Papel Literario

Manifiesto mimético

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Por RÉGULO PÉREZ

Un día mi padre me preguntó: ¿Qué quieres ser en la vida? Yo le respondí: ¡Quiero ser pintor! Él me dijo: ¡Vas a ser pintor! Ahora yo me digo: ¡Por mi madre que soy pintor por mi padre!

Soy pintor porque las imágenes del silente ciclo cinematográfico: El Anillo de los Nibelungos, de Fritz Lang: “La Muerte de Sigfrido” y “La venganza de Krimilda”, me abrieron los ojos a la leyenda,  y la lotería de animalitos me hizo ver la realidad.

Pinto porque el poema épico ario se metió en la vida del pueblo y los hombres entraron en los cartones del juego popular. Crsipín Pulido no era más Crispín Pulido, sino que por su maldita piel carrasposa y sus ojos saltones, se volvió Fafnir, el dragón de la noche; y Marcial Infante, el electricista que recorría los postes y revisaba la alambrada eléctrica para detectar el corto circuito, se metió entre las imágenes de la lotería de animalitos, con su escalera de “farolero por las calles que las noches están oscuras y temeroso el camino”, al lado de “tres rosas fueron a un baile y de las tres vino una” , a quien seguía “ arbolito te secaste teniendo agua en el pie”, más “jarro, pote y pocillo” para completar el bingo triunfal con las cuatro imágenes cantadas, mandar a parar al lotero y ganar la partida relancinamente.

He sido un ganador porque siempre dibujé los cartones, y sobre todo, por no haber jugado nunca a la lotería.

Soy pintor, porque en este pueblo pasaban cosas fantásticas: como una burra incendiada que corría enloquecida, a pleno sol, por las calles, tratando de buscar el río para lanzarse; algo así como el famoso cuadro de Salvador Dalí, el de la jirafa incendiada,  pero en este caso, vivita y coleando.

Porque el cieguito Felipe Villanera hablaba con entusiasmo y certeza de las operaciones de los médicos invisibles, que él no podía ver por su maldita ceguera, pero que era un hecho real y maravilloso, precursor de la cirugía extrasensorial del doctor José Gregorio Hernández, hoy en día.

Porque en las sabanas y potreros, las burras de Caicara del Orinoco eran

Dulces y tiernas amantes que inician en el sexo a los adolescentes, ense-

ñándoles el sabroso y buen camino del burro macho.

Porque burgundios y nibelungos revivieron en las gentes de mi pueblo. El bello y rubio Sigfrido reencarnó en Sixto Pedrique, flaco, pálido, y desgalichado porque este tenía por detrás una cruz sifilítica y era vulnerable como el héroe, con su cruz de hilo bordada por Krimilda en su capa de seda, y también, punto débil para la lanza traicionera de Ange de Troneck, el tuerto siniestro que se quedó en el ojo derecho, blanco y volteado de Agilio Cardier.

Soy pintor, porque los animales se funden y se confunden en la naturaleza, para comer o para no ser comidos en la intrincada ley de la selva. Planta y animal, animal o planta para ser o no ser, que es la cuestión de la ida y de la muerte en la selva profunda.

Soy pintor, porque mi obra se nutre de maravillosas cosas reales y de la realidad fantástica de la leyenda.