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Memoria en tres tiempos

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Al escucharlo o leerlo, era difícil no contagiarse de su interés por despejar aspectos del pasado y del presente poco conocidos o mal tratados, siempre con su admirable fluidez entre la historia y la noticia, los archivos y los libros, el decir y el hacer”

Por ELSA CARDOZO

El aprecio de Simón Alberto Consalvi por la palabra está tan presente en su escritura, sus conferencias y entrevistas, como lo estaba en la conversación y las tertulias que propiciaba su presencia: con su atención plena al escuchar, tiempo para reflexionar envuelto en el humo de su habano, y cuidado al decir, sin restarle gracia a la agudeza. Esa imagen inspira estas líneas, desde el respeto y el afecto cultivados en tres tiempos.

I.

En mayo de 1986 el canciller Simón Alberto Consalvi ofreció una conferencia en Sartenejas, convocada desde el Instituto Internacional de Estudios Avanzados. La invitación incluyó a profesores de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela, que asistimos con enorme interés a la que prometía y resultó ser una exposición muy importante. No solo escuchamos una evaluación de los desafíos nacionales e internacionales a los que Venezuela debía responder, sino una franca reflexión sobre el modo de hacerlo. Su texto, publicado luego bajo el título “Una política exterior democrática en tiempos de crisis”, se convirtió en puerta de entrada a los muchos aportes de Consalvi al análisis de la política internacional y exterior de Venezuela: sus escritos, los documentos y estudios cuya publicación inició en la Biblioteca de Política Exterior del Ministerio de Relaciones Exteriores, y su siempre generosa disposición hacia la vida universitaria.

En Sartenejas, el canciller, que había sido embajador en Checoslovaquia, ministro de la Secretaría de la Presidencia y Representante de Venezuela ante las Naciones Unidas, delineó una política exterior de sobrio y ponderado realismo, desde el que aconsejaba entender el mundo como era, pero sin renunciar a transformarlo. Su orientación estratégica debía tener como centro a los venezolanos y a la protección del orden democrático. Eran los tiempos de confluencias latinoamericanas a partir de las contribuciones del Grupo Contadora a la paz democrática en Centroamérica y de su ampliación al Grupo de los Ocho, en el que a Venezuela, México, Colombia y Panamá se sumaron Argentina, Brasil, Perú y Uruguay. De allí había surgido el Grupo de Río, cuyo propósito de consulta y concertación iba acompañado por el apoyo a la concurrencia de las iniciativas subregionales de integración y por el compromiso de promover y defender prácticas, instituciones y valores democráticos. 

Ya entonces, como buen conocedor de nuestra historia, de los laberintos de la política internacional y de los ciclos de las afinidades regionales, Consalvi advertía sobre los riesgos que corría un país tan confiado en la riqueza petrolera como descuidado con su democracia. 

Años más tarde, en 1998, bosquejaba una preocupante visión de futuro a partir de un presente nacional, regional y global convulso, a la vez que peligroso para una democracia cada vez más vulnerable y reacia a reformas institucionales. Sus libros, contribuciones a volúmenes colectivos, artículos y entrevistas contribuyeron desde entonces a un mejor entendimiento de los retos de Venezuela en medio de las condiciones globales, regionales y nacionales que habrían de propiciar la ruptura con casi medio siglo de democracia.

II.

Entrando al siglo XXI, a los engaños del proyecto de refundar la democracia se añadió el afán por reescribir la historia desde el poder para borrar trechos decisivos de la construcción republicana. Frente a ello, se produjo un sostenido esfuerzo de investigadores y escritores por cultivar el conocimiento de Venezuela. Desde la Historia, en todas sus vertientes y con admirables esfuerzos de investigación, publicación y difusión, se alentó la atención a lo borrado o tergiversado por el discurso oficial, poniendo especial atención al accidentado recorrido para alcanzar la democracia, que supuso grandes padecimientos y mucha convicción.

A esos esfuerzos Simón Alberto Consalvi contribuyó con numerosos estudios y publicaciones, proyectos editoriales, conferencias, participación en foros y cursos, así como con sus orientaciones, artículos, editoriales, campañas e iniciativas en El Nacional. Al escucharlo o leerlo, era difícil no contagiarse de su interés por despejar aspectos del pasado y del presente poco conocidos o mal tratados, siempre con su admirable fluidez entre la historia y la noticia, los archivos y los libros, el decir y el hacer.

Aparte de los editoriales inocultablemente suyos, cada uno de sus artículos dominicales en Siete Días era un ejercicio de reflexión presente, memoria histórica, reconocimiento y respeto por los méritos ajenos, refinado sentido del humor y francas advertencias. En diciembre de 2008 escribía: “Centralismo y presidencia vitalicia nos remiten a las batallas del siglo XIX”. Ese mismo año, a medio siglo del 23 de enero, había recordado algo que resuena en el presente: 

“Mientras el dictador trataba de persuadir a las Fuerzas Armadas de que le prolongaran su respaldo, durante el año 57 los venezolanos dentro y fuera del país, en las cárceles, en la clandestinidad o en el exilio, en las universidades y en las calles, dieron lo mejor de sí mismos en un momento crucial de nuestra nación.”

