Marianela Maldonado, directora del documental Niños de Las Brisas, habla de los protagonistas de su documental. Rodada a lo largo de 10 años —de 2009 a 2019— con el mismo grupo de participantes, la película observa la continua evolución de sus protagonistas
Por RAFAEL SIMÓN HURTADO
Desde su primera infancia hasta los albores de la adolescencia, y una temprana adultez, con Dissandra, Edixon y Wuilly, el documental recrea el testimonio de su crecimiento y el despertar de sus conciencias en el seno de una realidad familiar y social cambiante, a veces auspiciosa, pero otras veces, dura, dolorosa.
Marianela todavía se refiere a ellos como sus niños, pues los vio crecer desde que decidió seguirlos, para filmar un documental que ha conmovido a Venezuela y al mundo.
La película narra la historia de tres niños que se inician en la música en el barrio Las Brisas, en Valencia, Venezuela, al sur de la ciudad, formando parte de la Orquesta Tejedores de Sueños, agrupación adscrita a la Fundación del Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, fundada por José Antonio Abreu.
Cuando los conoció y comenzó a rodar, efectivamente, eran niños. Hoy en día son adultos, cada uno recorriendo un camino propio en la música o después de ella.
El largo recorrido de filmación no había considerado, como primera opción, la realización de un documental.
“Al principio no era un documental —dice Marianela. Yo estaba investigando para contar una historia. Venía de trabajar con música académica, pero en animación, ficción. En Inglaterra trabajé mucho en ficción como guionista. Empecé a investigar para escribir un proyecto, un guion. Quería hacer algo sobre el movimiento de la música en Venezuela, que era bastante importante en aquel momento, y también estaba muy interesada en mostrar algo de la realidad venezolana. Buscando una historia para contar, primero estuve en Caracas, investigando en el Centro de Acción Social, y aunque me pareció muy lindo todo, ya había músicos establecidos. Fue cuando llegué a Tejedores de Sueños, en Las Brisas. Es una pequeña orquesta, un núcleo que se abre en un trabajo conjunto de la Universidad de Carabobo y el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela”.
Sus integrantes son niños muy humildes que tienen contacto por primera vez con el mundo de las artes, y con una orquesta. La metodología del proceso educativo integral se centra en la ejecución instrumental, a través de la formación musical básica, práctica colectiva, talleres de fila, ensayos seccionales, clases individuales y prácticas orquestales y corales.
“Me pareció muy conmovedor que estos niños estuvieran tan entusiasmados, y que, además, sus familias también lo estuvieran, con tanto optimismo. Veían en la música una manera de salir adelante, una verdadera opción de vida. Los protagonistas de Niños de Las Brisas descubrían en la música un espejo de sus vidas, un camino para la realización y un refugio contra las dificultades. Edixon se imaginaba dirigiendo una orquesta, como Dudamel, y Wuilly soñaba con ser solista y tocar el Concierto de Mendelssohn. Ese fue el nacimiento del proyecto”.
Cuando vio a los niños por primera vez pensó que lo descubierto era mejor para un documental, y no una ficción, su idea original. Lo que estaba ocurriendo frente a sus ojos transpiraba tanta belleza que, casi inmediatamente, comenzó seguirlos.
“Puedo decir que la primera semana que estuve en Las Brisas conocí a Dissandra y a Edixon. Así comenzó todo el proceso. A Wuilly lo conocí dos años después”.
Dissandra fue la primera niña con la que hizo contacto en el núcleo. La describe como una niña luminosa, hermosa, llena de optimismo, quien, con sólo nueve años, sabía hablar muy bien.
“Inmediatamente me invitó a su casa. Era una niña desenvuelta, que quería contar una historia. Quiso que conociera a su familia, a su mamá. En ese momento comprendí que tenía una puerta abierta”.
También entrevistó a muchos otros niños, entre ellos a Edixon, quien le pareció un niño empático, curioso, auténtico.
A lo largo de los años siguió, cámara en mano, a otros niños, y, además, a un par de profesores. Marianela estaba en esa búsqueda de la historia, en un proceso de paciente y largo aliento.
