Por YOLANDA GANTEAUME DE PANTIN
Dos años
Nuestra Yolanda cumplió dos años en Los Castaños; no se lo celebramos por estar de duelo de mi papá. Ella tiene el cuerpo muy espigado y esbelto, muy diferente a Elita y Harry a esa edad que eran gordísimos. Yo atribuyo el que no sea tan gorda a que nunca le han gustado los teteros y apenas se toma la mitad, pero en cambio es graciosísima cuando almuerza y come, pues lo hace ávidamente y ella sola; come con su cuchara y deja siempre limpio el plato.
Mi Yola tiene dos años y nueve meses y está espléndida. Dios la guarde, parece una flor. Ha engordado muchísimo, tomando seguido fosfato de calcio de Beauvillier que le ha hecho un bien extraordinario. Ya habla de todo y tiene una carita que es un salero. Tiene una expresión lo más pilla y graciosa y una mirada linda y picarísima: ella y Lila son una diversión, como son tan iguales juegan mucho pero también pelean por todo.
Cuatro años
Ya mi Yola tiene cuatro años y es, como siempre, linda y hermosa. Tiene un porte muy distinguido, camina muy derechita y se mueve con mucha gracia. Tiene un carácter muy especial de ella, es cariñosa y muy mingona; de nada forma un llanto pues aunque es sumamente viva, nunca se sabe defender cuando sus hermanitos mayores la quieren chivatear y, en cambio, ella a los más chiquitos los chivatea de lo mejor; todos la embromamos mucho pues cuanto juguete o muñeca cae en sus manos lo rompe, así es que la llamamos “La destructora”, cosa que a ella le cae muy en gracia pues al romper cualquier cosa, se presenta muy seria y por toda razón dice: “Es que yo soy muy destructora”.
Conmigo, especialmente, es muy cariñosa. Cuantas veces al día encuentra oportunidad, me dice: “Pero es que, mami: yo te quiero mucho”. De noche, al acostarse, después que la rezo me dice con un cariño singular: “Ahora déjame darte mis tres besitos” y en cada mejilla me planta tres sonoros besos que llenan mi alma de felicidad.
Por la mañana es cómica al despertarse pues es muy flojita y nunca encuentra el momento de saltar de la cama; cuando la cargadora pierde la paciencia entonces resuelve levantarse ella sola y muchas veces se viste con toda la ropa al revés pues todavía es un currutaco la hijita.
Ocho años
Ya mi Yola tiene ocho añitos, siempre hermosa y sandunguera, inteligentísima y tremenda; le encanta rochelear y embromar a sus hermanitos; en la noche, cuando se acuestan, es una película porque se vuelve una acróbata en la cama: pasa una pierna, da vueltas de carnero, empieza a dar brincos y a reírse sola. Elita se indigna y empiezan: “Apaga la luz”, “Que no la apago”, que sí, que no, acaban peleando siempre y yo desde la salita me muero de la risa con los caracteres tan diferentes de mis dos hijitas.
En la Navidad del 43, Mamamá le regaló un bebé precioso y lo mismo a las niñitas de Leonor; lucían faldellines de organdí y gorra de encajitos. Leonor y yo les preparamos una fiestecita para celebrar el bautizo de ambos bebés; el de Elita y Yola se llama Lila y el de Josefina y Mercedes, Graciela. El cortejo fue comiquísimo. Delante iban Yolanda y Mercedes que eran las cargadoras; ambas iban con sus vestidos adecuados, después seguían los padrinos y madrinas y luego las mamás, que eran Leonorcita y Elita; la abuela de los bebés era Leonor, con peluca blanca y lentes y todos los niñitos disfrazados de gente grande. Yo hice de cura, muy bien caracterizado, con una larga barba con aire de capuchino.
La ceremonia se hizo con todo protocolo y Mamamá, que hacía las veces de bisabuela, se estremecía de la risa y por consiguiente, el público asistente. Fue un día de alegría en la Casa de Paya.