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Miranda, el diplomático de sí mismo

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“Su relación con la zarina fue muy provechosa, pero también fue una relación peligrosa: los celos de Potemkin casi le cuestan la vida, y se ve obligado a salir casi huyendo de Rusia, para desagrado de Catalina, que sin embargo no dejó de apoyarlo, aunque las intrigas diplomáticas de la corte española trataran de indisponerlo”

Por JUAN CARLOS CHIRINOS

I

Podría decirse que la agitada vida de Francisco de Miranda (1750-1816) fue una continua negociación. Me acercaré a algunos episodios de su vida en los que, aun no siendo oficialmente diplomático de ningún país, ejerció el oficio, una de las tantas habilidades que aprendió, probablemente, gracias a sus lecturas, y perfeccionó con el trato a los grandes personajes que conoció y los numerosos lugares que visitó. Cuando se leen sus diarios es evidente que, mucho antes de convertirse en un hombre de acción, Miranda tuvo tiempo para ejecutar una labor intelectual que lo llevó a concebir el incanato al que llamó Colombia, su gran sueño político, y que Bolívar ensayaría en el breve episodio que fue la Gran Colombia, que nunca se llamó así. Los motivos o topos literarios estuvieron presentes en su trabajo intelectual y podría argüirse que estos guiaron su acción política. Uno de los lemas con que encabeza el tomo de viajes de su Colombeia, el «himalaya de papeles» (José Luis Salcedo-Bastardo dixit), es un  soneto publicado (1) por Ignacio Benito Avalle en 1744:

Saber poner en práctica el amor,

que a Dios y al hombre debes profesar;

a Dios como tu fin último amar,

y al hombre como imagen de su Autor.

Proceder con lisura y con candor,

a todos complacer sin adular;

saber el propio genio dominar,

y seguir a los otros el humor.

Con gusto el bien ajeno promover,

como propio el ajeno mal sentir;

saber negar, saber condescender.

Saber disimular y no fingir;

todo esto con prudencia has de ejercer,

para acertar la Ciencia del Vivir (2).

Reposa aquí un sucinto vademécum de política, pues la esencia de un buen negociador es tratar de acertar en la «ciencia del vivir». El poema aconseja prudencia, es decir, hay que ser previsor y competente, conceptos que subyacen en la etimología latina del vocablo. Predicando el amor a la humanidad, el conveniente candor, el dominio de sí mismo, la empatía, la compasión, la generosidad, la firmeza para oponerse, la amplitud para aceptar al otro y cuidándose de no engañar al interlocutor torticeramente, el texto se erige en una fina brújula moral para guiarse por el mundo, lo que no es poco. No por casualidad a este soneto le acompañan un verso en latín del fabulista Cayo Julio Fedro: «Si lo que hacemos no sirve, vana es la gloria»; la fábula a la que pertenece, «Los árboles bajo la protección de los dioses» (3), concluye «esta fabulita aconseja no hacer nada que no aproveche», y en ella, mientras los demás dioses eligen árboles estériles, Minerva escoge el olivo a causa de su fruto, por lo cual Júpiter reconoce: «¡con razón todos te llaman sabia!». Miranda agrega, además, una línea en griego que atribuye a Marco Antonio, «de mi madre recibí la piedad». Completa todo un programa de buen comportamiento que, todo sea dicho, el Precursor no siempre siguió. Al menos significa una aspiración: el viaje es aprendizaje y ejecución de lo aprendido en la misma medida en que la táctica es estrategia en acción.

II 

Miranda, de grandes aspiraciones, tuvo que vérselas con la adversidad desde muy temprano. Su viaje a España, en 1771, no solo se debió a su deseo de conocer el mundo más allá de la pueblerina Caracas, sino al convencimiento de que, tal como le ocurrió a su padre, sus vecinos más acaudalados no le facilitarían la vida. Una vez en Madrid, fue autodidacta. Perfeccionó el francés, el inglés, el latín y el griego; estudio las ciencias, la filosofía y las artes militares: así lo consignó en el diario que comenzará apenas partiera de La Guaira. Era joven, era hermoso, era inteligente y era simpático: fuente de adoraciones y envidias por igual. Era impetuoso, y quizá por eso, ya maduro, apreciará los consejos que sus lecturas le habían proporcionado. Picón-Salas apunta que tiene «singular desembarazo para tratar y discutir con los superiores», y continúa: «Toda su vida será un redactor de planes y memorándums, y seguirá con su cabeza, o a través de los mapas y elaboradas hipótesis, las campañas militares que deban realizarse en los más lejanos sitios, o lo que le interesa aún más que la estrategia guerrera: las maquinaciones políticas» (4). Esto le acarreará no pocos problemas, pero también le abrirá puertas, pues, como enseñó Virgilio, «la fortuna favorece a los audaces». Su vida estuvo, como buen negociador, plagada de trampas e intrigas. En Cádiz tiene influyentes amigos, sí, pero también enemigos que lograrán que abandone la Península en 1780. Formó parte de la expedición española a Pensacola. Desde 1779, la Armada preparaba una gran flota para combatir a Inglaterra en el Caribe. Esta participación se sostuvo sobre el «Pacto de Familia» firmado en 1761 entre Carlos iii de España y Luis xv de Francia.

