¿Hay algo más asombroso en la ciudad que la ciudad misma? En los autobuses caraqueños las mujeres van de pie, colgadas como muestrarios de trajes y carteras, mientras los hombres permanecen sentados.
Esta mañana, un hombre de uñas rotas, oscurecido por un trabajo que debe estar entre la mecánica, la construcción o la venta de verduras, ¡leía Romeo y Julieta! Y tampoco se puso de pie cuando subió al autobús la señora embarazada.
Ahora en el Hotel Tamanaco, mientras el escritor y periodista español Manuel Vázquez Montalbán enciende uno de sus pequeños y olorosos tabacos, se nota que desde el cielo sin nubes desciende una raya sepia, a una velocidad prohibitiva: es un gavilán hambriento y se supone que en Caracas no hay gavilanes. Tampoco abunda la cacería para un gavilán.
―La literatura está viviendo una época en la que no hay un patrón estético dominante, hay libertad de tendencias ―comenta Vázquez Montalbán saboreando aún su primer desayuno venezolano.
Él es un periodista inteligente, creativo, con una observación de astrónomo que le sirve mucho para hurgar con certeza en la ciudad actual, en el mundo urbano.
Como escritor es sencillamente un autor de lectores asegurados, porque sus temas interesan y su estilo es algo parecido a un pastel de diversos y sorprendentes sabores naturales.
―Hay un fenómeno nuevo ―añade― y es la gran modificación del lector actual. No tiene que ver con el lector de hace cuarenta o cincuenta años. El lector de hoy está bajo la influencia audiovisual y eso ha modificado su capacidad de recepción. Antes dependía de lo escrito pare recibir emociones. La literatura tiene que plantearse este gran problema: o se ensimisma o plantea las diferencias de este nuevo receptor.
Su propio lector
La raya sepia, con hambre de pollitos o de pájaros, ha pasado cerca del gran ventanal de vidrio y se lanza contra un balcón trescientos metros más allá, donde entre helechos y otras plantas se nota una jaula. Nada es asombroso: el gavilán ha pasado muy cerca de aquel balcón y debe haber alborotado a los pájaros, porque se ha asomado con celeridad una cabeza de peinado azul-canoso. Es una dama de muchos años; a lo lejos se notan el pelo teñido y los labios rojos.
―¿Ha tenido que modificar su trabajo como escritor, ante un lector que responde a los códigos audiovisuales?
―No. Lo que ocurre es que todo escritor lleva dentro de sí su propio lector. Yo pertenezco a la primera generación de escritores modificados ante esta nueva situación cultural. No podemos prescindir de lo comunicacional. El problema de fondo de la literatura es ese. No propongo el bestseller como una desesperada búsqueda de lectores: nuestro lenguaje debe ser modificado porque el lector está modificado y el lector, en cierto modo, es el coautor de los libros.
Manuel Vázquez Montalbán tiene en su mente un complejo y enrevesado túnel por el cual han pasado miles de experiencias y datos, miles de sensaciones y de informaciones. Parece un hombre que viene de regreso y su seriedad colabora para que cualquiera diga “he ahí a un veterano”. Es un hombre de solo 45 años que ha publicado desde libros de ensayos sobre comunicación, hasta poemarios de un nivel poco común, y varias novelas: Manifiesto subnormal, Yo maté a Kennedy, Tatuaje, La soledad del manager, Los mares del sur (Premio Planeta 1979), Asesinato en el Comité Central, y Los pájaros de Bangkok.
Sus últimas novelas le colocan en el plano de los escritores de la novela negra, le abren las puertas de ese selecto y difícil club expresivo.
La novela negra
―¿Se ubica entre los autores de la novela negra?
Ha sonado la pregunta mientras su mirada busca con desesperación una salida hacia el soleado día. Parece un hombre atrapado tras sus lentes.
―Hay ingredientes, elementos de la serie negra americana: el investigador que soluciona problemas, a través de quien se ve la realidad; el método, la encuesta, las preguntas que se hacen para buscar la solución y la violación del tabú social: el asesinato o el robo.
