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Mayo 68 en Francia: ¿comienzo del fin de la civilización occidental?

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Por LUIS RICARDO DÁVILA

“Pour les historiens, nous sommes à la fin de la civilisation occidentale”

André Malraux, discurso en París, 20 de junio, 1968

Pórtico

En acontecimientos como los de mayo de 1968, se funden y se confunden los más disímiles elementos, se penetran e interpenetran discursos, posturas y acciones que le dan a lo ocurrido un cierto halo enigmático. Se trata de eventos que pertenecen a la política, pero también a la historia, a la cultura, a la economía, a la estética, al psiquismo colectivo; desde donde se tejen la raíz y el rostro de toda una civilización. En el fondo semejan un combate trágico donde no existe la victoria, pero sí revelan los signos del tiempo por venir. El reconocimiento de esta constitución plural, conflictiva de la realidad en un momento dado, no impide construir un horizonte por huidizo que sea, más allá de los límites de la racionalidad moderna.

Todo ese movimiento de mayo del 68 se inició en la Universidad de la Sorbonne, por supuesto. Las reivindicaciones más legítimas de los estudiantes no ofrecen duda alguna, pero por veces esconden ciertas variables de la mayor importancia. Para comenzar, no perdamos de vista que el problema era internacional. La problemática, por tanto, pertenece a la historia. Se cierran facultades en China; los estudiantes luchan en Japón, se rebelan en Alemania, Italia, Holanda e incluso al otro lado de la llamada, para ese entonces, la Cortina de Hierro. Hay sublevaciones en las facultades de las universidades norteamericanas, que no son antiguas «Sorbonas», por cierto; se sublevaron también en la Universidad de México. Los estudiantes siempre han sido alborotadores, puntales de grandes protestas pues contienen la savia juvenil de la rebeldía, pero sería absurdo creer que su alboroto se parece al del pasado histórico. Cada época crea sus propios alborotos y sus maneras. Ciertamente, había que reformar la Sorbona y Nanterre, pero también Berkeley y Columbia, y tal vez toda la educación, cuando un naciente mundo audiovisual y tecnológico llamaba a la puerta. Pero cuando la reforma de la educación, a nivel global, tiende no tanto a crear nuevos fundamentos como a ser sustituida por algo que a veces es un caos y que a menudo se presenta como una falsa fraternidad, las cosas hay que verlas con mirada larga. Lo que los estudiantes, los de verdad, esperaban de los dirigentes en primer lugar era la esperanza, pero junto a la esperanza estaba en contrapartida el más fascinante de los sentimientos negativos, el viejo nihilismo del siglo XIX, que reapareció luego de dos conflagraciones mundiales y del acecho totalitario, con su bandera negra, sin generar esperanza alguna más que la destrucción. Luego de más de cinco décadas de estos acontecimientos, la mirada está más tranquila como para reconocer que no se estaba solo ante la necesidad de una reforma, como ha sido lugar común, sino ante una de las crisis más profundas que ha conocido la civilización occidental.

“Toma tus deseos por realidades”.

Universidad y contestación

Al día siguiente de la primera noche de las barricadas parisinas (10-11 de mayo), los ideólogos tradicionales se precipitan sobre los lugares de la revuelta, sus miradas atónitas no terminan de concentrarse ante tal espectáculo: los carros calcinados aún emiten señales de humo, el pavimento levantado, las vitrinas destrozadas. Dos días después, el 13 de mayo, el país se paralizará con el llamado a huelga general y con la inmensa manifestación de cerca de 800.000 personas que ocuparon las calles de París al grito: Ouvriers et etudiants tous ensemble. ¿Cómo explicar el nacimiento de una situación pre-revolucionaria en una sociedad que aparentemente, según el catecismo marxista, no reunía las condiciones para engendrarla?

Esta era, quizás, la pregunta que comandaba sus reflexiones. Pero, por más esfuerzos que los ideólogos hacían en responderla, en pensar los nuevos acontecimientos, estos se deslizaban más allá de los límites de lo explicable según los esquemas marxo-géologues o marxo-sismologues —como se dio en nombrarlos—. Esquemas que habían permitido explicar la historia de Francia desde los días de la Revolución de 1789 hasta la formación de la V República, en mayo de  1958, pasando por la Revolución de 1848, la Comuna de París en 1871 y la entrada de los blindados alemanes en 1941. Todo esquema mental era vano. La nueva realidad superaba lo antes visto y vivido.