A los proyectos editoriales que inició e impulsó –entre ellos el de Monte Ávila Editores– sumó en la primera década del siglo XXI el de la Biblioteca Biográfica Venezolana. Plumas más y menos veteranas fueron invitadas a ofrecer perfiles biográficos de mujeres y hombres que, en los más variados campos, influyeron en la configuración y el conocimiento de Venezuela. Fue un privilegio poder mirar de cerca el inicio y desenvolvimiento de las tareas que rodeaban un proyecto tan exigente, desde la selección de los personajes a biografiar y la invitación a los autores, hasta la meticulosa revisión de las entregas y su impresión a tiempo de cumplir con la frecuencia prevista en el plan de publicaciones.

En alguna de las presentaciones de libros, cuando la colección rondaba el centenar, Consalvi comentó que imaginaba al conjunto de las biografías sobre una mesa como cartas que, ordenadas de diferentes maneras, ofrecían diversas visiones de Venezuela. Sus contribuciones a la colección son reveladoras de su propia perspectiva.

Con Santos Michelena, describió al estadista liberal, negociador diplomático, organizador de la hacienda y las relaciones exteriores en años decisivos para la construcción del estado y la república en Venezuela. Valoró en él la firmeza de sus convicciones y su resistencia a la imposición de la fuerza sobre las leyes:  ante la insurrección de terratenientes y militares contra el gobierno de José María Vargas en 1835 y en su valiente oposición al asalto al Congreso en 1848, que finalmente le costó la vida. 

En Juan Vicente Gómez, prestó especial atención a la concentración de poder político y económico, así como al apoyo de ilustrados civiles que lo justificaron como gendarme necesario y de por vida. Sin embargo, al lado de los eventos confirmadores de esas tesis pesimistas sobre el destino de Venezuela, el historiador recordó la emergencia –entre protestas, prisiones, tormentos y exilios– de la generación que lucharía por el derecho a elegir otros rumbos a partir del voto universal, directo y secreto. Entre las conspiraciones y las cárceles de entonces, Consalvi valora en José Rafael Pocaterra el testimonio de las memorias de prisión y sus novelas, y se detiene los giros de su vida política. Lo presenta como parte del traumático tránsito generacional hacia aspiraciones democráticas liberales: desde la fallida invasión del Falke en 1929 hasta las funciones diplomáticas en 1948 bajo el breve gobierno de Rómulo Gallegos; pero también bajo la Junta Militar que lo derrocó, posición que abandonó en 1950 tras el asesinato de su amigo Carlos Delgado Chalbaud. En Armando Reverón fue presentado el pintor, contemporáneo de Pocaterra, en “un universo aparentemente ajeno al poder… mientras no osara cuestionarlo”, en un ámbito -el del arte- especialmente apreciado por Simón Alberto Consalvi.

Con Rómulo Gallegos, se detuvo en sus cuentos y novelas, la candidatura simbólica, la primera y breve presidencia de un civil en más de medio siglo y, especialmente, en su coherencia antes, durante y después del golpe militar. La pregunta al final del libro volvió a los años de Santos Michelena y a la asonada militar, encubierta como revolución de las reformas, contra el gobierno de José María Vargas: “¿Desdice de Gallegos o desdice de la política, si así puede llamarse aquella insurgencia, la reaparición cíclica de Pedro Carujo?”. Recuerda así la imagen que resumió el contraste entre el presidente que defiende la justicia ante el captor militar que se impone por la fuerza. Pero al lado de esa recurrencia, también se encuentra en estas páginas –y en las muchas otras de las investigaciones de Consalvi sobre Gallegos– algo generalmente olvidado, que habla de la perseverancia de la justicia. En 1960 el expresidente Gallegos fue elegido miembro de la recién creada Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En la extensa cita de su primer discurso, como presidente de esa Comisión, se lee:  «La soberanía nacional es materia de obvia y primordial importancia, pero no lo es menos la persona humana en sí, objetivo final muchas veces olvidado de la acción del Estado y de todas las empresas de engrandecimiento colectivo”.

III.

En el turbulento presente de Venezuela y el mundo, recordar a Simón Alberto Consalvi es un llamado a mantener todas las cartas a la vista: las del pasado y el presente de Venezuela, con sus sombras y sus luces. Es así, aliento a la comprensión integral del país, la misma con la que Mariano Picón Salas –cuya obra estudió Consalvi con detenimiento– combatió la tesis pesimista sobre el destino venezolano. La comprensión de dificultades y posibilidades, nos ofrece razones para reconocer, cultivar y sostener la resistencia a un destino de sometimiento y pobreza, acompañados por un sobrio y ponderado realismo en la tarea de cultivar condiciones internacionales favorables a los venezolanos.

El recuerdo y la comprensión invitan a valorar la curiosidad y la disciplina, la coherencia entre lo dicho, escrito, vivido y hecho, la resistencia de la memoria, la perseverancia del impulso democrático y la oportunidad de su recuperación que, en medio de enormes obstáculos y sacrificios, hoy se asoma para Venezuela.

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