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Miradas sobre el mundo: habla Alejandro Sebastiani Verlezza

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Por NELSON RIVERA

—La pandemia, la debacle económica, la invasión de Rusia a Ucrania, además de otras noticias de repercusión negativa, han oscurecido la perspectiva planetaria. ¿Se ha sentido afectado, amenazado de algún modo?

—Sí, muchas veces. Pero la vida, la que no sale en las noticias, muy a su manera, sigue avanzando. Y esta es mi primera comprensión. Por eso suelo dosificar el consumo de informaciones. Aparecen y se infiltran en el universo personal, familiar, social. Es una máquina imparable. De pronto estamos en un sitio, “no está pasando nada”, alguien ve una noticia y puede cambiar cualquier rumbo, para bien o no. Potencialmente ocurren eventos en todo el mundo y ahora tenemos la posibilidad de “asistir” a esa multiplicidad. O permanecer al margen del movimiento. O, mejor aún, encontrar una zona prudencial, intermedia. Es una dinámica para observar con detenimiento. Hay que aprender a discernir en medio del maremágnum, para proteger a la psique y mantener la alegría de vivir.

Al panorama mencionado, Nelson, debemos agregar el debilitamiento de la capa de ozono, los glaciales derritiéndose, la censura, el abuso de autoridad en las más diversas escalas, la minería, la trata y la prostitución infantil, las violaciones de los derechos de las mujeres (y de los derechos humanos en general), el racismo, la xenofobia y el sectarismo en todas sus expresiones, la contaminación en los mares, las quebradas, los ríos (ahí está el Guaire), los escándalos del Vaticano, el desgaste evidente en la actual política de partidos, la violencia exacerbada en la televisión y el cine.

—Una ola de rabia se está expresando en el espacio público, de muchas maneras. Violencias, reacciones políticas, envilecimiento de los discursos. ¿Constituye un peligro la política dictada por el afán de castigo o ella pueda ser una fuerza de cambio no destructivo?

—Están las dos caras de la situación. Entiendo que se conformen redes para hacer denuncias, sobre todo cuando la Justicia no responde a tiempo, pues suele estar tomada por otros intereses. Suele ocurrir que las pasiones se desatan y aparecen los impulsos expiatorios. Se trata en muchos casos de una inquisición. Sus formas pueden ser brutales. O a través de una “corrección política”: con su fría máscara borra a lo humano a través del abuso y la coacción.

Esa “política” puede ocurrir también en los ámbitos más discretos, los laborales, los profesionales y los afectivos. Estos movimientos hay que captarlos bien para mantener la integridad y moverse con prudencia.

En todo caso el malestar ciudadano es evidente. Cuando no llegan las respuestas desde las instituciones, estamos ante el desborde. Es un patrón.

Las sucesivas “olas de rabia” —muchas justificadas— podrían contenerse, pero debe ocurrir un cambio de actitud. Habría que avanzar hacia una democracia de consensos, negociaciones permanentes. Un equilibrismo. Esto vale para el sistema de partidos, la sociedad en general. ¿Deberían las instituciones sociales y políticas, los medios de comunicación, transformarse? Deberían. De lo contrario será muy dura la convivencia. Las mismas “olas de rabia” son la gasolina para precipitar muchos cambios.

—Importantes autores que demuestran con estadísticas que las cosas en el mundo están hoy mejor que hace unas décadas. Al mismo tiempo, estamos en presencia de un extendido malestar. ¿Podría comentar estos dos hechos? ¿Contradictorios?

—Avances, los hay, sin duda, en la tecnología aplicada a la salud. Pero su acceso dependerá muchas veces del lugar que ocupemos en la “pirámide social”. En las comunicaciones se han agilizado procesos que antes podían tardar horas: hacer transferencias, publicar opiniones, denuncias, localizar medicamentos, direcciones, boletos aéreos, ofertas laborales. Las posibilidades son muy amplias. Las personas que conocen la vida previa a Internet pueden sentir la diferencia, tal vez, con mayor nitidez.

Siento que la contradicción debe integrarse con mayor naturalidad en la vida: cada fenómeno tiene su contrario. En un mismo país coexisten el lujo y la menesterosidad.

—Se dice: hemos ingresado en un mundo en transición (revolución digital; cultura de las reivindicaciones; cambio climático). ¿Percibe el cambio? ¿Logra verlo o palparlo en el ámbito de su actividad?