¿Qué ocurrió, entonces, en Francia en mayo de 1968? Un “accidente sociológico” a decir de Edgar Morin; la institución de una “nueva forma de desorden” según Claude Lefort; “la revolución en y del sistema/mundo”, escribirá Wallerstein; de “carnaval y psicodrama” lo caracterizó Raymond Aron. Lo cierto es que en mayo de 1968 el proceso de desarrollo de la sociedad francesa sufre

un accidente interno, causado por la ruptura brusca del dispositivo que comunicaba el sistema nervioso central (sistema político) con el resto del cuerpo social. El dispositivo socio-cultural, esto es la mentalidad, los valores, se volcó abruptamente, a partir de la protesta estudiantil, hacia la crítica de la sociedad de consumo, de la civilización capitalista, a reivindicar la voluntad de liberar el deseo, la sexualidad, el poder. Años eróticos aquellos, dirán algunos. Cuando se critica radicalmente se construye, gritaba, sin mayores temores, Daniel Cohn-Bendit a los órganos de represión que arremetían contra su persona. A su vez este “accidente” obliga a la inteligencia francesa a re-pensar las categorías de lo político y social y su relación entre sí, lo cual produce  en los años posteriores una mutación conceptual en la ciencias sociales. Los grandes maestros del pensamiento francés —Sartre, Lacan, Foucault, Althusser, Lefort, Morin, Touraine, Bourdieu, Castoriadis, Aron— han de adaptar sus sistemas conceptuales a los meandros que mostraban los  actores sociales. Se inventa una nueva manera de pensar más cerca de las formas de intervención local. La figura sartreana del intelectual universal queda superada. De allí la importancia que adquieren ciertas instituciones: el asilo, la escuela, la prisión. De todo esto es expresión el pensamiento francés contemporáneo e incluso el análisis fuera de sus fronteras intelectuales, como el de la Escuela de Frankfurt o el de Marcuse y Adorno en la norteamericana Berkeley. A pesar del fracaso político, la revuelta estudiantil deja importante impacto teórico y  cultural. Hay una relativización de los valores, esto es, un nihilismo y una nueva manera de pensar inmediata, personal y mediática.

La sociedad francesa en 1968

En la víspera de mayo de 1968, Francia es un viejo país agrario en fase acelerada de industrialización; es un imperio colonial decadente que acaba de perder dolorosamente su más preciada colonia: Argelia.  El país no señala en el plano práctico, amén de sus contradicciones en el plano teórico, rasgos evidentes en los últimos días de abril que pudiesen indicar la gestación de un clima revolucionario. El poder se muestra estable, con un aparato policial bien armado y diseminado por todo el tejido social atento a reprimir cualquier intento para socavar las bases de la V República.

La economía es expansiva siguiendo un ritmo de crecimiento moderado; el nivel de vida de los asalariados se incrementa lentamente en función del crecimiento de la productividad industrial; la inflación se encuentra conjurada, la moneda consolidada.

En lo político, la Francia de fines de 1960 muestra una tendencia modernizadora y reformista dirigida por un patriarca-liberal (De Gaulle), quien había puesto punto final a la crisis de la “descolonización” de comienzos de la década. La oposición política, representada por la izquierda, se encontraba instalada dentro de los límites de una práctica parlamentaria y electoralista poco eficaz,  incapaz de suturar sus fracturas internas y con un discurso que no iba más allá de reivindicar una mejor distribución de la riqueza, el incremento de la expansión económica, etc.

En general, la población francesa se encontraba poco convencida de la eficacia de sus dirigentes, su interés político era reservado a los días de elecciones. Nada presagiaba, pues, las barricadas de París ni los 10 millones de huelguistas; a pesar de lo cual, en pocos días esta Francia gaulliste vio desmontar todos sus engranajes políticos, económicos, sociales y culturales. El poder se manifestó desintegrado a pesar del eslogan “El Estado no retrocede”. Cayó en el ridículo por las vacilaciones, las marchas y contramarchas del gobierno. La sociedad francesa se puso en mayo de 1968 al borde de un abismo en su conducción.

Cambiar la vida: “Promotion 68

Pero como ya señalamos, el fenómeno del movimiento estudiantil no es específicamente francés. En 1968 hay una suerte de resonancia planetaria entre los estudiantes, tanto en París como

Berlín, en Roma o Pekín, en California o Chile, en Tokio o México, la contestación estudiantil se convirtió en el símbolo de una generación convulsionada, expresión de una crisis de la civilización capitalista occidental.  Los mass media pusieron su parte estimulando la presencia física y cotidiana de los estudiantes en la totalidad del mundo a través de los sonidos y las imágenes.

