Por ALEJANDRO CASTRO
¿Cómo salimos de esto? Es la pregunta del millón de dólares, o de los 800.000 millones de dólares, que es más o menos lo que se ha robado la Revolución Bolivariana en veinte años. El alzamiento popular, el alzamiento militar y la intervención (militar) extranjera. Las tres opciones están íntimamente relacionadas, la primera tendría que desembocar en la segunda, el éxito de la tercera exigiría una rendición de las fuerzas militares venezolanas. Así las cosas. No hay una salida política porque la Revolución no es un sistema político, es una organización criminal. Quizás un día, después de todo, llegue el tiempo de la política, pero ahora mismo esos son los tres únicos escenarios posibles, excluyendo, claro, el milagro.
Una de las cosas más difíciles de explicar a alguien que no sea venezolano es que nunca, en ningún momento, hemos dejado de alzarnos. En Venezuela, todos los días, hay una manifestación popular. Sí, todos los días. Cuando no son los maestros, los estudiantes; cuando no son los obreros, los transportistas; cuando no son los médicos, los pacientes. Y si no es en Caracas, es en Valencia o en San Cristóbal o en Barcelona. El problema fundamental de esto, la razón por la cual así no hemos podido acabar con esta peste, es que, por un lado, los militares han permanecido sordos (sordos, pero disparando) y, por otro lado, el gobierno (vamos a llamar gobierno a esta desgracia) controla todos los medios de comunicación, es decir, controla la verdad. Desarmados e incomunicados, los continuos alzamientos populares no han logrado más, no han logrado nada, salvo sumar muertos y desaparecidos a una lista de muertos y desaparecidos tan larga y escabrosa que ya nadie lleva la cuenta. Quizás un día.
En el año 2002, uno de esos alzamientos logró llegar a Miraflores y, no sin un saldo importante de muertos y desaparecidos, desalojar al dictador en funciones. Contábamos entonces con un sector de las Fuerzas Armadas y con una suerte de resto democrático (ya empezaba a ser un resto), medios de comunicación, electricidad, agua, comida y otros lujos, sin los cuales habría sido imposible. Al final, no tenemos idea de lo que ocurrió el 12 de abril de 2002, ni el 13, porque desde ese momento el gobierno controla la verdad. Parece que los militares se pagaron y se dieron el vuelto, ellos bajaron al hombre de la silla (le dieron un tour por La Orchila) y ellos lo devolvieron. Los muertos, como siempre, los pusimos nosotros, que no supimos nunca lo que pasó con certeza. Quizás un día.
Y quizás ese día sabremos además cuántos alzamientos militares, conspiraciones y golpecitos han dado los uniformados en los últimos años. Mientras escribo, una cifra indeterminada (e indeterminable) de militares están presos (y preso en Venezuela quiere decir torturado) por esa razón. Y es que el 13 de abril el dictador regresó, pero despavorido, así que apuró el proyecto de dejarnos sin el resto: sin medios de comunicación, sin electricidad, sin agua, sin comida y otros lujos. Pronto se aseguró de que los militares con mínimo control de armas y de tropa estuvieran completamente a su servicio y bien alimentados. Pasaron, pues, a administrar los negocios más importantes de la república, como la exportación de cocaína, con los camaradas cubanos monitoreando de cerca sus comunicaciones y sus movimientos.
Historia mínima de la Revolución Bolivariana, para los de memoria corta. El caso es que de los tres escenarios que yo, corto más bien de imaginación y de fe, alcanzo a sospechar, ya hemos probado dos. Y en esas seguimos. Todavía manifestándonos, aunque el hambre no ayuda, todos los días. Y todavía mirando cómo de vez en cuando el gobierno purga las fuerzas de orden público: no solo militares, sino incluso policías y demás amantes de las botas. Mientras tanto se ha dedicado por años a armar a cuanto asesino desempleado ha encontrado, porque nunca se sabe. Y no tiene ningún problema en sacar de paseo de vez en cuando, disfrazados de milicos, a los “privados de libertad”, el flamante eufemismo con el que intenta designar a esa población que malvive hacinada en los infiernos carcelarios venezolanos.
Por su parte, los políticos han tratado de hacer lo que más o menos saben hacer: política. Esto es, se han sentado a negociar sin tener nada para ofrecer, se han sentado a dialogar con los que no tienen nada para decir. ¿Qué otra cosa esperábamos de ellos? ¿Que nos llevaran de excursión a Miraflores? Hecho. ¿Que convocaran una huelga general? Hecho. ¿Que fingieran un discurso único con el que hacerle frente al discurso único de la dictadura, para ver si así lográbamos una victoria electoral tan aplastante que obligara a los usurpadores a entregar el preciado coroto? Hecho. Hecho en vano, por supuesto. Quién sabe por qué aceptaron la victoria de la oposición en los comicios parlamentarios. Quizás porque no la aceptaron, es decir, anularon la juramentación de los diputados de la provincia más remota y menos poblada, con la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (llamemos justicia a ese delito) repotenciada para pasarse a la Asamblea Nacional por el arco del triunfo.
