Me contacta ese destacado narrador y editor panameño que es Enrique Jaramillo Levi, con el fin de requerirme, a manera de abreboca-prólogo-preludio-introito, ofrecer mis impresiones sobre esta selección de cuentos que necesariamente habremos de ubicar en el futuro entre lo panameño y lo venezolano (¿relatos “panazolanos”?). A fin de cuentas, la particular situación de la Venezuela de inicios de este siglo XXI ha convertido a nuestro país en un exportador forzado de muchas cosas; entre ellas no podía faltar el talento. Dispersos por todo el mundo distintos escritores venezolanos han sabido llevar también su mochila literaria cargada de metáforas, símiles, imágenes e ideas que, nacidas en los espacios del país de origen, van hibridándose poco a poco con las culturas de otros lares. Y en esto no podía faltar Panamá: país hermano, uno más con el que hemos compartido nuestra común historia latinoamericana, pero al que nos une adicionalmente la efervescencia del clima, la brillantez de su cielo, el sol cotidiano y las lluvias tropicales. A Panamá llegaron en fechas diferentes, con objetivos diversos, pero con una sola meta, los seis escritores cuyos cuentos se compilan en este libro.
Digamos que, si bien he seguido con manifiesto interés el transcurso de la literatura venezolana del siglo XX y parte del XXI –y muy especialmente el del cuento–, algunas circunstancias personales me han llevado a descuidar un poco lo que viene ocurriendo con las más recientes generaciones de cuentistas (independientemente de su edad). Mucho más con los que están allende las fronteras nacionales, escribiendo, leyendo y publicando en otros espacios. De este selecto grupo aquí reunido apenas tenía noticias previas de algunos textos sueltos de Carolina Fonseca y Joel Bracho Ghersi. Ambos se dedicaron hace ya varios años a ofrecer al público centroamericano una selección antológica de cultores panameños y venezolanos de la narración breve (Resonancias: cuentos breves de Panamá y Venezuela, 2016, coeditado entre Sagitario Ediciones y Articruz). La generosa iniciativa de los antólogos para incluirme en esa selección me llevó a interesarme por la propia obra de ellos y fue así cómo ingresé (y quedé fascinado por) en sus mundos ficcionales que, para mi fortuna, reaparecen en este libro en el que ratifican y acrecientan sus rasgos estilísticos, temáticos y procedimentales.
Más allá de eso, no puedo más que agradecer a Jaramillo Levi la oportunidad para adentrarme en esta nueva antología que incluye a los dos mencionados y, para mi beneplácito, suma otras cuatro voces que literaria y emocionalmente comparten espacios, recuerdos, imaginarios y pensares de los dos países que se hacen presentes en los cuentos: el de origen, el mío, el de mis querencias, mis recuerdos y mi memoria, y el otro, aquel que las infaustas circunstancias del primero los han obligado a adoptar como nuevo hogar: Panamá.
No podía extrañarnos que procediendo de un espacio latinoamericano como Venezuela, en el que la narrativa corta ha sido uno de los pilares fundamentales para el desarrollo de su literatura desde el siglo XIX, este grupo de venezolanos radicados en Panamá se enrolaran y llevaran a otro lugar la pasión nacional por la escritura de ficción. La lectura veloz, rápida, urgente, pero cuidadosa, no me ha impedido para nada apreciar el valor que este libro encierra. Digamos que mi impresión de lector silvestre, común, arrabalero y libre me permite decir que el volumen en general es apreciable en su calidad estilística y formal. No hay duda de que, desde sus diferentes caminos experienciales, cada autor o autora muestra aquí, y demuestra cabalmente, su oficio de cuentista. Principalmente, porque han sabido sacar el jugo a la brevedad. Y eso es fundamental para cultivar ese género. No obstante, jugando yo al crítico travieso, me atrevo a hacer mi propia selección de la muestra aquí representada. Mientras leía el libro me impuse la tarea de apropiarme de dos de los relatos de cada autor(a), recrearlos después en mi memoria a ver qué resaltaría del recorrido. Para no extraviarme ni extraviar a quienes se acerquen a ellos, me dispongo a mencionarlos en el mismo orden en que aquí aparecen.