“Hubo niños que al comienzo estuvieron muy comprometidos, pero en la medida en que fueron creciendo y llegaron a la adolescencia, ya no quisieron filmar. Me tuve que adaptar. Eso sí, las filmaciones fueron hechas con mucho respeto, con mucha autenticidad. Sólo tomaba lo que ellos traían a la mesa”.
La realidad cambia el guion
Marianela Maldonado es egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, en Comunicación Social. Desde su primer libro de narrativa publicado en 1991, La felicidad es una pistola caliente, ha escrito y dirigido cortometrajes de ficción como The Look of Happiness (2002) y Breaking Out (2004), estrenados en el Festival de Cine de Cannes. En 2008, como guionista, coescribió Peter and the Wolf, cortometraje que obtuvo el premio Oscar al mejor corto animado.
Esa experiencia acumulada la puso en práctica en Niños de Las Brisas, mediante el género cinematográfico que se vale de un guion que la propia Marianela califica como un misterio.
“Un misterio divino, como la Santísima Trinidad: existe y no existe. Un guion para documental tiene mucho que ver con la motivación del director o con la motivación del equipo que narra, y con las decisiones que se van tomando. Es verdad que uno va reescribiendo. Yo vengo de la escritura, de la narrativa. Vengo de ser una guionista de ficción que es muy diferente al guion documental. En el caso de Niños de Las Brisas hice un primer planteamiento. Estos son los niños que conocí, y, a manera de predicción, pensé en lo que podía pasar. Cuando vas escribiendo tienes una conexión especial con la gente, porque los has escuchado, y entonces te guía el deseo de las personas. Si esa persona quiere ser músico, yo lo voy a acompañar en ese viaje; si esa persona quiere irse del país, yo lo voy a seguir en ese trayecto. Tienes un punto de vista que es el deseo de los personajes. Y luego, por supuesto, el punto de vista del realizador. Sin embargo, un ejercicio muy hermoso en el documental es tratar de dar un paso atrás, ser observador, y dejar que sean ellos los que cuenten la historia. A veces estarás de acuerdo y a veces no, pero igual tienes que aprender a estar allí”.
Cada paso que daba significaba una decisión de escritura. Marianela cuenta que tanto en Niños de Las Brisas como en Érase una vez en Venezuela, documental de 2020 en el que colaboró en la elaboración del guion, adquirió y reafirmó ese aprendizaje, que después incorporaría en otros de sus trabajos: Unmade Beds (2009), The Flying Machine (2013) y The Magic Piano (2011).
“Tanto en Érase una vez en Venezuela como en Niños de Las Brisas adquirí ese aprendizaje. Lo conversé mucho con mi amiga Anabel Rodríguez Ríos, directora de Érase una vez en Venezuela. En estas experiencias aprendí en dónde situar la cámara, valiéndonos de la intuición, pero también de la comodidad. No tratar de buscar una belleza estética forzada. Cuando piensas en la búsqueda estética, que es característica de la ficción, te alejas de la verdad”.
Otro aspecto importante de la película fue el proceso de edición. Si bien es cierto que el documental es una representación de fragmentos de la realidad captada a través de la cámara, es muy cercana No hay metáforas ni adornos. Se exhiben los rostros en su más pura y cruda belleza.
“El proceso de edición fue brutal” —dice Marianela. “Las horas que contenía el material fílmico eran impensables. Se escogían las escenas que se consideraban más auténticas, las más bellas, sin detenerse, en principio, en qué historia se estaba contando.”
“Al comienzo los chicos y sus familias le hablaban a la cámara, porque nosotros, mi esposo y yo —Robin Todd, director de fotografía—, estábamos allí, Pero después ellos se dan cuenta de que la dinámica era que debían seguir en su vida. Cuando pasas muchas horas frente a una cámara, te olvidas de ella. Allí empezaron a surgir las cosas más interesantes”.
Luego de seleccionar las escenas, que abarcaron siete horas, de un total de 500, se emprendió la edición.
“Nos tomó dos años editar la película. Estuve con Jessica Wenzelmann, mi coguionista, quien hizo un trabajo espectacular, mirando todo el material. El nivel narrativo fue muy difícil, pues se construyeron tres historias con muchos giros narrativos intimistas, que se entrelazan, pero cada uno con una relación con la música diferente. Luego están las historias que narran la comunidad, lo colectivo, que se cuentan a través de las historias individuales. Es una película sobre tres niños y su relación con la música, El Sistema, y también es una película sobre el país”.
