Papel Literario

Manuel Caballero, la furia crítica

por El Nacional El Nacional

Manuel Caballero, uno de los barquisimetanos más reconocidos del siglo pasado y del presente siglo, nació realmente en Caracas, en la esquina de Cipreses. Su sentido del humor debe estar en deuda con el primer viaje que hizo en su vida: cuando tenía cuarenta días de nacido, su papá y su mamá lo metieron en una ponchera y se lo llevaron para Barquisimeto.

La gente cree que su boina negra es un símbolo de rebeldía o de pertenencia a una agrupación extraña de escritores polémicos, pero según confiesa, usó la boina una vez, porque estaba lloviendo, y unas amigas le dijeron que se veía más joven. “Eso bastó y sobró para que no me la quitara más nunca. Y también me la pongo porque me ayuda a esconder la calvicie”, dice, divirtiéndose mucho con el comentario.

Con ese pelero gris alborotado y esa voz de ladrido brusco, Manuel Caballero asusta a cualquiera. Su furia crítica es como la penicilina luchando contra la infección de la historia. A medida que van brotando sus palabras, el susto merma y de vez en cuando se convierte en risa, porque el humorismo de doble filo es una de las virtudes de este hombre, que es uno de los escritores más leídos de Venezuela. Tiene más de cuarenta libros y en Inglaterra han circulado ya dos ediciones de La Internacional comunista y la revolución latinoamericana, una obra que escribió en inglés para obtener el doctorado en la Universidad de Londres y fue publicada por Cambridge University.

En su apartamento predominan las imágenes de la Divina Pastora, las caricaturas y dibujos que le han hecho a Manuel a lo largo de los años, y varias tallas y estatuillas de Juan Vicente Gómez. También hay una cabeza que de repente no se sabe si es de Gómez, de Stalin o de Manuel, porque a decir verdad, el enorme bigote y la mirada zamarra los confunde, aunque Caballero ha sido el único de los tres que no ha ejercido la dictadura como oficio.

―Usted fue el primero de los escritores que criticó al teniente coronel Hugo Chávez… ¿por qué asumió esa posición?

―Fui el primero porque mi artículo apareció un sábado, pero, al día siguiente, circuló un artículo de Teodoro Petkoff en el mismo sentido… lo que pasa es que tuve tribuna antes que Teodoro… La actitud de Teodoro ha sido muy valiente: es un tipo que mandó su partido pa’l carrizo porque apoyó a Chávez…

―¿Qué es lo que no le gustó de Chávez desde el principio?

―En lo que a mí concierne, tuve la desconfianza normal que tiene toda persona medianamente pensante respecto a un golpe militar. Yo me inicié en las lides políticas, el 24 de noviembre de 1941, cuando no tenía ni quince años de edad. Comencé la pelea política hace 55 años protestando contra el derrocamiento de Gallegos. Es una línea coherente: yo me alcé contra un gobierno militar y estoy contra un gobierno militar ahora.

―Llama la atención que gente destacada de la izquierda venezolana no está con Chávez, ¿eso no es un fenómeno extraño?

―Esa pregunta me la han hecho, aunque de otra manera, los corresponsales extranjeros. Ellos me han preguntado: ¿Usted no cree que Chávez tenga inclinaciones izquierdistas?

―¿Y qué ha respondido?

―Yo digo no: la izquierda es la que tiene inclinaciones chavistas. En realidad esa parte de la izquierda se puede calificar de borbónica, porque no ha aprendido nada, ni ha olvidado nada… Se dice con frecuencia una tontería: que ellos se quedaron anclados en los años sesenta… para mí los años sesenta son los años de las críticas al estalinismo… Estos están anclados en los años cuarenta… gente como Guillermo García Ponce y Servando García Ponce… Están detrás de Chávez, pero eso no es nada nuevo: en América Latina los partidos comunistas, desde finales de los años treinta y comienzo de los cuarenta, se van detrás de cualquier caudillo.

―¿Usted no cree que esta es una revolución verdadera?