—Sí. El rasgo de esta transición está en la irrupción de lo impredecible. A cada rato asalta la vida cotidiana. La pandemia y el cambio climático forman parte del asunto. Al mismo tiempo se hace evidente un conservadurismo, bastante mal llevado, incluso en las llamadas filas progresistas. Cierto es que hay una mayor consciencia de las reivindicaciones y la certeza de que muchas circunstancias pueden resolverse estableciendo redes. Mira lo que ocurre a la hora de reunir fondos para atender las emergencias de tantas personas. Este es uno de los aspectos benéficos de la revolución digital. El otro tiene que ver con la instalación de un tribunal inquisitorio flotante: avanza en masa y se retira. De nuevo: avancemos con prudencia.

Hay un telón de fondo: tiene que ver con la configuración de Occidente. Ya no se puede concebir como el resultado de la fusión entre Atenas, Jerusalén y la Ilustración. Ahora se hace más evidente aún la incursión de culturas que hace décadas veíamos “lejos”, pero siempre han estado ahí: basta observar el ajedrez ruso y chino en Europa y el patio local, las tensiones con el Islam, las olas migratorias provenientes de África, las situaciones en la frontera con Colombia, los dramas del Darién. Y pare de contar.

El mundo está en constante mutación, a ratos luce como una película de retazos desquiciados. Es el menú que trae el comienzo del siglo. ¿La salida? Una revalorización del presente más inmediato, la vida menuda, la de todos los días, la que más vale, la irrepetible; aún en medio de las incomodidades, disfrutar de los detalles más sencillos y en apariencia modestos, apreciar los momentos del día con mayor serenidad, el hecho de respirar, estirarse, lavarse la cara, alimentarse, conversar con los vecinos, saludar al vigilante, a las personas más cercanas, asistir corporalmente a los momentos del día. Hay todo un ritmo allí, palpitando, sin demasiadas ambiciones, lo cual no implica renunciar a las mejores oportunidades que la vida ponga en el camino.

Siento que hay muchas personas buscando un cambio de enfoque: tantean, indagan, se hacen preguntas sobre cómo llevar una vida mejor, lo cual lleva a redefinir las prioridades: qué es lo más importante, qué no. Es un comienzo.

Presiento que la vida de mis antepasados tenía sus complejidades, sus intensidades atávicas, pero a la vez estaba dotada de una simplicidad muy neta y un sentido práctico de la vida en la tierra que sería importante recrear, apegado a sus ritos cotidianos, sin demasiados afanes cosmopolitas, ni las vidas de revista que media humanidad anhela y trata de emular.

Si tuviera que gustar la vida por este rasero atávico —el de un sentido común acendrado en la tierra— debería estar conforme con el camino andado. Pero son otros los tiempos, requieren la consideración de nuevas soluciones: la transición podría ser, más bien, un reinicio, una vuelta a lo más primario de la vida, pero incorporando las herramientas brindadas por la tecnología y algo más. Para considerarlo con detenimiento.

—El reclamo de que debemos conocer nuestro pasado para caminar hacia el futuro es cada vez más persistente. ¿Es posible encontrar en la historia, pistas o respuestas para un futuro que, en muchos aspectos, es inédito?

—No siempre el conocimiento del pasado logra impedir los descalabros actuales. A veces siento que la historia se repite, pero con diferentes personajes y variaciones en los guiones. Una parte del futuro lo han trazado la historia y la ciencia ficción. La otra parte debemos avistarla en las sorpresas del presente. Estamos ante las puertas de algo verdaderamente inconmensurable. Una ruptura, honda, transversal. No sabría cómo nombrarla, ni cuál es su rostro. Pero la huelo.

En los mitos de los griegos encontramos que los dioses olímpicos —Zeus a la cabeza— exilian a los titanes en el Tártaro. El asunto está en que van a buscar salir. De hecho, como lo vemos hoy, lo hacen. Me gusta, a veces, observar los eventos de la historia y encontrar sus equivalentes en el mundo antiguo: Homero y Dante se vuelven contemporáneos. Basta oír.

—¿Se plantea preguntas sobre el futuro o sobre su futuro? ¿Por ejemplo?

—Es la cuestión más escurridiza: hay muchas líneas de futuro, todas misteriosas. Sí, me he planteado muchas preguntas sobre mi futuro. Es un horizonte que siempre me ha seducido. La pandemia —y sus repercusiones materiales— han desarmado absolutamente todas mis expectativas, así que estoy empezando de nuevo. Cada día encuentro respuestas distintas, según las circunstancias voy variando la ruta. Siempre me termino diciendo: el futuro está aquí, ahora, ya llegó. Y mientras te respondo se va moviendo hacia el pasado. Es lo más lejos que he llegado hasta ahora. Si en mis manos estuviera definir las condiciones, no lo dudaría: pasar una temporada fuera del país, pero siempre con la posibilidad de volver, de ir y venir.

Sobre el futuro, en general, podemos apreciar una paradoja: mientras llega la posibilidad de hacer viajes espaciales, los problemas de la tierra —ambientales, sociales, económicos— siguen sin ser solucionados. Hay varios inminentes: el agua potable, los alimentos.