Así comenzó la búsqueda del Milico Mítico, que ha sido más difícil de encontrar que el Monstruo del Lago Ness. Se dice que alguien habló una vez con uno que creyó ver una foto perdida de un militar que sabe leer. Cuentan que había ojeado la constitución y sintió de pronto un escalofrío parecido a la vergüenza. Supuestamente un primo del cuñado de una amiga lejana tiene un sobrino que cree haberlo visto a lo lejos, detrás de una enramada. Dicen que habita en Fuerte Tiuna, o en Charallave, o en Paramacay. Que lo vieron no se sabe ni dónde, ni cómo, ni cuándo. Hay quien afirma que encontraron huellas de sus pisadas por Sabas Nieves. Un señor dice que lo oyó una noche tarareando el Himno Nacional, ¿o era la canción de los pollitos? Como sea, parece que sí existe y que viene arrecho, como Jesucristo. Y pondrá preso a Maduro et al. Y regresará después a sus cuarteles para que organicemos en paz unas elecciones sin, ay, Tibisay.
Sorprende ver la cantidad de gente que a estas alturas cree en el Milico Mítico. Ya no queda mucho en qué creer y alguno habrá pensado que, como gobierna Pie Grande, Pie de Atleta o el Abominable Hombre del Bigote, puede que esta leyenda también sea cierta. No será de la tropa porque esos pobres muchachos y muchachas tampoco han comido y no mandan ni en su casa. No será un altísimo almirante porque esos son más bien del tipo bajito, gordito y narcotraficante. Puede que sea de los mandos medios, que medio comen y medio mandan y medio roban la comida medio podrida que revenden para rebuscarse. El problema es que los cubanos los espían a todos y así es muy complicada la cosa.
No hay nada en este ancho mundo más despreciable que un militar venezolano (posiblemente un militar cubano, aunque esto no ha sido comprobado). Se trata de un cuerpo corrompido hasta los huesos, conformado por ese tipo de machos tan machos que les pegan a las mujeres, pero cuando peligra su propio pellejo se orinan en los pantalones que por algo son camuflados. Se trata de una patulea cobarde de hombrecitos que no servía para nada o que fracasó en todo lo demás. Un montón de testosterona fermentada que recogieron en algún pueblo ignoto, despiojaron y humillaron durante un par de años, mientras aprendían la compleja ciencia, superada en dificultad solo por la física teórica, de apretar un gatillo sin babearse mucho.
También los de carrera, los de academia, que soportaron lo indecible de la disciplina (llamemos disciplina a la mansedumbre) solo con la promesa de que al año siguiente tendrían una nueva promo para desquitarse. Como el agregado militar en USA, que cuando le ordenaron regresar a Caracas reconoció como presidente al interino y casi hasta le manda un ramo de flores a su señora esposa. Como el Coma-andante, temblando en La Orchila porque no lo habían dejado llamar por teléfono a su mamá. Como los que se sublevan del lado colombiano, porque es que del venezolano es muy complicada la cosa.
Ojalá me equivoque, nunca como ahora había querido tanto estar equivocado. Ojalá salga de su guarida mitológica el milico humano y acabe con esto para bien. Mañana será tarde, pero no se lo tendré en cuenta. Ojalá esta rabia mía se vuelva contra mí solamente, saliva sobre mi propia cabeza maldiciente. Ojalá aparezca el milico humano, el que asesinó solo a manifestantes mayores de edad, el que robó honradamente o el que exportó cocaína, pero sin rendirla. Sería como encontrar la Atlántida o el último unicornio, de cuya cornamenta bienaventurada brotarían miel, leche y antibióticos. Si no, si tengo razón, solo nos va quedando el último escenario, lamentablemente no menos inverosímil: la mítica ONU. Que las exangües democracias del mundo, que todavía están investigando si es cierto que Bashar al-Ásad disparó armas químicas sobre su propia población, decidan intervenir, ¡qué intervenir! Si tengo razón, una sola amenaza seria, no digo un halcón, sino un colibrí, una mariposa de lluvia, haría que los militares, que porque son la enfermedad no pueden ser el remedio, corran a esconderse en el hueco del que no debieron salir nunca. En cualquier caso, mientras nosotros seguimos poniendo los muertos, parece que la batalla final será entre Maduro y su doble, el Chupacabras.
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