En materia de sonidos, era la adoración de los Beatles, los Rollings Stones, Jim Morrison, Bob Dylan; en materia visual, eran las imágenes de los tanques rusos entrando a Praga, del terrorismo atacando el podio de los Juegos Olímpicos de México, era el rostro mercantilizado del Che Guevara. Todas estas imágenes que provocaban entre los jóvenes reacciones de indignación, de adhesión violenta a una contracultura más allá del consumismo, de la moda, de la tradición, se convirtieron en el telón de fondo de una puesta en escena de un nuevo espectáculo. Se asistía al nacimiento de una llamada “sociedad del espectáculo”, donde los medios de comunicación de masas eran los nuevos protagonistas. En los muros de la Sorbonne se  podían leer expresiones que contenían la clave del trasfondo de la contestación, una de ellas es particularmente relevante: “LA PREMIERE REVOLUTION A ÉTÉ POLITIQUE (CELLE DES NATIONALITÉS), LA SECONDE A ÉTÉ ECONOMIQUE (CELLE DES PROLETARIATS), LA NOTRE SERA CULTURELLE”.

¿Qué contienen estas afirmaciones? Allí se expresa el fondo de la motivación estudiantil. Su problema no era ni la explotación económica ni la opresión política, era la trasgresión del concepto tradicional de cultura. El énfasis estaba en la exigencia de imposibles. Era la contestación a aquel conjunto de valores impuestos  por las sociedades industriales, basados en la perspectiva de consagrar la existencia al consumismo, al confort material (American way of life), cuyo precio era reducir notablemente la intensidad y la amplitud de la vida espiritual e intelectual de los hombres, ergo su alienación. Estos son los años del “Nuevo Estado Industrial

(Galbraith)” de “El Fin de las Ideologías” (Daniel Bell, Raymond Aron), de “El Hombre Solitario” (Riesman), de “El Hombre Unidimensional” (Marcuse). Son también los años del “anti-humanismo” francés, anunciado solemnemente por Michel Foucault con su presagio de “la muerte del hombre”.

¿Por qué los estudiantes? Sean realistas, pidan lo imposible

Con todo esto puesto por delante, ¿por qué los estudiantes? De ser un grupo marginal en la sociedad industrial, la juventud estudiantil de 1968 pasa a asumir el papel de intelectuales de vanguardia, de intelectuales orgánicos cuyo objetivo consciente o no es desestabilizar la sociedad en condiciones que le son favorables. El avance tecnológico y las relaciones sociales derivadas le confieren  una significativa importancia, aquel sector social más dado al consumo de los valores culturales. Son, entonces, ellos los más sensibles a expresar las contradicciones de los valores que aseguraban la vida en sociedad, quienes producen la desinhibición de ciertos tabúes. Por el contrario, los obreros, los funcionarios, los profesionales liberales, los campesinos son relegados por los mismos mecanismos del establecimiento y de la vulgata ética dominante, a una posición marginal, con los efectos de una reducción de su visión del mundo. “[El movimiento] ha tomado una extensión que no podíamos prever al inicio. El objetivo ahora es derrocar el régimen, pero no depende de nosotros [los estudiantes] que esto se logre o no…”, afirma Daniel Cohn-Bendit en entrevista realizada por Sartre para el Nouvel Observateur, el 20 de mayo.

Pero esos estudiantes están al mismo tiempo cargados de esperanzas utópicas, de sueños libertarios y surrealistas, de “explosiones de subjetividad” (Luisa Passerini), en pocas palabras, de lo que Ernst Bloch llamaba Wunschbilder, “imágenes de deseo”, que no solo son proyectadas en un futuro posible, una sociedad emancipada, sin alienación, reificación u opresión, sino también inmediatamente experimentadas en diferentes formas de práctica social (Toma tus deseos por realidades). Como lo escribe Michael Löwy, entre el estudiantado hay una afirmación compartida de su subjetividad; un descubrimiento de nuevas formas de creación artística, subversiva, irreverente, irónica, como lo testimonian las inscripciones en los muros (Les murs ont la parole). Incluso fórmulas en sí mismas contradictorias, como aquella de “Prohibido prohibir”, que no hacía sino ilustrar el divertido absurdo de la ideología de 1968.

