Quizás esté aún en pie la casa que habitó en la parroquia La Pastora de Caracas la señora Catalina Contreras de López. Es la marcada con el número 29 de la calle Norte 10, en el costado oeste de la plaza de La Pastora. Sus paredes estaban muy cochambrosas, bastante desleídos los ornamentos y estucos de su fachada, ya pulverizados los vidrios trabajados con volutas art-nouveau de sus puertas; en fin, sin nada del lustre de las casonas pastoreñas que sirvieron de residencia a encopetados personajes gubernamentales de la primera década del siglo XX.
Aquí vivió también, por supuesto, el hijo, Eleazar. Con un dejo de nostalgia, el ex presidente escribió, en 1949, que fue su casa durante 20 años.
Doña Catalina Contreras había nacido en Mérida el 25 de noviembre de 1865. Fueron sus padres Manuel Quírico Contreras y María de los Ángeles Mora. Tuvo como hermanos a Fernando María, Pedro José, Claudio, Mercedes, Francisco, Inés y Balbina, nacidos en Carache, estado Trujillo; y a José María, Josefa y Manuel María, nacidos en Mérida. De estos hermanos, el más destacado fue el sacerdote Fernando María, nacido el 30 de mayo de 1848. Vistió los primeros hábitos en 1865, en Mérida, y se ordenó en 1871. A partir de 1884 se avecindó en Capacho, hasta su muerte en 1919. Fue cura también en Mérida, Queniquea y San Cristóbal. Figura entre los patrocinadores del famoso Colegio del Sagrado Corazón de La Grita, al lado de monseñor Jáuregui y otros prelados.
Catalina casó en primeras nupcias en Mérida, con Camilo Dugarte, quien murió a los seis meses del matrimonio. No tuvieron hijos. Ya viuda y residenciada en Queniquea, conoció allí al general Manuel María López, nacido en Caracas, hijo de Andrea Trejo, dama de Barinas, y de José Eugenio López, natural de Valencia y emparentado con el general Hermógenes López. Se casan en junio de 1882 y tienen un hijo el 5 de mayo de 1883. Lo nombran Eleazar. Sin embargo, una banda armada ataca la población y Manuel María López huye y se refugia en Cúcuta, Colombia. Sufre fiebre amarilla y muere el 7 de julio. Eleazar es un bebé de dos meses y medio. Su tío, el sacerdote Fernando María Contreras es quien lo va a criar. Estudia, recibe clases de música y lo orientan para inscribirse en la Escuela de Medicina de la Universidad de Mérida. A los 16 años, es testigo de la invasión de los 60 comandada por Cipriano Castro. Se alista como soldado. Deja todo. Ha empezado su carrera militar.
Cuando en 1919 el padre Fernando murió, Catalina se quedó sola. Marcha a Caracas, donde Eleazar labra su hoja militar, y vive en la casa N° 29 de la plaza de La Pastora, al menos desde 1921. De ese año data la operación en que se la vende Francisco Arroyo Parejo por la cantidad de 43.000 bolívares.
Los viejos vecinos de La Pastora aún la recuerdan como una dama sencilla, cordial, caritativa, dispuesta a ayudar a los necesitados. Aunque no era beata, asistía con regularidad a la misa de la cercana iglesia de La Pastora, y sintió mucha predilección por los jóvenes que abrazaban la vocación del sacerdocio, hasta el punto de auxiliar con todos los gastos necesarios para la manutención y estudio de cinco de ellos, hasta su ordenación.
La casa funcionó también como hogar de su único hijo, Eleazar, quien no fue muy feliz en sus dos primeros matrimonios, el primero con la estadounidense Luz María Wokhmar, unión que tuvo un final traumático; y el segundo con Luisa Elena Mijares, de la alta sociedad caraqueña, ya divorciada.
En la casa Nº 29 de la calle Norte 10 vivieron también los nietos de doña Catalina: Blanca Rosa, Cristina, Cecilia, Margarita, Eleazar y Fernando, vástagos del primer matrimonio; y Mercedes, Enriqueta y María Teresa, hijas del tercer matrimonio de Eleazar, esta vez con María Teresa Núñez Tovar, hija del famoso médico nacido en Caicara de Maturín, Manuel Núñez Tovar.
A pesar de las numerosas visitas, y de la presencia de altos funcionarios, nunca la casa fue custodiada por la ahora acostumbrada parafernalia de agentes civiles y uniformados, a pie y motorizados y siempre armados, que se aposta frente a las quintas de los “grandes” personajes. Nunca la eterna romería de niños que correteaban por la plaza, o la avalancha de gente que jugaba al Carnaval, fueron molestados por perturbar la tranquilidad de la madre del Presidente.
Ya muy anciana, Catalina Contreras se quedó ciega. Sufría de cataratas y de diabetes. Murió el 7 de abril de 1945, luego de soportar más de 60 años de viudez. No llegó a ver el acto de confiscación de su casa, calificada de “cosa mal habida”, según sentencia del muy controvertible Tribunal de Responsabilidad Civil y Administrativa, “instalado por la Revolución de Octubre de 1945 para limpiar el país de las fechorías de quienes ejercieron el poder desde 1909 hasta la fecha”.