―Esta sí es una revolución, pero no al estilo de Cuba ni de Rusia ni de China. Es una revolución al estilo de las revoluciones venezolanas del siglo XIX, que tenían un solo objetivo: el personalismo, la revolución de fulano de tal: la monaguera, la castrista, la crespista. Eran revoluciones para poner a un tipo en el poder… alguien que se quería quedar ahí por los siglos de los siglos.

―¿Desplazando instituciones?

―En el caso del siglo XIX, no desplazaban instituciones porque no existían. Ahora sí es desplazando instituciones que dificultosamente ha ido creando la sociedad democrática desde la muerte de Gómez. La política de Chávez ha sido la destrucción de esas instituciones para volver a la situación anterior, en que solo existían el líder y una masa gregaria y aclamacionista.

―¿Qué es lo que más le critica a José Vicente Rangel?

―Lo que más le critico es su servilismo frente a un caudillo. Una persona que uno cree que debería tener suficiente inteligencia para no caer en un grado tal de obsecuencia y de servilismo, aparentemente buscando la presidencia de la república así sea por treinta días.

―Pero ¿a usted lo han molestado alguna vez Chávez o José Vicente?

―No.

―Tampoco lo mencionan… nunca lo mencionan…

―Según parece, no me consta –pero lo vi en La Razón–, sí hay una campaña contra mí, a través de internet, dirigida por José Vicente Rangel. No me extraña. Él es un tipo de doble cara, siempre ha sido así, es una cosa que yo he tenido clara desde hace muchísimo años. Pero no sé si eso sea cierto porque a mí nunca me ha llegado.

―¿Usted navega por Internet?

―No. Por fin logré conectarme para tener correo electrónico, pero soy incapaz de navegar en eso. Cuando compré mi primera computadora, estuvo cubierta con una sábana ocho meses, porque yo le tenía terror. Cuando me hablaban de los virus yo creía que tenía que comprar desinfectante…

―El gobierno del presidente Chávez ¿es una dictadura?

―Yo no considero el gobierno de Chávez una dictadura como la hemos conocido. Se debe decir que la de Chávez no es todavía una dictadura. Es un gobierno que ha sido electo por la mayoría del electorado. Y él tiene que someterse a eso, quiéralo o no: su poder proviene de una elección.

―Uno piensa que usted es ateo, pero se ve que cree en la Divina Pastora…

―La Divina Pastora no es un símbolo religioso: es un símbolo cultural. Es la única afirmación de barquisimetanidad que hay, porque Barquisimeto no tiene un prócer guerrero como las demás ciudades de Venezuela.

(A estas alturas provocaba recordarle lo que él sostiene: que la historia sigue, continúa enredada en los pies de la gente, y que Manuel Caballero es como un prócer barquisimetano que cabalga triunfante sobre la escritura. Pero vino a la mente aquello de que nació en Caracas y la capital se lo regresó a Barquisimeto en una ponchera de peltre. Siendo este, sin ninguna duda, el último uso importante que se le dio en Venezuela al desaparecido recipiente).

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“A los muchachos no les están enseñando historia de Venezuela. Esa es una estupidez de los dirigentes democráticos y particularmente de los profesores y los dirigentes de educación venezolana. Pérez Jiménez suprimió la enseñanza de la historia contemporánea por razones simplemente ideológicas. A nosotros nos han metido en la cabeza que la historia venezolana termina en Carabobo. Que la verdadera historia venezolana es la de los hechos guerreros. Están dando una visión sesgada, militar, de la historia de Venezuela. Por eso la historia es una cosa tan fastidiosa: hay que aprenderse batallas, nombres de generales y eso es todo lo que enseñan.

Fundamentalmente tratan de negar que nosotros también somos historia. Para ellos la historia son esas estatuas que tú ves regadas por todos lados. Sin embargo, el siglo XX es el más importante y más glorioso que ha tenido Venezuela. Nosotros hemos alcanzado dos grandes logros, con nuestra lucha diaria: la paz y la democracia. Yo propuse que se celebraran esos acontecimientos en dos fechas claves: el 21 de julio como la instauración de la paz en Venezuela, y el 14 de febrero como la instauración de la democracia.

