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Mis papeles. Gallegos y una década

Este artículo fue publicado con el seudónimo de Juan E. Zaraza, en El Nacional, el 10 de abril de 1969

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Cuando se publiquen las Obras completas de Gallegos y a las novelas y cuentos y piezas teatrales se sumen documentos que reposan en sospechosa ineditez, podrán conocerse algunas actitudes del escritor durante el destierro de una década. Saldrán a viva luz entonces aquellas declaraciones sobre un cierto coronel, la respuesta al semanario Tiempo acerca de las bases militares negociadas por Franco, el desmentido en torno a su “estrecha amistad” con Prío Socarrás y sus nexos con la aparatosa “Legión del Caribe”, así como la ya divulgada, aunque a ratos y temerosamente, carta histórica en que rechaza compartir honores con Castillo Armas, aquel de nariz ganchuda y bigotitos siniestros que con perversidad de muralista dejó Diego Rivera en un retrato de traficante en soberanías, bananos y armas.

La primera imagen, y única directa, que tuve de Gallegos fue por los alrededores del 1 de mayo de 1952, en un México esplendente, idos los polvos de Texcoco, establecida a plenitud la primavera. Estaba con él Ricardo Montilla y no me atreví a transmitir un mensaje que llevaba desde la cárcel ni decenas de impresiones que sobre su obra había comentado yo con mis amigos durante lo que se llamó nuestro “período galleguiano”: la figura misteriosa de Payara, aquella filosofía de Juan Solito, la desesperada decisión de Juan el Veguero. Pero como se hablaba de política y alguien asomó que había culpabilidad en quienes, a nombre de la revolución se quedaron a mitad de camino en la empresa de la poda, Gallegos exclamó: “Sí, cortamos ramas, pero no arrancamos la raiz”. Desde luego, en otras oportunidades vi a Gallegos, de lejos en esos casos, sin ninguna relación de intimidad, como en los actos de celebración de sus 70 años y de los 25 de Doña Bárbara, que fueron coincidentes en el México de 1954, en las casas de Montilla y Hernández Solís, en el “Centro Asturiano”, donde por cierto llevó la palabra un galleguiano excedido, Raúl Roa, y estuvo presente Lázaro Cárdenas, de cuya amistad gozó Gallegos en Michoacán, mientras contemplaba el sol distinto de Morelia y recordaba cosas de la patria con los jóvenes venezolanos inscritos en la universidad nicolaita.

Lástima que crónicas volanderas no sean capaces de recoger con fidelidad la relación del Gallegos político con el Gallegos escritor, los altibajos de esos compromisos y la mudanza que en el ánimo de muchos venezolanos causaron. Decir que el arte es eterno y la política breve, aun por pura parodia, tiene valor de axioma. Y si comparo esa ostentosa magnanimidad de hoy con aquella mezquindad de lucha política en el ayer, por el mismo camino podría contraponer la actitud de quienes en 1950 publicaron el número único de la revista Cantaclaro y ahora se hacen discretamente a un lado sin reclamar privilegios de galleguianos a ultranza o de hombres ajenos a estos cambios quebradizos. Pues en 1950, esa revista Cantaclaro fue decomisada por la SN en la imprenta de Catalá, por dos razones: porque en la portada traía foto de Gallegos con una leyenda exaltativa y en páginas interiores un artículo de Rafael José Muñoz sobre la narrativa galleguiana, y porque quienes componían la redacción eran ya jóvenes fichados como pertenecientes a los partidos antidictatoriales. Muy tristemente, cercanos a la cuarentena y tras haber pasado por cárceles y exilios, aquellos jóvenes de ayer miran el desfile. Están fuera de escena, y es lo honrado y lo que ennoblece.

Volviendo de Venezuela a México, geografía de su novela inédita, creo que los mejores fragmentos hasta ahora publicados de ella son los incluidos en Cuadernos Americanos 100 y donde aparece el capítulo “Tierra bajo los pies”, uno de los títulos alternativos de la obra. Es la avanzada de los cristeros contra los reclamadores de tierras en lo más tenso de la lucha agrarista, bajo la imagen de Tata Vasco (el vasco de Quiroga de la gente purépecha). Los que piden tierras son colgados y debajo de los pies de cada uno al grito de ¡Viva Cristo Rey!, los fanáticos van colocando sombreros llenos de tierra: “¡Ahí tienen la tierra que reclamaban!”.

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Serie Archivo Sanoja Hernández. Curaduría: Camila Pulgar Machado.

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