De Vicente Emilio Lira me queda el regusto por la tensión que sus historias generan. Decía mi sardónica tía Eloína que hay narradores que te ponen a “comerte las uñas”. Este parece ser uno de ellos, sin duda: tensión y expectación son recursos con las que se podría definir lo que genera la búsqueda de un autógrafo de parte de un personaje cuyo propósito real es la ejecución de un asesinato. Lo mismo vale cuando evocamos la imagen “parcializada”, fragmentada, despedazada, de un padre que poco a poco se va haciendo “presente” para visitar al hijo. Si tengo que ponerle una etiqueta a sus historias, escojo las palabras ‘movimiento acelerado’.
En cuanto a Carolina Fonseca, rememoro las hermosas imágenes eróticas de En buenas manos y la fuerza y voluntad interior que despliegan los dos personajes de Miopía. No tengo ningún empacho en resaltar el cuidado excesivo que pareciera haberse tomado la autora para escoger cada palabra, cada frase, cada imagen y ponerlas en “su santo lugar”. Destaco también la vehemencia que le pone al desarrollo de cada historia y su demostrada destreza para recrearlas más allá de la obviedad. De tener que catalogar sus relatos, lo haría con la expresión ‘atmósfera impecable’.
Joel Bracho debe ser de esos escritores que van por la calle coleccionando lo que supone son las obsesiones de los transeúntes: casi todos sus personajes son realmente obsesivos. De sus cuatro textos, elijo el de un caballero que teme a los aviones, pero conoce todo sobre ellos (“Uno tras otro”). Y le anexo la historia de una fotógrafa que almacena luminosidades en los ya casi desparecidos rollos de película (“Un poco de luz”), temática de alguna manera emparentada con los reflejos de las imágenes en los espejos de un tercer cuento. ‘Brevedad pausada’ sería una buena marca personal para sus cuentos.
La conservo como una fotografía: se trata de la impresionante caminata de una mujer que, tal vez perseguida por la figura ya extinta de un padre castigador, severo, tosco, perverso, va casi en procesión desde su casa hasta el pueblo y luego al cementerio. El texto se titula El canto de la muda y es de María Pérez Talavera. Como también lo es esa curiosa mezcla de realidad y ficción impregnada en Branquial, historia de una curiosa y magníficamente descrita metamorfosis. De tener que hacerlo, diría que ‘fluidez absoluta’ podría ser su carta de identidad autoral.
Elizabeth Daniela Truzman luce diestra en el acercamiento recurrente al ciberespacio y las redes sociales. Muestra de ello es ese relato en el que persigue incesantemente la imagen de una antigua maestra, a la que alguna vez le hizo un fraude escritural. Ante tanta perseverancia, termina localizándola y le pone a su recorrido un atractivo final feliz. Aparte de ello, le brota por los poros de la escritura el país del que alguna vez partió: lo recrea en la imagen del padre de un antiguo compañero de escuela, en su preadolescencia. Cuento de atmósfera triste este de Enrique y las arepas, por su final, pero fuerte en su pulsión narrativa. Bien que le calza el calificativo de ‘virtualidad hecha ficción’.
Digamos que la benjamina de este selecto grupo es Yoselin Goncalves. Otro supuesto padre castigador hace acto de presencia y le sirve de excusa para crear una brumosa anécdota relacionada con una “muñeca viviente” (“Marie”). La historia se vuelve a veces real, a veces ficticia, a veces ambas cosas, hasta el punto de que el lector puede terminar creyendo que incluso el personaje que narra, Valeria, es parte de ese baúl en el que “guarda” a su padre. Otro de sus cuentos se desarrolla en una casa de montaña y del mismo nos queda la imagen espléndida de una joven viuda “enganchada” con un curioso minero-poeta. Nada mejor que calificar su narrativa como ‘ficción mesurada’.
Con eso dejo constancia de la lectura de Evidencias, acertado título con el que el antólogo ha bautizado el conjunto. Acertado porque en verdad deja suficiente muestra de que no ha antologado en el vacío. Enhorabuena para él, para los autores y autoras, y fundamentalmente para quienes tengan la suerte de adentrarse en este recorrido en el que seguramente conseguirán, como yo, algunos relatos a los cuales engancharse.