Sí inquieta palpar cómo el futuro de la colectividad y el personal se entrelazan, como en una cinta de Moebius.

—Vivimos un tiempo de exhibiciones y exhibicionistas. Todo sirve para mostrarse. ¿Le inquieta esta proliferación narcisista? ¿Constituye un peligro para el orden democrático?

—Parte del impulso humano oscila entre mostrarse y ocultarse: coexisten ambas posibilidades. En la dinámica actual es prácticamente imprescindible salir a las redes a enseñar lo que hacemos. Los motivos pueden ser profesionales. Y así entramos en una red de intercambios. El otro lado de esta situación demuestra la existencia de un impulso exagerado de autoafirmación. Aquí aparece el narcisismo y sus peligros compulsivos. A la par de ciudadanos con expresiones muy valiosas y persistentes, todo hay que decirlo, en la atmósfera digital aparecen personajes irritados, intolerantes, tomados por la incontinencia verbal. Viven haciendo “declaraciones”, gestos bruscos, ruidosos, pero muchas veces carecen de profundidad. Intuyo que este modelaje proviene de la clase política: ha calado hondo. En esa dinámica la democracia vive una desintegración y el proceso comienza muy puntualmente con la decadencia del sistema educativo venezolano: los profesores, en todos los niveles, desprovistos de sus derechos, sin las condiciones para llevar adelante su trabajo, ni hablar de sus vidas. Esa es la realidad.

En una, dos décadas, ¿cuál será la educación que recibirán los venezolanos del futuro? Insisto: las nuevas generaciones, ¿qué tipo de formación recibirán? Es importante propiciar la formación de ciudadanos autónomos, independientes, capaces de tomar elecciones, riesgos; comenzar una franca transformación en la educación del país para lograr la visión de un futuro más sustentable, democrático, próspero. Para esto hay que hacer un cambio verdadero, sin el gatopardismo usual.

¿Qué formación tendrán los dirigentes en las próximas décadas?

Habría que impulsar una educación que integre todo lo que nos han enseñado a ver separado —la poesía, la ciencia, las emociones, el cuerpo, los ciclos de la naturaleza y la historia— para formar ciudadanos capaces de impulsar cambios.

¿Qué forma tendrán estos estudios?

Deberán crearse nuevos proyectos educativos y recrear los existentes, muy anquilosados ya.

—Hábleme de lo que le gustaría aprender. De lo que todavía no sabe. De sus aspiraciones espirituales o de conocimiento. 

—Me ocupa aprender a permanecer cerca de mí mismo, conocerme más a mí mismo, para estar en el presente cada vez mejor. Pasa por aquí toda mirada al mundo que pueda ofrecer. Por esta vía, cada día, trato de incorporar algún nuevo aprendizaje a mi experiencia.

Me interesa aprender lenguas y herramientas para incursionar con mayor solvencia en el mundo laboral actual. Me preparo constantemente para nuevas y mejores experiencias profesionales. Busco una aplicación cada vez más práctica de los conocimientos que he ido adquiriendo desde que comencé mi itinerario formativo, hace más de dos décadas ya, pues dentro de los movimientos que estamos describiendo las profesiones, los oficios y las formas de obtener el sustento también están mutando.

Hay muchos aprendizajes que me interesa incorporar: finanzas, mecánica automotriz, herrería, plomería, cine, música, artes marciales.

También quiero adquirir nuevas herramientas tecnológicas para concretar proyectos personales que están a punto de caramelo. Es cosa de tiempo. Pero esencialmente es lo que decía antes: integrar lo que en apariencia parece “separado”.

—Si le digo la palabra Maestro, ¿en quién piensa? ¿Hay un Maestro al que quisiera expresar su reconocimiento? ¿Por qué?

En todas las culturas germinan maestros, siempre unidos por interminables filamentos, no siempre perceptibles.

Es como la cadena el ADN.

Desde Pitágoras, Heráclito, Parménides y Lao Tse, la cadena es enorme: maestro es Hermes guiando a Odiseo (y soplando al oído el verso para completar el poema), Dante siendo conducido por Virgilio a través del Infierno, la Sibila mostrándole el camino a Eneas.

En el plano más personal: va mi gratitud para Santos López, excelente poeta y maestro, por ofrecer con mucha generosidad la palabra y la salida justa en las circunstancias más crudas de los últimos años.

Una palabra in memoriam para mi hermano Armando Rojas Guardia: por su sólida amistad y por su entusiasmo —hace más de una década ya— con mi trabajo.

Y otra palabra, con cariño, para María Fernanda Palacios: a la par de su obra literaria, ha hecho un trabajo docente —cívico— apasionado, perdurable.

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