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Lucidez crítica, pasión creadora

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Por KATHERINE CHACÓN

En su ya clásico ensayo La nueva crítica, Guillermo Sucre expone sus ideas en torno a este ejercicio. Comienza con una frase decisiva para comprender su visión: «No por ser obvio hay que dejar de decirlo: la crítica es esencial a la creación, […y] la actividad crítica es inherente a la propia naturaleza del hombre». Sucre sostiene además que, si la crítica debe estar guiada por un método, éste tendría que asentarse en la relación personal del crítico con el objeto artístico, lo que le permitiría aprehenderlo como opera aperta, en su ser múltiple y plurivalente, y dar cuenta, también, de las resonancias interiores que éste le suscita.

La lucidez y la pasión corren paralelamente, determinándose una a otra, en la actitud crítica de Guillermo Sucre. Aunque pudieran considerarse antagónicos, para él, ambos estados deben ser sostenidos en este ejercicio. La lucidez, distanciada de la erudición y del análisis, va al centro de la actividad crítica como acto de un sujeto sensible que es movido por la experiencia estética.

Citando a Proust, M. F. Palacios apunta que la crítica habla desde el sentimiento, no desde el intelecto. No se refiere a que el crítico se enfoque en propias emociones (la pasión no debe confundirse con la emotividad); sino que haga que la negación a renunciar a las emociones guíe su entendimiento, procurando que la pasión cree el temple necesario para la lucidez (1).

La vinculación de la subjetividad en el ejercicio crítico fue abordada por Sucre al referirse a Emir Rodríguez Monegal. Escribió: «[su] interpretación nos remite a una perspectiva personal, mejor, a una búsqueda interior […]. Búsqueda interior: quiero decir también estética y hasta igualmente simbólica. En ello reside una de las ambigüedades de la crítica: vive del yo de la obra y del yo del que la contempla, vive de la obra como objeto y de la decisión solitaria de un sujeto que la experimenta». ¿No se perfila aquí una idea donde lo ético y lo estético se relacionan, una poética que evade el formalismo y profundiza en lo sensible?

Sucre desconfiaba de las rígidas metodologías críticas, dirigidas a categorizar más que a valorar. «Yo parto del texto mismo —dirá— de una sensibilidad frente a la obra. La crítica es creadora en la medida en que se funda en una intuición y busca razones para esclarecer esa intuición». Su método aborda la afinidad sensible entre el crítico y la obra, la cual permite, a través de una mirada múltiple, plural y abierta, una interpretación igualmente dinámica. La crítica surge entonces como una búsqueda y, también, como una posibilidad —acaso desesperanzada de antemano— de hallar esa «inminente revelación» que implica, según Borges, el hecho estético.

Por otra parte, el pensamiento de Sucre se fundamenta en la noción de obra como cuerpo simbólico. «No hay hechos unívocos en literatura —escribirá—. No hay sino formas que son símbolos, signos que son símbolos. Y, por lo tanto, hay que interpretarlos». Siendo así, la obra es múltiple, elusiva y, sobre todo, trascendente: se vincula con un sentido de la existencia y encierra una interrogante sobre el orden cósmico. La interpretación es, de este modo, la vía como se manifiesta primordialmente la crítica, y debe alejarse tanto del análisis externo —lo que la convertiría en una pseudo-crítica—, como de la mirada impresionista, cuya desapasionada efusividad emotiva daría campo a la confusión.

Al incluir lo subjetivo como elemento esencial de la reflexión, Sucre otorga a la literatura moderna un sistema crítico que le es afín. Para él, es la subjetividad la que más sinceramente acerca la crítica a lo que podríamos llamar la «verdad» de la obra, motorizando la pasión, que impulsa, a su vez, la lucidez.

En sus ensayos, este doble impulso toma lugar, quizás porque la pasión en él es, en gran medida, una pasión por el lenguaje. No hay que olvidar que para Sucre la crítica es, ante todo, escritura.

Si la crítica no es capaz de abordar el sentido de la literatura moderna —en su doble juego de destrucción y reconstrucción del lenguaje— no podrá hacerse creadora y permanecerá al margen de la realidad misma de la obra. La conciencia del lenguaje es, en definitiva, lo que hace nueva a la crítica: «La sinceridad crítica es —comenta Sucre—asumir el riesgo del lenguaje. No se trata, pues, de que el crítico escriba ‘bien’. Lo importante es que realice con toda lucidez algo que también ha sido señalado por Barthes: la crítica es un lenguaje que habla plenamente de otro».

El pensamiento de Sucre va a la naturaleza misma del lenguaje como única realidad de la escritura. La pasión del escritor es una pasión por el lenguaje e implica, sí, la necesidad de gusto y placer, pero además, un tenso ejercicio de lucidez, esto es, «un continuo debate entre la fascinación y el rechazo, entre el reconocimiento y la crítica».

