 125, pp. 213-215.

Bolet Peraza, N. (1953). Selección literaria y periodística. Caracas: Línea Aeropostal Venezolana.

Bruni Celli, B. (1968) Actas de la sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas (1867-1878). Caracas: Ediciones del Banco Central de Venezuela.

Empresas Delfino (1991). Ramón Bolet. Cronista de la Venezuela del ochocientos (1836-1876). Caracas: Empresas Delfino.

Ernst, A. (1868, enero-febrero-marzo). Sociedad de Ciencias físicas y naturales de Caracas. Vargasia, nros. 1 a 3, pp. 3-7.

Freites, Y. (1982). Bases sociales de la actividad científica en Venezuela. Acta Científica Venezolana, 33, 431-439.

Key-Ayala, S. (1955). Adolfo Ernst. Caracas: Ediciones de la Fundación Eugenio Mendoza.

Picón Salas, M. (1988). Suma de Venezuela. Caracas: Monte Ávila Editores.

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