El documentalista como testigo
La película es un espejo en el que el país se ha mirado en la minúscula y sutil escala de los acontecimientos domésticos de tres familias, que se engranan en la dimensión mayúscula y épica del relato de un país entero. “Una película que logra la rara proeza de combinar lo íntimo y lo panorámico”, de acuerdo a Phil Hoad, de The Guardian.
Una doble articulación sostenida sobre los cimientos de un amplio cuadro temporal y sobre las coordenadas estilísticas de su directora, incitada por el influjo de lo real. En ese registro, el guion cuajó, al cabo de 10 años, un sensible retrato de las distintas etapas de una experiencia humana.
Es inevitable pensar en Boyhood, de Richard Linklater, como referencia de Niños de Las Brisas. Marianela responde que cuando se exhibe la película del director de cine y guionista estadounidense, ella ya tenía ocho años filmando.
“Yo no sabía que iba a estar diez años filmando. A mí me gusta mucho el cine narrativo, el documental narrativo, el seguimiento de vidas, ver hacia dónde van las personas. En donde no hay quien te explique la realidad, sino que son los personajes los que te van guiando por su realidad”.
“Yo pensé que iba estar unos cuatro o cinco años. Mi intención era llevar a los chicos a una orquesta y ver cómo cambiaban sus vidas. Por supuesto, yo también estaba interesada en retratar la realidad venezolana, porque en ese contraste es donde está el conflicto. Cuando yo los conozco a ellos no todo es color de rosa. Para ir a un concierto tenían que montarse en cuatro autobuses; llevar los instrumentos al barrio suponía un riesgo. Ese contraste era lo que yo quería explorar”.
La realidad cambiaba el guion y Marianela sugería adaptaciones o corregía los acentos.
“Cuando haces un registro de vidas humanas, muestras una historia que tiene una complejidad. Es allí en donde nace la historia. Cuando comencé a contarla, lo que me conmovía era la belleza que la música traía a la vida de los niños. Yo quería mostrar eso. Pero no fue tan fácil”.
El documental no está exento de controversias, pues parte del proceso de filmación coincidió con los años en que Venezuela —2016-2019— se vio envuelto en una violenta crisis que golpeó de pobreza a la sociedad venezolana, lo cual repercutió en El Sistema.
“El Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela no es una isla. Vivimos momentos bastante difíciles, por lo que hubo eventos que se fueron entretejiendo. En ese período los chicos —ahora jóvenes— tuvieron que tomar decisiones difíciles. Dissandra se fue a Perú unos meses después de que cumplió 18 años. Y los otros también tuvieron que tomar decisiones muy fuertes. La música los acompañó, ayudándolos materialmente a sobrevivir, tanto a Wuilly que estuvo en la calle tocando en Nueva York en las estaciones del metro, como a Dissandra, que se desempeñó como maestra de violín, a pesar de no tener papeles; y también a Edixon lo asistió espiritualmente. La música estuvo allí”.
“Otro punto de vista —dice Marianela— es que El Sistema les prometió a los chicos algo que no pudo cumplir. Ninguno se convirtió en músico profesional. He allí la complejidad de la realidad. Yo creo que los logros de este material fílmico, que hemos hecho en equipo, bajo la producción de Luisa de la Ville, es, precisamente, que no muestra una sola cara de los hechos”.
Marianela Maldonado no juzga negativamente a El Sistema, por el contrario, afirma que es una iniciativa que les brinda una oportunidad a los niños del barrio Las Brisas.
“Yo amo el trabajo que realizan los profesores de El Sistema. Sé que muchos de ellos trabajan con la ilusión de enseñar. Lo hacen porque creen en ese ideal, porque saben que, yendo al salón de clases, hacen una diferencia. Esa gente está haciendo un trabajo maravilloso. Es más, muchos sufren todo lo que está pasando en el país”.
“Pero también debemos reconocer que El Sistema es usado como propaganda política. Y allí está la complejidad, y sólo en la complejidad podemos aprender algo para reflexionar. Reflexionar no es comprobar lo que yo pienso, reflexionar es enfrentarnos a lo que golpea nuestra verdad, que hace que la redefinas”.
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