Por MAITE ESPINASA
Regresé a casa después de más de dos años de ausencia. Lo necesitaba. Todo permanecía en el mismo lugar. También Caracas se mostraba intacta allí tendida, con su luz y su montaña imponente que la abriga. El tiempo parecía haberse detenido desde aquel momento en que salí por la puerta, con la maleta en la mano, para irme lejos, ansiosa por desintoxicarme. Mi voluntad, ante tanta indolencia, había colapsado.
Pero todos sabemos que el tiempo solo se detiene con la muerte. Y en Venezuela, corre vertiginosamente desde hace varios años. Una secuencia tras otra de atrocidades se atropella, se apilan, se superponen, se estrellan. Nuestra mirada no logra atrapar su magnitud pero, poco a poco, vamos sintiendo nuestras almas horadadas.
Era el cuatro de enero de este año cuando salí a reencontrarme con mis calles. Quise pensar que la desolación y el silencio se debían a la fecha. Hice una compra, y a la hora de pagar quedé absorta, viendo cómo la cajera hacía una serie de malabarismos matemáticos para que lográramos saldar aquella cuenta. Al terminar, alcé los ojos y caí en cuenta de que ella era la única que estaba alerta, los demás, todos, parecían apagados, con la mirada perdida. Quise despertarlos para desearles un Feliz Año, pero hubiera sido una afrenta ante el desasosiego en que estaban sumergidos. Sentí escalofrío.
Tardé varios días en adquirir un cierto manejo de la situación. Entendí entonces que, aunque eran las calles que tanto conocía, estaba en otro lugar. Venezuela, hace tiempo, más que un país, es ahora un espacio geográfico, donde sus habitantes, en lugar de nacionalidad, compartimos un estado de ánimo. Nos reconocemos porque la sufrimos, porque nuestros corazones han sido atravesados por la misma daga perversa. Produce vértigo, te va envolviendo una sensación de desamparo.
Puedes ver a todos procurando sortearse la vida, en un mundo en donde ya no hay códigos, reglas, normas, ni acuerdos, solo prevalece la ley del revolver. Cada quien debe bregar sus maneras de resolverse el sustento, la salud, los servicios. Hay que hacer un esfuerzo brutal para sentir que tienes una vida normal, una cotidianidad manejable. Además, unos y otros, cargando con nuestra pequeña o gran tragedia. Y, a sabiendas, de que el enemigo puede estar en cualquier parte.
La mayoría hemos sometido la esperanza, el ánimo ya no da para una nueva frustración. Nos hemos levantado con fuerza tantas veces, confiados en haber encontrado el camino que termine con el oprobio, y tantas veces hemos sido aplastados por la crueldad. Demasiados son los que han sido asesinados, otros muchos han sufrido torturas, prisión, cientos de miles han tenido que huir. Así que, a estas alturas del partido, transcurridos ya 21 años, seguir acometiendo una vida decente bajo el Régimen, ya es un triunfo.
Pero, también encontré allí, intactos, los afectos. La alegría y la calidez de los reencuentros fue una fiesta de abrazos desmedida. Una tormenta de palabras que fluyen, donde todos conocemos las referencias y no hacen falta explicaciones. Familia, amigos, vecinos, conocidos, nos rodearon, y empaparon nuestras almas de esa solidez que te imprime el saber que están allí para ti, que te han estado esperando. Entonces tú adviertes por qué, a pesar de haber estado disfrutando de una vida placentera en otros lares, en tu corazón permanecía un hueco que no conseguías llenar, y sabes ahora que solo allí puede ser abastecido. Aun cuando ya no seamos los mismos.
Incluso puedes toparte con personajes muy osados, que despliegan un ingenio sin fronteras. Hacen de ello su armadura y convierten en realidad ideas que, aún en cualquier parte del planeta, serían un desafío. Los encuentras por ahí, mostrándose en alguna esquina, solo hay que estar atentos. Magos ante la adversidad, que logran hacerte sentir, por momentos, que podemos ser invencibles.
Las cifras en Venezuela, que son montones de personas con nombres y apellidos, resultan aterradoras. Cualquiera puede acceder a ellas, echar un ojo y quedar petrificado ante semejante horror. No es un problema de izquierdas, ni derechas, ni ultras, ni centros, ni de ningún ismo. Es una tragedia humana, es una zona geográfica del hemisferio occidental, secuestrada y saqueada por un grupo terrorista. Somos millones de seres humanos en peligro de extinción, y nuestro padecimiento puede resultar contagioso.
No está demás estar atentos.