En septiembre de 1778, sirviendo en el regimiento de la Princesa, en Cádiz, se le encomendó una tarea provechosa para él: la reina madre de Portugal iba de paso desde Lisboa para Madrid y a Miranda se le ordena que la trate como si fuera la reina española y la escolte. Cumple a cabalidad su cometido y conoce el santuario de Guadalupe, Córdoba, Andújar, Valdepeñas y Toledo. No pierde oportunidad para viajar igual que no pierde ocasión para leer y escribir. Los libros le traerían problemas, aun sin saberlo él, pues tenía unos enemigos le procurarían todo el daño posible: no llegó a saber que el 11 de noviembre de 1778 el Tribunal de Sevilla remitió al Consejo de la Suprema Inquisición de Madrid, una sumaria de 155 hojas «por delitos de proposiciones, retención de libros prohibidos y pinturas obscenas» (5).

III

Con el viaje a Estados Unidos da comienzo su verdadero periplo como revolucionario y hombre de acción. Como diplomático de sí mismo, al principio; y de la causa de la libertad, después. Una valiosa lección que aprende es el criterio de verdad anglosajón: hay una significativa diferencia entre la palabra dada y la palabra escrita: En Boston, la aduana deja pasar tranquilamente sus baúles «con mi palabra solamente de que no contenían efectos personales» (6). Esto no le impidió, sin embargo, ejecutar una pequeña travesura en la universidad de Yale: se presentó ante el rector Stiles como abogado graduado en México, y este le creyó candorosamente pues, ¿cómo desconfiar si sabía latín, griego, inglés y francés, y conocía de leyes como el que más? Por este episodio se le considera el primer estudiante de intercambio en Estados Unidos.

Mientras tanto, en España se le lleva a juicio por acompañar al general inglés Campbell a inspeccionar las defensas de La Habana. Picón-Salas afirma que el juicio «será tan largo, tan atiborrado de prosa curialesca, que, iniciado hacia 1780, sólo merecerá sentencia absolutoria en 1799, cuando ya Miranda es todo un gran personaje internacional (…)» (7). En febrero de 1782, recibe una significativa carta firmada por tres mantuanos de Caracas, en la que lo instan a invadir Venezuela. Es la primera vez que ellos lo consideran el verdadero embajador de la causa de la libertad: «Vmd. es el hijo primogénito de quien la madre patria aguarda este servicio importante, y nosotros los hermanos menores que con los brazos abiertos y puestos de rodillas se lo pedimos también por  el amor de Dios; (…) no hemos querido dar un paso, ni le daremos sin su consejo de Vmd., en cuya prudencia tenemos puesta toda nuestra esperanza» (8). Por fin se le reconoce como prudente; ya con 32 años puede decirse que se ha ido manejando bien en la ciencia del vivir.

Esta misma prudencia le salvará la vida cuando se mueva en las procelosas aguas de la corte rusa. Allí llega en 1787, convertido en un gentleman experto en relaciones públicas y demás cortesanías. El 28 de diciembre, el poderoso príncipe Grigory Alexándrovich Potemkim entra en Kherson, y el 31 Miranda va, escoltado, a visitarlo. A Potemkin le interesa todo extranjero que venga desde el este, y Miranda tiene el interés añadido de ser americano. El 14 de febrero de 1787 conoce a la emperatriz Catalina en Kiev. Fue una jornada animada, en la cual conoce a otros grandes dignatarios como el general Mamonov, favorito de la Emperatriz, y el príncipe Bezborodko: «Estuve en Palacio pronto a las once, y media hora después entró la Emperatriz a quien fui presentado por el Príncipe de Bezborodko, Maître de la Cour, y besé la mano de Su Majestad que con sumo agrado la sacó de su manchón y me la presentó de paso (pues no se usa aquí genuflexión ni nada) y yo hice una otra cortesía al retirarme. Después entré con el permiso que me envió luego el príncipe Potemkin a la antecámara y Su Majestad vino a hablarme inmediatamente, preguntándome cuántos grados de calor hacía cuando era menos en mi tierra, etc… Después salimos a la gran sala donde había preparada una mesa de 60 cubiertos (yo estaba ya convidado de antemano por el Príncipe Boriatinskoy) en forma de paralelogramo de 3 lados. Nos sentamos a eso de las 121/2. Yo estaba al lado del conde de Tchernichew que me cuidaba con suma atención, y Su Majestad me envió por dos ocasiones de platos que tenía a su lado» (9).