El 21 de julio fue la batalla de Ciudad Bolívar, la última batalla de las guerras civiles. Esa fue una batalla que ganó Gómez, quien murió hace setenta años. Pero desde esa vez no hemos desencadenado ni soportado una guerra civil. A partir del 14 de febrero de 1936, se instauró la democracia en Venezuela, cuando se convocó una manifestación para protestar contra la censura de prensa. La gente salió a la calle y se produjo la manifestación más grande que hubiese conocido Venezuela en toda su historia, y con una sola consigna: a Miraflores. El general López Contreras abrió las puertas de Miraflores. Hizo pasar a su despacho a una delegación, con Jóvito Villalba a la cabeza. Recibió un pliego de peticiones. La manifestación terminó pacíficamente, en el Panteón, después de los discursos de Jóvito y de Rómulo. Y López Contreras cumplió con las peticiones de la manifestación”.

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Tiene dos libros inéditos que cualquier día de estos van a aparecer por allí. Una biografía sobre Rómulo Betancourt, que está revisando el Fondo de Cultura –y que promete ser todo un best seller– y una obra de ensayos literarios titulada El desorden de los refugiados.

“Balzac decía que el periodismo era el refugio de los desordenados. Yo hago una serie de consideraciones sobre el ensayo frente al desorden de la vida cotidiana, frente al orden del pensamiento dogmático, intolerante. Al revés de Balzac, creo que el ensayo es el desorden de los refugiados”, explica.

En ese libro que reúne ensayos sobre Maquiavelo, Saroyán y otros autores, Caballero desenvaina su espada humorística. “Yo demuestro que el pecado original no fue la lujuria sino la gula, porque todo comienza con el acto de comerse una manzana y termina con la última cena”.

También hay un ensayo que se titula “La belleza femenina entre la libertad y la igualdad”, y Caballero revela la almendra del tema: “Así como Rosseau decía que mientras existiese un esclavo nadie sería libre, yo digo que no creeré nunca en la universalidad de la belleza, hasta que no vea desfilar por las pasarelas, aunque sea en sotana, a una bellísima Miss Vaticano”.

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“A Rafael Cadenas lo conocí cuando estudiaba tercer grado, y desde entonces nunca hemos dejado de ser amigos. Salvador Garmendia era un poco mayor que nosotros. En aquella época, Salvador hacía de maestro de Rafael, le prestaba sus primeros libros, conversaba de literatura con él. Éramos amigos los tres, pero mi amistad con Rafael Cadenas tiene sesenta años.

Hay una cosa que me parece un poco injusta: limitar a nosotros tres lo que tú llamas la invasión de la provincia hacia Caracas. Ahí tienes a Adriano González León, Luis García Morales… toda esa gente se vino a Caracas por una razón. Barquisimeto tenía dos instituciones educativas de muchísimo prestigio, que eran el Liceo Lisandro Alvarado –hoy transformado en la Universidad Lisandro Alvarado– y el Colegio La Salle. Por la situación geográfica, Barquisimeto atraía estudiantes de los Andes, de Acarigua, Coro, Yaracuy, Trujillo. Entonces se convirtió en un centro cultural muy importante. Como en otras partes no había quinto año de bachillerato, los estudiantes tenían que terminar su último año allá, en Barquisimeto.

Yo conocí en Barquisimeto –y estuve preso con él– a Silvestre Ortiz Bucarán, que es un oriental de Monagas. Por el Liceo Lisandro Alvarado pasaron Constantino Quero Morales, José Vicente Rangel, Escovar Salom, Rafael Cadenas, Salvador Garmendia, José Carta, José Antonio Abreu y Rubén Monasterios, un “barquisimetío”. Era toda una élite intelectual. Después nos vinimos todos para Caracas porque teníamos que estudiar aquí”.