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Memoria en sol mayor sostenida

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Por FAITHA NAHMENS LARRAZÁBAL

La partida precoz de Juan Francisco Sans Moreira, el artista con tendencia a genio que se destacó en todas las instancias del quehacer musical, ese territorio donde se movió a sus anchas que es marca rotunda en la memoria y en el que hubiera podido dar todavía mucho más todavía, porque fue un apasionado creador, justamente pone en evidencia, su partida, lo prodigioso  del legado que deja a disposición, produciéndonos tanto pesar como asombro.

La misa que lo acaba de despedir y convertirlo en cántaro abierto a tanto amor —amor que nos compone— es una muestra de la fina costura con que tejió sabidurías y afectos en el país y más allá. Colombia o Costa Rica. El aforo repleto de la Iglesia San Juan Bosco de Altamira, tres corales unidas junto al altar para cantar en los distintos tonos de las voces, como un país, los graves y los altos, oyéndose acoplados en función de la estética —o la verdadera democracia, según—, el repertorio escogido será cobijo en el vacío que resonará en los altos techos; eco que reconstruirá su presencia. Hombre que es música, no falta a su homenaje.

Este venezolano con capacidad renacentista para componer, limpiar a fondo partituras, aconsejar formas resolutivas, enseñar la devoción por las obras nuestras, habitó la música, y desde esa pasión sin fisuras se dedicó a su difusión y comprensión. De verbo cáustico y sin ambages y a la vez tan gentil, talentoso creador de exquisito intelecto y oído, y señor en la escena artística, el exdirector de la Escuela de Artes de la Central, dilecto profesor y tutor de tesis, compilador, batuta, flautista e intérprete del piano, y quien con su esposa Mariantonia Palacios haría un dúo que abarcaría la vida y el teclado, ese espacio donde tocarían a cuatro manos las canciones de los bailes de salón del siglo XIX, Juan Francisco Sans hubiera podido ser un solista celebérrimo al decir del músico Miguel Astor o un compositor fuera de serie, pero prefirió, sin dejar ni esto ni aquello, la musicología, siendo entonces uno de los más importantes investigadores de la raíz de este arte aquí y en el continente.

En el olimpo donde están los grandes como García Bacca, Mariano Picón Salas, Juan Nuño o Manuel Caballero como añade Astor, y como Villanueva, Soto, Cruz – Diez, Calcaño o Sojo, sigue uno enumerando, fundador de corales y autor de libros imprescindibles sobre el origen de los distintos géneros latinoamericanos, deja un rimero de documentos imprescindibles que revelan cómo comenzó todo en la región. Universal y enamorado del país, se despide de la escena, ay, en otras tierras, tan cerca de casa y tan sin ella, como profesor del Instituto Tecnológico Metropolitano de Medellín. Investigaba sobre los músicos que como él habían marchado y ya sumaba la lista, ay, más de 1.500.

Charlista seductor, todos recordando su don de gentes, fue homenajeado por el Orfeón Universitario de la Central, la Schola Cantorum de Venezuela, Ángel Palacios que le dedicó especialmente una tonada al maestro y una cerrada ovación de pie que dejaría en claro que se despedía a un sol mayor sin bemoles. Luego llovió a cántaros. Por diez minutos se cayó el cielo, como emotiva coda. Difícil reponerse.

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