―Usted prefiere temas que se desarrollen en ciudades, ¿es así?
―La literatura española era agrícola. El tema urbano no ha tenido el tratamiento debido. El urbano, más que tema, es una escenificación. El viaje también lo es, el viaje como falsa propuesta de cambio (siempre se vuelve, ¿no?).
Vázquez Montalbán dice que la novela negra es como una derivación de la gran novela realista. Chester Himes puede compararse a Balzac, es un relator de la vida cotidiana de Harlem.
Sin embargo el resto de novelas policíacas en su opinión no anda muy bien.
―Gran parte de las novelas policíacas es ilegible y está en crisis. La novela enigma de corte inglés me parece que está en crisis… ―apunta y aprovecha para revisar unos artículos que enviará por télex a El País.
Los latinoamericanos
Vázquez Montalbán comentó que la literatura latinoamericana fue en los años sesenta para España una gran ayuda y también un trauma: los españoles estaban pendientes de colarle goles al franquismo y de pronto vieron a unos escritores que se desenvolvían con mayor libertad ante sus materiales, con un lenguaje mucho más libre. Hasta escritores españoles que estaban comenzando a destacarse en esos días, vivieron un periodo de impasse por ese impacto. La literatura latinoamericana recordó a los españoles que una de las funciones de la literatura es la lúdica, la propuesta de un juego, el papel del lenguaje.
―También llegó mucha ganga… ―agrega Vázquez Montalbán.
Este sábado permanecerá en la Librería Summa desde las diez y media de la mañana hasta la una de la tarde firmando sus libros y a las ocho de la noche hablará de la novela negra en el Patio de San Bernandino. El lunes 26 será el invitado de Ben Amí Fihman para una tertulia que se realizará en Le Groupe a las siete de la noche.
Su más reciente novela está en imprenta: La rosa de Alejandría y no tiene que ver con una ciudad sino con una canción española. Trata el tema de la doble conducta en una mujer.
Vázquez Montalbán cree que se está retomando la novela con tema, con personajes y sicología.
Su penúltima novela, publicada por Planeta, Los pájaros de Bangkok, resultó de dos viajes a Bangkok. Allí veía millones de pájaros que salían de la selva y llenaban las líneas eléctricas, los tejados, los postes: “Eran como hormigas”. Preguntó qué pájaros eran esos y le dieron un nombre desconocido; luego averiguó que eran golondrinas, simple y llanamente golondrinas.
―¿Lo más difícil al escribir esa novela?
―Lo más difícil fue aquello que era aparentemente más fácil: el viaje a Tailandia. Era un viaje inútil, pero debía hacerlo el personaje para dar sentido a lo que sucede en otra ciudad. El no servir para nada es una clave moral.
Tiene que irse a enviar un télex; Manuel Vázquez Montalbán desea recorrer Caracas y conocer Venezuela. Le gusta el sol. A veces eso ha sido un mito: visitó Trinidad en una ocasión, llegó en pleno invierno y vio una isla gris que a las siete de la noche se tornó una cosa oscura y muerta. “Le cogí mala leche a Trinidad”, expresa ahora.
El gavilán ha descendido de nuevo y la anciana ha aparecido de cuerpo completo en el balcón, con una escoba, y maldiciendo al ave de rapiña.
No se oye la maldición, pero es evidente, porque las cejas muy negras, reafirmadas con lápiz, suben y bajan y los labios pintados parecen resoplar; se mueven con algo de angustia (Vázquez Montalbán se larga para la calle); aquellos labios alterados desaparecen y en su lugar surge una fugaz calvicie de mujer enferma. El gavilán espantado decide buscar otro balcón. La peluca azul-canosa de la anciana ha rodado con el agite y ahora los pájaros que saltan en una jaula parecen estar más aterrados.
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(Esta entrevista fue publicada originalmente el 24 de marzo de 1984).