Por LUIS ALBERTO SÁNCHEZ
Se marchó a Venezuela, llamado por la Junta. No sé cómo fuera eso, porque Mariano no creía en Acción Democrática. Como les ocurre a ciertos intelectuales muy señoriles, Mariano fundó la Facultad de Humanidades de la Universidad de Caracas. Fue su primer decano. Por entonces, después de una escala en México, había largado un libro medular, De la conquista de independencia. Realmente memorable.
Del decanato resultó embajador en Colombia. Lo hizo tan acertadamente que, apenas instalada la junta que madrugó (este verbo tiene severas implicaciones) a Rómulo Gallegos, se estrellaron contra Mariano y pretendieron hacerle víctima de un atraco moral. Mariano se sacudió con elegancia. Se fue a México. Nos vimos de nuevo en La Habana. Se marchó después a Nueva York.
¡Que sí estaba indignado contra los poderes castrenses y lo demás, Picón Salas en aquel mayo de 1950! Lo tuvimos que asistir en sus justas protestas. Poco después supimos que se había reintegrado a Venezuela. Allí acaba de obtener, seguramente con hartos merecimientos, el Premio Nacional de Literatura, gracias a una monografía sobre Cipriano Castro. Habent sua fata libelli.
En el entretanto, Mariano publicó su libro mejor escrito, Pedro Claver, verdadera joya de buen decir y bien sonreír. Y antes había dado en la flor de una biografía de Francisco de Miranda. De donde resulta que Picón Salas triunfaba en el dificilísimo género de los Strache y Maurois.
Lamento a menudo ser un poco exigente en la memoria y en la línea de vida. Me duele, cuando el hombre es de talento, que no se guarde la constancia al nivel de su capacidad intelectual. Pero son meras inducciones, majaderías de peleador profesional frente a los amateur. Mariano pertenece a una vieja familia caraqueña. Los Picón Febres, que tienen largo entronque literario. Los Picón, en general, significan mucho en la vida política y cultural de la patria de Bello.
Mariano ha sido siempre un apasionado de América. Uno de sus libros, Preguntas a Europa, como que se desviaba de su camino, pero no: fue una manera de volver a lo mismo. Tuvo la sensibilidad de la generación del 20. Era —y debe ser—, aunque pasajeros eclipses y desvíos le aparten de su real camino, uno de los nuestros. Sin exquisiteces nefandas, sin titubeos innecesario, Picón Salas tiene su puesto aquí, a la vera de los de mi generación. Los unos dimos un vuelco más brusco, pero, en el fondo, nuestros pensamientos y el suyo, nuestra sensibilidad y la suya, siguieron siendo, hoy como ayer, idénticos.
Se halla en Venezuela desde hace como tres años. No los mejores de la historia contemporánea. Hubo de sufrir las consecuencias de la independencia universitaria, es decir, la del claustro. Ahora ha ganado un concurso con un libro sin duda admirable. El sujeto no puede ser más sugestivo: Cipriano Castro. Allá en Puerto Rico he recogido anécdotas de su permanencia llena de colorido. Gómez mismo me contó, en ocasión inolvidable, cómo Cipriano le confió la jefatura del Ejército y él, “por librarlo de los malucos que lo intrigaban”, se hizo del gobierno y dejó al compadre fuera de tiesto. Pío Gil ha referido episodios punzantes. Castro era un tipazo, de esos que merecen a Suetonio y Tito Livio. No les irá a la zaga Mariano; antes bien, con ventaja de ironía y modernidad, dirá las cosas tan bien, que ya deben estarse acuñando sentencias a base de su libro. Empero.
Los que bien queremos a Mariano, le imaginamos con mejores augurios, aquí, en este lado, dejando que su personalidad madura ofrezca todos sus frutos. Me gustaría que pudiese decir todo cuanto se le viene a la fantasía, que le fuese dable tratar de todos los temas que le sugiriesen su cultura y su temperamento; y que no fuera solo buen decir, excelente decir, lo primordial de sus libros, si no bien guiar, excelente conducir a quienes han esperado, y esperan de él, la lección práctica que adelantó en la teoría. Gran escritor, sin duda, lleno de gracia y suave humorismo, posee todo lo que se requiere para impresionar mentes jóvenes, y las otras, salvo acentuar los perfiles de la acción, los claroscuros de la conducta. Y allí, aunque no sean pocos los que dudan, le defiendo y le avalo. Los muy inteligentes suelen pesar demasiado los pros y los contras, y los muy dados a lo estético confunde la armonía exterior con la interna. Que la vida ilumine a Mariano Picón Salas para que escriba, a poco más, otra biografía de otro “cabito” simbólico, no para darles ánimo a los compinches (y estoy seguro de que en eso jamás pensó Mariano), sino para desengañarlos definitivamente. Amén.
1 Zig Zag (Santiago de Chile), núm. 2558, 3-4-1954, p. 17. [“Siluetas americanas”]