Los estudiantes se rebelan, precisamente, contra estos mecanismos reductores, los cuales no eran solo los patrones educativos y universitarios sino todo el funcionamiento de la sociedad en su conjunto, dominada durante 10 años por un poder personalista que favorecía la burocracia y el autoritarismo en todos los niveles. Todo llevó a la desaparición de los cuerpos políticos intermedios encarnados, justamente, por los estudiantes. Changer la vie es la expresión que sintetiza todo este estado de espíritu. El problema estudiantil no es, en este sentido, cambiar un equipo por otro dentro de un mismo cuadro institucional, sino negar el propio concepto de institución, rechazar el orden jerárquico de las instituciones burocráticas y tecnocráticas. Lo que estaba en puertas era un cambio

de la perspectiva de transformación social según el esquema marxista tradicional de lo económico primero y enseguida lo político y lo cultural. El problema de mayo 68 es de civilización (“la culture est l´inversión des valeurs de la vie sociale”) y allí radicaba tanto su novedad como la dificultad para hacerle transparente con las herramientas conceptuales creadas y difundidas en la universidad francesa de ese entonces.

El sueño autogestionario

En aquel momento se podía vivir, gozar, destruir para luego terminar hablando. ¿Por qué, entonces, el masivo apoyo del movimiento obrero, no del movimiento sindical, a los estudiantes? Acá arrojan luces algunas de las explicaciones del reformismo revolucionario (Goldmann, Gorz). Según ellos la época que vivían los países industrializados para ese momento era considerada como una “segunda revolución industrial” caracterizada por la creciente automatización de la producción y de la sociedad y por la también creciente especialización del trabajo. Esta mutación no generaría una integración pasiva y superficial, al estilo del siglo XVIII, de los obreros a sus puestos de trabajo, a los partidos y sindicatos. En las nuevas condiciones de profesionalización del trabajo asalariado su acción se caracterizaría por un proceso de integración contestataria a la estructura global de la producción y de la sociedad.

La protesta estudiantil en las calles motiva a los obreros bruscamente, los interpela, probablemente sin ningún contacto con los primeros, a actuar de la misma manera. Mientras los estudiantes ocupan las calles y las universidades, los obreros llaman a huelga y ocupan las fábricas; a la defensa estudiantil de la universidad corresponde la defensa obrera de sus lugares de trabajo. En la misma entrevista referida, Conh-Bendit añade: “Si fuera realmente el objetivo del Partido Comunista, de la CGT [la Confederación Sindical Comunista] y de las otras direcciones sindicales, no habría problema: el régimen caería en 15 días pues no puede hacer una manifestación que pueda oponer a la prueba de fuerza apoyada por todo el movimiento obrero”.

Hay una idea en la que coinciden ambos sectores: la idea de la autogestión. Su expresión política es la reivindicación gestionaria

planteada por ambas partes, poniendo en tela de juicio la jerarquía unilateral establecida por el estado francés y la preponderancia de las decisiones de un reducido grupo de individuos sobre las aspiraciones de la gran masa.

La autogestión se presenta como un modelo de socialismo occidental, auténticamente liberal y democrático, centrado en la experiencia de los socialistas yugoslavos. Y lo que es más significativo, este modelo no surge de la lectura de tal o cual libro  sino de las tendencias inmanentes a la conciencia colectiva y al movimiento de la sociedad.

Coda

Lo que ocurre en Francia en 1968 es, en suma, un fenómeno socio-cultural profundo y en cuanto tal extremadamente complejo. Signó el pasaje del mundo industrial tradicional al mundo industrial moderno caracterizado por un enorme progreso técnico. Se gestaban las condiciones para la emergencia de lo que luego se llamó la postmodernidad, una manera retórica de llamar la etapa por venir cuando no solo el movimiento fue vencido, sino que varios de sus participantes y dirigentes se volvieron conformistas; el capitalismo, en su forma neoliberal, hizo sus reacomodos en las décadas de 1980 y 1990, no solo se hizo triunfante, sino que logró matizar su crisis civilizatoria, presentándose como el único horizonte de lo posible con la manida tesis del fin de la historia.

Génesis de una ideología contestataria, mutación de las categorías del pensamiento social, fractura del sistema por la desaparición de los cuerpos políticos intermedios, inversión de los valores sociales tradicionales, crítica radical del capitalismo y del comunismo, nacimiento de una utopía colectiva, son pues algunos de los componentes de  las lecciones históricas que brinda la experiencia francesa de hace 53 años y que debería ser asimilada por sociedades como la venezolana, en plena decadencia, no tanto para copiar sino para inventar a partir de ellas, para desenmascarar, enfrentar y desechar lo vano y trágico de su actual momento histórico. Ya nuestros estudiantes abrieron la brecha desde 2007, en sus luchas contra la tendencia totalitaria, militarista y criminal del régimen que nos oprime y aniquila, falta sobrevenir a ella para construir el futuro, renovar liderazgo, esperanzas y estrategias, que por cierto bastante falta nos hace.