Su relación con la zarina fue muy provechosa, pero también fue una relación peligrosa: los celos de Potemkin casi le cuestan la vida, y se ve obligado a salir casi huyendo de Rusia, para desagrado de Catalina, que sin embargo no dejó de apoyarlo, aunque las intrigas diplomáticas de la corte española trataran de indisponerlo: Catalina nunca perdió la confianza en él, lo deja marchar con cartas de recomendación para sus embajadores europeos. Tal era su encanto, a pesar de que a ella no le sentó demasiado bien cuando se enteró de que su amigo venezolano defendía la nueva república francesa, aventura que forma parte de su proyecto de liberación americana, sobre el que ya tiene el plan político del incanato. De sobra es conocida su participación en la revolución, su importancia la atestigua su nombre grabado en el Arco de Triunfo, pero eso no quiere decir que no tuviera que sortear, con éxito, la guillotina un par de veces y la persecución del temible Fouché.

IV

Cuando Miranda regresa a Londres  en 1791 espera que el gobierno inglés acepte y financie sus planes y se lo recuerda al primer ministro, William Pitt, ofreciéndole grandes oportunidades: «Señor, mi única mira, hoy como siempre, es promover la felicidad y la libertad de mi país (la América del Sur, excesivamente oprimida) y ofrecer grandes ventajas comerciales a Inglaterra, según lo manifesté en las propuestas presentadas el 5 de marzo de 1790» (10). De aquí en adelante, el Precursor dedicará toda su energía a la causa libertadora. En 1806 intentará infructuosamente (y con la incomprensión de los mismos que en 1782 apelaban a su alabada prudencia) invadir Venezuela; pero, en 1810, ya madura la rebelión, su casa londinense se convertiría en el centro diplomático de los rebeldes venezolanos y la sede masónica principal: Bolívar, López Méndez y Bello llegan para recibir sus consejos y pedirle que lidere la lucha, lo cual acepta. Bello vivirá veinte provechosos años en Londres; Bolívar será, quiéralo él o no, el heredero de las ideas mirandinas, y siempre será acusado de traicionar al Precursor en la hora aciaga de 1812. Francisco de Miranda terminará sus días en la prisión gaditana de La Carraca, quizá sin ser consciente del legado que dejaba y con la incertidumbre de si había logrado acertar con la verdadera clave de la ciencia del vivir: él fue sin duda un diplomático de su vida, más que de los salones; un prudente teórico cuya buena fe superó su malicia. Me parece que Miranda, a su pesar, supo promover más el bien ajeno que el propio, supo condescender y alguna vez cometió el error de disculpar las faltas graves de sus subalternos, como la insólita torpeza de Bolívar al perder Puerto Cabello; quizá acertó al disimular en las intrigas de los salones europeos, pero le faltó suspicacia cuando gobernó en Venezuela. La vida se aprende viviéndola; es la forma de tu final la que certifica si has sido o no prudente, si has acertado en la misteriosa ciencia de la vida, si has sido un buen diplomático de tu propia existencia. Solo la fama que has dejado tras de ti tendrá la respuesta a esa gran interrogante.


Referencias

1 Miranda, aventurero de la libertad: https://www.franciscodemiranda.info/es/documentos/index.htm (consultado el 25/10/2024).

2 Francisco de Miranda, Colombeia, digitalizada en: http://www.franciscodemiranda.org/colombeia/1 (consultado el 30/10/2024).

3 Fedro, Fábulas esópicas, Libro tercero, Madrid, CSIC, 2011, p. 79.

4 Mariano Picón-Salas, Miranda, Caracas, Monte Ávila, 1993, p. 44.

5 Tomás Polanco Alcántara, Francisco de Miranda: ¿Don Juan o Don Quijote?, Caracas, Ge, 1996, pp. 69-70.

6 Carlos Rangel, Del buen salvaje al buen revolucionario, Caracas, Monte Ávila, 1982, p. 54.

7 Mariano Picón-Salas, Ob. Cit., p. 45.

8 Carta de D. Juan Vicente Bolívar, D. Martín de Tobar y Marqués de Mixares, al Sor. Don Francisco de Miranda. Caracas, 24 de febrero de 1782, en Archivo, tomo XV, pp. 68-69.

9 Francisco de Miranda, América espera, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1982, p 81.

10 Francisco de Miranda, Ob. cit., p. 109.

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