El ejercicio de la lucidez es la búsqueda de una afinación —un temple— del lenguaje, es decir, el ir en busca de ese punto justo donde éste tenga su mayor brillo, su máxima elocuencia. Esto es sólo posible por la naturaleza ambigua del lenguaje, que comporta «en un extremo, la realidad que las palabras no pueden expresar; y en el otro, la realidad del hombre que sólo puede expresarse con palabras» (O. Paz). La obra moderna está traspasada por esta dificultad: intenta trascender el lenguaje y crear una realidad que sea únicamente realidad verbal. El fin de la poesía moderna parece ser la reconciliación de la palabra con sus múltiples valores semánticos —¿originales, primigenios?—: crear una palabra activa, abarcante, reveladora. Sucre se pregunta entonces «¿No es en la obra donde la palabra es más palabra o está más cerca de la Palabra?». Octavio Paz, al hablar del lenguaje poético, recordaba que la insondable separación entre la palabra y la realidad ocurrió tras la adquisición humana de la conciencia, en el momento de la escisión del Ser, cuando el hombre abandonó el mundo natural y se vio como tal. Anunciaba asimismo que, en un segundo y definitivo paso, el hombre regresaría a la unidad original con una conciencia que se convertiría en «el fundamento real de la naturaleza». Entonces, ya el hombre no necesitará palabras. Esto también lo señaló Borges cuando vaticinó la muerte de la literatura.

La poesía es, para Paz, la única posibilidad que tiene el lenguaje de acercarse a la perdida unidad con la realidad: «Es evidente —dice— que la fusión —a mejor: la reunión— de la palabra y la cosa, el nombre y lo nombrado, exige la previa reconciliación del hombre consigo mismo y con el mundo. Mientras no se opere este cambio, el poema seguirá siendo uno de los pocos recursos del hombre para ir más allá de sí mismo, al encuentro de lo que es profunda y originalmente».

Sucre y Paz comparten una idea del lenguaje que envuelve la existencia del hombre en una visión cósmica y primordial. Quizás sea esta noción la que subyace en Sucre cuando ve en la creación de nuevos lenguajes la postulación de una «suerte de absoluto verbal capaz de regir el universo».

En la poesía de Guillermo Sucre la conciencia del lenguaje discurre en dos vías: una, que propone una reflexión poética en torno a la palabra; y otra, en la que se intenta liberar la palabra de sus sentidos formales y hacerla imagen poética plena.

para empezar: no moriremos de poesía

nadie tiene la palabra aunque hablen

o todos la tienen aunque callen

[…]

el ojo del poeta se adueña del mundo

que reaparece

condenados a la realidad por la realidad

que inventamos

(realidad, realidad, no me abandones)

En poemas como éste, de En el verano cada palabra respira en el verano, Sucre habla desde la intimidad del poema mismo, desarticulando los mecanismos del lenguaje, de la palabra, y mostrando sus limitaciones. El poema surge entonces de un desengaño primordial, y este distanciamiento propicia la reflexión lúcida en torno al propio ser (2), al sentido del poema, del lenguaje, y de la realidad:

También el poema sale de su casa y no quiere volver a ella.

quiere vagabundear y quedarse no con lo que nombra sino en lo que nombra

olvidando que sólo es palabras

[…]

y encontrando apenas las palabras que hacen de

ese olvido

no el remolino

sino la transparencia

vocálica el acantilado

el espejo que es pez la fija

fugacidad

 

En La vastedad encontramos textos en los que esta reflexión puede ser entrevista, pero aquí el poema aparece como una posibilidad de continuar su propia experiencia «con cierta decepción —como lo señalara Sucre en una entrevista concedida a Rafael Arráiz Lucca— frente a la realidad, como si ya el mundo fuera inaccesible [al poeta]»:

Escribo con palabras que tienen sombra pero no dan

Sombra

cada palabra desplaza a otra que nunca logramos

decir

escribir no el orden sino el ritmo de la vida

un ritmo que conocemos desconocemos y reconocemos

sólo por la respiración de la escritura

Trascender el lenguaje: poemas donde la imagen emerge límpidamente, donde la palabra intenta liberarse, siendo sintética, punzante, buscando la plenitud. En el atender a la realizad del lenguaje, en el defender esa «pura franqueza de nuestra relación con la realidad» a través de la palabra depurada de cualquier fin que no sea el de las «cosas mismas» y, en fin, en el asumir el lenguaje como primera y única realidad, lleva a cabo el escritor —el intelectual— su empresa fundamental.

El lenguaje es el punto de fuga de la poesía de Guillermo Sucre, y es, también, el ámbito para la reflexión crítica, para la pasión creadora. En su pensamiento y en su poesía, el lenguaje es quizás la única vía para que pueda realizarse una verdadera y honda reflexión sobre lo humano.


Referencias

1 María Fernanda Palacios ha señalado justamente: «La lucidez y la pasión mueven los ensayos críticos de Guillermo Sucre. La lucidez matiza y sostiene la pasión, la pasión hace que el pensamiento cristalice en imágenes que vivifican y encienden cualquier certidumbre conceptual». («Miserias y fulgores del ensayo en la Venezuela de hoy» en Sabor y saber de la lengua. Monte Ávila Editores, 1987, p. 116).

2 María Fernanda Palacios ha dicho que «[En G. Sucre] la reflexión sobre la poesía parece ser el centro, la poesía entendida en su sentido más amplio; pero en ningún momento esto deja de ser también una reflexión sobre sí mismo». En Ibídem.

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